A pelotazo limpio
Me puse nervioso: primero, me iban a pegar; después, había perdido mi permiso de residencia y si me detenían me iba a meter en un embrollo. Pero además tuve una probaditita de lo que sería reportear una guerra: la gente avanzaba y retrocedía en instantes; podías estar mirando el enfrentamiento cubierto por veinte personas, y de pronto encontrarte solo y expuesto. Los policías nos apuntaban con sus lanza-pelotas (al día siguiente, un diario catalán reportó que entre ellos se felicitaban al ver caer a los chavos: “ya le diste a otro conejo, muy bien”) y te sentías pato frente a las escopetas. Ni un segundo mediaba entre sospechar que estabas en la mira de alguien y verte arrojado al suelo con una pelota en la boca, como cerdo con manzana. Y sangre en lugar de salsa gravy.