Storie della Sicilia e delle Isole Eolie -Segunda parte


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May 11th 2001
Published: May 11th 2001
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11 DE MAYO DE 2001



Martedi, otto’ Maggio. Lipari-Panarea-Stromboli-Lipari

Eso, eso, sí, que atentos... ahora sí fuimos... pero no, no hubo ascensión. Na. Amaneció soleado, pero, como el manoseado dinosaurio de Montarroso, la bruma seguía allí. Fuimos temprano a Marina Corta, Diana nos dijo que las nubes no se habían movido, y no tenía esperanzas de que mejoraran las cosas en esa semana. Así que ni modo, decidimos hacer, por lo menos, la excursión sin subir al volcán.
En el tiempo que nos quedaba antes de la salida, aprovechamos para visitar Il Castello, que alberga, como había dicho, restos de todas las culturas que han llegado ahí (los arqueólogos han excavado para mostrar, de manera bastante confusa y sólo en italiano, las capas de tierra y construcciones de cada época), además de ser la sede de una de las colecciones más importantes de Italia, el Museo Archeologico Eoliano.
Eso del italiano es una molestia, a pesar de su parecido con el español: si uno está refunfuñando en nuestros países porque hay un abuso de letreros y textos varios en inglés, en Sicilia se les extraña, no los hay, nada se explica en lengua distinta al italiano, lo que se hace especialmente molesto cuando hay que comprender textos largos y complejos. La excepción es este museo, pero más o menos, porque los textos en inglés son meros resúmenes incompletos de los que están en italiano.
Otro problema: los italianos son unos gritones que no saben lo que es un museo. Hasta los vigilantes traen todo el día una chorcha escandalosa.
Brevemente: Hay restos humanos de hace 5 mil años; durante la primera mitad del IV milenio a.C., la isla vivió de exportar obsidiana tallada a todo el Mediterráneo Occidental, pero el negocio se les acabó con el advenimiento de la edad de los metales. Después de ello, empezó la tragedia de los eolianos, porque cada período cultural acababa en tragedia, por la conquista por parte de extraños que, a su vez, más tarde eran conquistados por otros. Todos dejando huellas en Il Castello, cuya perpetua ocupación denota cuán preocupados estaban por defenderse.
De hecho, la única isla que siempre estuvo habitada fue Lipari, porque las otras eran más vulnerables. En la época de la destrucción de Troya, 1183 a.C., gobernaban los Ausonianos, venidos de Italia con su rey Liparo. Su hijo, Eolo, le dio nombre al archipiélago y descubrió además,
StromboliStromboliStromboli

Para fortuna de quienes llegarían a habitar la isla, el flanco noroeste del cráter se rompió, lo que formó una gran depresión con forma de herradura conocida como Sciara del Fuoco. Esto provoca que, cuando hay grandes emisiones de lava, ésta fluya hacia el mar por el camino de la Sciara, lo que hace posible la vida en las otras partes de la isla. Así, al llegar por el sur, se ve del lado izquierdo la pequeña Ginostra; se toma la ruta de la derecha hasta llegar, en la punta norte, a Scari, el atracadero de los barcos, ya en el pueblo de Stromboli. (Del lado izquierdo, al centro, se ve la depresión de la Sciara del Fuoco.)
con base en la observación de una vela, un método sencillo para predecir el rumbo de los vientos. Esto lo registra Homero en la Odisea: Ulises llegó a ver a Eolo, quien le regaló los vientos encerrados en un odre. Si Ulises seguía sus instrucciones, podría utilizarlos para llegar a su reino, Itaca. Pero sus compañeros no aguantaron la curiosidad, abrieron el odre y los vientos sueltos crearon una tormenta que los arrojó muy lejos.
Los Ausonianos fueron destruidos en 900 a.C., tras lo cual Il Castello se despobló por tres siglos: los sobrevivientes eran demasiado pocos para aprovecharlo en su defensa, y prefirieron dispersarse y huir a las alturas. Así, mientras en las orillas del Tíber nacía Roma, la milenaria cultura eoliana moría.
Los cnidios fundaron una ciudad en torno a Il Castello en 580 a.C. (para atraerse a los eolianos, introdujeron el culto a Eolo mezclándolo con el de un dios griego), en guerra constante con los etruscos del Lacio que no querían griegos en el Mar Tirreno. Después, se aliaron a Siracusa, y luego a Cartago, que instaló una base naval que después destruyó Roma. Bajo los césares, Lipari se vio envuelta en las pugnas intestinas del Imperio, hasta que en 36 a.C. Octaviano deportó a toda su población a Campania, y la tierra se repartió entre legionarios.
A partir de entonces, las islas compartieron suerte con Sicilia y todos los invasores ya conocidos, además de piratas árabes, erupciones volcánicas y terremotos.
***
Por fin iniciamos nuestra excursión stromboliana. La primera parada fue Panarea, la más pequeña de las islas... que es más bien un pequeño archipiélago en sí misma. Aquí hay dos versiones que no son excluyentes una de la otra. Una es que el conjunto de la isla, de 3 kms. cuadrados, y los islotes formaron una isla mayor en el pasado, pero una erupción la partió en pedazos. La otra, que Romi vio no sé dónde, es que Basiluzzo, el islote más grande, no formaba parte de Panarea, sino que era una isla aparte, que desapareció por la misma causa. Esto ocurrió hace dos mil años.
Lo evidente es que la profundidad que separa a Panarea de Dattilo, Lisca Bianca, Botaro y otras formaciones, apenas anda por los 20 metros en promedio, y se supone que en el fondo están los restos de un poblado que se hundió con la isla (y con su gente).
Además de los islotes que ya cité, de los cuales Bottaro tendrá apenas unos 200 metros de largo, 50 de ancho y 20 de altura, hay otros mucho más pequeños, tanto que de plano no son más que grupitos de piedras que, como dedos, de pronto emergen. En algunos apenas sería posible pararse en un solo pie. Pero los eolianos se entusiasmaron y a todo le pusieron nombre. Por allá están Le Formiche (las hormigas), cerca de Dattilo se ven las Panarelli, y por otro lado, formando un triángulo con Dattilo y Bottaro, está Lisca Nera.
Digo que fueron los eolianos... Pero Panarea estaba casi deshabitada hasta que Michelangelo Antonioni filmó una película en Basiluzzo, en 1959, y una banda de burgueses de Milán descubrió el lugar, compró las casas abandonadas a precios ínfimos y creó una especie de resort que es al mismo tiempo rústico y de luxe. Hoy tiene 317 habitantes y una cumbre de 421 metros.
Continuamos viaje. Aunque desde Lipari, y aún desde el Vulcanello, ya habíamos divisado Stromboli (se ven, casi en línea recta, Panarea y el contorno borroso del volcán -la bruma a veces lo ocultaba y nunca nos permitió tener una vista clara), acercarnos a él fue muy emocionante. No es como las otras islas, en el sentido de que éstas presentan cumbres que en su base tienen plataformas rocosas cubiertas de vegetación que se acercan suavemente al mar, hasta encontrarse con él formando, a veces, oscuras playas de arena.
Stromboli es un cono abrupto, se levanta del mar sin previo aviso, no hay transición entre el agua y la montaña, del océano emerge el monstruo con su ojo único de fuego.
En realidad, la base del volcán se levanta desde 1500 metros debajo del nivel del mar, hasta 924 metros sobre él, y lo más sorprendente es que la superficie de la isla, de unos 12.5 kms cuadrados, es 25 veces más pequeña que la base submarina, de manera que es como ver no más que la punta del iceberg... Sólo la puntita (je).
Es un volcán único en el mundo, porque está en actividad permanente. De hecho, los vulcanólogos han establecido tipos diferentes de actividad, y una de ellas es la stromboliana: desde hace más de 2000 años, cada hora hay varias explosiones, de 3 a 7 en momentos de normalidad, que arrojan gas caliente, lava ardiendo y bloques de roca sólida de las paredes interiores a velocidades que van de 20 a 120 metros por segundo, y a alturas de 100 a 200 metros.
En "Viaje al centro de la Tierra", Verne imaginó que sus protagonistas entraban por un cráter apagado de Islandia, y salían escupidos por el Stromboli, flotando en una balsa de madera petrificada, y a pesar del calor y los gases.
Para fortuna de quienes llegarían a habitar la isla, el flanco noroeste del cráter se rompió, formándose una gran depresión con forma de herradura conocida como Sciara del Fuoco. Esto provoca que, cuando hay grandes emisiones de lava, ésta fluya hacia el mar por el camino de la Sciara, lo que hace posible la vida en las otras partes de la isla.
Así, al llegar por el sur, se ve del lado izquierdo la pequeña Ginostra; se toma la ruta de la derecha hasta llegar, en la punta norte, a Scari, el atracadero de los barcos, ya en el pueblo de Stromboli. (Del lado izquierdo, al centro, se ve la depresión de la Sciara del Fuoco.) Más adelante, a un kilómetro y medio de la isla, está el Strombolicchio. No aparece en el mapa que inserté arriba, saqueado de la web volcánica que les voy a decir después, pero imagínenselo poco más adelante de la punta superior derecha.
Aunque fuimos a darle una vuelta mucho más tarde, viene al caso hablar del Strombolicchio ahora. Es muy interesante. Hace 230 mil años, fue el primer centro eruptivo del Stromboli, pero la actividad se trasladó a donde se encuentra ahora. El Strombolicchio era un volcán típico, con un cono formado por lava y material piroclástico. En el centro estaba el conducto de alimentación, por donde salía la lava que se solidificó al apagarse el volcán. Al paso de miles de años, el mar erosionó el material del cono, hasta dejar la roca sólida del centro. El Strombolicchio ¡es un cráter encuerado! No es un viejo verde, pero sí un viejo gris exhibicionista.
Tuvimos que recorrer todo el pueblo a pie. No es tan grande como para que valga la pena alquilar una vespa, pero los que viven ahí corren por los pasillos hechos unas bestias. En estas islas son muy comunes unas motocicletas de tres ruedas, dotadas de cabina y caja de carga, y aquí es donde más se les sufre, porque son tan ruidosas como las
Desde VulcanoDesde VulcanoDesde Vulcano

El Vulcanello, primero, y atrás Lípari.
vespas, un poco más lentas, pero bastante más anchas, y aparecen de pronto, detrás de una esquina, sin la menor preocupación por los peatones. Entre tantas bajadas y curvas, en los estrechos andadores, imagino que debe haber accidentes, porque uno viene subiendo a toda velocidad, otro bajando igual, de pronto se encuentran en una vuelta y no hay para dónde hacerse. Son una lata.
Decía que tuvimos que cruzar el pueblo entero a pie. Si se fijan en el mapa, al principio de las casitas marcadas con rojo, del lado derecho, aparece primero Pizzillo y después Scari, donde atracan los barcos. Y el camino para subir al volcán empieza en San Bartolo, en el extremo contrario. ¿Por qué no poner el puerto del otro lado? Supongo que no sería negocio que nadie tuviera que pasar por el pueblo.
De todos modos es muy bonito, este sí que es un pueblo blanco como los que se imagina uno que abundan en la Sicilia, con espléndidas casas de veraneo llenas de bugambilias. Pasamos, es inevitable, por una chiesa vecchia, en la que Romi quiso meterse a explorar a pesar de que era evidente que no tenía nada especial. La esperé afuera, claro está.
Iniciamos la ascensión, pero sólo por sentirnos al pie del volcán: no teníamos tiempo, el barco partiría poco tiempo más tarde, y sólo la subida demora cuatro horas. Arriba, un sólido macizo de nubes, agarrado al volcán, desanimaba toda intención de desobedecer y lanzarnos a la aventura. Después regresamos, pero quisimos improvisar bordeando la costa, hasta que después de sortear algunos peligros retomamos el camino normalito. Y encontramos un centro de información vulcanológica que expone una muestra fotográfica que explica el origen de las Eolias: este tipo de magmas son típicos de las zonas de subducción, cuando una placa oceánica, en este caso ligada a la placa africana, choca con una placa continental, la europea, y se subsume, con lo que se crean rompimientos en esta última, grietas por las cuales sube el magma hasta formar volcanes. Aquí, el choque se da en Calabria y las grietas están bajo las Eolias.
La más antigua de estas islas es Alicudi, con 1,020,000 años, y la más joven es Alicudi, con entre 60 y 90 mil años. Pese a ello, bajo el agua hay zonas más viejas, como el volcán submarino Sisifo, con 1.3 millones de años.
Las siguientes fotos tienen la virtud añadida de que muestran figuras humanas en el cráter, frente a las explosiones, lo que permite imaginar el tamaño del fenómeno y la cercanía a la que llegan los visitantes.
Teóricamente, está prohibido subir sin un guía autorizado, así como pasar la noche en la cima. Lo que no significa que la gente haga caso. Según dicen, cada tarde se montan decenas de tiendas de campaña, e incluso se alquilan muros, eso, muros, para que la gente pueda dormir a resguardo del viento directo.
Pero es peligroso, dicen en el centro vulcanológico, porque condiciones desfavorables de viento pueden llenar el área de gases y crear problemas. E incluso, en un promedio de dos veces anuales, aunque a veces más, se registran explosiones mayores que arrojan rocas hasta 500 metros de altura y pueden caer en el área considerada más segura.
Alrededor de una vez cada cuatro años, hay emisiones de lava sin peligro, que se canalizan por la Sciara. Pero también han tenido lugar "paroxismo explosivos" recientes, como el de 1930, que arrojó objetos y causó destrucción e incendios en Ginostra, con saldo de 6 muertos y 24 heridos. A raíz de esto, la isla se despobló, pasando de 3,000 a los actuales 350 habitantes.
En la exhibición hay una foto bonita, de una güerita simpática, en shorts y camiseta, que durmió en la cima y muestra muy sonriente su saco de dormir y sus botas... debajo de tremendo piedrón del tamaño de un vocho.
¡Mira, Juaaan, qué chapulinsoootes!
Regresamos al barco, que le fue a dar la vuelta al Strombolicchio y después se dirigió a Ponente, ya de noche. Dobló hacia el sur y tiró anclas a unos tres kilómetros de la isla, justo enfrente de la Sciara del Fuoco.
Es como la tierra de Mordor, el reino maldito de El Señor de los Anillos. Ya había caído la oscuridad, y la Sciara negreaba en lo oscuro: las laderas del volcán, muy verdes en la primavera de mayo, desaparecen de súbito avasalladas por la resbaladilla de una ceniza que apaga violentamente el brillo del calor interior que se adivina. Es una zona muerta.
En un día despejado, sin nubes apiñándose en la cumbre, desde nuestra posición en el mar se ven las explosiones como fuegos artificiales maravillosos. Cuando hay emisiones de lava, dicen que es maravilloso verla descendiendo, arroyos de fuegos sobre la piedra, hasta sumergirse en el agua levantando densas columnas de vapor. La distancia que tomó el barco se explica por la posibilidad de ser diana para uno de los bólidos incandescentes que expulsa el cráter.

Mercoledi, nove Maggio. Lipari-Salina-Lipari

Contentos, pero no satisfechos, nos dispusimos a recorrer lo que nos faltaba de las islas del plan original (Filicudi y Alicudi no fueron incluidas, por tiempo, desde el principio). Nos levantamos temprano para ir a Salina, la segunda en dimensión (26 km2) y habitantes (2,400) después de Lipari. En este último aspecto, es la segunda con distancia, pues Lipari por si sola tiene dos veces más habitantes que las demás islas juntas.
A Salina, los griegos la llamaron Didyme, "los gemelos", porque tiene dos altos volcanes apagados que, vistos desde Sicilia, parecen iguales. Uno de estos, el Monte Fossa del Felci, es el más alto del archipiélago, con 962 metros. El otro se llama Monte dei Porri, con 840 mts., de lo cual no conozco la traducción correcta, pero me suena a "de los porros"... algo que no lo haría muy popular en el ambiente universitario de México, aunque sí levanta suspiros entre la peña alternativa de Madrid.
Esta isla tiene forma trapezoide, con la base mirando a oriente y la cima a occidente. Cuenta con tres pueblos "principales": Santa María Salina, Malfa y Rinella-Leni, más dos pequeños, Lingua y Pollara. Al contrario que Lipari, no están comunicados por una carretera circular que rodee la isla, sino por una que empieza en Lingua, sube por la costa oriental, cruza Santa María, toma por la del norte, pasa por Malfa y tuerce al sur para atravesar por el medio de los Didyme, justo por donde hay una chiesa vecchia, hasta Rinella-Leni. En Malfa hay un camino vecinal que sigue por la costa norte y, al llegar a la parte occidental, baja hasta Pollara. Todo esto obliga a pasar por cada tramo de la carretera de 25 kms. cuando menos dos veces. (Rentamos una vespa en Santa Maria.)
Aunque no tiene ríos, es muy verde, porque la vegetación es hidrófila y aprovecha muy bien la intensa humedad. Se cultivan alcaparras y vid, de la cual se obtiene un vino famoso llamado malvasia.
Salina es diferente a las otras islas en cuanto a sus edificaciones: son más normalitas, de gente que vive ahí siempre, y no se ven lujosas casas de veraneo, excepto en Rinella-Leni.
Los pueblos del oriente son bastante comuncitos, al igual que Malfa. Sin embargo, aquí hay una playa: en diferentes puntos hay letreros que la anuncian, "spiaggia", y nos emocionamos con la idea de darnos un baño. Por fin encontramos una escalinata que baja por el costado de un desfiladero, muy integrada visualmente a la roca, y llega a una cala pequeñita, con lindos restos pétreos de antiguas construcciones de pescadores, y lo que llaman playa es en realidad el contacto plano entre el mar, con sus olitas de cinco centímetros, y veinte metros de guijarros.
Pero fue bonito: al sentarnos a descansar, escuchamos cómo llegaba la pequeña ola, subía sobre las piedras y, al retirarse, las hacía golpear unas contras otras. El sonido duraba muy poco, por lo que había que esperar otra olita suficientemente fuerte para volver a trepar, y escuchar el ruidito lindo, de nuevo sólo un instante... Cuando me di cuenta, llevaba más de media hora absorto en las piedritas, ansiando más olitas, más fuertes, para poder disfrutar ese gozo sencillo y sutil, inesperado, inadvertido, de ternura e intimidad con las rocas ásperas, duras.
Relajados, proseguimos rumbo a Pollara. Todavía faltaban tres kilómetros cuando vimos un mirador. Nos acercamos y... se abrió el volcán.
Lo que los letreros del camino indicaban que faltaba correspondía a una bajada en zigzag. Ya estábamos sobre Pollara, a unos 250 metros sobre el mar, y no tardamos en descubrir que nos habíamos parado sobre la pared de un cráter... Una pared que continuaba a nuestra izquierda, daba una larga vuelta y, al llegar al mar, se acababa... De hecho, también a nuestra derecha, justo sobre el mar, la pared desaparecía... Y el pueblecito de Pollara, que resultó estar asentado sobre los sedimentos que cubrían el cráter, se encontraba, a su vez, limitado en su extremo derecho por un acantilado hacia el mar...
¡Pollara es un volcán partido! En el agua, a unos 300 metros de la orilla, todavía se ve una especie de islote, el escoglio Faraglione, que constituye el único resto visible del tercio occidental del volcán, destruido hace miles de años. La profundidad en esa zona no llega a los 10 metros.
La de la foto es una de las vistas más bellas de mi vida. Nos quedamos ahí mucho tiempo. Podíamos apreciar la vida más tranquila en donde antes rugió la Madre Tierra. Había un silencio completo, el pueblo dormía, y cualquier vehículo que se moviera, aunque no nos fuera posible verlo porque lo ocultaba alguna construcción, llevaba hasta nosotros su estrépito con toda claridad, como si fuera a despertar a todo el valle... digo, a todo el volcán.
Miramos con atención cada casa, cada parte del pueblo, cada viñedo y maizal, cada callejón y pasillo... Como siempre, había una iglesia vieja, una chiesa vecchia... Especulamos sobre cuál sería la casa en la que se filmó Il Postino, en la que vivía el personaje de Neruda (La mujer que nos alquiló la vespa nos había dicho que su hijo actuó como hermano de Massimo Troisi en esa película)... guardamos silencio para poder entrar mejor en el paisaje, para dejar de perturbarlo y convencerlo de que nos permitiera integrarnos a él...
Hasta que llegaron los italianos, por supuesto. Escandalosos, turistas de la ciudad, tal vez de Palermo, o de Napoli, en coche. Estábamos en un extremo del mirador (desde donde se veía bien Filicudi y debería haberse visto Alicudi -ya la habíamos divisado desde Lipari- pero la bruma que nos perseguía como la nubecita de malasuerte lo impidió) cuando se aproximaron dos hombres, hablando entre sí. Eso ya era molesto, el volcán era tan plácido (el contrasentido aparente lo hacía más profundo) y nuestra sensibilidad tan avanzada en su deseo de asimilación, que sus voces graves nos rompían los tímpanos... pero eso no era nada comparado con las voces chillantes y gritonas de sus mujeres, que llegaron a alcanzarlos güirigüireando de esto y lo otro en tono de chisme machacón, convencidas de que su presencia debía ser más importante para los señores y para todos que la majestuosidad del volcán partido y del océano juntos.
En ningún lugar a donde nos moviéramos íbamos a estar a gusto. Ni en el mirador ni en parte alguna de Pollara, ya que sus mugidos seguramente se escucharían en cualquier rincón de esa tranquilidad inmensa. Pero no nos queríamos mover de ahí, aún. Así que buscamos refugio en el otro extremo del mirador. Caramba, ¡como si trajéramos imán! Las condenadas cotorras deben haber creído que las mejores vistas se tenían donde nos poníamos nosotros, porque no pasaban cinco minutos cuando ya venían graznando.
Tuvimos que huir. Después descubriríamos con alivio que nos acompañaba la protección de algún dios griego del reposo, pues los integrantes del rebaño se dieron por satisfechos y tomaron el camino de Malfa, tal vez decepcionados porque no se veía ningún bar animado y ruidoso para descansar. ¡Aleluya!
Antes de bajar al pueblo, aprovechamos para visitar el edificio abandonado de una antigua fortificación militar, a unos pasos del mirador, que antaño se empleó para enviar y recibir señales ópticas de Sicilia.
Ya antes nos habíamos sentido mal con el estrépito de la moto: no sé por qué, pero cuanto más chiquitas, más ruidosas. Pero nunca como cuando bajamos a Pollara y recorrimos el pueblo con nuestro odioso rrrorrrorrrorr. Constituía todo un atentado. Después, tomamos un camino por la misma parte norte de la pared en la que está el mirador, sólo que muchos metros más abajo, hasta donde unos obreros construían una escalinata para descender al mar.
Nos detuvimos antes de su zona de trabajo, pero uno de ellos, muy amable y sonriente, nos indicó con señas que siguiéramos adelante, que no molestábamos. Era un chavo de unos 22 años, de cabello castaño corto, ojos café-verdes, piel blanca, no demasiado, bronceada por el trabajo al sol. Tenía una camiseta a rayas, ceñida, con las mangas cortas dobladas sobre los bíceps, y jeans empolvados. Cargaba sacos de cemento, los colocaba en la pala mecánica de una especie de carrito mini-jeep (seguro que tiene un nombre muy común, pero se me olvida), se subía en él y bajaba por un caminito angosto de tierra, rumbo al mar.
Inmediatamente me acordé de varias de mis amigas más queridas. Sí, amigas, ustedes saben quiénes son las más queridas. Ajá, sí, levanten la mano... pensé en ustedes porque me las imaginé frente al chico italiano, con la boca húmeda, sin aliento y con las rodillas temblando, golpeando hueso contra hueso en ritmo de rock and roll.
¿Romina? Nooo, qué va, Romi no lo miró ni dos segundos, apenas el tiempo necesario para ver por dónde indicaba que fuéramos... ¿No? ¿Nooo, Romi?
Eh, ¿yo? ¿Italianas? Nooo, eh, yo no, yo no, yo no miro nada, puro monumento... digo. Es decir, todo lo que hago es checar alrededor por si me encuentro veo un duomo, una chiesa, una vecchia, y ya, todo el mundo sabe que soy un chico decente y muy bien portado, ¿o no?
Ejem, prosigamos. Ahí tomamos la foto que verán después. Retrocedimos, sólo para que Romi no se sintiera incómoda (había mucho polvo), y fuimos a dar a la grieta que se ve en la parte inferior derecha de la imagen anterior, a la que baja un camino que también se aprecia ahí.Está abierta justo en el antiguo cráter del volcán, y conduce hasta la spiaggia. Entrar ahí se antoja como hurgar dentro del monstruo, aunque esté muerto y despanzurrado.
Ese acantilado debe tener como cuarenta metros. Esa pared es parte del cráter. Ahí está el pueblo, la pared verde de atrás es la parte interna del cono, y arriba están las nubes que venían con nosotros, flotando como a 200 metros sobre el nivel del mar. Hasta allí nos siguieron. Al pie de la foto está la delgada spiaggia, de arena negra, con la blanca espuma. Si tienen alguna forma de ampliar la foto, podrán apreciar que un poquitito arriba de la espuma, donde termina la grieta, hay una persona, parada en una pequeña plataforma a ocho metros sobre el agua. Pues ahí me tomó Romi la imagen que viene ahora, y que pongo por purititita vanidá, pa qué más que la verdá.
Antes de tomar el camino a Malfa, nos detuvimos de nuevo en el mirador, para despedirnos por esta ocasión. ¡Ah!, se me olvidaba decir que dimos con entrada a la casa de Neruda, pero no pudimos verla, porque había un letrero prohibiendo todo, a menos que... se alquile.
Ibamos rumbo a Malfa, hechos la raya, en nuestra poderosa vespa. Pasamos una curva y vimos un autobús detenido. En el vidrio trasero, unos niños nos hacían señas de que no pasáramos. ¿Por qué no? Bajando la velocidad, no parecía haber peligro si rebasábamos por la izquierda, no venía nadie del otro lado... ¡ABEJAS! ¡MILES DE ABEJAS!
¡Miles de abejas alrededor de nosotros! Alguien había tirado un panal, o muchos panales, y la turba de abejas se había instalado justo a media carretera, enfurecidas. Me detuve de súbito, el casco de Romi chocó con el mío, justo cuando entrábamos a los bordes exteriores de la nube. Se apagó la moto. "No te muevas, Romi". Los insectos pasaban frente a nuestras narices, estaban detrás de nosotros. Los niños del autobús se caían de la risa. Suavemente, sin bajarnos de la vespa, retrocedimos varios metros.
El transporte, casi vacío, se había detenido porque, al cruzar la nube, algunas abejas se habían metido por las ventanillas y el conductor las estaba cerrando. ¿Por qué no lo hizo más adelante, al alejarse de las abejas? Quién sabe, pero gracias a eso bajamos la velocidad y nos pudimos detener, en lugar de cruzar la nube a 50 kms por hora.
El autobús se fue. Pero las abejas no. ¿Y ahora? No había otro camino, para volver teníamos que pasar por ahí. Aunque la parte más densa de la nube estaba del lado izquierdo, sobre el carril de sentido contrario, eso no liberaba el derecho. Me dispuse a esperar que por alguna causa, tal vez el viento, se despejara algún hueco.
Pasaron un par de coches y se llevaron un buen susto. No les podíamos avisar, antes y después de ese punto había curvas y ellos entraban a toda velocidad, no era posible pararse en el camino y hacerles señas. Entonces oímos una vespa que venía de Malfa. Al él le iba a ir peor que a un coche, pero no va tan rápido. Me puse en medio de la carretera con las manos en alto. El tipo apareció tras la curva y me vio. Como temía, se preocupó más por ver qué me traía que por lo que le quería decir. De pronto se topó con las abejas: ¡qué acróbata!: "¡Yuuuuuuuuju!", gritó al pegar un salto hacia atrás, cayó sobre el pavimento sin soltar los manubrios y los sujetó mientras la moto se levantaba como si fuera un caballo.
Retrocedió de inmediato. El aviso llegó a tiempo y, como nosotros, no pasó del borde exterior. Al chavo le dio mucha risa, empezó a hablarnos rapidísimo, en siciliano, eoliano o no sé qué lengua, y empezó a sacar cosas: un casco, una chamarra, unos guantes... No paraba de hablarnos entre risas.
En ese momento, del lado derecho de la carretera, la nube se hizo menos densa... intuí que el chico no iba a hacer las cosas con mucha cautela, que iba a hacer enojar a las abejas otra vez, haciéndonos perder más tiempo, y jalé a Romi para pasar al mismo tiempo que él.
Tomo la moto y camino hacia la nube. Romi viene detrás, pegada a mí. Lento, lento, que no se sientan agredidas. Tranquilo. Pero el chavo empezó a caminar antes, viene más rápido, cubierto hasta los dientes, y no para de decirnos quién sabe qué. Estamos a mitad del paso, en la parte más densa de lo que tenemos que cruzar. Las abejas se nos acercan, vuelan estáticas frente a mis ojos, otras cruzan entre nuestras piernas, debajo de los brazos, entre nosotros, se paran en la moto... algunas nos rozan y no podemos evitar descargas de adrenalina, ¿la percibirán? ¿Por qué demonios no he estudiado el comportamiento de las abejas? Si una nos pica, ¿segregará alguna substancia que arroje a las demás contra nosotros? ¿Qué podemos hacer y qué debemos evitar a toda costa? Cuando se está cruzando una nube de abejas y se hace preguntas como éstas, parece demasiado tarde para pensarlo. Ahora hay que salir antes de que...
¡El idiota encendió su moto! El ya casi sale de la nube, pero las abejas siguen ahí, el humo y el ruido las pueden hacer enojar, ¡y a nosotros todavía nos falta! "Mascalzone, va fan culo", lo insulto en la mente, no puedo gritar. "¡Vamos, rápido, fuera de aquí!", le digo a Romi. Las abejas zumban con más fuerza mientras el baboso acelera y sale disparado. Llegamos al borde exterior, brincamos a la vespa mientras la enciendo, ¡vámonos, acelera, vámonos!
Bueno, ya nos hacía falta una aventura.

Giovedi, dieci Maggio. Lipari-Vulcano-Lipari

Tempranito a Vulcano, rentamos vespa y la dejamos al pie de la montaña. Con toda tranquilidad, sin nadie que la vigile. Parece que la delincuencia no existe en las islas: el domingo que llegamos, no vimos un solo policía. Después unos cuantos, pero nos dimos cuenta que la gente no se toma precauciones con nada, deja sus cosas por ahí y no se imagina que puede no encontrarlas después. Nos costó trabajo habituarnos a ello.
Esta vez yo traía tenis. Y energía y ganas de escalar. Pero el camino de subida al Vulcano es largo, muy sencillo, en una pendiente muy ligera. Hace un laaargo zigzag, más bien, un ziiiiig, zaaaaag, ziiiiiig, tres prolongadas rampas hasta la cima.
El volcán, de 391 metros de altura, está cubierto de ceniza, una especie de arena poco fina, rasposa, pegajosa y muy suave. En su parte baja, hay vegetación, pero pronto desaparece. Después todo es ceniza que se hunde bajo los pies, haciendo difícil la caminata. En la parte superior, en la cara que da al norte, los vientos han limpiado la ceniza dejando expuesta lo que pensamos que era roca. Esto de manera irregular, porque en donde alguna saliente la ha protegido del soplo, la ceniza se extiende en lenguas. La cara sur del volcán sigue cubierta hasta arriba.
No me entusiasmó el camino regular. No parecía difícil subir siguiendo lo que parecían senderos en desuso, que Romina accedió a venir conmigo, aunque de pronto desaparecieron y hubo que usar el instinto. Así, jalando matas y arbustos, hasta que ya no hubo más plantas, nos ahorramos el primer ziiiiiig y llegamos al zaaaaag. Caminamos por él unos metros, pero vi un cauce de agua seco, por el que pareció fácil trepar. Romi no quiso. Le hice ver que la ceniza, tan incómoda, desaparecía más arriba y empezaba la roca, suelo firme, por la que seguramente sería una delicia desplazarse. Ella no quiso, recordando que la guía recomienda no salir del camino negrillo, y prefirió ir por lo seguro y aburrido.
Bien, te lo pierdes. Firme, tenaz, perseverante y empeñoso, como somos los hombres de aventura, sigo mi instinto animal, el jaguar que vive en mí regresa a la montaña. Escalar por la ceniza, hallar puntos de sujeción, impulsarme, buscar la ruta, poner el pie... poner el pie... ¡eso! Fuerza, arriba, vamos. A buen ritmo, hay que llegar al segundo ziiiiig antes que la debilucha de Romi, otro paso más, arriba, ¡bieeeentos Filosofía!, ooootro, ¡bieeentos Arquitectura!, ¡goooya, gooooya, Metropolitanaaaa! Me sentía en asamblea de CGH, una inusualmente positiva y apoyadora.
La pendiente es como de 60 grados y se está pronunciando más. El sol está arriba y el cuerpo empieza a cansarse. Está demasiado sedentarizado, hace falta ponerlo a trabajar, holgazán. Esto es lo más difícil, cuando se acabe la ceniza va a ser un paraíso, ¡ay! Una piedra falseó, se me fue el pie, la piedra rodó y rodó hasta zaaaaag. Saqué las uñas y me agarré a la ceniza, hundiendo los dedos. Ups, ésa estuvo cerca, hay que tener más cuidado. Subo, subo, ¡ahí está la roca! ¡Vamos!, arriba que ahí ganamos. ¡Bieeentos, prepa 6! Desvié un poco la trayectoria para tomar la roca más cercana, ay, aquí está, brinco y ¡ahora sí!, ¡ahora!, ay, eh, ay, ay, ¡esto no es roca!, es como lodo resecado, ¡se desmorona!, te vas a resbalar, güey, suuube, suube, ay, no, ya no subas, mejor, mejor regresa a la ceniza, rápido que te resbalas, rápido... Uff. No imaginé que me daría gusto volver a la ceniza. Tengo los dedos hundidos hasta las falanges. Qué cansancio.
A ver por dónde voy ahora. Ni modo, tendrá que ser por la ceniza. Y es que la ceniza agota mucho, no apoyarte bien... pero por lo menos te sostiene un poquito. Seguir por aquí, eso sí es una piedra, agárrate. Paz, uf, uf. Quisiera sentarme a descansar. Pero por todos lados hay letreros que advierten de no hacerlo, hay gases al nivel de la tierra y te puedes desmayar. Además, cómo sentarme, si estoy en diagonal, con pies y manos sobre la tierra, prendido con las uñas. Ug, huele a huevo podrido. ¿Será el gas? ¿Y si me desmayo?
Volteo hacia abajo. En zaaaag, unos turistas me miran. Los saludo, tranquilo, seguro. Arriba... puedo divisar gente caminando por el segundo ziiiiig, ésa es mi meta, ahí estaré a salvo... está a unos cincuenta metros, sólo cincuenta metros más. Ay, ¿por qué nunca tomé cursos de alpinismo? Ahí voy, de nuevo, fuerza, fueeerza, cero cansancio... Pum. Se acaba la ceniza. Ya, todo lo que sigue es tierra. ¿Y por dónde voy? ¿Y si regreso? Ay, no, qué pena. Ya veo a Romi muerta de la risa. Mejor me regreso. El compañero se está volviendo vendehuelgas, es un claudicante. Bueno, sí, ¿y qué? Miro hacia abajo de nuevo...¿por dónde subí? Todo lo que sube tiene que bajar... ese inteligentísimo dicho no indica si se baja de la misma forma... se ve mucho más difícil, voy a acabar rodando como pelota. ¡Bieeeentos, ultra pendeja!, grita la asamblea súbitamente crítica. Bueno, qué importa, así son estos tipetes.
Cero, hacia arriba, el único camino está arriba. Y con fuerza, porque si sigues aflojando no vas a poder moverte con velocidad. Juump, escalar por la tierra desmoronándose, hallar puntos de sujeción (¿cuáles?), impulsarme (¿cómo?), buscar la ruta (¿cuál?), poner el pie (¿dónde?, todo un curso de periodismo)... El jaguar preferiría ser hormiga... O abeja, abeja está bien, ésas vuelan. Por ziiiiig alcanzo a ver a Romi, camina tranquila, sin voltear abajo. Va convencida de que la estoy esperando en la cima. ¿Le grito desesperado? No, no, mejor con elegancia, que no se dé cuenta de mi apuro. Llamo su atención con el silbido clásico de la familia, ése que mi abuelo tomó de la canción "La feria de las flores". Me mira y le sonrío, tranquilo. "¡Témoris!", grita. "¡Qué vas a hacer!"
¿Tan mal estoy? Alguien, en el espacio de la inmaterial, me echa una mano. Más bien, un palo. No es un instrumento de alpinismo comprado en Deportes Martí, es un palo lleno de astillas, terminado en punta, que aparece abandonado en mi camino. Muy amable, muy amable, se agradece. Me faltan diez metros. Estoy, pegado a la tierra, sudando como caballo y con las uñas de fuera, en un sitio que, dentro del contexto, podría llamarse "firme". Y mis músculos están agotados. Romi me mira, con los brazos cruzados. ¿Le habré dado las claves de mi tarjeta? Son diez metros, si reúno toda la energía que me queda, y me muevo por esa grietita de ahí, colocando pies y manos y levantándolos con rapidez, para que el desmoronamiento no me alcance... y apoyándome con el palo... a ver, podré llegar hasta el borde, un poco antes del borde... esa parte se ve muy frágil, pero ahí está Romi, con que me dé la mano llego. Cálculo matemático. No tengo aliento para hablarle, pero ella va a entender.
¡Fuooosh!, salgo veloz como gacela, me impulso fuerte como oso, clavo el palo certero como halcón, llego a la orilla, extiendo la mano... ¡extiendo la manooooo!.... ¡sólo puedo sujetar el aire!... me caigo, me estoy resbalando, pero pego un último brinco como carnero y caigo sobre el camino de panza, soltando un sonoro resoplido... como cachalote.
Volteo a buscar a la dulce Romi... Y ahí está, a dos metros de mí, sigue mirándome con los brazos cruzados. No sé si tiene el número de mi tarjeta, ¡pero mañana lo cambio, joder!
Caminamos por ziiiiig y por fin llegamos a la cima. Como imaginarán, es toda una experiencia: los gases emanan de grietas dispersas en toda el área, no sólo lo que es propiamente el cráter, sino también en la parte alta de las paredes del cono, lo que en las fotos de antes parece rebanado por un cuchillo, como en esta foto, donde salgo con los ojos cerrados para verme más interesante.
El humo sale silbando, dispersando azufre que se pega a las piedras, pintándolas de amarillo.
El amarillo es de un tono intenso y a Romi se le ocurrió que podría aparecer un bonito contraste con el azul del mar, aprovechando de paso para que se den tinta de la vista que hay desde la cima del Vulcano, con la península del Vulcanello en primer plano y Lipari al fondo:
Se supone que es una tontería bajar al fondo del cráter, la concentración de gases es mortal, pero se aprecian rocas colocadas como un dibujo. También es posible ver sensores y dispositivos que miden la actividad volcánica, alimentados por energía solar y en comunicación vía satélite con los centros de observación.
Sin embargo, no es tan peligroso descender por la pared interna unos cuantos metros, como hacen muchos turistas. Al inicio de la bajada, había una piedra amarilla, tras la cual había un hueco de menos de un metro, y después había una roca grandota, bien llena de azufre, en la que se me antojó pararme para tener una foto.
Romi no estuvo de acuerdo. "No lo hagas", dijo, como si pretendiera suicidarme. Caminé hasta la piedra, me subí y me dispuse a dar el brinco hasta la roca, un salto de un metro de longitud. ""No, por favor", dijo ella. ¿Adió?, pensé. Pues ¿qué le pasa? "Andale", dije, "prepara la cámara para que me tomes la foto y me baje rápido". Brinqué. "¡NOOOOOO!", gritó Romina. Decenas de cabezas a su alrededor voltearon a verla a ella, primero, luego a mí, y después de nuevo a ella. Yo me alegré de que el espeso humo que me rodeaba ocultara mi rostro. Tomó la foto y bajé, tranquilo.
Y es que Romi creyó que entre ambas piedras había un abismo que daba hasta el fondo mismo del cráter, hasta la lava y el centro de la Tierra, por el cual sin duda caería yo, y nunca volvería a verme.
Bueno, parece que sí me quiere, la muchacha. "Está bien, Romi", le dije, abrazándola. "No voy a cambiar la clave de mi tarjeta".
Bajamos por el camino normalito, ziiiig zaaaag ziiiiig... bueno, sólo hicimos un pequeño desvío, casi al final, pero no cuenta. Y tomamos la carretera del sur en la moto, pasando por caminos vecinales hermosos, llenos de flores y rebaños de cabras, además de casas abandonadas a las que los años no les han quitado belleza, como la de la foto, hasta el mirador de Capo Grillo, desde donde se ve la península del Vulcanello, Lipari, Panarea y, cuando la bruma lo permite, Stromboli.
Nos quedamos ahí un buen rato, con un silencio que me dejó dormitar, y fuimos interrumpidos sólo por una pareja de ruidosos que llegaron en sus vespas sólo por llegar: dieron una vuelta, apenas miraron al mar, y se fueron con su estrépito. Poco antes de irnos, apareció otra pareja, dos ancianos extranjeros, con cara de amables y felices... que venían caminando. Por lo menos, se echaron unos 10 kilómetros de ida, y lo que les faltaba de regreso.
Nos dirigimos al extremo sur, hasta un mirador que en un día más claro debe haber permitido ver el Etna, pero que en ese momento apenas permitía que se silueteara la costa siciliana, y regresamos para ir, ahora motorizados, al camino del norte que recorre la península. ¡Qué diferencia hacerlo así!
Le dimos la vuelta al Vulcanello, por unas curvas cerradas que no me permitían ver lo que venía adelante, así que bajé la velocidad. En un cruce de caminos, subía un coche a nuestro encuentro. Frené... pero precisamente esa parte del camino estaba llena de grava del volcán. ¡Ibamos a estrellarnos de frente con el coche! Incliné la moto hacia la derecha y nos arrojé al piso. Pum, pum, pas, pas. No muy fuerte. Me levanté en un instante (de hecho, poco después dudé haber estado en el piso, pero el dolor y las manchas me indicaron que sí me había caído).
Romi había dado en tierra, no en el pavimento, por suerte. Estaba tirada de lado, sujetándose la rodilla sin moverse, como si se la hubiera roto. Me acerqué: "¿Qué te pasó? ¿Te lastimaste?" "No pasó nada, no pasó nada", sollozó. "¿No te puedes levantar?" "Sí puedo, estoy bien", casi lloró.
En eso vi al conductor del coche, un chavo de unos 25 años, tan muerto de miedo que abría la boca y no hablaba. "Tutto bene, tutto bene", quise tranquilizarlo. Pero abría los ojos grandes al ver que Romi había empezado a temblar, a sacudirse entre espasmos. Pobre chico. Me acerqué a decirle que se calmara. Hice que se recargara en el cofre del coche y que sacara cigarros. Me ofreció. Le dije que no fumo. Encendió el suyo y dio una bocanada. Pero se volvió a asustar al ver que la temblorina de Romi, en el suelo, iba en aumento.
"Tutto bene, tutto bene", insistí, y para demostrárselo di un brinco y me senté en el coche. Como seguía igual, le dije a Romi: "El chico está nervioso, habla para que sepa que estás bien". Buena onda, alzó la voz como pudo, y ahogando los quejidos insistió: "Me siento muy bien, estoy rebien, tutto OK, tutto OK". El chico se tranquilizó y, mientras esperábamos que se le pasara el temblereque, pudo hablar y me preguntó de dónde éramos. Agradable el chavo, nos quedamos platicando como 15 minutos...
¡Je, jeeee!, la venganza es dulce. No, en realidad Romi controló el susto y el dolor (el chico sí que no podía hablar), tardó poco en levantarse (sólo tenía un raspón, pero el moretón que apareció el día siguiente tardaría dos semanas en desaparecer) y no volvió a quejarse. Se portó bastante bien.

Venerdi, undici Maggio. Lipari-Milazzo-Palermo-Roma-Madrid

Ese fue el último suceso relevante de un viaje en el que, en pocos días, habíamos usado transportes en los tres medios: tierra, agua y aire. Sólo nos faltó salir al espacio, pero sin pago de suscripciones no podemos reunir los millones necesarios para seguir el camino de Dennis Tito.
Sin embargo, en este día último, despertamos en Lipari y tenemos que dormir en Madrid, para lo cual tomamos barco a Milazzo, tren a Palermo, autobús al aeropuerto, y ahora saldremos en avión a Roma, y de ahí otra vez en autobús a la ciudad. Agua-tierra-aire en un solo día. Iniciamos viaje a las ocho de la mañana y concluimos a las once de la noche. Una cosita de nada, diría Obelix a Idefix.
Concluyó la andanza como empezó: la emoción de las vespas. Lo primero que vimos fue lo último que nos marcó. Lo vivido, como hace evidente el relato, va mucho más allá: La Sicilia nos dejó una intensa experiencia en los ámbitos sociológico, arquitectónico, costumbrista, de transportes, arqueológico, histórico, agronómico, gastronómico, marino, climático, geológico, de belleza natural y, el más importante, de la enorme simpatía de los sicilianos. Es lamentable que la prisa nos haya impedido tomarnos tiempo para hacer algún amigo, alguien que enriqueciera nuestro recuerdo de la Sicilia con la calidez íntima del ser humano.
Recorrimos mucho... y fue tanto lo que nos faltó. Sé que digo una obviedad, pero viene a cuento enunciar caso por caso: Para empezar, los sitios por donde no pasamos: la costa occidental de Sicilia, en la provincia de Trapani, con las islas Egadi, además de Lampedusa, Panteleria y Ustica. También, la costa suroriental, Ragusa. Por supuesto, Siracusa, tan importante históricamente. Y quizás Enna, una ciudad de poco interés turístico, pero llamativa porque, dice la guía, es uno de los sitios en donde pervive la Sicilia antigua, tradicionalista y empobrecida.
Falta el enorme Etna. Eso merece un párrafo propio.
Todos los lugares donde estuvimos requieren más tiempo, pero en especial habrá que regresar a Taormina y a Stromboli... Esas explosiones tienen que alumbrar mis ojos.
Y volver a ver, volver a ver... tantas cosas. Pero creo que debo hacer énfasis en una: la maravillosa Pollara. Ese lugar me tocó.
Así termina esta enciclopedia en doce tomos de un viaje breve por la Sicilia... advirtiendo al lector que no se descuide: algún día, no muy lejano, habrá de ser completada.


Esta narración apareció publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las dos partes de Storie della Sicilia e delle Isole Eolie:
Primera parte: Sicilia
Segunda parte: Islas Eolias

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