"No hay nada más difícil que vivir sin ti"


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February 14th 2002
Published: February 14th 2002
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Con mis primasCon mis primasCon mis primas

Diablos, me faltan muchas fotos. Pero incluiré las que pueda, empezando ésta en la que aparecen Valeria (allá abajo) y Aurelia.

14 DE FEBRERO DE 2002



Amigos queridos:

De nuevo en la vieja España. Y va otro número del world wide famous Serviçâo do Informaçâo. Un número que iba a ser reservado para un viaje posterior, que parece que será a Berlín. Acostumbrado a escribir sobre países extraños, no pensaba describirles México a mis amigos mexicanos. Pero un suscriptor argentino, un hombre que no conozco pero que me habla como amigo y que tiene el buen sentido del humor de algunos de mis mejores y más parranderos carnales, me recordó en profundo reclamo que el Serviçâo también debe su invaluada misión benefactora a los lectores de nacionalidades distintas a la de los humildes herederos del Quinto Sol.

Al tiempo, cayó en mis manos un libro hermoso. Mientras escuchaba una nostálgica canción albanesa, “Ederlezi”, lo abrí más allá de la mitad, para leer un capítulo al azar, hace 50 minutos, y ya lo acabé. Ahora nomás tengo que empezarlo. Es de otro argentino, Carlos Ulanovsky, y en la portada aparece una artesanía mexicana, un girasolito que dice "Seamos felices mientras estamos aquí" (Editorial Sudamericana, 2001). Dirán que hay demasiado argentino en esta historia, pero es gracias a ellos dos que
Mi colega ChavadabaMi colega ChavadabaMi colega Chavadaba

Guapo él, y carismático.
resolví lanzar este Comuniçâo 9. Ulanovsky vivió 8 años (2,215 días, precisa) en Mexicalpán y cuenta las anécdotas de su exilio con sinceridad, tanto en el sentimiento hacia ese país, como en la crítica a los mexicanos y, sorpresa, la autocrítica de los argentinos. Con enorme emoción.

Leí poco pero caló hondo. Se me saltaron las lágrimas en varias partes. No es la primera vez que ocurre, aunque llegué hace apenas una semana. Al día siguiente del arribo, con varios cuates de aquí, tuve la ocurrencia de poner la rola de moda del Buki. ¡Del chillón del Buki! Dios, qué mal ando, eso sí es volar bajo. “No hay nada más difícil que vivir sin tiiii” (garganta desgarrada). “Si no te hubieras ido sería tan feliz”. Así, así de ridis. Y eché fuera las de cocodrilo.

No debe sorprender: aprovechando la estancia en el DF, grabé desde Son de Madera y La Llorona con Oscar Chávez, hasta Gloria Trevi y Timbiriche, pasando por Infante y Negrete, Elvis Crespo y Celia Cruz, e incluso Emmanuel. En la nostalgia todo se mezcla.

Pero la del Buki es especial. Me regaló el disco mi amigo Chavadaba, con toda la mala
My lil' bro y mi colega el chineserMy lil' bro y mi colega el chineserMy lil' bro y mi colega el chineser

Renuncio. Veo que me faltan demasiadas fotos. Buen momento para descubrirlo, ya que me quedan algunas semanas para reunir más, antes de irme a darle la vuelta al sur del mundo.
intención: Varias noches habíamos pasado todos cantándola a voz en cuello en el congal conocido como Bull Pen. Y más en las veladas previas a mi partida, en las desconcertantes vísperas del hasta pronto. Ya había echado las primeras lagrimitas de la serie, en la cantinucha Dos Naciones, en la calle de Bolívar. “Dos naciones”. Ja.

Las lágrimas de repetida ocasión revelan un estado de ánimo cierto. Estoy irascible, no tengo ganas de hacer nada, lo más emocionante me parece que es dormir o jugar en la computadora. Este regreso a Madrid no fue como llegar a vivir por vez primera. En aquella ocasión, a pesar del golpe de dejar México, me excitaba la vida desconocida que iba a empezar, todo parecía nuevo. Hoy, un año y cuatro meses después, significa volver a la rutina. Una rutina conocida y un México reconocido del que me alejo una vez más.

Escribí re-conocido. En la etapa anterior, yo, como muchos mexicanos, me inventé un país. Se llama memoria selectiva y actuó gachamente. Cada vez que hablaba del país se me abrían grandes los ojos. Aunque me había propuesto evadir nuestro vicio de mexicanos, ese orgullo desbocado que nos marca, no hay rienda con la cual sujetarlo. Los pinches mexicanos nunca dejamos de decir lo chido que es nuestro país, con razón y sin ella, y cuando uno logra contenerse y dejar pasar la oportunidad, nunca falta otro que llegue a la carga (y luego nos quejamos de los argentinos). Y yo me inventé un México en donde los defectos que no se empequeñecieron, es por que de plano los desaparecí.

Al regresar fue el trancazo. ¡Sopas!, las cosas están del carajo. Si desde Europa se ve al país capoteando bien la tormenta, y si mi referencia para expresar la sensación de pobrediablismo que me causa Aznar era decir que ni Zedillo me repugnaba tanto, es que poco había visto de Fox en el gobierno y porque no había compartido con mis paisanos la angustia del deterioro económico, el encabronamiento porque nosotros, la generación de la crisis, que nunca ha vivido sin ella, nos creímos la de vaqueros de que este cambio de sexenio nos íbamos en negros y, como siempre, acabamos en rojos.

En mi colonia, la presumida Condesa, se notaba con claridad la deserción de los servicios públicos, el descuido, la suciedad. Vi a mis vecinitos burgueses en una actitud de derrotismo cínico, arrojando bolsas de basura a medio camellón y actuar sin la menor consideración hacia el sitio en el que viven. Y un gato muerto descansar en paz en la banqueta por tres semanas. ¿Cómo estarán en las colonias proles? Demonios.

En llegandito, en el aeropuerto, ya vi a los mexicanos gandallones y vulgarzotes, a los policías desgarbados y distraídos, a los carteristas siempre activos y eficaces (ISO 9000). Y la gente enojada. Mis familiares, enojados. Mis amigos, enojados. Mis colegas de los medios, enojados. El desempeño errático del gobierno, la prensa entregándose como en el salinismo, la economía deprimida. Lo peor, y a manera de clímax dramático y depresivo, mi abuela a punto de colgar los tenis.

En medio del caos, la recepción fue enormemente cálida, prolongada, intensa y agotadora... casi muero. Pero la situación general era de enorme contraste con este Madrid de aspiraciones primermundistas en el que las cosas, ahí más o menos, funcionan bien y son cómodas.

La impresión inicial fue fuerte. Pero en el fondo se movían otras cosas, lo que hay en el fondo de mi país. Que se manifestaba en mi familia y mi banda, a pesar del mal estado de ánimo, y que después fui advirtiendo en los pocos y breves viajes, en Oaxaca, en Guadalajara, en Tepoztlán. Esa energía tan peculiar de la gente. Comí como bestia, escuché mucha música, caminé por los mercados y tianguis queriendo llevármelo todo. Platiqué y platiqué. Me fui recargando de amor y de entusiasmo.

El sábado 2 de febrero, horas antes de una de las ceremonias de chaucito, mis amigos Vannia y Perro nos invitaron a una fiesta. En un principio, me animó mucho por la posibilidad de que Romina viera un reven tradicional al estilo de la clase media urbana. Pero acabé alimentándome yo, mucho, profundamente. El abuelo de Vannia cumplía 90 años. Un hombre entero, sano, apabullado a cariños por una familia amorosa, grande, de personajes definidos de ésos que siempre causan problemas entre hermanos y primos, pero sin los cuales la vida tendría poco caso.

Era lejos, por Padierna, más allá de Reino Aventura (¡Sorry!, Six Flags). Una casa hermosa, construida con cuidado a lo largo de los años, al estilo rústico mexicano. Mi amigo Perro invitó a unos amigos suyos, un grupo de son huasteco que me pareció de música versátil, porque cambiaban instrumentos y se convertían en jarochos, y luego tocaban polkas, rancheras y huapangos. La fiesta se animó con la gente bailando y riendo entre mil chistes. El abuelo se levantó, jaló aire y gritó con fuerza: “¡Que todos ustedes lleguen a cumplir noventa años!”.

¡Uta! Sí, señor, pero como usté. No hay que ser.

Después de eso la ruta fue larga y casi ininterrumpida hasta la antesala del avión, el 5 de febrero. Después de haber superado un acceso de “no me quiero ir”.

Y ahora estoy aquí, motivado por Hugo en la Argentina y Ulanovsky en el escritorio, que me propone: “Seamos felices mientras estamos aquí”. Le puso ese título a su libro porque un día, tristeándola en México, se encontró el girasolito con esa inscripción que más bien alude a nuestro paso por la tierra, en un sentido ontológico (maravilloso que un sencillo artesano nos hable así desde una figurita tan simple), pero que a él le pareció que “ofrecía un mensaje para los argentinos que vivían el destierro partidos en dos: el cuerpo y la cabeza en el Distrito Federal y el alma y el corazón en Buenos Aires”.

A mí me parece insuficiente la idea. En principio, para los argentinos que se exiliaron en México. Por lo que él mismo dice en el libro, y a pesar de que la frase le haya servido de consuelo en momentos duros, los argentinos pasaron “a ser mejores personas” gracias a su experiencia en México, y lo valoran con amor. La frase porta una carga de resignación, de ponerle la mejor cara posible al inevitable estar donde no se desea estar, y quiero pensar que para muchos fue algo más significativo, que merecía la pena más allá de la fatalidad.

En sus páginas vive una discusión de lo argentino, sus virtudes y vicios, en su encontronazo con lo mexicano, sus virtudes y vicios. La difícil prueba de la integración y la tolerancia. Lo duro que fue para ellos, tan acostumbrados a sus modos, adaptarse por fuerza a otros que les chocaban y a esos mexicanos “chingaquedito” que también por fuerza tenían que recibirles y aceptar esos modos chocantes, tan acostumbrados que estaban a los suyos.

Y me encontré en ello. Yo, ahora, “sudaca” que llega a España en posición de cierto privilegio, que viene por decisión propia (no obligado por la bota militar) y se regresa si quiere y cuando quiera, que critica los modos chocantes del país que lo recibe, tan acostumbrado que está a sus modos. Y pienso en cómo hemos visto a los argentinos (y a otros extranjeros, aunque tal vez, es cierto, la fama de los argentinos es un tanto peor), y cómo nos debemos ver los mexicanos criticones ahora, y cómo vemos a estos gachupines tan raros de aquí, y cómo veían los argentinos a esos exóticos mexicanos sonrientes y maliciosos que siempre han dicho ser los hermanos mayores de América Latina.

* La de comparar, escribe Ulanovsky, esa manía nacional que abrió profundos surcos a lo largo de nuestra historia como nación (...), fue otra cosa más que estando afuera nos hizo vivir en estado de frustración. Los argentinos de quienes estuvimos cerca y yo mismo nunca dejamos de comparar. Algunos podrán afirmar que se trata de un ingenuo pasatiempo y otros alegarán que lo hacen como un recurso para aplacar la nostalgia. Sea por lo que fuere, comparar nos hizo entrar en intolerancias y con ellas creamos vallas que nos impidieron pasarlo un poco mejor.

Manía nacional de los argentinos... y de muchos otros pueblos, seguro. Los mexicanos competimos con marcas envidiables en el concurso de comparacionitis. Y aparejado a esto, viene nuestra admirable capacidad de generar prejuicios, de repetir los que ya conocíamos e inventar nuevos mediante la sencilla técnica de recoger verdades supuestamente evidentes y pasarlas por el baño del me da lo mismo entender a éstos, para rematar con una sentencia expedita que viste a los diferentes con un sambenito injusto. Ulanovsky recuerda los juicios fáciles que emitían unos de otros, en aquel México lopezportillista:

* Podrían ser anécdotas de no haber sido lamentables realidades de un sentimiento común y recíproco: el de una mirada mutua regida por los prejuicios. Trepados a la parte más alta de estos razonamientos antojadizos, argentinos y mexicanos que pensaron de esos modos se perdieron de favorecerse con el intercambio de experiencias vitales e históricas distintas.

Viviendo en México, siempre noté la tendencia de los extranjeros a vivir en mundos aparte, en comunidades generales de fuereños o de plano en ghettos nacionales. Y viviendo en España, me quejo de ser obligado a formar un ghetto: varios extranjeros consideramos que los círculos sociales españoles son bastante cerrados e impermeables: no se entra ni se sale de ellos, se mantienen en el tiempo sólo tocados por fuerzas mayores. Y que, por lo común, un español que recién conoces suele ser amable y cordial, pero nunca te convoca a un segundo encuentro: con el primero bastó. Y los mexicanos decimos: en nuestro país se aprecia mucho a los extranjeros, se les recibe y abraza:

* Cualquier argentino podría afirmar que a los mexicanos, aún con experiencia de trato con gente en situación de exilio, les resultó difícil entender las peculiares carencias y necesidades de quien no vive en su tierra. Un mexicano podría replicar que desde que llegamos nunca los dejamos incorporarse a nuestro mundo (...) porque reiterábamos nuestra decisión de pasarlo, más seguros aunque aislados, en ghettos. El argentino podría decir que nunca resultó fácil penetrar el tejido social para incluirse y sentirse como un mexicano más.

¿Qué es lo que nos mantiene encerrados en un ghetto? No es un espacio exclusivamente mexicano, pero ésa es la tendencia. Cada vez somos más, y puro chilango. A pesar de que nos hemos propuesto integrar gente diferente, sobre todo españoles. ¿Será porque se trata de eso, de integrarlos, en España, a un ghetto cuasi-mexicano, bajo los esquemas de ese comportamiento excesivo -divertido, eso sí- que nos ha hecho famosos. Al mismo tiempo, incapaces de asumir normas distintas a las nuestras, con frecuencia ocurre que nos sentimos perdidos en ambientes en los que nuestros chistes y comportamientos no son entendidos, y añoramos la fortuita aparición de un mexicano con quien intercambiar esos raros códigos que nos hacen sentir mejor.

Por otro lado, es cierto que las sociedades son bastante exigentes con sus miembros y colocan filtros que limitan el ingreso. Probablemente haya filtros más poderosos que otros, es decir, comunidades más habilitadas para recibir personas. Por costumbre, diré que la mexicana es una de ellas, pero seguro que Ulanovsky podrá contradecirme. Aunque faltaría ver si en otros países no le hubiera resultado más difícil integrarse, o si hay especiales compatibilidades o animadversiones entre ciertas nacionalidades. ¿México es el mejor refugio para un argentino? ¿Un argentino es el mejor huésped para un mexicano?

Bah, son pérdidas de tiempo. Toda esta digresión sólo sirve para darme indicios de la verdadera dimensión del conflicto, aquí mismo, en España: si entre culturas supuestamente afines como las latinoamericanas hay espacio para tales discusiones, ¿qué ocurre cuando las personas aisladas se ven envueltas en lo que Huntington denomina el “choque de civilizaciones”? Especialmente cuando el supuesto choque se ve exacerbado por un imbécil con cargo de presidente gringo que se inventa “ejes del mal” y guerras globales.

Por estos días, a una niña marroquí no la dejaron entrar a la primaria porque traía puesto un pañuelo en la cabeza que se llama hijab. No es una burka afgana, ni un chador que sólo deja visibles la cara y las manos. Pero se desató un debate nacional. El papá dijo que era una obligación religiosa. La niña dijo que quería llevarlo. La directora de la escuela dijo que no la iba a admitir. La ministra de educación, una excomunista metida a la derecha oficial, dijo que la niña debía adaptarse a España. Una conductora de televisión, al final de su programa, pidió perdón por ciertos exabruptos, ya que ella que “tanto” había defendido los derechos de las mujeres no se podía contener ante la infamia de una niña que trae un pañuelo en la cabeza. Uno de sus invitados sugirió que había que respetar a los diferentes. “¿Y los vamos a respetar si su religión les pide realizar sacrificios humanos?”

La Constitución obliga a escolarizar a la niña y ni modo, se amuelan. El público que entrevistan las cámaras dice que sí, que ni modo, pero que se quite el pañuelo. ¿No recuerdan que hace todavía 20 años las buenas católicas también llevaban pañuelo? ¿Qué dirían si a la hija de un empresario español en Marruecos la forzaran a quitarse el crucifijo para ir a la escuela?

Otra cosa triste, que se ve en casos como éstos, es que los españoles, satisfechos con el desarrollo económico que financió la Unión Europea, se olvidaron de que siempre fueron un pueblo de emigrantes que se quejaba de la discriminación que sufría su gente en Francia o Alemania. Recientemente leí que todavía hay más españoles en el extranjero que inmigrantes en España.

A muchos amigos les preocupa saber si los españoles son racistas con los mexicanos. Aunque nunca falta el que nos califique de “sudacas” (los mexicanos no nos damos por enterados de lo peyorativo del insulto; clavados en nuestras obsesiones, lo que nos molesta es que pierdan el sentido de la geografía y nos ubiquen como sudamericanos; a veces, cuando se les señala el punto y corrigen, conceden: “Vale, centroamericanos”... Joder), en realidad somos aceptados... no porque nuestras singulares virtudes, sino porque los mexicanos vienen a España a estudiar posgrados o a trabajos de nivel medio a alto, en tanto que las oleadas de ecuatorianos, colombianos y otros vienen con una mano adelante y otra atrás a agarrar lo que puedan. Y son muchos, muchos más que nosotros.

¿Revela eso mayor calidad del mexicano? No, lo que muestra es que a nosotros nos queda más cerca Estados Unidos, donde vive alrededor del 15%!d(MISSING)e nuestro pueblo. Y también indica que, en cierto nivel, los españoles son más clasistas que racistas...

En cierto nivel, claro... a su mejor vestimenta, un ecuatoriano puede sumar su tez blanca para ser mejor tratado que un ecuatoriano con cara indígena. Y debajo de todos los latinos, vienen los marroquíes y otros del Magreb, aunque tengan buenas chambas. Y en el sótano, están los negros subsaharianos. O sea que sí, una parte de la sociedad española sí es racista, pero además clasista, y eso significa una triste ventaja relativa para los mexicanos que vienen acá.

Un poco menos para los argentinos, a pesar de su aspecto tan europeo, sobre todo en estas épocas. Los prejuicios que les aplican en España son peores que los de México: allá se les califica de prepotentes y engreídos; a esto, aquí, se añade la idea de que son mentirosos y estafadores. Llegan a enfrentarse a eso y no cuentan con la solidaridad, sino con el rechazo, de los latinoamericanos. Con todo y chistes.

En México se da por hecho que todo humor es legítimo, que no debe haber temas vedados. Y yo comparto esa postura: ciertos segmentos muy abiertos hacia Estados Unidos consideran un sacrilegio hacer chistes sobre las torres gemelas... pero no vamos a dejar de hacerlos nosotros, que a los de San Juanico sumamos los del terremoto de 85 mientras escarbábamos entre escombros que enterraban cinco veces más muertos que los de Nueva York y Washington.

Pero puede llegar a ser bastante pesado: acompañando a Romina, siempre admiro la buena cara con la que enfrenta, todas y cada una de las veces en que conocemos gente nueva, comentarios y chistes prejuiciosos sobre los argentinos. No voy a caer en la tentación de decir que Romi es una argentina atípica, ya Ulanovsky padeció ese elogio de doble filo. Pero es una persona sencilla y con buen humor los recibe siempre. O casi: unas pocas ocasiones sí se ha molestado. Y yo con ella: no es posible que no se pueda hablar de otra cosa frente a un argentino. Y son chistes más que repetidos: mi padre, quien por cierto recibió a Romi en un abrazo enorme, no dejó de contar como gran hallazgo el del “ego, el pequeño argentino que todos llevamos dentro”, un chiste más viejo que el exilio.

* Llegué a odiar estos chistes y a ponerle a los mexicanos la cara que, creía, merecían esos chistes. Estaba cada vez más lejos de acostumbrarme a ese humor que más que regocijarme, me hería. Pero, todavía en México, me sucedió algo que me dejó sin defensas: Fue cuando un amigo, desde Buenos Aires, en un solo grito de satisfacción, me hizo llegar varias páginas de una revista que contenía una completísima recopilación de la última moda de la gracia porteña: chistes de gallegos.

En todo caso, el tema de los chistes ha quedado en segundo o tercer plano. La crisis de una Argentina atenazada entre la inmensa corrupción e irresponsabilidad de sus políticos y la inmensa corrupción e irresponsabilidad de empresas extranjeras (muchas de ellas españolas) y organismos financieros internacionales, se lleva nuestra alma cada día. Ulanovsky y muchos otros regresaron a Argentina con el colapso de los militares, pensando que la oscuridad por fin se marchaba:

* “Hoy, si volviera a sentarme a tomar un café con mi amigo mexicano, le contaría que, desde la dictadura, cuando los miedos eran de otra clase, no hubo un tiempo similar a éste, tan destructivo, con semejante grado de indefensión. Una etapa en la vida en la que tantas personas al mismo tiempo se manifestaran disconformes con el destino que les tocó y que, incluso, pensaran en convertirse en inmigrantes”.

Lo de Argentina me pega demasiado cerca. Por un lado, descubro que lo rioplatense (para incluir a Uruguay) siempre ha estado rondando: amigos de mis padres, compañeros de escuela; escritores y cantautores muy queridos; Luis Lorenzano, el profesor que más directa y constantemente me ayudó en la Licenciatura; otros amigos muy cercanos en la vida “adulta”, ya no exiliados políticos, sino económicos; y, para cerrar, mi vida en pareja con Romina.

Por eso me duele aquí, justo aquí. Y es doloroso sentir sufrir y ver llorar a Romi con la tragedia de una patria a la que nunca ha querido renunciar. Un dolor grave que la persigue al sentir que admitiendo las cosas buenas de la vida cotidiana traiciona a su familia y sus amigos. Escribe Ulanovsky:

* Ninguno dejaba de manifestar el mal por la ausencia y el alejamiento. Cada reconocimiento que se obtenía en el nuevo lugar era el tironeo o la pasada de cuentas que, nos imaginábamos, estaba llegando de la Argentina. Voces secretas y oscuras que llegaban a reclamarnos: ¿Qué es eso de estar bien, si vos viniste a sufrir?

Inserta entonces una bella cita de Eduardo Galeano:

* Persigo la voz enemiga que me dictó la orden de estar triste. A veces, se me da por sentir que la alegría es un delito de alta traición. Y que soy culpable del privilegio de estar vivo y libre. Entonces, me hace bien lo que dijo el cacique Huilca antes la ruinas: Aquí llegaron. Rompieron hasta las piedras. Querían hacernos desaparecer, pero no lo han conseguido, porque estamos vivos y eso es lo principal. Pienso que Huilca tenía razón. Estar vivos: una pequeña victoria. Estar vivos, o sea: capaces de alegría, a pesar de los adioses y los crímenes, para que el destierro sea el testimonio de otro país posible. A la patria, tarea por hacer, no vamos a levantarla con ladrillos de mierda. ¿Serviríamos de algo a la hora del regreso si volviéramos rotos? Requiere más coraje la alegría que la pena. A la pena, al fin y al cabo, estamos acostumbrados.

En todo esto, pido a Romi y a los argentinos que se hagan eco de lo mexicano por lo menos en este sentido, en entrarle a la alegría con coraje, y más que eso con gusto y entusiasmo. A pesar de todo lo que lloramos en nuestras rancheras y nuestros tequilas, no se nos dificulta eso de darle lugar a la alegría. Fui a México y vi a mi gente enojada, emberrinchada, pero lejos de hacer del enojo un impedimento para ser felices y celebrar con cojones los 90 años. Y me contagiaron de alegría, tanta alegría que expulsó al llanto, me llenó el cuerpo y no le dejó sitio, lo hizo salir, no de un solo golpe (tampoco es tan abusiva), sino en chorritos: en el Dos Naciones con mis amigos; escuchando al pinchi Buki al llegar a Madrid; leyendo a Ulanovsky después... y ahora, para terminar.

Se puede ser feliz fuera de la patria, a pesar de la “voz enemiga” que dice Galeano. Ulanovsky reproduce lo que le dijo otro ex-exiliado que retornó a Argentina: “Aprendí que uno es ciudadano del lugar en el que fue feliz. Por eso para mí, para muchos, México es la patria de referencia.”

Es posible que yo sea injusto al sugerir que los argentinos debieron haber tomado su obligada estancia en México con una cara mucho más entusiasta que la de la resignación. Al fin y al cabo, nadie me ha obligado a nada, mi caso es, en ese sentido, bastante opuesto al de ellos. Pero el hombre o mujer depresivo es poco útil para su entorno, para la patria, esté cerca o lejos, y para sí mismo, mientras que el que se permite ser feliz adquiere esa energía tan limpia, la misma que puede facilitar la felicidad de los otros, liberándose de ataduras y prejuicios.

Y leyendo, identificándome con Ulanovsky en tantos aspectos, he tomado la decisión de que no voy a ser feliz mientras esté aquí. Con Romi, voy a seguir siendo feliz, a prolongar la felicidad de mi México, precisamente porque estoy aquí, en la vieja y bella España que me da albergue y me abre sus misterios.

Vayan estas últimas lágrimas por voshotrosh, amigos míos, en México, en Argentina y en el mundo. Vayan lágrimas ahora, porque después, como siempre, irán rápidos vagones cargados de risas. Y reiremos siempre juntos.


HISTORIA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN EL SERVIÇÂO DO INFORMAÇÂO DO UM TAL TEMORIÇÂO

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4th November 2005

Me encanto
vivi un año en Madrid, me identifico mucho con lo que cuentas aqui, no he decidido todavia si regresar o quedarme, me detiene mucho todos esos aspectos que mencionas, familia, amigos, pais, gente , sentir que perteneces y te identificas con lugares, gentes y cosas. Disfrute mucho tu relato, lo necesitaba. Un saludo y suerte en Madrid.
24th March 2007

Por desgracia, creo que en América Latina hay bastante más clasismo que en España. En eso no estoy de acuerdo contigo.

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