Storie della Sicilia e delle Isole Eolie


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May 11th 2001
Published: May 11th 2001
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Romina en el Tempio de GiunoneRomina en el Tempio de GiunoneRomina en el Tempio de Giunone

En Agrigento. No podía decirle a Romi, como hizo Napoleón con sus tropas en Egipto, "cuarenta siglos de historia te contemplan". Pero sí unos veintiséis.

11 DE MAYO DE 2001



Carissimi amici:

Maravillosa. Así es Sicilia. "La Sicilia", pronunciando la "c" como "ch", al estilo italiano.
¿Qué imágenes nos vienen a la cabeza cuando se piensa en la Sicilia? Inevitablemente, mafia: Don Corleone, pistolas, vendettas. Bandidos en cada esquina, sonrisas amenazadoras, hurtos repetidos e inevitables. También tradicionalismo católico severo: pueblitos de casas blancas, muy soleados, mujeres siempre vestidas de negro, familias que casan a sus hijas sin pedirles opinión, hombres aferrados a un exigente sentido del honor, y todo en un ambiente rural tercermundista.
La gente es sumamente agradable, cortés y cariñosa. Hace falta decir eso antes que cualquier otra cosa, la gente es el valor más delicioso de cualquier lugar, y en eso la Sicilia corre con ventajas. También debo precisar: no nos robaron. Ni intentaron hacerlo. Ni sentimos en momento alguno que había peligro real de ello. Al contrario: uno se queda medio molesto consigo mismo por la propia actitud paranoica, por hacerse eco de los estereotipos y estar todo el tiempo a la defensiva.
Dicho lo primero, paso a lo segundo antes de lo tercero, y así sucesivamente...
Además de los sicilianos de hoy, la isla, con sus islitas cercanas, tiene
Sicilia y las Islas EoliasSicilia y las Islas EoliasSicilia y las Islas Eolias

Ubiquen los puntos clave: Palermo, Agrigento, Catania, Messina -Taormina está entre estas dos-, Milazzo -es la uña que sale junto a la banderita de Messina- y las islas Eolias, que son las siete que se ven arriba.
dos grandes cualidades: su belleza natural y su intensísima y tremendamente diversa experiencia histórica.
En lo primero, lamento decir, no se pueden contar playas de fina arena blanca, como las del Caribe mexicano. Toda la zona tiene origen volcánico, la mayor parte de las costas son rocosas, y las pocas playas tienen una arena gruesa y oscura que puede volver locos a quienes no conocen nada mejor que eso, pero para otros resulta poco atractivo. Comento lo anterior porque varios amigos escribieron imaginando que me la había pasado de playero, pero no. De cualquier forma, lo de la belleza natural quedará detallado a lo largo de la narración.
La segunda cualidad es apasionante. Deriva de la posición geográfica de la Sicilia, justo en el centro del Mediterráneo, el lagototote (no se forma ni una ola, nada de compararse con la hermosa violencia del Pacífico) que en sus riberas aglutinó la mayor diversidad de culturas del mundo. Es natural que haya ocurrido así: para que haya desarrollo cultural, es indispensable la comunicación: el tranquilo mar la facilitaba; y la diversidad se vio favorecida porque esta comunicación no era adyacente, es decir, el propio mar constituía una enorme frontera natural que permitía
Eolias: En Lípari, con Vulcano al fondoEolias: En Lípari, con Vulcano al fondoEolias: En Lípari, con Vulcano al fondo

Advierto, me crean o no: el abultamiento que se aprecia en la parte baja de mi sudadera, donde se encuentra el vientre poderosísimo y bien formado con el diario gimnasio, no es una pancita coqueta, sino la cangurera negra que, si se fijan bien, ahí se ve. Y sí, ya sé que me veo simpático con mi casquito y la vespa alquilada.
el surgimiento de las particularidades de los diversos pueblos.
La Sicilia está en el centro de todo eso. Para ir de Italia a Libia, o de Constantinopla a Gibraltar, se pasa por la Sicilia. Cualquier potencia que pretendiera extender su hegemonía, ya fuera comercial, política o militar, tenía que tener bases en la Sicilia, dominar la Sicilia o conquistar la Sicilia.
Así es que la gran virtud y la gran tragedia de la isla es que por ahí pasó todo el mundo mediterráneo, dejando monumentos y muertos innumerables. Así, al vuelo, van los que recuerdo: fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, normandos, austríacos, aragoneses, españoles, franceses, piamonteses, alemanes, británicos y gringos.
¿Y qué opinan los sicilianos originales? ¿Los hay? Es indeterminable, la mezcla es igualmente intensa, pero al correr de los siglos y los milenios se fue formando una fuerte organización subterránea, formada por todos los dominados y por los que, habiendo sido dominadores, fueron derrotados por el nuevo conquistador y pasaron a formar la base social. Incapaces de oponerse a tan poderosos ejércitos, los sicilianos desarrollaron una resistencia clandestina, crearon estructuras políticas ocultas que funcionaban sin importar quién estuviera en el gobierno formal, protegidas por la complicidad de todo
StromboliStromboliStromboli

Al noreste, el pueblo de Stromboli. Al suroeste, Ginostra. En el cono del volcán, cayendo hacia el noroeste, la Sciara del Fuoco, por donde se derrama la lava.
el pueblo, por la participación y el silencio de todos: la mafia, reconvertida en organización criminal, pero de todos modos protegida por la centenaria ley de silencio, "la omertà". ¡Ay de aquél que abra el pico!
Se supone que esto debería haberles hecho ladinos, suspicaces, reacios ante el extranjero. Bueno, pues ya lo dije antes: todo lo contrario.
¡Se me olvidaba otra cualidad más! Los helados, ma chè cosa, ¡los helados! Nada de bolitas de agua, helados de a de veras, artesanales, que esperan por ti en refrigeradores-show, con sus montones de combinaciones, aunque nada mejor que el simple chocolate.
Como es mucho lo que hay que contar, en esta sexta edición del Serviçâo do Informaçâo, va la historia a manera de diario, empezando por el día, hace más de una semana, en que llegamos a este mismo lugar, el "Aeroporto Falcone e Borsellino", llamado así en honor a los jueces que empezaron con la famosa operación Mani Puliti -manos limpias- contra la mafia, asesinados en 1992:

Giovedi, tre Maggio. Madrid-Roma-Palermo

Esta mañana, a las seis, ya estábamos en el mostrador de Alitalia del aeropuerto de Barajas. Tomamos dos vuelos: Madrid-Roma y Roma-Palermo. Como es debido, los conseguimos baratísimos (los compramos en unas ofertas en febrero): 37 mil pesetas ida y vuelta, unos 190 dólares. Y, además, con un tino impresionante: el mapa meteorológico de Europa, en medio de una extraña tormenta polar que desde hace una semana nos aventó de regreso al invierno, muestra nubecitas con rayos en todo el continente, todo, menos un lugar: la Sicilia. Sólo aquí hay un solecito dibujado. Qué suerte.
Nuestra agenda de viaje es muy rigurosa, elaborada al detalle para que podamos aprovechar lo máximo posible. Aún así, hemos tenido que descartar Siracusa, la ciudad griega que fue la primera capital de la isla. Es una pena. Y a Palermo le corresponde, apenas, la tarde de hoy.
La primera impresión de Sicilia: es el caos vial más grave que he visto. Ni el DF en viernes de futbol. No hay el menor orden, los peatones se mueven entre los coches, los autobuses ganan el paso a acelerones, cruzar por las esquinas es confiar tu vida al azar, con vehículos apareciendo de cualquier sitio...
Y lo peor, lo peor de todo: las vespas. Es cierto, el mito italiano de las vespas es real, son las dueñas y señoras de la vía pública. Hay ejércitos de motonetas invadiéndolo todo, con su estrepitoso zumbido, cruzándose a coches y peatones, en sentido contrario o, de plano, en sentido transversal. Afuera de la Universidad, un enorme estacionamiento de vespas. Se me ocurre ahora que deberíamos llamarlas "avespas", como un insecto zumbante y peligroso que nos hostilizará durante todo el viaje.
Alquilamos una habitación en el casco viejo, a un lado de la estación del ferrocarril. Es el Hotel Vitoria, una pensión como abundan aquí y en España: súper sencilla, sin el menor gusto, con baño comunitario, instalada en el primer piso de un edificio antiguo. 30 dólares la noche.
La ciudad vieja se reparte en cuatro barrios, divididos por dos avenidas, el Corso Vittorio Emanuele y la Via Maqueda. En la confluencia de ambas están los Quattrochianti -cuatro esquinas-, que son casas con fuentes y estatuas que representan las estaciones.
Empezamos subiendo por la Via Maqueda, hasta el Palazzo della Provincia, en donde está el gobierno de Palermo. Fue construido por un príncipe (y duque, y conde y quién sabe cuántos título más) de Comittini, en el settecento (s. XVII). No es un edificio turístico, pero nos dejaron entrar y un amable guarda, el signore Lorenzo,
Una erupción del StromboliUna erupción del StromboliUna erupción del Stromboli

Las sombras pequeñas son personas.
nos dio explicaciones en italiano, metiéndonos a la sala del consejo provincial, que había terminado una reunión minutos antes, y nada menos que en la oficina del presidente de la provincia, que no estaba en Palermo... ni suele estar. El hombre es miembro del Parlamento Europeo, con sede en Estrasburgo, Francia, y pasa más tiempo allá. ¿Cómo le hace para gobernar bien?, era la pregunta obvia. El signore Lorenzo sonrió, pícaro, y dijo: "Il presidente è inteligentissimo". Una respuesta con distintas interpretaciones.
Pasamos por una ex-mezquita, San Cataldo, y, atrás de ella, vimos la iglesia de La Martorana, construida en 1143. Es encantadora, con mucho misterio. Es un templo que se mantiene útil por el esfuerzo de los curas que trabajan ahí, pero que no ha sufrido una restauración. Digo sufrido porque en muchas ocasiones la restauración se convierte en una reconstrucción, en una reinterpretación que rompe con el sentido original. Por ejemplo, la casa donde nació Cervantes, en Alcalá de Henares, hoy día parece un escenario para revista de decoración de interiores, perfectamente pintada y remozada, de una forma que hace difícil imaginar cómo era realmente cuando el gran autor jugaba en sus escaleras.
La Martorana refleja sus años
PollaraPollaraPollara

Podíamos apreciar la vida más tranquila en donde antes rugió la Madre Tierra.
y su historia. La piedra está marcada por moho, cenizas y pólvora, la torre del campanario ya no tiene campanario y está partida, probablemente como resultado de una batalla.
Al entrar, esperaba sentir un ambiente lóbrego y de fuerte humedad. Pero nos recibió un aroma dulce, pensé que estos religiosos tenía una esencia secreta que lograba perfumar de manera completa y sutil... ¿Qué será? Penetramos y descubrimos que el interior estaba repleto de girasoles, rosas amarillas y otras flores, alegremente vivas y contrastando con el fondo pétreo de las paredes antiquísimas.
El templo es pequeño. Me encantó que, al contrario de la recargada capilla de El Escorial, repleta de oro americano, con más ostentación que gusto, aquí los dorados no lo ocupan todo y más bien constituyen el fondo de imágenes bizantinas, con inscripciones en griego. La parte principal del altar la constituyen sólidas figuras talladas en piedra volcánica.
Aunque pensamos que las flores formaban parte de la decoración cotidiana de la iglesia, después nos dimos cuenta de que las habían traído para dos bodas, los girasoles para la primera y las rosas para la otra. A mí nunca me han gustado las bodas, pero la expectativa de ver una
La fractura del volcánLa fractura del volcánLa fractura del volcán

El acantilado. Tomé la foto donde vimos al galancete cutre, ése.
al estilo siciliano nos hizo regresar un poco más tarde.
Lo que me sorprendió no fue, paradójicamente, el rito, bastante normal, sino que estuviera ahí presente un juez de paz con un libro que los novios firmaron mientras el propio cura les leía tres artículos del Código Civil, sin una sola referencia religiosa. Es como si en México el sacerdote recitara la epístola de Melchor Ocampo.
Fuera de eso, todo igual a México... excepto, tal vez, por la pequeña diferencia de casarse en un lugar construido hace 900 años.
La novia era fea, fea, fea, con una nariz que no ganaría el primer lugar en un concurso de zanahorias, como en la película de Subiela, sino en un concurso de garfios... el pirata de Peter Pan bien podría interesarse en el modelo. Era tan peculiar que me permitió reconstruir, en unos instantes, todo el árbol genealógico de las damas presentes: descubrí quién era la mamá, la hermana (todavía más fea), la que seguramente no era más que prima en segundo grado, porque la violencia del rasgo se le suavizaba un poquito y sus ojos eran lindos...
Se llamaban Fernando y Rosalía. Salieron de acuerdo al esquema standard, entre una lluvia de arroz y de unas almendras enchocolatadas que le llovían a Fer en la cara hasta que de plano empezó a cuidarse del siguiente catorrazo. Yo seguía entusiasta, criticando a la estirpe rosaliana, cuando nos dimos cuenta de que algunos de los invitados estaban a un lado nuestro y tal vez nos oían. Romina me miró con ojos de "¿qué no sabes que estamos en Sicilia?, estos de aquí son sicilianos". Por la nariz, bien podían ser sus hermanos. Pero era día de fiesta religiosa y venían sin puñales.
La Martorana está en una placita, de la cual sale un callejón que corre al lado del convento de Santa Caterina, del siglo XVI. Frente a él, una fuente grande y hermosa, con numerosas estatuas en mármol blanco. Muchas de ellas son de hombres, jóvenes y no tanto, en plena desnudez. Yyyyy... Pues eso no dejaba dormir tranquilas a las monjas del convento. Así que tomaron los martillos y... pum. Las estatuas perdieron la capacidad de reproducción.
Siglos después, las aves nocturnas de Palermo llegaron al relevo y pensaron que sus dormitorios de adolescentes se verían muy originales con fragmentos como brazos y cabezas. Ya para entonces, la Fuente Pretoria había sido renombrada "Della Vergogna" (vergüenza). Hoy encontramos la fuente en reconstrucción... y miren que aquí sí que le hacía falta.
En otro costado de la fuente hay un edificio gubernamental (sombreado a la derecha), en el que todo el que quiso colocó una placa de mármol recordando algo. Una de ellas se refiere al referéndum celebrado en 1860, cuando Garibaldi le fabricaba un reino a Vittorio Emanuele I, del Piamonte, bajo el pretexto de la unificación de Italia, y se preguntó a los sicilianos si estaban de acuerdo con la idea: de 453,720 votantes, 453,060 dijeron que sí... ¡El milagro de la unanimidad! Esta es otra demostración histórica de que los ingenieros electorales mexicanos que hicieron grande al PRI ya eran muy bien valorados en la Europa decimonónica.
Después está Quattrochianti y ahí se toma el corso Vittorio Emanuele para ir a la catedral, enorme, muy linda, con una fachada en la que cada nuevo gobernante añadió lo suyo, desde la original mezquita árabe, y con un interior bastante simplón.
Pero en el camino descubrimos la piazza Carolo V, o sea, Carlos V, donde hay una estatua del viejo rey, con una inscripción que lo presenta así: "Dom Carolo V. Hassiaco, saxonico, germanico, hispanico, gallico, africano, tvrcico, mexicano, pervano, molvcensi". O sea, dueño de todo el mundo.
La inscripción me sugiere tres cosas: la primera es que, a pesar de los reparos que todavía ponen algunos españoles, la X estaba incorporada a la palabra México desde los primeros días de la conquista, no fue un capricho local nuestro, así que es una torpe necedad la de quienes siguen escribiéndolo con J. Dos, lo hispánico está colocado en cuarto lugar, tal parece que España no estaba al principio del sentimiento patriótico del rey flamenco que heredó los dominios de los reyes católicos. Ultimo, en la lista no aparece, precisamente, la colonia donde está ubicada la estatua, Sicilia, ni como tal ni como Italia o Nápoles, que entonces era capital de esa provincia del reino de Carlos V.
***
Se acabaron los monumentos por ese día. Buscamos entonces conocer el Palermo viejo de la gente común. Que no estaba muy lejos, de hecho, al lado. El corso Vittorio corre de suroeste a noreste, y la via Maqueda de noroeste a sureste. Recorrimos, entonces, el sector sur de los cuatro barrios del casco antiguo.
Si en el centro de Madrid hay quejas por la estrechez de las calles, jamás pensadas para un tráfico automovilístico intenso, ese Palermo viejo se corre todavía más al extremo: su anchura apenas permite el paso de un coche compacto, con un peatón pegándose a la pared para que no le pegue el espejo retrovisor. El trazo es completamente irregular, las vias se tuercen y conducen a sitios inesperados.
Las cosas se ponen peores cuando, de pronto, en un cruce de calles se encuentran cuatro vehículos que pretenden avanzar en direcciones opuestas. No hay espacio para maniobrar y los conductores, como si fueran mexicanos, no están dispuestos a ceder. Mientras tanto, las malditas vespas corren como enfermas por esas angosturas, poniendo en puntas los pelos de los peatones desacostumbrados.
Los balcones son una constante, y, pese a que esta ciudad jamás se caracterizó por su riqueza, es evidente que se preocuparon porque su arquitectura no perdiera belleza por ser simple. Abundan los balcones y los bonitos portales.
Pero el deterioro es impresionante: todo se está cayendo. Recordé de inmediato el uso que hace la propaganda anticastrista del mal estado de las casas de La Habana. Estuve ahí en 1997 y, comparándolo, el que encuentro en esta zona de Palermo es bastante más grave.
Por supuesto, como sucede en toda Europa, lo más jodido es el tapete de bienvenida para la inmigración tercermundista: abundan los extranjeros, sobretodo subsaharianos.
Por ahí fuimos a dar a un mercado, al mejor estilo callejero mexicano. Calles y calles de puestecillos coloridos, sin orden ni higiene. Y nosotros con nuestra cara de extranjeros confundidos y curiosos, buena presa para un ladrón principiante.
Se me antojó comprar fresas. Tenían un letrerito que decía "mezzochilo (medio kilo; pronúnciense las zetas como "ts" y la ch como "k") 1000". Sólo que a los ceros les salía una pequeña colita hacia abajo, como la que tiene esta Q, pero de derecha a izquierda. Y eso convertía los ceros en nueves, lo que significaba que valían 1,999 liras.
Tomando en cuenta que un peso mexicano vale como 250 liras (un dólar=2,200), queda más que evidenciado lo absurdo de la costumbrita de poner todo a 99 en lugar de cien.
Y uno se pone a buscar moneditas, poniéndolas todas en la mano para ver qué condenada denominación tienen: las hay desde cinquanta lire (2 centavos de dólar o 20 de peso) hasta la más grande, de mila lire (40 centavos o 4 pesos), sólo que de las de cento lire hay tres monedas diferentes, porque las han ido cambiando pero no las reemplazan (los billetes empiezan en mila lire -cuatro pesos-, de manera que en realidad casi todo se hace en papeles arrugados y sucios). Así que, si para alguien había pasado desapercibida nuestra condición de turistas, al analizar detenidamente cada monedita quedábamos más que exhibidos.
No nos pasó nada, como ya había adelantado. Pero más tarde, al llegar a la pensión, yo continuaba impresionado con los precios: 60 mil por dormir, 2,500 por un helado, 3,000 por un pedazo de pizza. Ya en España, donde un boleto de metro cuesta 145 pesetas, me impresionaban los numerotes, pero aquí de plano es una exageración. "Relájate", pensé. "si el prócer Salinitas no le hubiera quitado tres ceros al peso, el cambio actual serían 4 pesos por una lira italiana... y sería normal en México decir que una deliciosérrima torta de pollo adobado con quesillo, como las que hacen en la calle Sonora, vale 12,000, y que la renta de un depa en la Roma es de 3 millones. ¿Y qué tal Argentina? Ahí le quitaron ceros a su moneda en dos ocasiones, y ahora manejarían seis ceros más".
De esa forma me vacuné contra la soberbia monetaria y pude dormir tranquilo.

Venerdi, quattro Maggio. Palermo-Agrigento-Catania

Otro día de levantarse tempranísimo. Un trayecto de dos horas en tren salió como en cuatro dólares. Transcurrió a lo ancho de la Sicilia central, de la costa norte a la sur. La isla está repleta de flores. Es primavera y en la Sicilia se dan que es un enorme gusto.
En casi toda Europa occidental han desaparecido los bosques. Los que quedan, parecen animales domesticados: se les ve como una mancha pequeña y perfectamente bien delimitada: Hasta aquí llegó el bosque y lo demás es dominio humano. Parece horrible, pero a la vista luce muy bonito: todo son sembradíos y pastizales, el manto verde es uniforme hasta donde alcanza la vista, levantándose y recogiéndose ajustado a los desniveles del terreno. Donde hay una colina, se ve una arruga hermosamente trazada. Es de un verde claro, pero de pronto aparecen, aquí y allá, manchas rojizas de flores, o de pronto amarillentas, y blancas. Luego, por ahí, rebaños de ovejas y cabras, y en otro lado, un rectángulo de tierra de un café profundo, preparada para sembrar.
Todo es muy lindo, hasta... hasta que se yergue de súbito, sin justificación ni motivo aparente, un bloque de departamentos, o un conjunto de ellos, groseros y vulgares, rompiendo con toda armonía. No se trata de las orillas de una ciudad, ni de un nuevo fraccionamiento para acomodar a los obreros de una fábrica. Simplemente, a los habitantes del campo se les dotó de "vivienda digna" y los sacaron de sus humildes casas para meterlos en esas moles infames.
Esa es la estrategia contra la pobreza en los países menos desarrollados de la Unión Europea. La guerra contra las "chabolas" (ciudades perdidas, villas miseria, favelas o como se les quiera llamar) es derribarlas después de haber trasladado a todos a los bloques (edificios multifamiliares), en donde se supone que los nuevos vecinos elevan su calidad de vida.
No sé, en realidad, hasta qué punto se ha extendido al resto de Europa, pero en España y en Sicilia abundan. En las ciudades, da la impresión de que piensan que un centro antiguo hermoso, en el que los antiguos habitantes expresaron sus mejores cualidades artísticas, es suficiente para extender a toda la urbe la categoría de ciudad bella, sin importar que todo el resto haya sido construido sin la menor voluntad estética. Y se cree que mejorar la calidad de vida es condenar a una persona a vivir entre altas moles de cemento, con quince pisos abajo y diez arriba, en apartamentos pequeños a los que se llega por interminables y estrechos pasillos de puertas y más puertas.
Eso, como dije, en las ciudades. En el campo es más grave, porque la gente está acostumbrada al espacio, el inmediato y el del horizonte... Y estas manchas espantosas que aparecen en medio de los campos más lindos deprimen hasta al más entusiasta.
Un ejemplo de ciudad de gran belleza rodeada de puro cascajo es Agrigento: El centro está como hace siglos, pero bien cuidado, bien lindo. Apenas se acaba el casco viejo y empiezan los bloques, rodeándolo en círculos cada vez más anchos, hasta que, de lejos, cuesta trabajo distinguir qué es lo que hace singular esa ciudad.
Pero tiene mucho. Impresionante.
Ese día fue de caminatas. Sólo en Agrigento nos metimos como 15 kilómetros. Y cometimos el error de pensar que la vida era muy bonita porque había sol mientras en Europa todo era lluvia. En lugar de zapatos cómodos, nos pusimos huaraches. Los míos era particularmente planos, y en algún momento hice un mal movimiento que se combinó con el prolongado esfuerzo, y acabé con el pie derecho lastimado. Una molestia que me acompañaría todo el viaje.
Agrigento se encuentra a unos 200 metros sobre el nivel del mar. En días claros, no lo era, desde la plaza principal se pueden ver las costas de Libia y Túnez, así como la isla de Malta. Está emplazado en la ladera de un cerro, de manera que todo son subidas y bajadas.
Desde el mismo emplazamiento, a unos cuatro kilómetros, y formando un incomparable balcón hacia el mar, se observa una larga línea de templos griegos. Sí entendieron, ¿verdad? No escribí carritos de hot dogs: Un balcón marino formado por una larga línea de templos griegos del siglo V antes de Cristo. A mí me pareció impresionante.
La antigua Akragas era una "sottocolonia fondata nel 581 a.C. per la colonia rodio-cretese di Gela". "Sotto" significa "bajo" o "sub". Cartago la tomó en 405 a.C., Roma en 261, los cartagineses de nuevo en 255, Roma de nuez en 210... (rima involuntaria)
El primero es el de Tempio di Giunone (Juno), bastante dañado por los siglos, como se ve en la foto en la que Romi nos mira muy contenta.
En cambio, a un kilómetro siguiendo una via de estilo romano que corre paralela a la muralla, el Tempio di la Concordia, que está bastante completo gracias a que unos curas bizantinos, y luego unos católicos, les hicieron la mala obra a los griegos de consagrarlo a un dios ajeno, y lo cuidaron bastante.
Después llegamos al Tempio di Ercule, conocido por los helenos como Herakles y por nosotros como Hércules. La parte siguiente, con más templos, era de pago, por lo que consideramos prudente darnos por satisfechos. Agotados por la caminata, decidimos regresar en autobús a la ciudad. Lo esperamos por media hora, bajo el sol, nada más que para descubrir una característica siciliana (ya averiguaré si también del resto de Italia): el boleto no se vende arriba del autobús, sino que hay que buscar locales donde lo vendan. Completamente impráctico. Pero el chofer fue muy amable, nos indicó dónde comprarlo y dijo que nos esperaría si corríamos.
Después comenzó el recorrido por las calles de Agrigento que, como muchas de Sicilia, no tienen letreros con el nombre, son muy empinadas y, en la mayoría de los casos, son más bien andadores por los que sólo pueden circular peatones y las sempiternas vespas, aunque en el plano aparezcan con nombres de via, corso y viale.
Subir y bajar por callejoncitos encantadores, buscando la "chiesa vecchia" (iglesia vieja). Todos los pueblos tienen su chiesa vecchia y siempre que son grandes, también su "duomo" (para referirse a la catedral), aunque en algunos casos la chiesa vecchia tiene un nombre especial, como aquí, que se llamaba Santa Maria dei Greci (de los griegos). No es en su aspecto exterior donde se descubre porqué se llama así, sino adentro: en la mezcla de estilos que los distintos dominadores le imprimieron (ortodoxos, normandos, bizantinos, católicos) todavía se aprecian 8 de las 34 columnas que tuvo el antiquísimo templo de Atenea, del s.V a.C., sobre el que se levanto la chiesa. El guarda es el signore Pazzarello, quien tuvo la amabilidad de darnos una larga explicación y de hacernos pasar, por un pasadizo semisubterráneo, a ver los viejos basamentos.
En algún momento, de pronto Romi estaba saltando de gusto: desde alguna ventana salían los acordes, mal tocados en guitarra eléctrica, de algo que recordaba mucho a "De música ligera", la canción de Soda. Y no era sólo por eso, sino también porque en una puerta frente a nosotros había un letrero que indicaba que ahí era el domicilio de un semanario: "L’amico del popolo. Settimanale cattolico agrigentino". Con todo el dolor de mi corazón, tuve que explicarle que "agrigentino" viene de Agrigento, no de Argentina, y que no podía tocar para pedirles mate ni para rezar con ellos los padrenuestros con acento porteño. Romi lloró un rato, pero se repuso pronto.
Después subimos hasta la parte más alta, donde está el duomo, cerrado ese día. A pesar de ser un recinto religioso, de una de sus ventanas asomaba una bandera de Forza Italia, el partido derechista de Silvio Berlusconi (unos días después, el día 13, habría elecciones y Berlusconi sería el ganador).
Esa fue una muestra más de la estrecha relación que tienen en Italia el Estado, la sociedad política y la Iglesia Católica. Recuerden el rollo legal que les echó el cura a los novios en su boda. Otro ejemplo es que, en todas las estaciones de ferrocarril, una empresa pública, hay capillas.
Aunque el ferrocarril es más bonito y barato, por el horario nos ajustaba mejor tomar un autobús a Catania. Tenía dos pisos, y como yo nunca me había subido a uno de esos, quise ir en el de arriba, hasta adelante, viendo a mis pies el paisaje.
Al noroeste de Catania, y al suroeste de Taormina, se encuentra el Monte Etna, un volcán que todavía a principio de los noventa obligó a hacer grandes obras para evitar que sus corrientes de lava afectaran zonas habitadas. Sus dimensiones son enormes: Tiene 3,400 metros de altura, 1,570 km2 de superficie y 200 kms de perímetro. Los romanos decían que era la morada de Vulcano, el herrero de los dioses que forjaba las armas de Júpiter. Ahí vivían los cíclopes, uno de los cuales, Polifemo, se merendó a varios compañeros de Ulises y después trató de hundir su barco arrojándole enormes peñascos que bien pudieron haber sido lanzados por el Etna. Hace tres siglos, una erupción destruyó Catania y dejó 60 mil muertos.
Es una visita obligada, hay expediciones a la cumbre y también un ferrocarril que hace una trayecto alrededor, la Ferrovia Circumetnea. Pero nos vimos obligados a dejarlo para mejor ocasión, al igual que hicimos con Siracusa.
De todas formas, de pronto lo vi desde al autobús, la carretera se dirigía hacia él. No se veía muy bien, por desgracia las nubes de la borrasca europea ya griseaban el cielo, pero a la distancia lucía alto y blanco. El mapa indicaba que la carretera pasaba un poco al sur del Monte, por lo que supuse que pronto empezaríamos a desviarnos hacia la derecha.
Me emocioné y quise decírselo a Romina. Estaba dormidísima. Pensé que, como es su estilo, cuando yo le dijera ella abriría poquitito los ojos, echaría un vistazo, diría "bah" y volvería al sueño. Pero luego se me ocurrió que eso sería una anécdota simpática qué contar en el Serviçâo do Informaçâo. La vi dormir con placidez. "Qué mala onda sería despertarla sólo para eso". No me aguanté: "Romi, Romi, mira, es el Etna". Esperé su rechazo en vano: se levantó de inmediato, tallándose los ojos, se puso las gafas y miró con atención, fijamente, un rato. Lo suficiente como para que se le fuera el sueño.
El problema fue que, pasados unos minutos, empecé a ver el monte demasiado cerca; y la carretera, en lugar de torcer levemente hacia la derecha, lo hizo a la izquierda, y mucho. El cerro siguió acercándose, hasta que estuvo a poca distancia a nuestra derecha, y ya no estaba ni tan grande ni tan blanco como lucía a la distancia. Más bien, era bastante común. Me guardé de decírselo a Romi, con sus ojos abiertos como platos.
Catania es la segunda ciudad de Sicilia, con unos 400 mil habitantes. Frente al enorme Duomo, hay una placita con un elefante muerto de la risa que sostiene una columna: parece un personaje de caricatura o el sello de una marca de bombones, pero en realidad es el muy querido símbolo de la ciudad.
Nos hospedamos en un hotel con servicios de pensión, con baño común y lo que ya dije antes, pero un poco más caro: 40 dólares. Después salimos a caminar por la via Etnea, llamada así porque va del Duomo al Monte Etna, que, por ser de noche y por el mal clima, seguíamos sin poder admirar. Frente a la Universitá degli Studi, Rifondazione Comunista, la extrema izquierda italiana, celebraba un mitin presidido por un orador impresionante: su voz sonaba dentro del pecho de cada oyente. Emocionaba, aunque tuviéramos dificultades para comprenderle.
Se trataba de Fausto Bertinotti, secretario general del partido y hombre importante de la política italiana. Hablaba lo mismo de la desconfianza hacia la izquierda moderada, denunciando los acercamientos de Massimo D’Alema, líder de la coalición (ex)gubernamental de L’Ulivo, a las tesis neoliberales, que de los abusos laborales de empresas como McDonald’s (lo cual debe haber alegrado mucho a la gente de Burger King, uno de cuyos locales se veía desde donde estábamos).
También criticó a los que se lanzan contra "il inmigrato, diferente di colore, di lingua, di religione". Aquí viene al caso mencionar un escándalo de hace como tres meses: en el norte de Italia, el más racista, una chava denunció que un grupo de inmigrantes había atacado su casa, y asesinado a su madre y a su hermano. A ella la habían querido violar, pero escapó por suerte.
Se armó una pelotera inmensa. Mientras la policía rastrillaba la zona e interrogaba inmigrantes, Forza Italia y las fuerzas de la derecha denunciaban, indignadas, la política de la centro-izquierda de L’Ulivo, que permitía el ingreso de extranjeros y no imponía la ley. La gente se manifestaba en las calles, empezaron a darse casos de agresiones contra inmigrantes y los periódicos de la derecha acrecentaban el mitote.
Hasta que a alguien le llamó la atención la calma con que la chava contaba las cosas; una calma que los periódicos llamaron entereza, pero que resultó ser una combinación de sangre fría con desvergüenza: se descubrió que los verdaderos asesinos habían sido la chava y su novio; y que el racismo de un sector de la sociedad, les había servido de coartada.
Dejamos a Bertinotti y seguimos por la via Etnea, antes de empezar a buscar la parte vieja del casco viejo. Aquí debo decir que contábamos con la referencia de un libro magnífico para los viajeros, la "guía del trotamundos" ("la guide du routard", en su original francés), pensada para aquéllos que preferimos andar a nuestro aire y desconfiamos de los tours.
De ese "casco antiguo", la guía dice: "Por la noche, el barrio se anima alrededor de las calles ‘calientes’. Las casas, entre las luces titilantes, toman colores y formas surrealistas. Una multitud descuidada deambula entre prostitutas de grandes pechos y marineros borrachos. Todo entre calles oscuras y fachadas difuminadas como un viejo rímel. Tascas de poca monta emanan, bajo la humedad del atardecer, el aroma de los aceites requemados. Un paseo excepcional para poetas decadentes".
¿Qué más quería? Por supuesto me rehusé a seguir en busca de alguna chiesa vecchia y corrí a conocer ese lugar tenebroso en donde seguramente encontraría a la combinación de Poe con Bukowsky a la siciliana. A Romi no le encantaba la idea, pero accedió a acompañarme.
Lo de casco viejo viejo se nota enseguida: los bajos edificios, de paredes ennegrecidas, se están cayendo a pedazos, cuando no se han caído. Casi todos están deshabitados. Los estrechos callejones son bocas de lobo, oscuros y sucios, sin una farola solitaria que ahuyente los fantasmas. Se siente la presencia de mil tragedias en cada esquina, detrás de cada barda. Casi se oye el arrastrar de cadenas de las almas penando. Al pecho lo aplasta una angustia extraña, oprime las costillas y quita el aliento. En el aire, a poca distancia de nuestras cabezas, rumora el aleteo de una depresión centenaria.
La zona en cuestión tiene unos 200 metros de largo, siguiendo las vias Giovanni di Prima y Antonino di Sangiuliano, y apenas unos cincuenta de ancho, con callejuelas bastante retorcidas. Romi no quiso entrar ("si quieres te espero aquí"), acaso estremecida por algún temor espectral o humano, pero el recorrido que hicimos alrededor de ese barrio, en algunos tramos dos veces, nos dio una imagen bastante concreta de su aspecto, ya que a lo ancho, entre Di Prima y Di Sangiuliano, no hay más que una callecita, a veces dos.
No hay luces titilantes, casas de colores surrealistas, prostitutas de grandes pechos, marineros borrachos, tascas de poca monta, ni mucho menos una multitud descuidada. No hay vida, es un barrio, más que moribundo, bien muerto. Un cadáver como los de los muertos de peste, los que amenazan con consumir al vivo que se les aproxime.
Y tristemente, las únicas señales de movimiento que llegamos a captar, fueron las de tres inmigrantes negros a quienes no les quedó otra alternativa que vivir allí, en el ombligo abandonado e infectado de la sociedad catania.

Sabato, cinque Maggio. Catania-Taormina-Messina-Milazzo

"Il mercato del Duomo", también conocido como "la pescheria", se instala todas las mañanas detrás de la fuente decimonónica que está a 20 metros del elefantito. Tal vez en un principio sólo ocupó un antiguo pasadizo de tres bocas que está en el centro, pero ahora está desparramado por las calles circunvecinas.
Es uno de los mercados más impresionantes que he visto: todo lo que se puede sacar del mar sin pasarlo antes por una industrialzadora está ahí. El kilo de piscispata (pez espada) se vende en venticinque mila lire (12 dólares), el de un pez largo, delgado y de color plata brillante que se llama spatula está barato, sólo otto mila lire (4 dólares), las piezas más caras están en cuaranta mile lire (20 dólares), el calamar (uno de los cien tipos que hay) en diciotto mila lire (9 dlls) y el de pulpo en duodici mila lire (6 dlls.). El camarón grande en trenticinque (17 dlls) y el chico en quindici (7 dlls.).
Los puestos se extienden por las calles aprovechando el espacio al máximo, aunque eso no los obliga a ser disciplinados en su ordenación. Nunca había visto tal variedad, todos los productos al aire libre, colocados sobre hielo y "refrescados" con agua que extraen de unas cubetas que no disimulan el color café del líquido.
Hay puestos donde venden varias clases de almejas, que, por cierto, gustan de agarrar desprevenidos a los curiosos como yo, ya que, de pronto, se abren y escupen chorros de agua. Al lado de las bandejas en que las colocan, hay otras con caracoles, que de tan quietos podrían parecer muertos, pero al recibir su "refrescada" empiezan a dar un show de break dance.
No son los únicos productos vivos que se pueden adquirir ahí. Hay bastantes más, como unos crustáceos muy raros, a medio camino entre el camarón y la langosta, de color café claro, bastante feos y del tamaño de un puro grueso, que las señoras toman con las manos mientras los animalitos retuercen las patitas, los bigotes y todo el cuerpo anillado, para meterlos en bolsas. Se llaman "cigale canocce" y valen duodici mila lire (6 dólares).
Es evidente que el concepto calidad total en higiene no está muy difundido en este mercado, pero las autoridades hacen su esfuerzo y han colocado carteles de una campaña que se llama "operazione pesce transparente", con recomendaciones al comprador como éstas: "E importante sapere il porto de provenienza, la data di cattura, i tempi consigliati per il consumo", entre otras cosas.
Antes de marcharnos, anoté dos palabritas simpáticas: "Cineseria" no es un videoclub de cine 16 mm., sino una tienda de productos chinos (recuerden que la "c" se pronuncia "ch"), en tanto que, si uno quiere comprar artículos de informática, tiene que ir computeria; digo, a la "computeria".
Antes del mediodía nos lanzamos en tren a Taormina, la ciudad turística de lujo en Sicilia, antiguamente lugar de liberalidad y de bon vivants, de la que Guy de Maupassant escribió: "Si alguien no tuviera más que un día para pasar en Sicilia y no supiera a dónde ir, yo le diría sin dudar: a Taormina. Esta ciudad es un cuadro, pero un cuadro donde encontramos todo lo que parece existir en la Tierra para seducción de la vista, el espíritu, la imaginación".
Hasta donde sé, este famoso escritor francés del s.XIX nunca trabajó elaborando guías turísticas. Aunque suene exagerado su comentario, Taormina es sin duda un lugar que podría haber inventado un autor de cuentos de hadas.
Está arrimada en una montaña que mira al mar, en la parte oriental de la isla, en el camino de Catania a Messina. Comparte estación ferroviaria con el balneario de Giardini Naxos, y desde ahí se toma un autobús que sube de manera peligrosa los tres kilómetros de carretera con estrechísimas curvas, un zigzag sobre acantilados que pasa al lado de magníficas mansiones que ostentan jardines de flores maravillosas.
Si todo en Sicilia son flores, de hecho, los balcones que hay en las callejuelas de Taormina se lo toman tan en serio que parece concurso: unos frente a otros, rebosan y descuelgan miles de flores de tonos intensos que embriagan la mirada.
La avenida principal, a lo largo de la cual se vertebra esta delgada ciudad, se llama el Corso Umberto, es peatonal, por fortuna -¡no hay vespas!-, y no llega a los ocho metros de ancho. Cada tanto la cruza un vico o un viccolo (callejoncito) con escalinatas, como en esta foto de Romi. Está llena de cafés, gelaterias (gelato=helado) con exhibidores deliciosos, pequeñas agencias turísticas y tiendas, además de bellos palacios y, por supuesto, su chiesa vecchia frente a un mirador con la vista magnífica de la bahía de Giardini Naxos, enorme bajo tus pies.
En días claros, la vista debe ser grandiosa. El problema es que el mal tiempo nos alcanzó, el cielo estaba oscurecido y Taormina, en el borde de su montaña, recibe con especial intensidad el viento y la llovizna, lo cual hace muy difícil pasear.
Peor lo sentimos al visitar el Teatro Greco (griego), en la parte más alta de la ciudad, donde las corrientes detenían el avance, obligaban a buscar refugio y creaban remolinos de polvo. El edificio debió ser magnífico, y como ruina es muy interesante.
La vista que tiene a la vez hacia el Mar Jónico (así se llama esa parte del Mediterráneo), hacia Taormina y hacia el Monte Etna, es otro de los ejemplos del gran talento de los greckos... digo, de los grecos, eh, también, para encontrar los mejores emplazamientos panorámicos (recuérdense los balcones de Agrigento).
El problema es que el Etna, el fabuloso Etna que creímos divisar en la carretera, que quisimos ver desde la via Etnea de Catania, se nos volvió a negar envolviéndose en su manto de nubes. Esta vez, definitivamente, por el resto del viaje. Hasta la próxima, quizá...
Cuatro horas en Taormina... Cuatro horas para recorrer la ciudad en la que tantos desearon vivir y morir... El inevitable destino de los que tienen poco tiempo (y dinero) para ver mucho.
Tomamos el tren rumbo a Messina. Compartiendo sus grises con el cielo, el mar corría paralelo a las vías. A lo lejos, del otro lado, empezó a divisarse la costa del continente: entrábamos en el estrecho de Messina. Numerosos barcos lo atravesaban ahora, al igual que hace casi tres mil años lo hizo Ulises con sus compañeros.
Cantaba Homero, el ciego poeta, que en cada orilla del estrecho, habitando cuevas enormes, había monstruos feroces, Scilla y Caribdis, que atacaban a los marineros. Ulises trató de cruzar justo por el medio, en el espacio en el que ninguna de las dos grandes bestias podían alcanzarle, pero aún así le fue imposible impedir que devoraran a uno de sus compañeros.
La ciudad de Réggio di Calabria encendía ya sus luces, y más adelante comenzamos a ver las de Acciarello, el otro borde de ese extremo de la península que constituye la punta de la bota italiana: de manera que, a pesar del mal tiempo, teníamos desde la ventanilla del tren la visión completa del dedo gordo del pie de Europa, desde la yema hasta la uña.
En Messina cambiamos de tren con dirección a Palermo, para bajar en Milazzo, la angosta y larga península que se desprende, en ángulo de 90 grados, de la costa siciliana para apuntar hacia Stromboli y las islas Eolias.
En el trayecto, se paró junto a nuestro asiento un viejo siciliano, flaco, tostado y con ropa desgastada, pero eso sí, multilingüe: inglés, francés y español. Gran novedad en una región donde los pocos que hablan inglés lo entienden a duras penas de manera escrita; comprenderlo o hablarlo les resulta muy difícil, a pesar de su pertenencia a la Unión Europea.
Locuaz y dicharachero, al hombre le bastó un rato para interrogarnos y contarnos, a su vez, su propia historia: vivió 30 años en Estados Unidos y Canadá, pero su salud se deterioró y tuvo que regresar a la isla buscando un clima más benigno. Una de sus hijas permanece en América, mientras que la otra estudia temporalmente en España y quiere ser periodista (lo cual demuestra buena educación).
Descubrió que los antecesores de Romi salieron a América precisamente desde Milazzo, y le pidió que le dijera su apellido, ya que, siendo originario de ahí probablemente conociera a algún familiar. Romina se entusiasmó por esa inesperada posibilidad de iluminar sus orígenes y se lo dijo: "La Rosa". "¿La Rosa? Uuuuuy, ¡eso sí es difícil!", decepcionó el hombre a Romi. ¿Por qué?, habrá pensado ella, ¿será muy raro? El viejo soltó la risa y explicó: "Casi todos se llaman así, ¡es de los más comunes!"
El gesto de Romi se torció con decepción. Y pensar que la combinación con "La Rosa" es lo que hace interesante a su primer apellido, López.
Llegamos a Milazzo en la noche, fuimos al puerto a ver horarios de los barcos -no nos fue posible averiguarlos ni por Internet, ni en la oficina turística del aeropuerto, y más adelante descubriríamos que son más bien hipotéticos-, vimos que la única posibilidad de salir temprano al día siguiente, rumbo a la isla de Stromboli (se pronuncia Strómboli), era tomar el de las 6 de la mañana, y fuimos a buscar otra pensioncita, esta vez de cincuenta mila lire (25 dlls.).
Se llamaba Hotel California (al respecto: vine a enterarme en España que Eagles compuso la famosa canción con ese nombre en México, en un hotelucho del pueblo de Todos Santos, entre La Paz y Los Cabos, Baja California Sur, durante una sesión de relax tan fuerte que los llevó a escribir "you can check out any time you like, but you can never leave").

Domenica’ sei Maggio. Milazzo-Lipari

5:20 de la mañana. Despertarse. Casi tan temprano como el jueves, y un poco menos que el viernes y el sábado. ¿No se supone que en vacaciones se descansa?
5:50 Estamos frente a la uffice di Siremar (Sicilia Regionale Maritima). Hay un barco a punto de salir, según el horario establecido, pero la uffice e chiusa ("la úfiche e quiusa" -cerrada). ¿Pasajeros? Bueno, tampoco somos miles. Romi, un chavo de Messina con un perro y yo. Llegan unos tipos, entran pero no dicen ni pío. Llega un locuaz nocturno a hacernos plática con su aliento alcohólico denso y su italiano más allá de lo comprensible.
6:50 Abren. Explican que "il tempo e bruto" y el mar está muy picado. Yo veo nubes, sí, pero no me parece que haya una tormenta. El agua está tranquila, hay poco viento... Y se ven claros que se amplían, parece que se va a despejar. Pero aquí dicen que todavía no se sabe a qué hora podrá haber barcos.
7:00 Nos dicen que a las 8 nos dicen.
7:45 Ya. No habrá aliscafos, pero a las nueve sale un transbordador rumbo a la isla de Lipari (se dice Lípari). Ahí tal vez, si la mar se calma, podamos tomar un aliscafo que vaya a Stromboli.
Demonios, podríamos haber dormido tres horas más. Y esto estropea los planes. Para explicarlos abriré el paréntesis "Isole Eolie".
(El paréntesis empieza a abrirse.) Isole es el plural de Isola, ambas acentuadas en la I. (El paréntesis empieza a cerrars... ¡No! ¡Ey, todavía falta!) Las Eolias son siete islas de origen volcánico. La mayor de ellas es Lipari, es la capital y la más poblada, pero no la más cercana a Sicilia, que es Vulcano. Más allá de Lipari, hacia el occidente se encuentran Salina, también bastante grande, Filicudi y Alicudi. Por el otro lado, hacia el norte y un poco al oriente, es decir, hacia tramontana e greco, están la pequeña Panarea y después Stromboli.
Esta foto es un robo descarado de un site volcánico, muy chido, que les diré más adelante. Está tomada desde el Monte Etna: al centro-derecha se ven, como una sola isla, Lipari y Vulcano; a la izquierda, los volcanes gemelos de Salina.
Stromboli es la menos comunicada y sólo van aliscafos. El plan es llegar primero a Stromboli, ascender al volcán, dormir en el pueblo, tomar un aliscafo a primera hora (otra vez madrugar) rumbo a Lipari, hacer una escala en Panarea (dicen que es muy bonita, pero también la más cara de las islas, inapropiada para un bolsillo mochilero como el mío, así que habrá que conocerla en unas horas), y llegar por la noche a dormir a Lipari, que se convertirá en la base para hacer excursiones a Salina y Vulcano.
(Se abre un paréntesis en el paréntesis: los marineros italianos usan una rosa de los vientos de 4 picos grandes, 8 medianos y 16 pequeños. Los grandes son: Tramontana (norte), Mezzogiorno -"mediodía"- (sur), Occidente y Levante. Entre cada uno de ellos están los medianos, uno de los cuales, correspondiente al noreste, es Greco. Y los pequeños se forma con la conjunción de un pico grande y uno mediano. El ejemplo de Stromboli, que está en la dirección Tramontana e Greco. Aunque por eso de las desmañanadas yo lo siento como si dijeran Levante e Greco, o "que se levante Grecko".)
(Caen todos los paréntesis. Fade out.)
Esta parte del Mediterráneo se llama Mar Tirreno. Es el mismo que baña las islas de Cerdeña y Córcega, las costas de Marsella, Mónaco, Niza y Génova, y al que vienen a dar las aguas del río Tíber, el de Roma, la Ciudad Eterna. Es tan tranquilo como el resto del Mediterráneo. Acostumbrado a la actividad del Pacífico (como Romina a la del Atlántico sur), no pude entender por qué decían que "il tempo" seguía "bruto" y que el agua estaba demasiado agitada.
Pero el caso es que llegamos a Lipari a enterarnos que no habría aliscafos en todo el día, lo que significaba que la comunicación con Stromboli y Panarea era nula. Cambio de planes.
El pueblo de Lipari está en la parte sud-oriental de la isla, una playa larga interrumpida por un promontorio rocoso que constituye una fortaleza natural, por lo cual todos los grupos que vivieron o conquistaron la zona lo ocuparon para construir edificios para la defensa. Hoy se llama "Il Castello" y entre sus altas murallas encierra, por lo tanto, la mayor riqueza de restos arqueológicos de las islas.
Al norte de Il Castello se encuentra Marina Lunga, el puerto mayor al que llegan los transbordadores. Al sur está Marina Corta, los muelles donde atracan los aliscafos, los yates y los botes.
En Marina Corta, cuando todavía manteníamos la esperanza de poder movernos a Stromboli, una güera nos quiso vender, muy amablemente, una excursión a esa misma isla, ida y vuelta en el mismo día, y con guía incluido para subir al volcán. Ella estaba en un puestecito que decía "Viking", tan estrecho que apenas cabrían dos personas paradas dentro de él, colocado en medio de otros dos puestos iguales. Siempre he tenido la desagradable sensación de que los que se ponen así en zonas turísticas acaban sacándote dinero de más, así que preferí agradecerle y ya.
Resignados a permanecer en Panarea, fuimos a buscar una pensión en la que había reservado semanas antes por teléfono, a través de su dueña, la sudafricana Diana Brown, a quien suponía de piel negra. No estaba ella pero sí su pareja, Salvatore Villini, quien nos hizo subir a ver los cuartos: ¡guau, todo lo contrario a lo que habíamos soportado! Para empezar, tenía baño completo adentro, muy limpio; estaba muy nuevo, con mesas, repisas y cómodas de madera en color natural, construidas ex profeso para el lugar. La cama era suave y lo mejor era el balconcito, típico siciliano, que daba a un callejoncito blanco tan estrecho que era posible recargarse en la casa de enfrente.
Además, y esto era un alivio para el bolsillo, tenía un frigobar, platos, cubiertos y una tetera eléctrica... más un supermercado a 100 pasos de distancia. ¿Cuánto creen que costaba? ¿100 mila lire, 140 mila? Tomando en cuenta los precios de lugares feos como los que vimos en Sicilia, a lo que hay que sumar que la guía dice "id con cuidado, pues la vida en las islas es cara", podía esperarse algo así. Pero nada, sesenta mile lire. Lo mismo que en Palermo, menos que en Catania.
Y todavía más: advertido de que planeábamos ir a Stromboli y dormir una noche allá, Salvatore resultó ser capitán de un barco y nos ofreció un considerable descuento en una excursión de ida y vuelta con guía incluida... idéntica a la que nos habían dicho en Marina Corta... El barco de Salvatore se llama Viking, y... la amable mujer del puestecito ¡era Diana Brown!
El viaje se haría al día siguiente y todavía teníamos la tarde para conocer Lipari. El pueblo está muy cuidado, es el más turístico del archipiélago, el único que mantiene sus servicios en funcionamiento todo el año (en las demás islas sólo funcionan de mayo a septiembre). Tiene dos calles principales, el corso Vittorio Emanuele, que en tramos es peatonal, y la via Garibaldi, que nace en Marina Corta y hace un medio rodeo de Il Castello por la parte baja.
La isla tiene 8,538 habitantes, dos veces más que las otras seis juntas, en 37 kms. cuadrados de extensión. Está formada por la imbricación de siete volcanes apagados, el más alto de los cuales alcanza los 602 metros de altura. La carretera principal sale de Lipari hacia el norte y le da la vuelta a la isla por la costa, pasando por los pueblecitos de Canneto, Acquacalda (Aguacaliente), Quattropanni (Cuatropanes) y Pianoconte, además del mirador de Quattrocchi (Cuatrojos), hasta volver a Lipari. Son unos 40 kms.
No lo íbamos a hacer a pie, ¿verdad? Y, siendo sinceros, a uno siempre le quedan las ganas de hacer ciertas cosas, a pesar del riesgo de parecer incongruente, ¿o no? ¿O a poco todos ustedes siempre son muy coherentes, muy...? Ya, qué diablos... Sin más justificaciones, ‘ai les va:
Pues fuimos corriendo a donde alquilan motos y, 15 dólares de por medio, salimos con nuestra rugiente vespa amarilla a recorrer el mundo... Bueno, la islita, por lo menos.
El tiempo seguí irregular y apenas pudimos divisar entre brumas Stromboli, Filicudi y Alicudi. Panarea se veía mejor y Salina está casi al lado. Pasamos por Campo Bianco, una zona donde las viejas acumulaciones de material volcánico han sido horadadas por el hombre para extraer piedra pómez, así que parecen enormes mordiscos blancos sobre el verde de la isla. Tiene una historia tétrica, porque Mussolini enviaba a sus prisioneros políticos a trabajar a este sitio, donde en pocos meses morían de silicosis.
Al pasar por Quattropani fue imposible evitar la ansiedad litúrgica de Romi y nos desviamos por un caminito para visitar una chiesa vecchia, una más, bastante comuncita. Pero lo mejor fue cuando, después de regresar a Lipari, exploramos por diversos caminos, recorriéndolos hasta comprobar que no llevaban a ningún lado y regresando, y pudimos encontrar uno que conducía al extremo sur de la isla, desde donde se tiene una de las vistas más hermosas que hay en las Eolias, como podrán calibrar en la foto en la que aparezco en una moto.
Algunos ojos no tan agudos creen ver aquí dos islas, pero en realidad es una sola: al fondo está Vulcano, el volcán humeante de la isla de Vulcano, el que parece una montaña cortada por la mitad, impresionante; y antes de él hay una península, unida a la isla por una lengua de tierra estrecha y baja, caracterizada, del lado izquierdo, por un volcán más pequeño, llamado Vulcanello.

Lunedi, sette’ Maggio. Lipari-Vulcano-Lipari

Como ya habrán comprendido los que han hecho una lectura atenta y se fijaron en lo escrito un centímetro arriba, no fuimos a Stromboli. El día amaneció muy bien, todo optimista. Nosotros, después de la friega de las madrugadas anteriores, nos despertamos tarde: la cita era en Marina Corta a las 14:30 para salir a las 15:00, ya que la ascensión debe hacerse por la tarde para estar en la cumbre durante las primeras sombras, con lo cual se aprecian mucho mejor las explosiones del volcán, y tener tiempo de bajar para tomar el barco, con un regreso estimado a la una de la mañana.
Pues a las 14:30 nos enteramos de que el cielo no está tan despejado como suponíamos: en realidad, la humedad del aire, combinada con la borrasca que todavía asuela Europa, forma una bruma ligera que anula la visibilidad de larga distancia y además se espesa alrededor de las cumbres, por lo que el famoso volcán tiene una corona de nubes que no sólo hace peligroso subir, sino que suprime el interés de hacerlo, pues no será posible ver la explosiones.
La excursión se hará, pero sin ascensión. Mañana habrá otra. Decepcionados, decidimos esperar. Sólo que ya el día se nos ha escapado, parece tarde para aprovecharlo. Vulcano es la isla más cercana, separada de Lipari por un estrecho de sólo un kilómetro. Lo cruzamos en aliscafo.
El pequeño istmo que une la península del Vulcanello con la parte mayor de la isla forma una playa a cada lado. La más importante, a donde llegan los barcos, es Porto Levante. La otra es Porto Ponente (ellos se imaginan que es muy interesante porque su arena es negra).
Caminamos de Levante a la base del Vulcano, con la intención de subir, pero veníamos en huaraches y no parecía indicado subir así. Días después comprobaríamos esa impresión. Así que caminamos de regreso, hacia el norte, pasamos el Porto y nos detuvimos en los baños de lodo: Se trata de una especie de alberca de tierra, en cuyo fondo surgen gases volcánicos combinados con agua marina, la cual se mezcla con la tierra y supuestamente crea lodos con propiedades curativas.
La alberca tiene unos 15 metros de largo por unos 8 de ancho. Y está repleta de gente, demasiada para el pequeño espacio. No se ve ningún mecanismo artificial para limpiar el agua... y no parece que el sistema natural esté preparado para recibir cientos de personas todo el día, todos los días, renovándose con éxito... por lo que el lodo debe haber sumado a sus ingredientes otros que no son tan maravillosos... Eh, no, mejor ni meterse.
Además, cobran mila lire (medio dólar).
Seguimos adelante, en busca del famoso Valle dei Mostri (valle de los monstruos). Fue una caminata muy larga, internándonos en la península y rodeando la base del Vulcanello, por un camino solitario. Llegamos a la parte norte, a un cruce de caminos en el que días después ocurriría la trag... Ey, no, ya me estoy adelantando.
No hay señalización y nos costó encontrarlo, pero al fin lo hicimos... y no era nada espectacular. Es una zona de arena en la que cayeron, como escupitajos, rocas de lava que, al solidificarse, formaron lo que parece, con muchas ganas de verlo así, estatuas deformadas de figuras malignas en piedra negra. Cualquier fotógrafo es capaz de hallar el ángulo para tomar imágenes impresionantes y llenar con ellas las guías, pero a simple vista tiene poco de especial... máxime cuando se viene de un país volcánico.
En fin. De regreso, y para sosegar la frustración de no haber podido subir en ese día ni al Stromboli ni al Vulcano, tomamos un senderito oculto que olfateé desde el camino, y en 15 minutos estábamos en la cima del Vulcanello. Valió la pena, nos dio una vista de la península, del istmo y de su hermano mayor que ya habíamos tenido desde Lipari, pero más cercana y algo así como más íntima.
La última erupción del Vulcanello fue en 1550, mientras que la del Vulcano, cuando escupió los desgarbados mostri, fue en 1888-91. De hecho, este último permanece activo y es considerado uno de los más peligrosos de Europa. Por ello está prohibido construir en la isla, "lo que no deja de asombrarnos", dice la guía, "por la cantidad de construcciones que hay". Y sí, no hay uno, sino varios pueblos perfectamente montados, con angostas carreteras pavimentadas, edificios hasta de tres plantas, restaurantes, hoteles, casas regulares, muchas más de veraneo, jardines lindísimos con variadas flores... Tiene 717 habitantes, más una población flotante que debe multiplicar varias veces a la permanente, en área de 20 kms. cuadrados.
Esa tarde llovió con ganas, lo que nos hizo felicitarnos de no estar en el lomo del Stromboli cubiertos de ceniza mojada. Ya estábamos, de hecho, guardaditos en la habitación.

Esta narración apareció publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las dos partes de Storie della Sicilia e delle Isole Eolie:
Primera parte: Sicilia
Segunda parte: Islas Eolias

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13th October 2005

vulcano
en la escuela me enseñaron de que el nombre de vulcano ( la isla ) procede del dios vulcano, a ser esta su morada.
2nd November 2005

he bloggeado vs ensayo
het me ha gustado mucho y lo he bloggeado en http://siciliy.blogspot.com/ ciao

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