Prigode ljudi v razlicnih mestih, kot so Lombardia, Slovenija in Benetke. Historias de lugares y personas de Lombardía, Eslovenia y Venecia


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July 4th 2001
Published: July 4th 2001
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Lago di ComoLago di ComoLago di Como

Uno de los pueblos de las riberas.

4 DE JULIO DE 2001



Queridos amigos:

Por fin he podido ponerme a escribir esta historia que, como habrán notado en el título, incorpora una nueva variante: las historias ya no son sólo sobre lugares y su gente en abstracto, sino también sobre personas de carne y hueso. En ese sentido, el del contacto, éste es el viaje más enriquecedor que he hecho hasta ahora. Y me es útil para volver a valorar su importancia: en cierta forma, no es posible conocer un lugar sin conocer la gente que lo habita y que lo interpreta desde lo íntimo día a día.
Pero antes de iniciar, les platicaré de una persona que no pertenece a los sitios que visité, pero cuya ingenuidad y torpeza son tan grandes que le merecen el dudoso honor de abrir el texto a manera de chistorete inicial. La persona soy yo.
En la madrugada del 31 de mayo salí de Madrid. Los que vivimos en esta ciudad éramos víctimas de una onda de calor infame, que me sorprendía porque en sólo dos meses había visto saltar el poste-termómetro de la entrada de mi Universidad de 1 a 40 grados centígrados.
La oferta que había conseguido me obligaba a partir ese día, como máximo, y Romina lo haría hasta el 2 de junio. Como yo iba a andar de mochilero mientras tanto, hospedándome en albergues juveniles (todavía me admiten), y ella iba a llegar directamente a Venecia (yo iba a Milán), le pedí que se llevara una parte de mis cosas. Y como, además, había dado por hecho que el verano había llegado a Europa, cargué apenas con unas pocas camisetas, nada de suéteres, y con los shorts y los huaraches (sandalias) que llevaba puestos.
¡Pero qué shorts y qué camisetas! Muy feliz, después del duro invierno, elegí llevarme unos "pantaloncillos cortos" comprados en Chiapas, con fondo azul chillón y un garabateado dibujo en rojos, amarillos y naranjas luminosos, que por cierto me quedan un poco grandes y a primera vista pueden parecer falda. Como complemento, lucía una camiseta blanca con la figura de una payasa calva, con ojos azul intenso y una nariz roja, de bola, con algún poder hipnótico porque todo el mundo se le queda mirando.
Con eso llegué al aeropuerto de Milán, muy contento. De inmediato fui localizado por varios policías con un perro. El animal olió droga en un pasajero y se fue detrás de él, eso sí, muy seriecito, sin ladrar. Lo detuvieron de inmediato. Después me lo arrimaron a mí, mientras yo caminaba. Al perro lo que le importaba era la droga y quería ir sobre el que la traía. El agente lo jalaba para echármelo. Pero el animal no sabía de sutilezas policiales, sus cursos no incluían la asignatura "fisonomía del latino sospechoso" o "técnicas de los traficantes para pasar desapercibidos" (yo, evidentemente, las estaba empleando y por eso iba vestido así), así que no le hizo caso.
Yo continué casi hasta salir del área de aduanas. Pero llevaba una flecha de "delincuente en falda" señalándome en la cabeza, como una aureola rosa fosforescente (para complementar el atuendo), y el último policía que había en mi camino, un chavo de unos 20 años, me detuvo para pedirme el pasaporte. Se lo mostré. El tipo estaba nervioso y empezó a pedirme algo más... ¿Qué quieres?, le dije. Le di mi documento de residencia española. Sonrió afable, como diciendo, "Hombre, pues esto". Pero a mí no me hizo gracia, ya que él no sabía que yo lo tenía. El se puso serio y de todos modos tentaleó mi mochila, sin
Lombardía y ComoLombardía y ComoLombardía y Como

Este mapa muestra la región de Lombardía, con Milán, el lago de Como y Lugano (un poco arriba, un poco a la izquierda), aunque el lago de esta última ciudad no se nota porque cambiaron el color, ya que Suiza no es Europa, según dicen.
la menor pericia. Me tuvo que dejar ir.
Un par de días después, no me había quitado los shorts. A pesar de la lluvia y de que ya estaba consciente de que me causaba problemas: no llevaba pantalón no alguna otra cosa. aunque sí me cambié de camiseta: ésta lucía un precioso diseño tepozteco de la serpiente emplumada, también en rojos, amarillos y naranjas brillantes. Para hacer juego.
Crucé a Suiza sin problemas (no crucé controles de fronteras) y después regresé a Italia por un paso peatonal. Los policías estaban despatarrados en sus sillas, platicando de futbol, muy italianos. La gente pasaba frente a ellos sin que los tipos se fijaran en nadie. Avancé con seguridad. Bueno, con algo de apuro, sí, pero aparentando seguridad. Uno de ellos miró cerca de mí, pero sin enfocar, alguien dijo algo y él rio, despreocupándose de nuevo. Llegué al punto crucial. No me vieron. Seguí adelante... ¡pero mi flecha-aureola rosa fosforescente se encendió!
Los cuatro tipos se pararon de un salto. Amables, pero severos ante las exigencias del deber. Me pidieron documentos. Mostré el carnet español, para empezar por lo que el tipo del aeropuerto había dicho que buscaba. Dudaron. Querían algo más. Los hice esperar (muy rudo, yo) y después les mostré el pasaporte. Sonrieron afables, en plan "pues eso es lo que queríamos". Y no tentalearon mi mochila.
El problema es que yo ya estaba molesto por tanta discriminación. Y no quería dejarlo pasar de nuevo. Reclamé en inglés: "Este es un documento oficial que avala mi residencia en la Unión Europea". "Sí", dijo el jefe, "pero lo que hace falta es el pasaporte". Ilustrado, insistí: "España e Italia forman parte del Tratado de Schengen sobre libertad de tránsito. Si estoy en Europa, este carnet es suficiente para transitar en cualquiera de estos países". El italiano me miró extrañado. Guardó silencio unos segundos. Miró la credencial en cuestión. Resolvió: "Sí. Pero vienes de Suiza y eso no es Europa".

COMO

Es como uno de esos sueños de la infancia en los que apareces dentro de las caricaturas de Heidi o Remi. Las estribaciones de los Alpes descienden hacia el río Po formando lagos estrechos y angulosos, con el efecto contrario al de las islas Eolias: sin en ellas me impresionaba cómo surgían montañas de la nada, del agua, abruptamente, aquí es al revés: entre las montañas de pronto aparece el agua, lagos de fondos cónicos, como si se tratara de un volcán que en lugar de emerger se hubiera enterrado, dejando al aire un cuenco vacío que las aguas llenaron.
Son varios lagos, pero el más hermoso, según mi tan mentada guía del Trotamundos, es el lago de Como: en dirección norte sur, mide unos sesenta kilómetros, por unos dos de ancho (sí, dos: es súper delgado). Aproximadamente a la mitad, se divide en dos piernas, dejando la población de Bellagio en la ingle, bajando a la izquierda a Lecco, y a la derecha a Como.
Las riberas están llenas de pueblecillos, tan próximos que en algunas partes no se distingue uno de otro, que aprovechan las empinadas pendientes de las montañas para mostrarse completos, con sus callejuelas subiendo y bajando, sus tejados ocres y rojos, y su arquitectura típica, siempre bien cuidada, siempre coherente, uniforme, con el buen tino de excluir toda disonancia modernista o peor.
Ya pude apreciar esta virtud desde que estaba en Como, pero una oportunidad que tomé para dar una vuelta (un paquete de boletos para diversos transportes) me lo dejó todavía más claro, como platicaré más adelante.
Antes hablaré de Mafalda y Libertad. Me llamó la atención que el "lungolago", lo que nosotros llamamos malecón, se llamara Mafalda di Savoia. Por supuesto, de inmediato pensé en Quino. Hasta que me acerqué a ver el letrero: bajo su nombre, decía: Buchenwald, 1944. Buchenwald fue un campo de concentración nazi. Y ella murió ahí.
A unos metros, encontré una escultura que hacía homenaje a los caídos en 11 de esos campos: también se mencionaba a Natzweiler-Struthuf, Ravensbrück, Sachsenhausen, Bergen-Belsen, Auschwitz, Dachau, Mauthausen, Theresienstadt, Risiera de Sansaba y Flossenbürg. Y había escritos de 18 víctimas. No sólo de judíos: los muertos fueron de todos lados, incluyendo alemanes. Los textos estaban traducidos, todos, a seis lenguas: italiano, inglés, francés, alemán, ruso, japonés y hebreo.
"Mi muerte testificará que un intenso amor por la vida no es incompatible con la aceptación de una muerte necesaria", escribió Marguerite Bervoets, belga, maestra de escuela y poeta, decapiada el 9 de agosto de 1944. Esta era una de las pocas inscripciones todavía legibles.
Bien, ahí está Mafalda. ¿Y Libertad? Podría tirarles un rollo ad hoc. Pero mejor regresamos a la historia, ¿no?
La primera parte de ese viaje la hice en barco, desde Como hasta Menaggio, una hermosa población en la ribera occidental del lago. Es otra muestra del buen gusto que tienen los condenados italianos. También tiene un lungolago, encantadoramente adornado con esculturas, fuentes y flores. En esta foto, aparece un trabajo de Francesco Somaini, realizado entre 1982 y 1990. Del lado derecho, al fondo, se ven los Alpes.
Como verán en la foto de Bellaggio, también desde el lungolago de Menaggio, muestra la "ingle" en donde se encuentra Bellaggio, separando las dos piernas. Las montañas del fondo ya están en la ribera oriental del lago.
Ahí tomé un autobús que me llevó hasta otro de los lagos de la zona, el de Lugano. Ahí es en donde Suiza tiene una colita que se mete en Italia, y constituye, precisamente, la parte italiana de Suiza, económicamente más rica. Pero sólo en eso, porque en cuestiones de gusto... Se mira en el lago Lugano: en la mitad italiana se sigue la línea de Como, aunque sin tanto éxito; en la mitad suiza, de plano no les importó: la bahía de la ciudad de Lugano muestra en un 20% el centro de esa ciudad, sin duda bellísimo, y en un 80% la "maravilla" de la modernización: hoteles y enormes edificios de
Río LjubljanicaRío LjubljanicaRío Ljubljanica

Foto de Romina: el río Ljubljanica, que en esta parte forma una isla que rodea al cerro del castillo.
los sesenta y setenta, aburridos, vulgares, comunes... No les importó, insisto.
El mapa muestra la región de Lombardía, con Milán, el lago de Como y Lugano (un poco arriba, un poco a la izquierda), aunque el lago de esta última ciudad no se nota porque cambiaron el color porque Suiza no es Italia.

ANTONELLO CARAGNANO

Lo conocí en el albergue de Como. El vive en Trani, un pueblo cerca de Bari, en el tacón de la bota italiana. Está terminando derecho y recorría universidades de la zona de Como para hacer un posgrado. Tiene 22 años, creo, es muy agradable e incluso tierno, le fascina la bicicleta y el cine. De hecho me invitó a ir en estos días (no pude, como ven) a su pueblo porque organiza un festival cinematográfico.
Un día, en Roma, conoció una chica de la suiza germánica, Nicole. Se enamoraron. Ella regresó a Lucerna, donde viven sus padres. Y Antonello lleva ya dos años viajando en tren, cada mes, desde Trani hasta Suiza: ¡toda Italia!
Un campeón mundial de ciclismo vive en Lucerna. El tío de Nicole se lo presentó a Antonello el día de su cumpleaños, por sorpresa. El hombre le regaló una camiseta y short que usó en alguna carrera. Y un día, a la madre de Antonello se le perdieron... de broma, por suerte.
La familia de Antonello tiene dinero, pero él es un tipo muy sencillo. Gasta menos que cualquier amigo en su condición. Unas semanas antes, se compró una lap top y una bici "modesta", dice él, de sólo 5 mil dólares. Su papá le preguntó cuánto le había quedado para hacer el viaje a Como en busca de escuela. Sólo mil dólares. Severo, el papá le dijo que tendría que arreglárselas con eso.

MILAN

Recorrí Milán velozmente: el castillo Sforzesco, de 1368, donde hallé un hombre cantando "La donna e mobile" como dios, a cambio de limosnas de los paseantes y con un evidente problema de síndrome de Down.
También me impresioné con el enorme Duomo: salí del metro por una calle lateral y casi se me vino encima. Es el templo católico más grande del mundo después de San Pedro, en el Vaticano, y de la catedral de Sevilla. Pero no me enamoré: fue construido en 1386, en un esfuerzo de los milaneses por competir con los florentinos en su propio terreno. Y se nota que el interés era vencer por lo grande y no por la sensibilidad artística: lo adornan 2,245 estatuas y en su interior, con un ambiente que enfría el alma en lugar de consolarla, calculé que cabría un edificio de ocho pisos bajo la cúpula principal.
A un lado del Duomo está la galleria Vittorio Emanuele, un centro comercial del siglo XIX. Adentro hay una plazoleta llamada del "ottagono", con mosaicos de los signos del Zodiaco. Ahí vi a esta mujer, aplicándole el tacón a un torito justo en... justo en... digo, ahí... Y de pronto gritó: "Dejate de boludeces, tomame la foto y dejemos las pavadas". No me lo decía a mí, por suerte, sino a su marido, otro pobre hombre acosado.
Cuando por fin dejó de torturar al animalito, pude observar que esa parte le había desaparecido... en el mosaico, hay un hoyo de unos cinco centímetros, que la gente ha ido haciendo por siglos siguiendo una tradición que dice que si le pisas los desos y das tres vueltas sobre ellos sin caerte, se te cumple un deseo. En fin.
Antes de marcharme, pasé por un mercado. Y no resistí la tentación de comparar los precios que anoté la vez pasada, de la provincial Catania, con los de la ciudad más burger boy de Italia. Normal: el pez espada sube de 25 a 40 mil liras, y las cigale canocce de 12 a 20 mil. Es más: me parece que no es tan grande la diferencia. Aunque en una pescadería cercana, el pez espada subía a 59 mil.

TRIESTE-IGOR

Me reuní con Romi en Mestre, la ciudad que sirve de antesala a Venecia. Tardó en llegar: los de Swiss Air habían perdido sus maletas. Y no fue la única vez: de regreso a Madrid, las volvieron a perder. Aunque en los dos casos llegaron en el siguiente vuelo.
En el tren conocimos otro personaje: un rasta rubio en sus veintipocos, asiduo de las casas okupadas y convencido por sus amigos catalanes de adquirir un odio abstracto, poco informado, hacia todo lo que se parezca a Madrid. Aunque ecologista, no le parece incongruente abrir la ventana del tren para arrojar basura.
Igor es croata y creció en Krk, una isla del golfo de Istria, en el Mar Adriático. Reivindica el ascendiente "latino" de los croatas del sur y le desagrada la rigidez austriaca de los croatas
Romi, yo y al fondo, la GiudeccaRomi, yo y al fondo, la GiudeccaRomi, yo y al fondo, la Giudecca

En Venecia. Y con la polémica camiseta del payaso.
del norte.
Tiene una característica singular: viaja gratis en tren: los revisores lo ven como un caso perdido, su aspecto es de que no tengo un peso que me puedan sacar, y lo más que han llegado a hacer, en Francia, es levantarle multas que no le van a poder cobrar. Así que, como pudimos ver, después de pasearse horas con el pasaporte de Igor sin saber qué hacer, los revisores terminan devolviéndoselo con instructivas recomendaciones de que no lo vuelva a hacer. Llegamos a Trieste como a las once de la noche, pero él todavía se lanzó a hacer autostop antes de la frontera.
El plan original era lanzarnos a Ljubljana (pronúnciese Liubliana), la capital de Slovenija (Eslovenia) directamente, pero el chistecito de las maletas nos obligó a pernoctar en Trieste, una ciudad con edificios bonitos en el centro (y un restaurante con pasta y vino bueno, bonito y barato), pero lo que más me llamó la atención fue la forma en que la ciudad se comunica con Italia a través de un estrecho corredor a lo largo de la costa, de unos 30 kilómetros de largo y a veces menos de 1 kilómetro de ancho. Si Eslovenia apenas
Biennale Internazionale D'ArteBiennale Internazionale D'ArteBiennale Internazionale D'Arte

Esta foto la saqué por lo del EZLN, pero no era la convocatoria a un mitin: el trabajo de este artista fue colgar alambres a lo largo de una bonita calle y llenarlos de carteles.
tiene una salida al mar de unos 20 kilómetros de largo, da la impresión de que Italia le arrebató más de la mitad.
Pese a ello, la comunicación con Eslovenia se reduce a un tren diario y unos pocos autobuses. Para Croacia ni siquiera hay tren. Triste sólo mira hacia Italia, uno se lo imagina con ojos desesperados, como queriendo escapar del caos que la rodea casi por completo, Croacia y Eslovenia, las guerras más sangrientas, el desorden tras el muro desaparecido. Y nosotros ahí, esperando el momento de saltar al vacío... de dejar Trieste, la última frontera, la lengua despectiva que le saca Europa Occidental a oriente, la lengua que se quiere esconder antes de que alguien la muerda.
Pero ahí vamos.

SLOVENIJA

Bah. Qué manera de hacerla de emoción. Mucho ruido y pocas nueces. Es la paranoia de los occidentales y uno se hace eco de ellas. Bueno, no tanto.
En realidad no me creía la historia de que todo está destruido en Eslovenia: sus líderes no fueron nada bobos, fueron los primeros en tratar de separarse y los serbios se les echaron encima de inmediato. Hubo una guerra de diez días, mucho menos cruenta que las otras. Los eslovenos doblaron las manitas y se dedicaron a esperar. Al poco tiempo, Croacia anunciaba su escisión, se hizo la guerra ahí, Eslovenia quedó físicamente separada de Yugoslavia y ya no hubo forma de impedir que se independizaran.
Sin embargo, sí me sorprendió el excelente nivel de vida que tiene ese paisito de apenas dos millones de habitantes: parece como una provincia austriaca. Y de hecho, sus habitantes tienen aspecto y modales germanos, como sus vecinos del norte. Eslovenia es la única ex-república yugoslava que va a entrar a la Unión Europea, y es la cabeza de los países del Este, en general.
Son como parientes pobres de los alemanes. Pero eso, para un país diminuto, recién independizado, parte de la ex-Yugoslavia, ex-comunista, es una bendición: viven de una manera que los croatas y húngaros ni sueñan, menos los bosnios y serbios, macedonios y kosovares.
Fuera de eso, Eslovenia es precioso, verde hasta donde se pierde la noción de lo verde, verde oscuro intenso, alpino, con pequeños pueblecitos repartidos aquí y allá entre las montañas.
Su capital, Ljubljana, es una Praga chiquita, con callecitas medievales y un castillo dominando la vista desde un cerro (aunque una diferencia fundamental con Praga es que no hay hordas de turistas infestándolo todo; desacostumbrada a personas como yo, la gente me miraba mucho: y cómo no, tremendo morenazo, latin lover sin igual, millonario y heredero al trono azteca). Tomé una foto (ver)en la plaza central de la ciudad, la Presernov trg ("trg" significa plaza y debe pronunciarse más o menos como "trg"): se ve, un poco a la izquierda, la estatua del poeta nacional, el tal Presernov, de un color verde deslavado; atrás se ve el monte y arriba el castillo; y a la izquierda aparecen la cúpula y las torres verdes de la Stolna cerkev sv. Nikolaja (catedral de San Nicolás).
La foto de abajo es factura de Romi: el río Ljubljanica, que en esta parte forma una isla que rodea al cerro del castillo.

ANJA STEFANIC

Pese a su apariencia germana, los eslovenos tienen algunas costumbres tranquilizantes, como cruzar las calles por donde se les antoja, no por donde está marcado. Como debe ser. Pero siguen siendo bastante secos con los extraños. En la Presernov trg, pudimos observar un poco del comportamiento de los que son amigos: no se tocan.
Observamos a dos parejas que se encontraron a un chavo sentado junto a nosotros, en la parte baja de la estatua: hicieron ruido, festejaron la casualidad (que no debe ser tan extraña en una ciudad chiquita como ésa), se quedaron un rato e intercambiaban lo que a mí me parecieron risas forzadas. Como si fuera un gesto de buena educación, había que reírse de todo lo que se dijera. Por supuesto que no entendía si los chistes eran buenos. Pero, si la risa eslovena no suena a falsa ante oídos latinoamericanos, entonces es forzada. Al final, se fueron como llegaron: el amigo jamás se levantó para tocarlos ni ellos se aproximaron a él. Nunca estuvieron a menos de tres metros.
Así lo vimos con otras personas. Cuando hablamos con Anja Stefanic, de inmediato caímos en la cuenta de que era una eslovena distinta: afable, platicadora, espontánea, cortés. Trabaja en el hotel donde nos hospedamos, el Bit Center, lo más barato de la ciudad. Nos orientó y un día nos llevó con su novio a comer en un comedor estudiantil. Nos presentó a sus amigos (amables, pero no nos tocaron, por supuesto), despidió a su novio (él estaba en exámenes) y nos llevó a un periplo por Tivoli Park (como Chapultepec) que concluyó, en la noche, en un restaurante... ¡mexicano! (Hay dos en la ciudad, y en otros tienen apartados de lo que llaman "Mexiko Hrna", o sea, su interpretación de la comida mexicana.)
(He de decir que Anja se convirtió, en un instante, en la bebedora de margaritas más veloz del oeste de Ljubljana.)
Anja nació en un pueblo de Bela Krajina, una provincia pegada a Croacia, desde donde alguna vez vio a lo lejos feroces bombardeos. Tiene 19 años, estudia filosofía en la Universidad local y pretende marcharse un día: se siente oprimida por el ambiente provincial de su país, quiere conocer urbes de movimiento intenso y gente mucho más abierta que la suya. Reconoce la hosquedad eslovena, pero la hace resbalar con su simpatía.
Una ocasión, la chica expresó su molestia con tanta gente en el mundo que no tiene ni idea de dónde está Eslovenia, o que confunde Eslovenia con Eslovaquia. Yo le aseguré que mis amigos son todos muy cultos, conocedores de los conflictos políticos de la actualidad y de la geografía europea, ya que no estamos hablando de un reino perdido en las montañas del Níger, y que sin duda no les cuesta ningún esfuerzo ubicar Eslovenia e identificar la diferencia entre Chequia y Yugoslavia, Praga y Belgrado, Ljubljana y Bratislava... No me equivoco, ¿verdad?

VENECCHIA

Eh, sí saben dónde está Eslovenia, ¿no? A ver, abrimos un paréntesis para los escasos que no saben, por ahí puse un mapa:
En la punta de abajo a la izquierda, está el Mar Adriático, con los tres puertos turísticos eslovenos. Si se fijan, Eslovenia sólo tiene una colita de mar, debido a la estrecha faja de Trieste que le quitó todo el resto. Así también se comprende lo que sienten los triestinos, que son como la lengua de Occidente en el Este, y que ya mero los muerden. Ljubljana está al centro, y alrededor Croacia, Hungría y la antigua conquistadora, Austria.
Bueno, bueno, cerramos el paréntesis y ahora sí:

VENECCHIA

Para los que no están muy enterados, Venecia es una isla. La fundaron antiguos patricios que, con la caída de Roma y las sucesivas invasiones bárbaras, llegaron como refugiados a esconderse. Aunque son incontables los canalitos que la recorren, hay uno principal, el Gran Canal, de 70 metros de ancho, que la divide por la mitad. De cada lado, hay tres barrios: San Polo, Santa Croce y Dorsoduro, del lado derecho si uno mira desde la Stazione Santa Lucia (de ferrocarril), y Canareggio, San Marco y Castello del lado izquierdo. De cualquier forma, la forma de organización municipal adquirió unos nombres que pasaron al futbol veneciano, y de ahí al de México, a las porras, los grupos porriles y, finalmente, al CGH de la UNAM: los funcionarios del lado izquierdo se llamaban "citra", y los del lado derecho "ultra". Hoy, cuando hay partidos, los graffittis en las paredes anteceden a los hooligans que se pasean al grito de "uuuultras, uuuultras"... sólo les falta un "gooooya".
La isla está en una laguna, protegida del Mar Adriático (la parte del Mediterráneo que, como un golfo, se encuentra encerrada entre la bota italiana y la costa de Eslovenia, Croacia y Albania) por una barra de tierra que hoy es muy lujosa y se llama el Lido. En la laguna hay varias islas muy turísticas, que se consideran parte del recorrido que hay que hacer cuando se va a Venecia: exactamente frente a Dorsoduro y San Marco, están las islas de Giudecca y San Giorgio, a medio camino rumbo al Lido. Al norte de Venecia, frente al Castello, están la isla-cementerio de San Michelle, Murano, Burano y otras. En tierra firme, en el borde de la laguna y haciéndola, como ya había dicho, de antesala de Venecia, está la ciudad industrial de Mestre (por si algún día van en tren: hay una estación Venezia-Mestre y otra, a la que deben llegar, que es Venezia-Santa Lucia; además, el aeropuerto está en Mestre).
Estuvimos cinco días y no me dio tiempo de ir a las otras islas; pero los seis barrios de Venecia me los pateé completitos, casi cada calle y callejón. Nunca en mi vida había recorrido una ciudad tan a fondo, desde la piazza di San Marco hasta los barrios obreros del Castello, detrás de la muralla de los Arsenale, y del Dorsoduro, por el puerto industrial. Sin embargo, la falta de tiempo y, principal y por encima de todo, dinero me impidió entrar a todas las iglesias y museos. Es increíble la cantidad de monumentos que tiene la ciudad, casi se puede medir por metro cuadrado. Y los venecianos saben cobrar por ello. Así es que entré donde no había que pagar y lo demás lo admiré por fuera.
Como se espera oír, hay cosas bellísimas. Pero eso se sabe, abundan las fotografías y las guías turísticas se extienden en una ciudad que da para llenar páginas sin esfuerzos. Cuando uno llega, tiene la impresión de que ya conoce una parte de lo que ve: como el Deja vu: parece que ya estuviste ahí, que ya lo viviste. El problema es que me pasó como cuando vi la Torre Eiffel: está tan, pero tan contada su maravilla, que en lugar de impresionarnos, al llegar te parece que algo está faltando, esperabas más, ¿a poco esto es todo?
Ya me corregirán si me equivoco, pero creo que en México no hay ciudades europeas más celebradas que París y Venecia (de hecho, en Venecia oí hablar más mexicanos que en Madrid).
El caso es que es una diva envejecida a la que se le cae el maquillaje como cáscaras. Si quieren leer sobre las bellezas de la ciudad, en Internet abundan las guías. Yo les voy a platicar de Venecchia: así se me ocurrió llamarla, combinando el nombre de la ciudad con la palabra italiana vecchia, que significa vieja.
Sorprende y entristece verla tan golpeada. Y da mucho coraje al considerar la enorme riqueza que se mueve en esta ciudad, los millones que dejan los turistas cada semana. Pero en el encanto de Venecchia, sus canales y el agua, está su tragedia, su condena: la humedad la está haciendo pedazos. Y parece que cada año es peor.

Observen la foto, tomada en un sitio entre los barrios de San Marco y Castello: aunque esté dedicada al turismo, en esta ciudad vive gente con las necesidades comunes, como colgar la ropa, a pesar de que no sea lo que el turista desea encontrarse. Si observan un poco más, se darán cuenta de que los edificios están pintados del primer piso para arriba (bueno, éstos un poco más abajo, pero lo común es que empiecen en el primer piso): cerca del agua dejan los ladrillos pelones. Y no sólo en las fachadas que dan a los canales, también las que no tienen agua enfrente: sube por debajo.
Si se fijan en la pared de la derecha, difícil de apreciar por el ángulo de la foto, se darán cuenta que esa casa no está pintada ni abajo ni arriba. Como las de la otra foto:
Hay una casa blanca a la derecha y otra roja a la izquierda. Todos los demás edificios de este "rio" (así llaman a todos los canales en Venecchia, excepto al Grande) están descuidados, como el que está a la izquierda en primer plano. O como los dos palacios (son palacios, aunque se vean lastimados) que están después de la casa blanca. Esto es lo normal: me atrevo a decir que los dueños del ochenta por ciento de las construcciones han renunciado a combatir la humedad.
Una valenciana, la dueña del hotel donde nos hospedamos, nos explicó que es inútil: se renueva la fachada a un costo alto, y dos años después ya está igual. No tiene sentido luchar contra la humedad. Los grandes monumentos, dicen aquí, se quedan años cubiertos por andamios mientras los restauran, y en ese tiempo la humedad ya los ha vuelto a afectar.
Uno se imaginaría que de los impuestos que cobra el municipio en tan rica ciudad saldría para ayudar a los particulares en la restauración de sus casas, al fin que fachadas bonitas ayudan a la imagen general y redundan en más turistas, más dinero y más impuestos. Pues nada, según dicen, aquí hay rescates para los banqueros, industriales y políticos, pero no para la gente (¿suena conocido?)
Con los monumentos es peor: por muchos que tienen se vuelven demasiados. El Estado no puede con todos. Se forman patronatos británicos, franceses, gringos, que "adoptan" una iglesia o un palacio, pero son largamente insuficientes. Por el Canal Grande se ven, uno tras otro, edificios deteriorados, muchos en franco declive. (Es un problema general en Italia: su gente es tan intensamente creativa que, decía Antonello, no hay museos para exhibir todos los cuadros, ni dinero para mantener los museos que ya hay; y lo peor es que siguen produciendo.)
(Paréntesis: también dice Antonello que le saca de onda pagar por entrar a museos en Madrid, París o Londres para ver cuadros de artistas italianos, que para eso mejor se mete a un museo en Roma... el comentario es sangrón, pero no es erróneo y redondea la idea de la creatividad italiana.)
El envejecimiento de la ciudad no es sólo material: su gente lo está haciendo también. En los barrios obreros se ve a gente mayor, casi exclusivamente. Al platicar con amigos, nos explican que los jóvenes están hartos de Venecchia, de los siempre demasiados turistas, de las dificultades de comunicación (tener un bote es un lío porque estacionarse o maniobrar aquí es más difícil que en Manhattan, así que todo el mundo tiene que caminar por laberintos de puentes y callejuelas que desaparecen de súbito, y en todo caso atestados de gente, desesperante), de la carestía de la vida, de la humedad invencible, etc. etc.
Se están marchando. Y los jóvenes que llegan son estudiantes o vienen a conocer la vida veneciana por un rato, de manera que no es una inmigración permanente. Los mayores, por su parte, están en problemas: con sus dolencias, transitar por el montón de puentes (es una urbe que exige agilidad) es pesadísimo; además, viven de exiguas pensiones y los escasos supermercados, además de quedarles lejos, son muy caros porque todos los productos se traen del continente.
De tal suerte que la decadencia de Venecchia, que viene desde hace 200 años (engañando a su gente, Napoléon la ocupó en 1797; nunca antes había ocurrido eso, la Serenissima Republica Veneziana había permanecido libre siempre; después pasó a manos de los austriacos, a quienes se la arrebataron los piamonteses con la reunificación de Italia; pero la ciudad jamás recuperó su poder), sigue avanti y no se le ve remedio.
¡Mi madre! Caramba, ¡qué va a decir mi madre, enamorada de Venecia! Pues algo bueno tengo que escribir ahora. Será breve, diré sólo que lo que más me gustó fue la vista desde el Ponto della Accademia, que une al Dorsoduro con San Marco sobre el Gran Canal. Vean la foto.
Las cúpulas pertenecen a la enorme iglesia de La Salud, y luego está la punta del Dorsoduro, la Aduana. En este canal de pronto se ven más lanchas que coches en el Periférico. En este momento no hay muchas, las cuatro que se ven en marcha son taxis, pero también pasa el vaporetto, que es como el autobús, algunas góndolas (hoy, los gondolieri no cantan, uno tiene que contratar aparte al solista o dueto) y muchos botes particulares.
Sí, mamá, sí, estuvimos en la plaza de San Marco con las palomas, pero por supuesto no nos bebimos unos vinos en la terrazas de ahí, ¿qué no ves que es carísimo?
También hay unos paseos lindísimos al borde de la laguna, el más famoso es el que va de San Marco a los Giardini della Biennale, en donde pedimos que nos tomaran una foto para que mi jefa se ponga contenta. Én ella traigo la camisa del payaso con la que me metí en problemas. Atrás se ve la isla de Giudecca. Y un farolito. Ya que hablamos de los Giardini della Biennale, viene al caso comentar que la ocasión de ir a Venecia se presentó porque la agencia de noticias en la que trabaja Romina la envió a cubrir la semana de prensa de la famosa Biennale Internazionale d'Arte de Venezia, donde la vanguardia de la vanguardia presenta al mundo sus obras de vanguardia... y me quedó claro que no entiendo qué onda con la vanguardia.
La moda es la video-instalación. Por supuesto que hubo cosas fenomenales, pero también muchas, pero muchas, que de plano no se distingue de un objeto común. Y excentricidades que están muy bien para hacerlas en casa, pero me cuesta trabajo comprender, bueno, más bien no comprendo, por qué pueden resultar un trabajo que los gobiernos de los países deban pagar, con viaje y todo.
Por ejemplo, el director de la Biennale estaba acompañado en todo momento, en la inauguración y las conferencias de prensa, por una guapa, creo que serbia, que no hacía nada de nada. Sólo estar frente a los flashazos. Uno se imaginaría que era la chava del tipo, o algo así, pero cuando alguien preguntó, resultó que su trabajo artístico era eso: estar ahí, sentir lo que es ser el centro de la atención. ¿Cómo la dejan hacer eso? Bueno, pues la artista se hizo famosa en su país por otro de sus elaborados proyectos: desnudarse en los elevadores. En sitios comunes y corrientes, con gente normal que llega a su edificio y sube a su trabajo.
Pueden ver también una foto que saqué por lo del EZLN, pero no era la convocatoria a un mitin: el trabajo de este artista fue colgar alambres a lo largo de una bonita calle y llenarlos de carteles.
Por ahí, perdiéndome entre las calles, de pronto caí en una inauguración. Eso no resultó ser tan raro, ya que la Biennale tiene una sede principal, en los Giardini, pero las obras también se distribuyen en montonales de palacios, iglesias y museos de la ciudad, pero montones (así que imagínense que yo tenía que recorrer calles y calles eligiendo en cuáles de los incontables tesoros venecianos detenerme, y además me encontraba con decenas de exposiciones de la Biennale).
La inauguración en la que de pronto me hallé (daban canapés y jugo de naranja con champaña, y yo traía la gorra bien puesta) era de un estonio que había hecho seis cunas de cristal, dentro de las cuales, con hilos invisibles, se hallaban suspendidos en el aire trajecitos de bebé inflados, como si el bebé fuera invisible. Cada una de las cunas se mecía una y otra vez, y tenía adosado un altavoz... con un maldito llanto de niño a todo volumen. Eran seis escándalos imparables. Chille y chille. A pesar de mi tremenda gorra, dejé el canapé a la mitad, apuré mi champancito y hasta la vista, babies.
Había otras obras muy, muy buenas, sobretodo me impresionaron las del pabellón de Taiwan, cuyas descripciones me voy a ahorrar porque de plano ésas se ven. Había también pabellones de Argentina, tres de Brasil, otro de Venezuela... ¿Y México? Ah, es que México nunca ha tenido pabellón. ¿Dónde se le encuentra? Pues en el pabellón latinoamericano, se supone. Tiene tres artistas en la muestra general, pero llegaron por sus propios pies, nada tuvo que ver el gobierno. Y además, de los tres, dos son extranjeros que viven en el DF.
Pues se iba a inaugurar el pabellón latinoamericano. Romi lo tenía que cubrir y yo la acompañé. Pero no era en Venecia: por primera ocasión en la historia de la Biennale, un pabellón se instalaba fuera de la ciudad. El pueblo de Treviso, a media hora, solicitó por años que les dieran unas migajitas para promocionarse. Medio hartos, los de la Biennale le dijeron ai'stá pues, ya tienes a los latinoamericanos, llévatelos.
El alcalde de Treviso se llama Giancarlo Gentilini. Pertenece a la Liga Norte, el partido racista que pide que el norte de Italia, la parte más rica del país, se separe para formar la República de Padania. Dos semanas antes de la inauguración del pabellón éste, el equipo de futbol de Treviso jugaba un partido para ver si bajaba o no de la segunda a la tercera división. Iban perdiendo. Casi al final de la segunda mitad, el entrenador decidió meter a su última esperanza, un jugador africano, negro para más señas, de 16 años. Cuando entró a la cancha, la rechifla sonó en el estadio. La porra del Treviso se levantó, se puso de espaldas y lentamente empezó a marcharse: negros no. Con ese apoyo, el jugador fue incapaz de rescatar a su equipo de la derrota y el descenso.
La semana siguiente, los compañeros del chavo salieron a la cancha con el rostro pintado de negro. El iba entre ellos, a jugar desde el inicio. Era su forma de protestar por el racismo de la porra. En Treviso nunca pasa nada y de pronto se volvió tema del que hablaron los periódicos no sólo italianos, sino europeos. Yo lo leí en España. Eso y las declaraciones del alcalde, el muy amable signore Gentilini: "Eso no es una forma de protesta, lo que yo veo es que los jugadores asumieron su derrota, porque el negro es el color de la vergüenza, el color del descenso".
Pobre Gentilini: la Biennale por fin le hace caso, pero no le manda a los alemanes, a los holandeses, ni siquiera a los croatas: le manda a los pinches latinoamericanos. Varios negros, entre ellos. Incluso el curador (el organizador general del pabellón) era un negrotote enorme.
Muy atento, Gentilini le puso al curador una "subcuradora" que, además, era la directora de la Villa Letizia, la hermosa residencia que fue la sede de la muestra. Un ama de casa a la que de pronto Gentilini, un ultraderechista que no tiene mucha gente que se encargue de la cultura, le dijo: "¿Y por qué no me ayudas con esto?" Ella, emocionada, le entró con ganas. Demasiadas: se dedicó a opinar sobre la obra de los artistas. Ellos, amigos míos, ellos mismos nos lo contaron. Se los juro por esta boca mía de mí. Cuando colocaban una pieza aquí, ella "sugería" que estaba mejor allá. Confiada en su capacidad innata de decoradora, también señalaba cuando algo, eh, mejor no deberían ponerlo, esteee, mejor lo guardamos aquí y dejamos lo otro como está. Se iban los artistas una tarde y a la mañana siguiente, sus obras habían cambiado de lugar, de posición, o les faltaba algo.
Fuera de la intrínseca cortesía de Gentilini, los artistas latinoamericanos nos chismearon que sus gobiernos no les habían puesto ni pa los chicles. Ellos mismos se costearon los gastos, de los cuales lo más denso no fue el boleto, sino el traslado de las obras. Además de la estancia (lo bueno es que Treviso es más barato que Venecia). Entre muchas más cosas que les pasaron, pero ya le paramos a las quejas.
Ah, no... ¿Y México? ¿No vino México? No quiso pagarle a la Biennale, nos confió un boliviano. No les gustó cómo se organizaron las cosas, nos dijo un panameño. Romi le preguntó al curador, cuya respuesta oficial fue: "Como hubo cambio de gobierno, no había embajador y nadie se pudo encargar". Ahí también nos enteramos que, en el ámbito latinoamericano, en general -no todos los casos-, los que menos opinan sobre quién va o no va a representar al país en la Biennale son los organismos culturales. Quienes suelen encargarse de esto son los embajadores. Señores mayores que no acostumbran estar muy al día en las tendencias artísticas. Por eso, en el pabellón latinoamericano predominaban obras muy bonitas, bien hechas e inspiradas, pero con un olor a fuera de la onda tremendo. Como siempre, todo inspirado en las culturas indígenas, en colores, palabras, texturas indígenas... tanto así, que otro boliviano hizo una obra colgando mantas de su país, cada una más alta que la anterior, sobre palos de madera, y uno se queda pensando, qué bien trabajan los indígenas bolivianos, pero, ¿y el artista?
No me peleo con lo indígena, no me linchen todavía, pero eso se hacía 40 años atrás y no se ven innovaciones, mientras el resto de la Biennale, con todo y sus cosas incomprensibles, va adelante, muy adelante... tal vez por eso nos mandaron a Treviso. (¿Nos, kimosaby? Si México ni fue.)
Dijimos que alto a las quejas. El caso es que llegamos a la ianuguación... i-nau-gu-ra-ción, en un autobús especial para prensa (les habían dicho que habría autobuses gratuitos todos los días, para todo el público, pero ése era el único día en que los habría) en la Villa Letizia... El sitio está tan lejos, que le regalamos un pase a nuestra amiga Federica, que es de Treviso, pero al ver dónde era dijo ¿hasta alláaa?, mejor ai se ven.
En el patio de la Villa instalaron un montón de sillas, de los cuales levantaron a reporteros y artistas: estaban reservadas para embajadores, achichincles de embajadores, políticos de Treviso, achichincles de los políticos de Treviso. La prensa, al fondo. Los "protagonistas" del evento, los creadores, al fondo. Llegó el alcalde Gentilini, chaparro y panzón, semicano, con una sonrisa de oreja a oreja, un traje negro cruzado, cuyos botones amenazaban con saltar como balas, y una enorrrrme banda tricolor por encima del saco, del hombro izquierdo a la lonja derecha, como si fuera miss Treviso Dragqueen. No, no, no maaanches...
Era su espectáculo. Y así lo hizo notar el maestro de ceremonias, un tipo que hablaba y hablaba elogiando a Treviso, a la inteligencia de su alcalde (al que llamaba "primo citaddino" de Treviso) casta política, y a la Serenissima Venezia que nos dio la Biennale, y a la que Treviso siempre le ha sido fiel, por encima de todas las cosas. Además de hablar largo, pero largo, le dio la palabra no sólo al generoso signore Gentilini, sino a un total de seis extendidos oradores: el alcalde, el sub-alcalde, el sub-sub-alcalde, el gato del sub-sub-alcalde, etcétera... incluyendo a la buena señora sub-curadora (quién sabe por qué, su "jefe", el curador negro, no habló). Por supuesto que ninguno de ellos era uno de los artistas.
Me pareció que Italia se parece mucho a Latinoamérica... pero en los años sesenta. La escena que estábamos viendo era de realismo mágico, me daba la impresión de habérsela leído a García Márquez, a Ibargüengoitia, no sé a quién (el Gabo, un mexicano de Madrid, sugiere la película "Edipo alcalde"), pero no sabía si caerme de la indignación o de la risa (ante la duda, no me caí, pero casi).
En sus discursos, poco decían de la muestra latinoamericana, se la pasaban hablando de Treviso, de la proyección de Treviso al mundo, de lo generosa que es Venecia, de la magnífica labor del primo citaddino Gentilini... Y el propio alcalde no podía dejar que los otros le ganaran en elogios para sí mismo: "Yo no me fijo en las cosas banales, yo voy en medio... No soy un artista, pero tengo todo el carisma de darle a la ciudad lo que merece", y para rematar, una frase para el futuro: "El amor es la base de la cultura".
¡Aplausos! ¡De pie, casi llorando! Cuando, después de su larguísimo rollo, el alcalde volvió a su asiento, los politicuchos y los embajadores lo felicitaban por su elocuencia.
Como las menciones a Latinoamérica y sus artistas era meramente accesorias (podían haberlas cambiado por Paquistán o Brunei, sin alterar el sentido de sus discursos), no estaba prevista la participación de los creadores. Pero ellos querían agradecer las atenciones. Así lo anunció el maestro de ceremonias, un poco desconcertado por el cambio de programa. Gentilini volteó a ver a los artistas, que caminaron desde el fondo, donde estábamos todos, hasta el micrófono, por el pasillo central, en filita y sujetando globitos...
En serio que me quería morir de vergüenza.
Gentilini sonreía.
Se pararon frente a todos, ya no tan jóvenes, mujeres bien hechas y hombretones altos, con sus globitos blancos con letras rojas que decían "existimos", y negros con letras blancas que decían "no". Uno tomó el micrófono, agradeció a todos y dijo que leerían un manifiesto. Pasó una chava y leyó, en perfecto italiano, una protesta en donde empezaban diciendo que sus gobiernos no les habían dado apoyo, que en la Biennale los discriminaban, que habían tenido toda clase de obstáculos, que habían carecido de una curaduría profesional (debieron haber dicho sub-curaduría) y, para cerrar, que Treviso estaba bonito pero ellos nada tenían que hacer ahí, que les habían hecho una grosería, y que si las cosas iban a seguir así, lo mejor sería que en la próxima Biennale no hubiera pabellón latinoamericano. Soltaron los globos: "No existimos". El sur no existe.
El alcalde suspiró. Se ajustó la banda tricolor. Miró al cielo, a los artistas y luego a la prensa. Sonreía, muy gentil.

ANDREA, LE DUE FEDERICHE E FABIO

Para no romper el final, no les dije que todavía después de eso, el maestro de ceremonias pidió a los artistas que se fueran a parar junto a sus obras (distribuidas en la residencia y en todo el enorme jardín de la Villa Letizia), que el alcalde Gentilini tendría la cortesía de pasar con su séquito a cada una de ellas, para que le explicaran qué habían hecho.
En fin. Pues una noche, en Madrid, mientras JuanFe y su primo tocaban en un bar, conocimos a unos italianos muy simpáticos, con quienes después fuimos a casa de Romi. La cortesía de invitarlos esa ocasión nos ganó amigos grandes. Ellos son de Mestre y de los alrededores, y cuando fuimos a Venezia los vimos de nuevo. Fabio y su chica nos invitaron una noche a cenar, en un restaurante mexicano (romántico, en una mesa junto a uno de los canales de Venecia), que se llama "La Salamandra", donde dan enchiladas que parecen lasagna. Nos hubiera gustado ir a caminar con ellos, pero a la madrugada siguiente yo tenía que tomar el tren para Milán.
A Federica la vimos poquito, un día por la mañana en que me llevaron a beber un licor que se llama... se llama... ¡Aijole! Luego me acuerdo. Además estaban la otra Federica y Andrea (Andrea es nombre masculino en Italia), convertidos los dos en súper anfitriones de luxe. Nos pasearon por Mestre, yo me eché una caminata larguísima por el Dorsoduro con Andrea, y luego nos condujeron a una tocada clandestina de reggae en Venecia.
Junto a ellos, Romi y yo nos veíamos chiquitos, chiquitos: Federica es de mi estatura y Andrea me saca unos diez centímetros. Ella vive en Treviso, es muy simpática, guapa y tiene un gran sentido del humor. El vive en Mestre y es todo finura y cortesías, un caballero de chapa. Su defecto es que en su grupo todos hablan castellano y él es el único que no, lo que lo hace víctima de numerosas bromas.
Es un tipo bien intencionado, aunque un día comentó sobre no sé quiénes que le desagradan mucho: "Les dispararía a todos". A mi me sonó muy facho. Le dije de cotorreo: "Andrea, se me hace que tú votas por Fiamma Tricolore" (un partido fascista). Casi lo ofendo, pero lo tomó bien y nos reímos. Otra vez dijo que admiraba el orden germánico. Le repetí el chiste: "En serio que sí votas por Fiamma Tricolore, o no, peor tantito, tú votas a Aleanza Nazionale". Aleanza es otro partido facho, en el que milita Alessandra Mussolini, nieta del Duce, y Gianfranco Fini, uno de los aliados del primer ministro derechista Berlusconi. Sin Aleanza, Berlusconi no hubiera ganado las elecciones del 13 de mayo pasado.
Unas horas después, el propio Andrea dijo que había votado por Aleanza. Federica capta los chistes de inmediato y soltó una carcajada. Yo abrí los ojos. Federica se calló y dijo: "Es una broma, claro". No. No lo era. Federica no lo podía creer. Yo tampoco. Andrea quería explicar su postura, pero cada vez se enredaba más: "Es que no iba a votar por Berlusconi". Decía que Aleanza no era de derecha y que la Mussolini no era nadie en el partido. Ups. Sentí que el tema se nos iba a desbordar cuando nos la estábamos pasando tan bien. Federica insistía y Andrea también, pero ya estábamos en un callejón y no convenía seguir. Por fin se me ocurrió un chiste y cambió el tema.
Hasta el momento me pregunto cómo es que una persona tan cortés y amable con unos desconocidos como nosotros, latinoamericanitos paseadores, puede confiar en gente como los fachos de Aleanza. Y me mueve a la reflexión: ¿cuántas veces he descalificado, a priori, a una persona por cuestiones políticas? Pienso que se equivoca. Pero es un tipo magnífico y una amistad que, como las de Federica, Anja y Antonello, no pienso perder. Cada uno de ellos tiene convicciones y actitudes diferentes, pero todos me mostraron la parte íntima de los países que visité, y en esa parte íntima me entusiasmó reencontrarme con lo humano en sus distintas formas.
Ellos son los protagonistas de éste, el viaje más completo y profundo que he hecho en esta etapa de mi vida. En la gente está el sabor. Y cuando ellos me visiten, en Madrid y, también y mejor todavía, en mi México hermoso, trataré de brindarles el calor humano que me dieron, la visión íntima de mis lugares, para que los conozcan bien.

CIAO

Ciao, Ljubljana, ciao, Pollara, ciao... En italiano, ciao es lo mismo hola que adiós, saludo y despedida. Cuando llego a una ciudad y me siento emocionado, digo ciao, Menaggio; cuando me voy, digo lo mismo, a pesar de que el sentimiento sea muy diferente, encerrando una anticipada nostalgia, un oscuro dolor.
Porque al avanzar, sumando kilómetros, es más difícil que los vuelva a recorrer. Dejarme tocar por más ciudades y lugares es alimentar ese dolor, porque es tanto lo que me falta por ver, y al mismo tiempo se acumula lo que quiero volver a sentir, aquello a lo que quiero... a lo que quiero... volver.
Y volver es una palabra engañosa, porque no se vuelve, todo cambia, y el conjunto de uno y lo demás, el conjunto que se convierte en todo, un nosotros, no vuelve más.
Volver no existe. Y cada vez tengo más sitios a los que quiero volver, al tiempo que se incrementan aquéllos a los que debo ir.
Se me forma el sentimiento de pérdida cuando me yergo frente a la stazione y dudo en voltear a despedirme de la ciudad, a decir ciao, Agrigento, ciao, Como, Venezia, Taormina. Pero lo hago. Volteo y lamento constatar que no volveré, aunque sea otro, aunque desee profundamente volver, no volveré en ningún sentido.
Porque viajar es encantar tu corazón con una sucesión alegre de ciaos de saludo, de bienvenida, de esperanzado principio; y es, al mismo tiempo, atormentarlo añadiendo nuevos eslabones a la triste cadena de ciaos de adiós, de despedida, de inevitable, angustioso...

...FINALE

HISTORIA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN EL SERVIÇÂO DO INFORMAÇÂO DO UM TAL TEMORIÇÂO

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20th December 2005

jajaja me diverti muchisimo leer tus aventuras. Sobre todo los comentarios sobre nosotros. No es la primera vez que un madrileno me dice algo como: No se tocan, me miran mucho...
24th December 2005

Gracias!
Bueno, no fue mucho lo que escribi sobre Eslovenia ni dije lo mucho que me gusto tu pais, pero aprovecho ahora. Y bueno, son diferencias de caracter, los eslovenos podran hacer muchos comentarios muy simpaticos sobre los latinos. Que buen espanhol hablas! Por cierto, ese viaje fue en 2001, ya no vivo en Madrid, sino en la ciudad de Mexico, mi ciudad... bueno, no, porque estoy dandole la vuelta al mundo (por eso no tengo acentos ni enhes), asi que no tengo casa! Saludos!

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