Povestiri dim Ungaria, Transilvania si Serbia. Historias de Hungría, Transilvania y Serbia. Tercera parte: Serbia


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July 8th 2001
Published: July 8th 2001
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El Danubio y el SavaEl Danubio y el SavaEl Danubio y el Sava

A un lado del centro confluyen dos grandes ríos, el Sava (abajo a la izquierda) y el Danubio (viene de arriba hacia la derecha). Es un encuentro relajado que formó una isla, la Veliko Ratno Ostrvo, absolutamente preservada, salvaje (a la derecha).

8 DE JULIO DE 2001



¡YÍBELI!

“¿Por qué Serbia?”, preguntó el holandés. “¿Por qué no vas a Praga, a Cracovia, o mejor te quedas aquí en Budapest? ¿Quieres que te roben, que te den una paliza? Allá no hay nada, todo está destruido, se lo ganaron ellos, pero nos culpan a todos nosotros”.

Venía escuchando eso desde que salí de España. El efecto que causaba en mí era el contrario: crecían mis deseos de ir a verlo en persona, a constatar si es verdad que Yugoslavia abandonó Europa cuando la propaganda lo decretó así, si los serbios son asesinos innatos que dirimen disputas menores a través de las kalashnikovs, si su odio a lo occidental es tan profundo (y si yo, mexicano, califico como “occidental”, como el “nosotros” del holandés, frente a sus iras).

Me interesaba preguntarles su versión, directamente, libre de los filtros mediáticos del nuevo milenio y de los rumores desinformados típicos del Medioevo. Y saber qué esperan del futuro, a sólo 10 meses de la breve “revolución” que arrojó del poder a Slobodan Milosevic.

A principios de agosto tomé el tren en Timisoara, la capital del Banat rumano. Una chica de mi compartimento
Jardines del KalemegdanJardines del KalemegdanJardines del Kalemegdan

Una antigua fortaleza levantada por los turcos sobre una colina, dominando estratégicamente el punto donde el Sava se suma al Danubio.
me dijo: “Allá está Belgrado”. Allá, con ese azul grisáceo con el que pinta la distancia, se alzaban altos edificios. Parecía una ciudad grande. Y moderna.

Era mucho más. Los serbios se quejan de Le Corbusier, quien alguna vez dijo de Belgrado, palabras más o menos, que era “la ciudad más horrenda en el emplazamiento más hermoso”. En lo segundo es preciso coincidir: A un lado del centro confluyen dos grandes ríos, el Sava (abajo a la izquierda, en la primera foto) y el Danubio (viene de arriba hacia la derecha). Es un encuentro relajado que formó una isla, la Veliko Ratno Ostrvo, absolutamente preservada, salvaje (a la derecha). Buena parte de la orilla norte del Danubio está igual. Solo la ribera sur, a ambos lados del Sava, ha sido urbanizada.

Lo cual es un logro imponente para cualquier capital europea: la ciudad ha experimentado crecimientos intensos, sobre todo en la última, trágica década, cuando las oleadas masivas de serbios que escapaban de la violencia étnica en la Krajina (Croacia), Bosnia, Kosovo y otros tristes nombres, incrementaron la población de un millón y medio a los actuales dos millones y medio de habitantes.

Pero éste es un
Kneza MihailaKneza MihailaKneza Mihaila

Un agradable paseo peatonal con fuentes y músicos ambulantes que culmina en la entrada del Kalemegdan
pueblo que ama sus parques: todo ese desarrollo fue capaz de respetar, rodeándolos, esos refugios intensos de naturaleza. El plano de la ciudad muestra numerosos y amplios espacios verdes. El más hermoso de ellos es el Kalemegdan: una antigua fortaleza levantada por los turcos sobre una colina, dominando estratégicamente el punto donde el Sava se suma al Danubio (la primera foto fue tomada desde ahí), que más tarde fue ampliada por los austriacos. Dentro de su complejo sistema de murallas, torres, puertas y túneles, los serbios de hoy instalaron museos, terrazas con panoramas encantadores y enormes jardines con fuentes arboladas donde desaparece el calor, como en la segunda foto.

Es difícil pensar, como hizo Le Corbusier, que una ciudad que respeta un entorno natural bellísimo y lo hace puntal de su fisonomía puede ser horrenda. Pero hay quienes sí podrían hacerlo. Así que los belgradenses se cuidaron de no dejar flancos abiertos y se esmeraron en construir una ciudad que, arquitectónicamente, no le pide nada a las grandes capitales europeas. Combinando las influencias turca, húngara y austriaca, en sus calles abundan los palacios y las grandes iglesias ortodoxas y católicas, desde la Edad Media hasta el siglo XIX. Sin miedo a los trastornos viales, hicieron de una de sus avenidas más bellas y anchas, la Kneza Mihaila, un agradable paseo peatonal con fuentes y músicos ambulantes que culmina en la entrada del Kalemegdan (3a foto).

LA TERCERA VIA YUGOSLAVA

El objetivo del viaje, como había escrito antes, iba más allá de la visita turística. Tenía también -¿podría negarlo?- un tanto de morbo: ¿Cómo se ve una ciudad después de las bombas? En las calles principales aparecen, de pronto, edificios desgarrados que muestran con grosera claridad los orificios de los grandes misiles, las tripas de concreto al aire, los escritorios y las alfombras por las que no mucho tiempo antes pululaban secretarias, mensajeros y, los menos, grandes funcionarios que tomaban estúpidas decisiones (4a foto).

También atacaron otra clase de edificios, donde no había fuerzas militares ofensivas ni se coordinaban planes de guerra, como el de la televisión pública, en donde murieron unos cuantos colegas periodistas. Mis amigos dijeron que fue destruido por un avión Harrier, de los que despegan y aterrizan verticalmente, como helicópteros, y se pueden mantener estáticos en el aire (5a foto).

Uno viene en el taxi, se encuentra con eso, se asoma para verlo mejor y de pronto aparece frente a su cara la mano del conductor, agitándose: “No mires eso”, solicitaba con amabilidad, “es la muerte, es el pasado, ya queremos que se vaya. Nosotros sólo estamos pensando en el futuro, en Europa”.

Quieren reintegrarse en Europa. Odian a los Estados Unidos y están profundamente heridos por los alemanes. Pero quieren regresar a Europa, a pesar de que los europeos hace una década que los miran como extraños.

Líder de una fuerza militar considerable, respaldado por éxitos concretos en la lucha antinazi y gozando de amplia popularidad entre su pueblo, el líder de la resistencia comunista, Josip Broz Tito, rompió tempranamente con Stalin y la Unión Soviética para lanzar su proyecto yugoslavo hacia el socialismo. Se colocó en el medio, entre Este y Oeste, y estableció lazos sólidos con Europa Occidental e incluso con los Estados Unidos. Fue también pilar del Movimiento de Países No Alineados.

La economía yugoslava fue pronto la más exitosa del Este. Recibía millones de turistas al año y sus ciudadanos viajaban sin problemas por todo el mundo (no necesitaban visados; ahora, en cambio, víctimas del aislamiento, hablan con cariño de México porque “ahí no
El Parlamento FederalEl Parlamento FederalEl Parlamento Federal

“Imagina un millón de personas en la calle, en una ciudad de 2 millones y medio, en un país de 9 millones”.
nos piden visa”).

Lo más importante: bajo el gobierno de Tito se obró el milagro (o al menos eso parecía) de la armonía étnica: serbios, croatas, eslovenos, bosnio-musulmanes, húngaros, montenegrinos, macedonios, albaneses... todo este complejo mosaico de pueblos, creado a partir de milenios de invasiones, conquistas y rebeldías, logró lo que, por lo menos en apariencia, era una convivencia ejemplar.

Tito murió en 1980. Durante 9 años no se sabía lo que iba a pasar, las élites comunistas se disputaban el poder entre ellas y esta lucha se reproducía a escala local, en las diferentes repúblicas que constituían la federación yugoslava. Mientras tanto, se producía el colapso del bloque soviético, la caída del Muro de Berlín, el asesinato de Ceaucescu en Rumanía...

LOS LADRONES, LOS VIOLENTOS, LOS FLOJOS

“Nuestra policía secreta no fue eficaz, le faltó información. Más que nada, les faltaron agallas”. Agallas, “guts”, es la expresión en inglés que usa Nikolas, un serbio con el que platico en la terraza del Kalemegdan, frente al Danubio, con sendas cervezas de barril y una brisa ligera que refresca la noche. Es una reunión común en otros países europeos, pero inusual en Belgrado: hay también dos italianas,
Billete de 1993 de 5 millonesBillete de 1993 de 5 millonesBillete de 1993 de 5 millones

Tiene un rostro al frente (alineado a la izquierda) y una casa en el reverso, y está marcado con 5 millones de dinares. Ya galopaba la inflación.
un chipriota, dos serbias y otro serbio, y se habla en cuatro lenguas.

Ya le he dicho a Nikolas que una recomendación “básica” que recibí en diversos lados es que con los serbios no hay que beber alcohol si no se quiere terminar a golpes. Ni discutir de algunos tópicos, tales como política, religión, futbol, mujeres... ¡De nada! “Ja, ja, ja”, ríe de buena gana, aunque tal vez en el fondo lo hiere tal imagen. Ha vivido fuera (estudió banca y finanzas en Chipre) y sabe que ése es el estereotipo que se maneja de su gente. Pero él deja oír su risa y, como para exorcizar el maleficio, brinda conmigo: “¡Yíbeli!”

“¡Yíbeli!” es la palabra más hermosa que conozco para chocar los tarros. Significa algo así como “¡Vivamos!” o “¡Vamos a vivir!”. Compite bien con la rumana “¡Noroc!”, “¡Suerte!”. Las dos me parecen más intensas que el simple “salud”.

Alegre -ahogados los fantasmas con espuma-, Nikolas me explica su versión del desastre: La economía del bloque soviético no funcionaba. Entró en crisis, Occidente dio un par de calculados empujones y todo se cayó. Pero la economía yugoslava era más resistente y podía aguantar un poco más.
Otro de 1993Otro de 1993Otro de 1993

Pero ya de 500 millones...
“Nuestros líderes pudieron impulsar un proceso de reforma hacia el capitalismo y la democracia liberal, pero conducido por nosotros. No lo hicieron”, se queja. “Occidente” -lo que sea que eso signifique, para mi interlocutor es el culpable de todo- actuó para reventar Yugoslavia por la vía de las tensiones étnicas. Tal vez sólo pretendían asustar con ello, tal vez se les fue de las manos, tal vez sí pensaron que una Yugoslavia fragmentada sería más fácil de manejar.

Es ahí cuando Nikolas acusa a la policía secreta de incapacidad en 1989-90, de falta de agallas. “¿Agallas para qué?”, digo sin querer aceptar lo que sospecho que va a responder. “Agallas para eliminar físicamente y en secreto a los nacionalistas croatas y eslovenos que destruyeron nuestra convivencia”.

Asesinato de Estado. Me crecen los ojos. No sólo a mí, también al único en el grupo que más o menos atiende la conversación: Stefan, el chipriota, excondiscípulo de Nikolas. El serbio quiso explicarse: “No hay nada más sagrado que la unidad de la patria. No hay nada por encima de la patria. Nuestro deber es protegerla de quienes la destruyen”.

Nikolas se dice democrático. Está emocionado con Europa y el
Y otro más de 1993Y otro más de 1993Y otro más de 1993

Los otros pronto perdieron todo su valor. Hizo falta echar a andar la maquinita para sacar uno de 500 mil millones. Ni tiempo de cambiar el diseño general del billete.
capitalismo. Por su profesión, es uno de los que verán los beneficios más rápidamente. Eso no le impide ser un nacionalista en todos los aspectos: Se las arregla para sacarle a Stefan que las mujeres serbias son las más bellas del mundo. Cuando el chipriota comienza a decirlo, Nikolas se recarga en la silla, relaja los brazos y lo escucha con una sonrisa más larga que el Danubio. Casi satisfecho, busca mi confirmación. Y no es que yo esté en radical desacuerdo, sólo que no me siento seguro de una afirmación tan tajante.

Comento que las rumanas son bastante guapas. Casi canta al decirme: “Ya que has estado allá, dime si acaso no estamos los serbios mucho mejor que los rumanos”. Sostengo que no me atrevería a comparar a dos pueblos diferentes en situaciones también muy distintas. Pero él quiere que lo haga. Argumenta: “Para nosotros, los rumanos son como los gitanos”. Le digo que yo recibí un trato magnífico en ese país de gente igualmente magnífica.

“Pero son sucios y ladrones, toda Europa lo sabe”. El chipriota y yo coincidimos: “De los serbios se dice que son violentos y genocidas”. Nikolas se molesta: “Pero nosotros somos víctimas de una guerra de propaganda y de una guerra real, en Rumanía no ha habido guerra. Europa lo dice porque lo sabe: Son ladrones”.

Ahí me enojo yo. Soy mexicano y nuestros vecinos, los gringos, difunden en películas y libros la imagen del mexicano flojo e inútil, tirado debajo de un sombrerote al lado de un cacto. Reclamo: “Y no me vas a decir que somos un pueblo sin futuro tan solo porque te gusta ver ‘Speedy Gonzalez’. Si tú lo crees así, entonces yo debo dar por cierto lo que me dijeron en Eslovenia: los serbios, además de violentos, son alcohólicos y golpean a las mujeres”.

LA OPOSICION LARGA

Telón que oculta el final del debate. Fue pacífico, ya que, aunque tenga ganas de repartir trancazos, no hay serbio que se respete que se permita confirmar algún prejuicio difundido por los gringos. Puesto a elegir entre rumanos y gringos, hasta Nikolas escogería a los primeros.

Al día siguiente platiqué la historia a mis verdaderos amigos serbios, Marko y Bane. Se miraron confundidos. “Pues, también tenías que conocer gente así”, dijo uno, con cara de ni modo.

Tuve suerte. Desde Rumanía, preocupado por tantos rumores,
Vrooom!Vrooom!Vrooom!

Mis amigos: Marko (luego estoy yo –si la foto se ve muy clara, es porque le tuve que poner más brillo porque si no, no salgo), Bane, Aljosa e Irina. Esto es algo así como mi despedida: me llevaron a un restaurante alejado de comida tradicional, en la ribera del Danubio.
envié e mails a todo el mundo pidiendo contactos en Belgrado. No sólo falta información real sobre este país, sino que ni siquiera había conocido un serbio en mi vida. Y de mi largo directorio, sólo Manolo, mexicano estudiante de teatro en París, tenía un compañero actor serbio que antes tocó la batería en el grupo de rock Vrooom (que resultó ser, según me dijo un promotor musical que conocí después, “la mejor banda de la escena serbia”).

Gracias a él conocí a Marko, líder del grupo y bajista; a su chica Ivana, economista; a Bane, percusionista electrónico; a su esposa Irina, geóloga; y al segundo bajista, Aljosa. Una cara muy distinta de la juventud serbia.

Con ellos hablé a profundidad de casi todos esos temas que “no” se deben tocar. Y me enteré que la oposición a Milosevic no sólo fue mucho más temprana que lo que se sabe en Europa occidental, sino que, a decir de ellos, era mayoritaria.

Marko, de 29 años, estuvo con sus amigos en la gran concentración popular frente al Parlamento Federal (6a foto) de noviembre de 2000, la que significó la caída del régimen. “Imagina un millón de personas en la calle, en una ciudad de 2 millones y medio, en un país de 9 millones”. Lo imaginé en términos comparativos: en México sería una manifestación de 11 millones de personas. “Milosevic no pudo hacer nada”.

Pero ése fue el final de un largo proceso. “La primera gran demostración contra Milosevic fue en 1991. Nos reunimos 200 mil personas”. Hice mi cálculo comparativo con la población de México: el equivalente es 2 millones 200 mil. “Pero el liderazgo estaba dividido y fue incapaz de aprovechar esa fuerza. La policía nos dispersó a chorros de agua”.

Ya en 1995, la oposición conquistó la alcaldía de Belgrado y otras ciudades, y reclamó fraude en las presidenciales. Sin éxito.

Marko, Bane y la gente como ellos no apoyaron la política nacionalista de Milosevic, su nefasto papel en las cuatro guerras yugoslavas. “¿Qué hubiera pasado si Milosevic hubiera tomado una actitud no belicista?”, pregunto. “Hubiera perdido el poder muy pronto, la crisis económica fue enorme y él no hubiese sido capaz de distraer la atención con su retórica nacionalista”.

El énfasis que hizo el gobierno en la guerra fue enorme. Lamentablemente, los museos que pude visitar, entre ellos el Nacional, resultan bastante pobres. En eso es cierto que no compiten en Europa. Excepto uno: el Museo Militar, instalado en un hermoso edificio en el Kalemegdan. Refleja todas las guerras de los serbios al detalle, con muchas piezas originales, grabados de época, banderas y gráficas explicativas. Todo en la lengua serbocroata. Peor: todo en cirílico, el alfabeto oriental que hace imposible para el extranjero saber en qué calle está, en qué dirección ir, qué comer.

Todo en cirílico, excepto la sala final, dedicada a las guerras de la última década. No contiene tantos datos ni referencias a las masacres. Pero está en inglés, como diciendo: extranjeros, entérense de esto. Sólo muestra armamento y equipo militar capturado a fuerzas enemigas. Especialmente a Estados Unidos: el traje de un piloto, fusiles, pistolas y la pieza reina: un pedazo de fuselaje que, se asegura, perteneció a un F 117 Stealth, el ultramoderno “avión invisible” que también atacó en Panamá e Irak. Milosevic anunció su derribo como gran victoria. (Los serbios se burlan de ello: “Yo también tengo un pequeño fragmento del avión”, dijo Bane. Fue a un cajón, lo sacó y escondió entre sus manos. Me lo mostró. Y sí: era invisible.)

¿Se sabía en Europa que Serbia hacía la guerra en medio de una crisis intensísima? No sé de nadie que lo recuerde. Pero lo que narran los amigos deja pequeñitas las crisis latinoamericanas, la idea de híper-inflación que tenemos en México, Argentina, Brasil o Perú.

Un ejemplo me lo dieron en una terraza muy animada: en esa época, la segunda cerveza era más cara que la primera. Las siguientes, peor. Los serbios llamaban por teléfono al extranjero por horas: cuando llegaba el recibo, la cantidad se había reducido a nada. Pero, de la misma forma, cada día de pago angustiadas tribus asaltaban los comercios, era indispensable cambiar el salario en productos antes de que se evaporara en nada.

La mejor muestra me la dio Bane: tres billetes de 1993, emitidos uno poco tiempo después del otro (ver foto). El primero tiene un rostro al frente (alineado a la izquierda) y una casa en el reverso, y está marcado con 5 millones de dinares. Ya galopaba la inflación.

Pero al poco tiempo era papel sin valor. El gobierno echó a andar la maquinita y salió un billete sustituto, con un rostro al frente (alineado a la izquierda) y una casa en el reverso, por 500 millones de dinares.

Que pronto sirvieron para comprar tan poco, tan poco, que tuvieron que sacar a circulación billetes de 50 mil millones de dinares. Mejor expresado con los ceros: 50 000 000 000 de dinares. Con un rostro al frente (alineado a la izquierda) y una casa en el reverso: apenas tenían tiempo de cambiar el rostro y la casa, no el diseño general.

Bane me los regaló. Yo me rehusé: son parte de tu historia, consérvalos. Muerto de la risa, me explicó que en un cajón guarda cientos de billetes de 50 mil millones: velozmente pasaron a valer nada.

Pero la guerra, la exigencia de defender a Serbia de los enemigos de tantas etnias amenazadoras, de preservar la sagrada unidad del Estado, y por si faltara algo, la policía, mantuvieron a Milosevic en el poder y aplastando a la oposición, a pesar del desastre económico.

Mientras tanto, en los bandos rivales, idénticos demagogos se abanderaban en el nacionalismo y, justificados por la violencia de sus contrarios, también imponían a sus pueblos la sangre y la miseria: Franjo Tudjman en Croacia y Alija Izetbegovic en la Bosnia musulmana. La diferencia radica en que la propaganda los colocó a ellos como las víctimas, los buenos o, por lo menos, los no tan malos.

LOS MAPAS VIEJOS DE LA CIA

Fue una década de terror. Concluyó trágicamente en la bella Belgrado, con los aviones de la OTAN bombardeando la ciudad. Sus habitantes son las mismas personas, la misma clase de gente que habita las grandes capitales europeas. Sus jóvenes oyen rock, techno, folk, ríen en las calles, se esfuerzan para pasar exámenes y aspiran a ser buenos en sus profesiones. Los berlineses y londinenses que veían los ataques “quirúrgicos” por televisión, bien podían haber estado en el lugar de los atacados que los miraban en directo.

Fueron 79 jornadas, de las cuales sólo en una no sonaron las alarmas en la ciudad. Las noches eran largas, aulladoras como las sirenas, impactantes como los golpes de los misiles. “Tardamos varios días en comprender que nos estaban bombardeando”, cuenta Marko. “Era como si no nos diéramos cuenta. Caímos en ello poco a poco. Después, las bombas empezaron a fallar: la precisión quirúrgica no era tal. Y vimos también que sus objetivos no eran estrictamente militares: edificios burocráticos, fábricas, la televisión, donde murieron muchos periodistas... hasta la embajada china. Dijeron que la habían atacado porque sus mapas eran viejos ¡La CIA usa mapas viejos para señalar objetivos!”

Una noche, Marko y otros amigos subieron a la azotea de un edificio, a mirar, con una cerveza en la mano, los bombardeos. “Teníamos que seguir viviendo. La gente no podía dejar de ir al trabajo. Cuando sonaban las sirenas, los que podían iban a sus casas a reunirse con sus familias. Otros se escondían en los refugios, sobre todo en los edificios del gobierno. Al terminar, todos regresábamos a lo que estábamos haciendo antes”.

Hay que vivir en una ciudad bajo bombardeo, conocerla y quererla, sentir en la piel cada golpe que recibe, para darse una idea de lo que pasaron los belgradenses. Pero de alguna forma no me sorprendió cuando Irina, la geóloga, expresó lo que muchos de ellos sienten: “Lo que sufrimos en Belgrado fue un juego de niños. Grave, lo que ocurrió en Sarajevo. Ahí sí lo perdieron todo. Sin luz, sin agua, con el miedo constante, los disparos y la muerte. Por años”.

Marko e Ivana no estaban en ese momento, disfrutando con nosotros de una dulce velada junto al Sava, contrastante con el tema que discutíamos. Pero Bane y Aljosa se adhirieron al comentario, de inmediato y convencidos. A pesar de su propio infortunio, muchos serbios están conscientes de la tragedia terrible de Bosnia. Y la lamentan profundamente.

RESORGEREMO!

¿Es posible culpar a todo un pueblo de las infamias de su gobierno? ¿Lo aceptarían los israelíes? ¿Los estadounidenses comunes adoptan como propias los abusos de la Casa Blanca? (Bueno, ni siquiera se enteran.)

Marko, Bane y los demás fueron opositores al régimen. No dirigentes políticos, sólo ciudadanos activos, resistentes pacíficos. Incluso Nikolas, enamorado del capitalismo, criticaba desde Chipre la incapacidad de autorreforma del gobierno. Puedo imaginar que el taxista que pedía superar el pasado lo era también. No encontré nadie que defendiera a Milosevic, a pesar de que la televisión mostró durante semanas a los grupos de jubilados que hacían guardia frente a la casa del tirano.

Eso no significa que Marko, Bane, Nikolas o el taxista abriguen en su interior algún tipo de agradecimiento hacia Estados Unidos y la OTAN, como probablemente pocos afganos celebrarán haber sido “liberados” mediante la destrucción de su país. El presidente yugoslavo Vojislav Kostunica es mucho más popular que el primer ministro serbio Zoran Djindic, el que tomó en sus manos la decisión de entregar a Milosevic a “Occidente”. La actitud de Slobodan ante el Tribunal de La Haya, al no reconocerle legitimidad, les dio un íntimo gusto a muchos serbios.

No hay quien agradezca el bombardeo de su país, de sus ciudades. Nadie salía a recibir con vítores los aviones de la OTAN en cada ataque. Serbia es un país bellísimo convertido en nuevo campo de exhibición de fuerza, de imposición de ejemplos y, a manera de “plus”, de experimentación de armas de alta tecnología sobre personas de carne y hueso.

Pero he aquí el descubrimiento más hermoso, más sentido de este viaje: al tomar aquel tren en Timisoara, no sabía lo que podría encontrar, sólo imaginé una cosa: hallaría un pueblo destrozado, resentido, sin esperanza. Un pueblo derrotado.

Deliciosamente, descubrí que me equivoqué. Al pasear por la peatonal Kneza Mihaila, por la bohemia calle Skadarska, por la popular isla balnearia de Ada Ciganlija, sólo vi un pueblo animado, alegre, familias que se divierten unidas, jóvenes que beben cerveza, chicas que se asoman a los aparadores, hombres y mujeres que trabajan y tienen prisa a pesar de los 40 grados de temperatura, en un país que no se ha dado por vencido, que por fin, después de diez años de violencia, de sufrir un gobierno enloquecido, el aislamiento internacional, la propaganda negativa, el bombardeo abusivo, ya camina hacia la recuperación.

Hoy por hoy, piensan en el capitalismo. El taxista que hablaba del futuro, me decía “lo que queremos son inversiones para poder hacer dinero”. Eso es uno de los problemas que se avecinan: después de tanta miseria, los serbios dan un valor prioritario al dinero: lo ven como su llave de entrada a Europa y al siglo XXI. En las playas, se ven chicos que nadan ataviados tan solo con un traje de baño y tres gruesas cadenas de oro, y son los mismos que, aunque tal vez carezcan de más virtudes que un coche deportivo, atraen a las chicas más guapas.

Apenas se fue Milosevic, ya empiezan a llegar los cazadores de oportunidades, y se habla incluso de un plan para convertir Veliko Ratno Ostrvo, la hermosa isla virgen de la confluencia del Danubio y el Sava, respetada por turcos, austriacos y todos los demás, en zoológico, parque de diversiones o alguna cosa peor. Siempre llega un invasor (inversor) más salvaje.

Pero no se puede andar aquí con observaciones, los serbios ya la han pasado bastante mal y están decididos a salir adelante, aunque tengan que hacer sacrificios. Aunque el propio concepto de “salir adelante” en el contexto global sea más válido para pocos que para muchos.

En todo caso, lo que entusiasma al visitante es el ánimo de la gente, de un Nikolas medio facho pero ansioso de hacer negocios, de un taxista que quiere un empleo mejor remunerado, de una Irina que espera que le paguen por analizar la contaminación fluvial, de unos talentosos Aljosa, Bane y Marko que aspiran a vivir de su música original y sin concesiones, y de una Ivana, exitosa ya en la incipiente iniciativa privada, que presiona para que amar a un músico no sea inevitablemente una inversión a fondo perdido.

Esta fue mi oportunidad de sentir un pueblo que renace.

En una vieja calle del centro fotografié un graffitti, mal escrito en algo que pretende ser italiano o español, e inglés, que resume muy bien el ambiente de Belgrado, la voluntad y la energía que guarda su gente: “Resorgeremo! New life”

¡Yíbeli!

***

FIN, pero...

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La primera es de mis amigos: Marko (luego estoy yo -si la foto se ve muy clara, es porque le tuve que poner más brillo porque si no, no salgo), Bane, Aljosa e Irina. Esto es algo así como mi despedida: me llevaron a un restaurante alejado de comida tradicional, en la ribera del Danubio: atrás debería verse el agua verde, la otra orilla con su espesa vegetación, de pronto pasaban los pescadores en sus pequeñas lanchas... y el local era una bonita enramada, con mesas y sillas de madera, muy sencillas... el calor, intenso y bastante húmedo, nos hacía sudar... ¡Qué lindo!, era tan original y exótico... y tan parecido a los restaurantes del río Papaloapan, ¡que en lugar del plato de zemunska punjena pljeskavica que comí, estuve a punto de pedir un huauchinango a la veracruzana!

Les hice el comentario y, bueno, parece que no les gustó mucho.

El estómago de los mexicanos debe ser de alta resistencia, porque yo me sentí muy bien, pero a Marko le dio venganza de Moctezuma y esa noche, cuando fuimos todos a echarnos unas chelas a casa de Bane (a pesar de que supuestamente ya no nos íbamos a ver), Marko se tuvo que ir temprano aquejado de dolores tan fuertes que al día siguiente Bane llegó solo a verme tomar el tren (a pesar de que supuestamente ya no nos íbamos a ver), diciendo: “Marko no pudo levantarse”.

Bane se preocupó de ver que todo estuviera bien y hasta de encargarme con el conductor del vagón. No hacía falta, pero es que de pronto las cosas se ponen muy confusas. Ya había estado en países con lenguas a años luz de distancia del español, como Eslovenia y Hungría, y era difícil. Pero cuando además te escriben una lengua rara en un alfabeto diferente puedes sentirte verdaderamente perdido. En los planos de Belgrado para turistas, en inglés, todo está en caracteres latinos. Pero las calles no tienen letreros, y cuando sí, son incomprensibles. En la estación de autobuses, traté infructuosamente de descubrir cómo se escribía Budapest en cirílico (ni siquiera se dice así, sino “Budimpesta”), y en la oficina de información me dijeron, casi por señas, que debía ir a la “Bus Tourist Information”, a 30 metros a la derecha. Tuve dificultades para encontrarla. ¿Y cómo no?, si el sitio está indicado en serbio, y en cirílico:

Las letras corresponden así: la primera, que parece G, a la b; la A, a la u; C, a s; T, a t; Y, a u; P, a r; U, a i; C, a s; y T, a t. Así que yo debí haber leído, pero qué bruto soy, BUSTURIST. ¡Si está clarísimo! Pero tuve que preguntar, parado enfrente de la oficina, y la gente me veía como idiota. Todo muy sencillo, para no confundir.

Bien. Se cierra el paréntesis del anexo.>>

Ahora sí. FIN del FIN.
Esta narración apareció publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las tres partes de Historias de Hungría, Transilvania y Serbia:
Primera parte: Hungría
Segunda parte: Transilvania
Tercera parte: Serbia

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31st March 2008

que buena onda
Bueno veo que este blog ya es algo viejo, asi que supongo que mi comentario llega cuando quiza ya hayas terminado tu viaje, pero leyendo tu blog me agrado mucho leer muchas de las cosas que pones, yo recientemente estuve ( este verano ) en Belgrado y otras ciudades serbias, y confirmo muchisimo de lo que dices, a demas, gracias a tu blog ahora puedo recordar los nombres de las calles y lugares en belgrado, puesto que no se me quedaban, con disgusto leo que ya no es vigente eso de que a los serbios no les idan visa para mexico, ahora si les hacen muchos pedimentos para qu evengan talk como nos lo hacen los gringos a nosotros, y eso me molesta, que no aprenden aqui lo mal que se siente un mexicano al ser tratado como humano de tercera por las embajadas como la de USA? por que tenemos que exponer a ese mismo trato a nuestros hermanos serbios, en fin, me gusto mucho tu blog y todos lso datos que en el das, un abrazo y pues que padre experiencia aver viajado por todo el mundo
15th May 2008

filias y fobias
Vengo leyendo varios viajes tuyos y viendo tus filias y fobias gratuitas alguna muy lejanas a las mías. No te debes dar cuenta porque criticas los de los demás pero tu también eres un saco de prejuicios que nacen de tu ideologia más inconsciente. Por favor informate mejor y se más crítico. De nda sirve viajar por el mundo si el color de los cristales de tus gafas ya te han dicho como es. No te enfades, mano, pero es lo yo creo.

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