El verdadero Transmongoliano


Advertisement
Russia's flag
Europe » Russia » Siberia » Irkutsk
July 24th 2006
Published: August 25th 2006
Edit Blog Post

Total Distance: 0 miles / 0 kmMouse: 0,0

De Moscú a la frontera entre Rusia y Mongolia


Turistas concentrados



Si poco antes de las seis de la mañana, un verano, en la estación de tren de Irkust, se encuentra con una concentración de turistas (los reconocerá por sus maletas o por sus mochilas), no se asusté. Somos esos locos occidentales, en su gran mayoría, que pagan por coger el verdadero Transmongoliano. El que les llevará hasta Ulan Bator. Los nativos (me refiero a los rusos, los mongoles y los chinos) lo tienen difícil para coger un billete en estos meses.

Lo de verdadero viene porque hasta ahora habíamos tomado trenes similares, pero de distintas rutas. El primero, el mejor, llamado tren de los Urales, que hace la ruta Moscú-Ekaterimburgo. El segundo, el Transiberiano de toda la vida, que hace la ruta Moscú-Vladivostock. Y por último, íbamos a coger el Transmongoliano, que hace la ruta Moscú-Pekín, atravesando parte de Siberia y, por supuesto, toda Mongolia de norte a sur. Pues bien, este solo pasa una vez a la semana, y, en ese día y en época estival, los turistas se concentran en el hall de la estación, delante de la pantalla en la que se anuncian distintas rutas, horarios y andenes. Un espectáculo. Un montón de personas que no entienden lo que sale en dicha pantalla, mirándola y mirándola, con cara de cansancio y bostezos de sueño.

Otra vez en el tren



Y claro, después de colocar los bultos y el equipaje, la consabida limpieza del compartimento con toallitas húmedas (tenían que haber visto la rapidez con que lo hacíamos ya), y de haber dado nuestros billetes al revisor ¿qué hacer? ¿Dormir? (Lo que hacían la mayoría). Bueno, intenté leer. Pero la verdad es que no pude. No me eché a la bartola, sino que salí a seguir disfrutando del paisaje: agua, estepa, bosques, dachas y los típicos trabajos agrícolas al borde de la vía, donde las caballerías habían sido sustituidas por motos o coches, aunque muchos de los utensilios que usaban los agricultores parecían sacados de la Roma antigua. Y desde el tren fui testigo del trabajo, y del descanso de los rusos, sin entender porque acababan ocupando tantos campos cercanos a las vías, donde el tráfico ferroviario, de alguna manera, interrumpía la calma. A los que se quedaban mirando les decía adiós con la mano, y me respondían, como si se despidieran de un amigo, tal vez lejano, de alguien al que conocían aunque solo fuera de vista.

Where are you from?



No solo de escenas bucólicas vive ser humano. Al menos el ser humano que soy yo. También puede fijarme en los abundantes trenes de mercancías que pasaban en dirección contraria, ¡los había de material militar!, y la industria, abandonada o no, que también se encontraba junto a la vía. No era el único. Intenté hablar con ellos. En esto, el inglés es un aliado imprescindible. Tal vez, como lo fue el castellano en su momento. Siempre encontrarás a alguien que hable a little pero suficiente para saber de donde son él (o ella) y los que le acompañan. Así, nos enteramos que la mayor parte eran lo que se llaman europeos del norte, alemanes y nórdicos, sin faltar los representantes de Francia y Norteamérica (no sabría distinguir si eran estadounidenses o canadienses, por el aspecto, no se me vayan a enfadar) que me encontré al pasera por el tren pero con los que ni siquiera llegué a cruzar unas palabras. Pongan algunos mongoles, chinos y rusos y ya pueden hacerse una idea de la rica diversidad, dicho en términos contemporáneos de los primeros años del siglo XXI, del tren.

Primer paso fronterizo



No se como podría conseguir que se asombren conmigo. Cuesta entender lo poco que tarda un mensaje o una orden de compra o venta de acciones/entradas/libros/películas/discos/pongan lo quieran en ir de un lugar a otro y lo que tarda un ser humano en pasar de un lado a otro de una frontera. Para empezar, los iletrados están excluidos. Era tal la cantidad de papeles que hubo que rellenar, incluso habiendo tramitado ya todos los visados y sellos pertinentes, declarándose inocente de todo tipo de trapicheos que llamaba la atención que al poco tiempo que el revisor te diera los papeles pasaran dos mujeres, posiblemente rusas o mongolas por lo grande y gordas que eran, ofreciéndote los servicios de cambio de dinero. En nuestro vagón hicieron poco negocio. Seguramente, se habían dado de bruces con unos devotos de la Lonely Planet, en la que recomendaban cambiar en Ulan Bator porque el que se ofrecía en el tren era bastante desfavorable a nuestros bolsillos.

Como el resto de turistas, habíamos aprovechado el tiempo, más por imitación que por otra cosa, comprando algo de pan, queso y agua. Decidimos no ser aventureros, como otros que adquirieron los pirozhki y pelmeni que se vendían en el que, según la guía, era un mercadillo, y, deberíamos añadir, al estilo siberiano, compuesto de diminutos puestos, a veces formados por una sola caja o un carrito de niño. No ofrecían ninguna garantía de ser higiénicos y los productos locales se exhibían junto con frutas y botes de patatas marca Pringles, Coca Cola y tabaco ruso o norteamericano. Nosotros nos aventuramos por el interior del pueblo. Encontrando tiendas mejor abastecidas de productos occidentales o al estilo occidental, con esa característica de precariedad que hasta hace menos de treinta años caracterizaba las tiendas de los pueblos españoles, de donde yo procedo. Gracias a eso, pudimos cenar. Aunque envidiamos a los que, tal vez porque ya estaban avisados de que el vagón restaurante se cerraba durante el largo trámite fronterizo, habían comprado más variado.

De la disciplina rusa a la amabilidad mongola



Los trámites fronterizos son tediosos y aburridos. No solo es el papeleo que hay que rellenar sino que uno no se puede mover de su compartimento, si acaso salir al pasillo frente a la puerta para estar de pie. A lo mejor, si los guardias fronterizos se encuentran en otro vagón, puede acercarse al samovar para rellenar la taza de té. El que suscribe tuvo la osadía de dar una vuelta y encontrarse con ellos: bronca y vuelta a mi vagón dejando un rastro de miradas a mi paso, mirando al culpable de no se sabe muy bien qué. En estos momentos cualquier entretenimiento es bueno. Como el libro en inglés que llevaba uno de mis amigos. El típico libro de cultura anglosajona, estilo enciclopedia que lo mismo contiene textos de Marx, que curiosidades científicas, respuestas a preguntas históricas, fragmentos de novelas y cuentos o adivinanzas, todo en inglés, of course, y que, según el título, eran lecturas para cuando uno está en el baño. Recuerdo que nos divertimos con las preguntas, pero que cualquier cosa que aprendiese esa noche ya lo he olvidado. Se debieron quedar en las vías del tren como otras mucha basura o detritos que iba dejando.

Cuatro horas después, ya en el lado mongol, nuestro tren fue rodeado por militares, a la vez que una voz que no entendíamos gritaba y aturdía de vez en cuando. A través de los cristales se veían otros trenes, estos de mercancías, y los guardias que los revisaban con linternas, iluminando los bajos y, a veces, moviéndose para todos los lados después de que la voz sonara con prisa y un poco angustiada. En esta situación, una sonrisa antes de pedirnos los pasaportes y otra al devolverlos, y el intento de decirnos algo agradable en un inglés, no recuerdo si good night, have a nice trip o welcome to Mongolia dicho tímidamente y con una pronunciación algo errática, nos informo que ya habíamos cambiado de país. Las cuatro horas de trámites en Rusia se convirtieron en dos horas en Mongolia. Íbamos, al parecer, a mejor. Ahora sí. Ahora ya podíamos dormir tranquilos. Los únicos que podían enturbiar los sueños eran dos treintañeros alemanes que consideraban imposible poder echar una cabezada en el tren. Estaban empeñados en que algún nativo del tren les vendiera alcohol convencidos de que ese era el contenido de las cajas que dichos nativos habían recogido en la estación mongola. Por supuesto, nos despertaron pensando que tendríamos alcohol que vender. Por supuesto, nos pidieron perdón cuando se dieron cuenta de que se habían equivocado. ¿Educación bávara? Volvimos a dormirnos.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.


Advertisement



Tot: 0.095s; Tpl: 0.012s; cc: 12; qc: 30; dbt: 0.036s; 1; m:domysql w:travelblog (10.17.0.13); sld: 2; ; mem: 1.1mb