17 DE OCTUBRE DE 2002 No encuentro mejor metáfora, una explicación más contundente y hermosa que ésta, sobre la relación entre el agua y la vida. A diez mil metros de altura, el Sahara se aprecia feroz y abrupto, graves gargantas de corrientes desaparecidas que bajan hacia ningún lado, vacío de vida, sepultura de hombres y animales perdidos. Ahí, en medio de la muerte, aparece el Nilo, largo, serpenteante, y siempre bordeado por ese hermoso acompañante verde que a veces lo sigue a ambos costados, otras (las más) por el izquierdo, y otras por el derecho. Se estrecha irregularmente, o se ensancha hasta multiplicar por quince o veinte el alcance vital del río. Por milenios, en el verano, el Nilo inundó las márgenes bajas de su cuenca llenándolas de limo, el riquísimo alimento que traía desde
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