El lago Baikal a nuestro aire


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July 23rd 2006
Published: August 15th 2006
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Aquí nos bajamos



Me despedí de mi compañero de ventana. La ciudad de Chita, donde él iba, está bastante más allá y mis amigos y yo nos bajabamos en Irkust. Como en todas las paradas, a la salida del vagón estaba nuestra provonidtsa, según había leído la noche anterior en la guía así se llamaban a las revisoras/azafatas del vagón, mirando sin interés a los pasajeros que nos íbamos y hablando con alguno de los militares. El joven ruso con el que habíamos estado hablando se despidió de nosotros y nos deseo buen viaje. Ese día casi no se cumple.

Hacia el lago



El guía nos dijo que ya no lo veríamos más cuando se bajó en un hotel de Irkust. No le dimos importancia. Muchas veces el traslado lo hacen unos y luego durante el tour nos acompañan otros. Además, habíamos contratado un guía en español y este solo hablaba en inglés. Así que disfrutamos de las escenas siberianas que se nos presentaban de camino al lago: monte, pinos, carreteras de un carril en cada sentido, agua y anuncios de alojamientos a ambos lados.

La llegada al lago fue impresionante. La mayor reserva de agua dulce del mundo parecía el mar si no hubiese sido por esa falta de espuma y oleaje que habitualmente choca con la playa. Teníamos alquilada dos habitaciones en una casa de huéspedes frente al lago, las conocidas como homestay. Dijimos adiós al conductor y, tan pronto como pudimos, nos duchamos, por fin, después de tres días lavándonos con las socorridas toallitas húmedas. Y no fue rápido, solo había un cuarto con ducha para toda la casa.

Abandonados frente al lago



Limpios y aseados, bastante contentos, salimos a esperar a nuestro guía. Tardamos una hora en darnos cuenta de que nadie iba a venir a por nosotros. Mientras tanto habíamos visto muchos norteamericanos o, tal vez, canadienses, pertrechados para hacer trekking y parejitas de rusos que paseaban a lo largo del lago. Tanto ellas como ellos con camisetas y sandalias aunque hacia frío. Pero lo que más nos llamó la atención eran los grupos de bañistas que tomaban el sol en las pequeñas playas pedregosas. Con el frío que hacía, había que tener ganas de ponerse morenos.

Varias llamadas después a los teléfonos de la agencia local tuvimos la certeza de que nadie iba a venir. Según nos dijeron, en un suficiente inglés, teníamos que ser comprensivos, no tenían un guía en español y era domingo, difícil para poder organizarnos algo.

Nos las apañamos muy bien solos



Con la orientación dada por los dueños de la homestay nos pusimos en dirección al Museo Limológico, la supuesta atracción turística de la región. De camino, lo más ruso que pudimos ver, fueron parejas y familias compartiendo ese maloliente pescado seco que comían con delectación. El resto, grandes casas playeras, como las que se veían en la seríe Santa Barbara, muy popular en la televisión rusa, en colores rosa chicle, azúl claro brillante o amarilla-anaranjada y gente joven que en grandes cuatro por cuatro y con bermudas floreadas jugaban a ser jóvenes protagonistas de películas norteamericanas de descerebrados. Ya saben, una mezcla entre el Risky Business de Tom Cruise y el Jackass de la MTV, un canal muy popular en este país.

El museo no era para tanto. El máximo interés era poder ver a las dos focas de agua dulce que tienen metidas en un supuesto acuario y que todos los turistas (locales o no) se empeñaban en fotografiar con flash cuando miraban de frente. Los niños agradecían el espectáculo. No es de extrañar, solo algunos adultos lo deplorábamos, aunque hacíamos las fotos como los demás. Los carteles en ruso y la colección de animales disecados nos echaron antes de que si quiera hicieramos un esfuerzo por saber de que iba el museo.

Un barco, un autobús ruso y otro barco



Seguimos a los turistas locales al otro lado de la carretera, hacia un pequeño muelle. Nos metimos en un barco, en aquel en el que los turistas parecían más interesados. Un rato después estábamos en una sala totalmente oscura mirando el fondo del lago a través de un gran suelo de cristal. No se si fueron los verdes psicodélicos del fondo o la explicación en ruso que estaban dando lo que nos indujo el sopor.

Varios chistes después, que reconocimos porque los niños celebraron con grandes risotadas, y a los que yo acompañe en sus risas pensando en lo absurdo de la situación, salimos del barco. Esta vez cogimos el autobús ruso. Una pequeña furgoneta privada que para cuando te ve levantar la mano, siempre que tenga sitio.

No tardamos nada en llegar a otro punto de interés turístico. Pagamos a la que parecía la mujer del condutor, que iba delante sentada con otra mujer que parecía su amiga, y nos bajamos, como hicieron la mayoría.

En la oficina de información turística nos organizaron rápidamente un salida al mar en barco. La dificultad que tenía la agencia local para organizar algo y no dejarnos triados, no parecía existir al borde del lago. Cierto era que las explicaciones serían en inglés y que la salida no sería para nosotros solos, la compartiríamos con una simpática pareja de Alaska a los que les resultaba imposible ocultar que eran norteamericanos por el entusiasmo y el buen humor que presentaban frente a todo y frente a todo ciertamente ingenuo. Teniendo en cuenta que no teníamos ningún contacto no se nos estaba dando mal el viajar por nuestra cuenta por el lago Baikal.

Volvimos al puerto después de unas cuantas explicaciones mitológicas a cerca de la formación del lago y de cómo recibió un nombre que no tiene ningún significado, otras épocas históricas como la llegada de los aristócratas deportados por Pedro el Grande o la soviética, fueron omitidas en la explicación y recibieron una evasiva respuesta a mis preguntas. Ya en el puerto, los norteamericanos nos recomendaron un restaurante de madera con un mirador en el que habían cenado la noche anterior. Se encontraba en el pueblo de dachas que teníamos al lado. Así que decidimos dar un paseo y acercarnos para acabar el día cenando. Bueno, no, el día no acabó allí todavía queda una historia.

Comprar agua en una tienda de 24 horas



De camino a nuestra casa de huéspedes me acerqué a una tienda de 24 horas. Necesitábamos agua para lavarnos los dientes. Estaba cerrada, aunque había dos rusos esperando. Me estaba alejando de la tienda cuando llegó la que supuse era la dependienta. En otras tiendas había visto mujeres similares, rubias con media melena, regordetas y con una bata azul inconfundible. Así que me di la vuelta. Los dos rusos y la mujer que me vieron acercarme abrieron con llave, entraron rápidamente y me dieron con la puerta en las narices. Esperé. Llegaron varios coches, pararon y viendo la puerta cerrada daban media vuelta y se iban, como si eso fuera lo más normal del mundo. Decidí hacer lo mismo. Al fin y al cabo ellos parecían locales y seguramente conocían los usos y costumbres de la región.

Ya en la carretera y me paré un momento para hacer la última foto, esa que tanto nos gusta a los turistas de un amanecer o un atardecer sobre el mar, en este caso sobre un lago. Es un proceso relativamente largo que al final produce casi el mismo resultado la hagas donde la hagas. Así que tardé un rato cuando aparecieron los dos hombres riendo y con una botella en la mano.

No hace falta que les diga que volví. La mujer no estaba por la labor de atenderme. "Water. No gas" le dije a través de una ventana abierta en mitad de la puerta. Me dijo algo, en ese tono de enfado al que ya me había acostumbrado, pero se mantuvo alejada de la puerta. Primero me cierra y ahora no me quiere vender, pensé con la lógica aplastante que tan bien me funcionaba en donde yo vivía. "Water. No gas", repetí. Sin respuesta.

Ya iba a desistir de lavarme los dientes cuando dos rusos aparecieron a mi espalda. Repetí de nuevo "Water. No gas" y, entonces, la señora se acercó a la ventana cogió una botella de agua y me la dió. No era exactamente la que quería, la hubiera preferido grande, pero desistí de cambiarla. Pagué y me fui, mientras dejé a los rusos comprando, si no recuerdo mal, un referesco o tabaco. Desde lejos, la imagen era la de una tienda norteamericana de 24 horas a la que le hubieran quitado la luz.

Ahora sí, era el momento de acostarse y tratar de dormir. Al día siguiente había que madrugar. El tren salía pronto y teníamos, al menos, una hora u hora y media hasta la estación. Mis vecinos de habitación se pusieron a charlar. Se oía todo, no entendía nada. ¡Qué sueño!

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.




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