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El Danubio.
Buda, en la ribera occidental del Danubio (a la izquierda), Pest, en la oriental, y Öbuda, al norte de Buda. EL DANUBIO... ¿AZUL?
El inicio de la primera etapa del viaje me hizo sentirme como Yogurtu 'Ngué, el famoso personaje africano de Les Luthiers que tuvo que huir precipitadamente de la aldea por culpa de la escasez de rinocerontes. En carta a su querido tío Oblongo 'Ngué, narra que al llegar a Estados Unidos "mis primeras impresiones, fueron... digitales. Me las tomaron con tinta blanca".
Y más adelante, sobre el racismo: "He constatado que no todos los negros son maltratados en este país. Algunos negros... son maltratados en otro país".
El pasado viaje entre Italia del Norte-Suiza-Eslovenia me proveyó de una rica fuente de conocimiento experimental a través de la eficaz técnica del ensayo-error, ensayo-error (repetido), ensayo-error (¡qué insistencia!) en materia de cruce de fronteras, gracias a la cual dispuse las medidas precautorias adecuadas para ingresar en Hungría exitosamente y sin contratiempos: vestirme de pantalón largo y camiseta discreta. Resignado, puse fin a mi atractiva vestimenta de shorts chiapanecos de azul encendido y camiseta de fosforescentes motivos étnicos.
Bueno, pues no fue suficiente: joven latinoamericano de cabello largo viajando solo. La descripción más viva del delincuente internacional.
El 8 de julio, en la aduana del aeropuerto
de Ferihegy, el de Budapest, tuve el primero de tres desagradables encuentros con la policía húngara en sólo 24 horas. Quise pasar muy fresquecito, como los demás turistas. Pero me echaron el ojo de inmediato y véngase pa'cá, mi joven. Una rubia ojiazul con cara de amargada me revisó pasaporte, boleto de avión, maleta y bolsillos con torpe minuciosidad. Obviamente no encontró nada. Pero la tarada no se lo creía e insistió en el examen de mis documentos, buscando ansiosamente descubrir el detalle que confirmara la agudeza de su olfato detectivesco.
Mientras tanto, guardé mis cosas en la maleta, tomándome el tiempo necesario para hacerlo bien, que quedaran mejor acomodadas que cuando las saqué, bajo su mirada de apremio. Y traducía además al inglés lo que le iba a decir en son de protesta cuando me devolviera los papeles.
"No sé qué es lo que se imagina usted, señorita. ¿Cree usted que los estereotipos que ustedes se inventan son el molde que emplean las grandes mafias para fabricar pasadores de droga y engañar a los avispados antinarcóticos europeos? ¿Le parece que soy un narco excéntrico que trae droga a Hungría desde Madrid y Zürich, en lugar de hacer
Buda
La torre blanca, la que se observa más alta un poco a la izquierda del centro, corresponde a una iglesia que está en la parte medieval de Buda. La torre de la iglesia café, en la orilla del río, también se ve en la primera foto, a la izquierda, cerca de la margen. el recorrido inverso? ¿No conoce acaso las enormes cantidades que invierte su gobierno en promover la imagen de su país y convencernos de visitarlo? ¿Se considera usted feliz y realizada dedicándose a importunar a los turistas que ingresamos cuantiosas cantidades de divisas duras en Hungría?" (¿Ingresamos?)
Sí, eso le iba a decir, con dignidad y valentía... Pero su olfato llamó su atención antes que yo pudiera hacerlo, la dama me entregó mis papeles mientras rumiaba un "thank you" y se marchó en pos de otro bobo, dejándome con mi lección de civismo en la boca.
Ésa fue sólo la primera...
Lo que nosotros llamamos húngaro es conocido por los húngaros y los demás pueblos de Europa del Este como magyar, tanto el gentilicio, como la lengua y la etnia del país. Es un idioma singular, situado geográficamente en la confluencia de los grupos de lenguas eslavas (como el polaco, el ruso y el serbo-croata), latinas (rumano) y germanas (alemán). Pero no se le asocia con ninguno de ellos y, en consecuencia, es bastante incomprensible.
Entrar al metro es una auténtica confusión. Las clases breves de conversación magyar que me brindó la multimencionada guía del Trotamundos se
esfumaron al asomarme al montón de letreros raros. Vonal significa línea, béjárat, entrada y felé, hacia. Tenía que entrar en la estación Déak ter, donde confluyen todas las vonal, algo así como la de Pantitlán, y buscar la vonal 3, no en la felé Köbánya-Kispest, sino la que va a Újpest-Központ, para bajarme en la estación Dózsa György y buscar la kejárat (salida).
El boleto debe marcarse en las Jegykezelö Automaták, unas cajitas color naranja que están en la entrada de la estación, pero la guía indica que uno no puede andar libremente con el mismo boleto, cada vez que se cambia de línea hay que marcar uno nuevo... y yo, todo confundido, no quería marcarlo en la línea equivocada. Incapaz de entender los letreros, sólo me quedó bajar hasta el andén para cerciorarme de que era el correcto.
Lo hice, llegó mi tren, la gente salió en bandada, pero no subí porque preferí hacer las cosas bien y me puse a buscar una Jegykez... esa cosa, la cajita para marcar el boleto. Ahí andaba, era el único zonzo con una enorme mochila a la espalda y el boleto en la mano, tratando de meterlo en cuanta cajita rara se cruzara en mi camino... y se cruzó un raro que no era cajita pero sí idiota. Estoy casi seguro que me vio a la distancia con toda mi pinta de guiri (en España se llama guiris a los extranjeros, especialmente si tienen cara de perdidos), y dijo ándale, aquí está el pan, me estuvo cazando, me interceptó y zas, su-boleto-joven-lo-siento-pero-no-lo-trae-marcado.
Expliqué y expliqué. Si me hubiera querido ir sin marcarlo, me hubiese subido al tren y ya. Estoy confundido. De hecho, vengo llegando, pues por qué te imaginas que cargo la mochilota. Mira el sello de mi pasaporte, es de hoy. Bueno, ¿es que la caza del turista es el deporte preferido en Hungría?
Atrás del tipo, muerto de la risa, había un oriental enorme que me miraba y hacía señas obscenas. ¿Y ahora éste? El baboso inspector insistió en remitirse al único hecho que le importaba: Estás en el área donde sólo se puede estar si se trae boleto marcado. Y ya. El boleto vale 100 forint, pero la multa que pagué fue de 1,500. Imbécil. Y luego el chino éste maleducado. Se acercó y me dijo, en inglés y asegurándose de que lo oyera el revisor: "Estos perros sacan dinero así, se aprovechan de los turistas. No importa lo que te haya pasado, saben que la gente se confunde y le quitan el dinero. A mí ya me lo hicieron".
"Thank you", dijo el inspector, y se fue con mi lana.
Ésa fue sólo la segunda...
La tarde siguiente fui a pasear por el Danubio. Me senté en una silla a ver la gente caminar, disfrutando la brisa, la música de las terrazas, el río tan famoso y romántico transcurriendo a mis pies, el sol descendiendo tras las colinas de Buda, y el Palacio Real magnífico, imponente, echando a andar su iluminación.
Su pasaporte, mi joven, dijeron tres policías húngaros. Comunes y corrientes, patrullando la zona turística. Y revisando a los sospechosos, por más embelesados que parecieran. Y en esa lista de usual suspects, ya me empezaba a acostumbrar, ocupo un lugar bien súper principalisísimo. Vieron el documento, manosearon una bolsita en la que había guardado tres humildes muñequitos que compré, verificaron que fuera el de la foto, y thank you, se largaron mucho a...
Caramba, me voy a cortar y engominar el pelo, vestir de saco y corbata, usar lentes oscuros de súper marca, apartarme del sol para que se me quite el delicado tono nacarado de la piel (ejem), hacerme ciudadano europeo y ahora sí que me voy a dedicar a meter mota a Hungría, ya verán que nadie se fija en mí, o mejor, hasta me van a brindar todas las facilidades.
***
Pero ahí se acabaron las malas experiencias en este largo mes de viaje. Fuera de los policías tarados (después me enteré que las malas pasadas se las hacen a muchos, la policía húngara tiene fama de tonta y hostil, y conocí además varias víctimas del Club Metro Budapest de Caza Deportiva de Turistas Bobos; en cambio, los policías rumanos, incluyendo los guardafronteras, y los serbios resultaron muy amables), la gente de la ciudad resultó buena onda. Aunque no lo suficiente para un pueblo que depende del turismo: por cada húngaro, el país recibe tres visitantes cada año. ¡En México serían 300 millones de turistas!
Aunque no quedé muy convencido de promocionar la visita al país, debo decir que la ciudad, como tantas del Este de Europa, es imponente. En realidad, está constituida por tres antiguas ciudades: Buda, en la ribera occidental del Danubio (a la izquierda), Pest, en la oriental, y Öbuda, al norte de Buda.
En Pest, un poco al centro de la primera foto, arriba de la columna que sostiene el puente, se observa el Parlamento, que muestro mejor en la otra imagen. Desde Pest, se tienen unas vistas magníficas de Buda, donde se encuentran los barrios residenciales, como verán en la tercera foto. La torre blanca, la que se observa más alta un poco a la izquierda del centro, corresponde a una iglesia que está en la parte medieval de Buda. La torre de la iglesia café, en la orilla del río, también se ve en la primera foto, a la izquierda, cerca de la margen. Tomé esa misma primera foto desde el Palacio Real, que aparece en la cuarta foto con el hermoso puente que ya habían visto.
Un detalle común que se puede apreciar en estas fotos, así como en las que tomé en Belgrado, es que el Danubio, diga lo que diga Strauss, no es azul, sino verde.
En realidad, estuve poco tiempo en Budapest: tres días al llegar al Este, dos días al marcharme. Siendo verano, los hoteles estaban llenos y me tuve que quedar en un albergue juvenil muy sucio, en el que, además, la última noche fui alimento de las chinches. Era bastante caro para ser albergue: 10 dólares la noche. Y muy inferior en calidad a los que encontraría después en Rumanía y Serbia. Algo de lo que debería darles vergüenza a los húngaros, que tanto presumen de ser superiores a los vecinos.
Es una historia muy extraña. Para empezar, construyeron su Estado sobre el mito étnico de los magyares, un pueblo que llegó del Asia Central en el año 896 d.C. A lo largo de los siglos se mezclaron con otros grupos, pero hoy se exige a todos, los de origen alemán tanto como los de origen gitano, que se asuman magyares. Y desde siempre, como casi todos los pueblos de Europa del Este, han tenido pretensiones imperiales...
...que se las arreglaron para materializar aún bajo el dominio de otro imperio: en 1686, después de 150 años de estar bajo control turco, fueron liberados/conquistados por los austriacos. En 1867, después de varias rebeliones, los magyares lograron que se les reconociera ciertos privilegios autonómicos, de manera que el Imperio pasó a llamarse Austro-Húngaro, el país se constituyó como Reino de Hungría (el rey era el emperador austriaco) y los húngaros asumieron el papel de policías austriacos en la parte oriental del Imperio, algo que hizo que los otros pueblos con los que antes compartían la categoría de subyugados, dejaran de apreciarlos tanto.
Austria-Hungría peleó en alianza con Alemania en la primera guerra mundial. Tras la derrota, en 1918, el Imperio fue desintegrado. Austria quedó por su lado, Hungría también, y los pueblos de su antiguo reino formaron parte de otros países, en donde además quedaron minorías magyares.
El problema es que los nacionalistas húngaros claman a todos los vientos que es preciso reparar lo que les parece una afrenta a su país, reintegrándolo. En Budapest vi una mujer con una camiseta que decía Igazságot Magyarországagnak!
Así, tal cual.
Qué grueso, ¿no?
Y mostraba un mapa con... Eh... ¿No lo entendieron? Ah, por fortuna, también venía traducido al inglés: “Justice for Hungary!” Y mostraba un mapa con la actual Hungría y los territorios que habría que anexarle si se hiciera la tal justicia: Eslovaquia, Croacia y Bosnia completas, Transilvania (lo que reduciría Rumanía a la mitad), Voivodina (el tercio norte de lo que queda de Serbia) y partes de Polonia y Ucrania.
La mujer que la portaba era claramente extranjera, de piel morena. No sé si era una inmigrante tratando de ser aceptada por los húngaros o una típica turista que se traga el primer rollo reivindicativo que le tiran, o peor, que ni siquiera sabe lo que se pone en el pecho.
Si el asunto se quedara en ella y un puñado de loquitos nacionalistas no habría mayor problema. Pero lo hay cuando se observa que algunos sectores de las minorías húngaras en los otros países responden a esas ideas. Y peor cuando se ve que el gobierno de Hungría en cierta forma las alienta: en el consulado húngaro en Cluj-Napoca, en Transilvania, se exhiben numerosas banderas tricolores (verde, blanco y rojo, pero en líneas horizontales) con una corona en el centro, pero la bandera actual no tiene corona, porque Hungría es una república. La corona representa al viejo Reino de Hungría, y sugiere que Transilvania es dominio legítimo de ese país.
Al regresar a Madrid, platiqué con dos argentinos que recién habían abandonado Hungría después de dos años de vivir ahí. Ellos confirman que ese nacionalismo expansionista está profundamente arraigado en la sociedad magyar: en las escuelas, el mapa de la Gran Hungría contrastado con sus dimensiones actuales es de uso regular. Platicaron con algunos intelectuales progresistas e incluso ellos trataron de argumentar los pretendidos derechos históricos de Hungría sobre esos territorios. ¡Ya podemos imaginar qué dice la derecha!
(Como ejemplo de esa derecha: el mayor festival de rock de Europa se celebra anualmente en la primera semana de agosto, en una isla del Danubio en Budapest. Este año, el alcalde exigió a los productores prohibir el acceso de las ONG’s de derechos gays y dijo que si pudiera impediría la entrada a todo homosexual. Aunque originalmente habían aceptado, el escándalo que amenazaron con montar las ONG’s movió a los organizadores a rechazar la idea.)
El contraste, dicen los argentinos, se da cuando se observa que los miembros de las minorías húngaras en otros países son tratados como húngaros de segunda clase cuando van a Hungría. Incluso, mencionan el caso de un húngaro de Rumanía que tuvo que abandonar sus estudios en Budapest porque, simplemente, le negaron el derecho a residir ahí más de tres meses.
Mi amigo Valeriu, transilvano, se queja de actitudes como la de poner la bandera monárquica en el consulado húngaro y asegura que se repite en otras regiones. En su opinión, el gobierno de Hungría tuvo que ver en la división de Checoslovaquia para crear Eslovaquia, así como en la agitación autonomista de las minorías húngaras en Voivodina y otros lugares.
Las acciones de los demagogos generan reacciones lideradas por otros demagogos. Por ejemplo, en Cluj-Napoca, el fantasma de los húngaros le ha permitido ganar y conservar la alcaldía a un corruptazo del Partidul România Mare (El Partido de la Gran Rumanía), un derechoso que declara que gobierna sólo para los rumanos y no para las minorías, aunque se dice que, para hacer negocio, no le molesta asociarse con empresarios húngaros.
Así han coexistido por siglos los iluminados que llaman a construir la Gran Bulgaria, la Gran Serbia, la Gran Croacia, la Gran Albania, la Gran Grecia, etcétera, mitologías nacionales que se las han arreglado para subsistir al mismo tiempo en que la Gran Austria, la Gran Turquía y la Gran Rusia se los servían a la mesa, amén del intervencionismo crónico de la Gran Italia, la Gran Bretaña, la Gran Francia, la Gran Alemania y recientemente, como invitado indeseable pero muy tragón, los Estados Unidos.
Sólo que en los Balcanes no hay espacio para tantas grandiosidades, como lo sugiere la sangre derramada y por derramar.
Por lo que pude ver en Rumanía, la convivencia entre las distintas etnias es positiva y existen relaciones de todo tipo entre ellas, incluso familiares (aunque esto se da menos con los gitanos). Sin embargo, al hablar con ellos se nota que son conscientes de la diferencia y miran a los otros con recelo. Nada peligroso por el momento, sobre todo ahora que húngaros y rumanos corren para reunir los requisitos necesarios e integrarse en la Unión Europea. Pero Yugoslavia también parecía en calma, hasta que ciertas condiciones políticas y económicas abrieron la puerta a la demagogia nacionalista y la sangre corrió hasta nuestros televisores.
Que Chuy no lo quiera.
Esta narración apareció publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las tres partes de Historias de Hungría, Transilvania y Serbia:
Primera parte: Hungría Segunda parte: Transilvania Tercera parte: Serbia
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Leo
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magyares y aztecas
sobre la identidad magyar: me recuerda un poco al hecho de que en México uno debe asumirse como azteca, no importa si uno es un chiapaneco descendiente directo de los mayas, o un veracruzano cuyos abuelos fueron catalanes republicanos exiliados, todos deben identificarse de a chaleco con los aztecas.