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Published: August 15th 2006
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Periódicos y revistas
Dos periódicos y una revista en el compartimento y solo se podía disfrutar de las fotografías. Por las noticias que habíamos visto en los canales internacionales de televisión en nuestro último hotel, la reunión del G8 en San Petersburgo, o el ataque de Israel al Líbano, nos podíamos imaginar de que iban algunos de los artículos. Nada podíamos entender sobre la política o famoseo local, o sobre los espectáculos o noticias culturales que interesaban a los rusos, por más que vieramos imágenes de personas saludándose y de conciertos de rock o pop, lo cierto es que no sabíamos quienes eran. La programación de televisión, tampoco nos decía mucho, excepto que en lo que suponíamos que era el apartado de programas recomendados, se mezclaban las películas y series norteamericanas de éxito, que no necesariamente de calidad, con algún que otro serial o película rusa. La revista tampoco acrecentaría nuestro conocimiento local. Era de viajes y, otra vez por la fotos, pudimos disfrutar de un bonito reportaje sobre Andalucía. Tan lejos, tan cerca que diría Wim Wenders.
Saquemos los libros
Lo cierto es que no esperábamos encontrar prensa en inglés y aún menos en español dentro del
tren por lo que cada uno llevaba su propia selección literaria. Parece ser que entre los turistas que hacen este viaje, ya vayan a Vladivostock o a Pekín, lo que más se suele transportar es Guerra y Paz, pensando que se va a tener el suficiente tiempo para, por fin, leer este clásico de la literatura rusa y mundial. Yo estaba de acuerdo con lo que decía la guía Lonely Planet ni era el momento ni era el lugar.
Nuestra selección fue más pragmática: los cuentos de Chejov; El último Catón, un gordo bet seller español de poco interés y coherencia, con alguna que otra curiosidad; y
El arte de viajar de Alain de Bottom y su promesa de ser más feliz viajando. Si los cuentos de Chejov daban para mucho, el best seller solo dió para su rápido consumo y a otra cosa. ¿Y el de Bottom? Seguramente tiene algo que ver con la escritura de este blog y las referencias que esconde.
¿Qué leen los demás?
Los estadísticos y científicos no darían validez a mis datos. Solo se basan en mis paseos por el tren y en cierta curiosidad por ver que pasaba en los
compartimentos. Puedo decir que en los vagones de tercera se leía poco y lo poco que se leía eran revistas. Y es que esa intimidad socializada no parecía ser lo mejor para la lectura.
La cosa cambiaba, aunque no drásticamente, en los vagones de primera y segunda. Seguían predominando los que no leían, sin embargo, los libros, sobre todo en las manos de los turistas, se veían con cierta frecuencia. Guías de viaje en su gran mayoría, pero también los gordos betsellers en formato de bolsillo, las biografías de Stalin o Mao y, un libro en el que su autora cuenta las
reveaciones que tuvo viviendo con los pueblos nómadas mongoles. No lo he leído, pero según lo presentan, muy
new age, muy de la autenticidad que se ha perdido en Occidente y que la autora recobra gracias a esta experiencia. Dentro de la línea tan extendida en Occidente de que cuanto peores son las condiciones de vida mejores son las relaciones humanas y mejor es el equilibrio con el medio ambiente, la convivencia con la naturaleza. Será por eso por lo que de los dos millones y medio de mongoles, un millón y medio viven en la capital,
y el número de sus habitantes sigue creciendo a medida que el campo, la naturaleza se va desploblando.
¿Militares?
Pasan las horas, pasan los días. Tus compañeros de vagón se te hacen familiares. Se coincide en la cola del cuarto de baño. Se coincide en el pasillo, cuando se sale a estirar las piernas a respirar el aire que entra por las ventanas abiertas. Se coincide en el andén en aquellas paradas en las que las revisoras/azafatas te dejan bajar por haber suficiente tiempo. Se coincide cuando se van a tirar las basuras. Ellos tienen tanto interés en nosotros, como nosotros en ellos.
¿Quienes son ellos? Un grupo de hombres con camisetas sin mangas con rayas blancas y gris marengo, o de un negro descolorido por los lavados, y ropa militar. De piel curtida por el sol, morena como la de los campesinos. Conocen al dedillo las rutinas del tren. Saben cuando la parada es lo suficientemente larga como para salir de la estación a comprar algo (tabaco más barato ¿quizá?). Bromean con las revisoras/azafatas y estás les siguen el juego con confianza. Se intercambian cigarrillos. Se dan cuenta que nos bajamos sin cerrar el compartimento y
nos lo cierran, conscientes del peligro. Se lavan y peinan a determinados horarios, para nosotros raros o extraños. Beben té, en tazas decoradas con la Blancanieves y los siete enanitos de Disney, y, a veces, comen esos tallarines o sopas que ya vienen ensobrados y a los que solo les hace falta añadir el agua caliente del samovar. Decidimos sin mas que son militares de vuelta a casa o de vuelta al destino: Vladivostock, el final del tren.
El que tenía su compartimento junto al nuestro, que viajaba solo, nos contó que había pertenecido al ejército y que ahora volvía a casa, a Chita. Nosotros le dijimos que eramos de España y que íbamos a Mongolia. Luego, abonados como estabamos los dos a una de las ventanas abiertas del pasillo, me fue diciendo los nombres de muchas de las ciudades por las que pasábamos (Novosobirsk, Krasnoyask,...) y de algunos ríos. Parecía que nos podíamos entender mirando por la ventana, pero yo no había aprendido ruso, y él solo hablaba ruso.
Alguien como nosotros
Fue el aspecto. Unas bermudas, lo que más se lleva en el verano 2006 español, y una camiseta de la marca Kukusumusu, lo que
nos hizo pensar que era de los nuestros. Error. Era un ruso auténtico. Un joven ingeniero que trabajaba en la primera empresa constructora de Rusia y estaba en viaje de negocios para hacer seguimiento de la construcción de un nuevo aeropuerto. Le invitamos a un té en nuestro compartimento. El té no lo aceptó, se trajo su taza con uno que ya estaba tomando, me imagino que como medida de seguridad, viajaba solo. Hablamos, esta vez sí, en inglés. "T-shirt?", preguntamos, "From Portugal". Así nos enteramos que le gustaba viajar, que había estado en Portugal y en Alemania, y que le gustaría, igual que a nosotros, visitar Australia y Nueva Zelanda. "And Spain?" decimos, "Of course." También nos enteramos que la percepción de las distancias cambia cuando vives en un país tan grande como Rusia. Su novia vivía bastante cerca de él, a 800 kilómetros, lo que no impedía que se vieran con regularidad, aunque la forma más rápida de ir a un sitio a otro fuera en coche. Tiene razón, de Moscú a Vladivostock, es decir, en atravesar Rusia, solo se tardan seis dias y medio en tren. ¿Qué pueden significar 800 km.?
Nos deja. Es hora de
dormir. Miro por la ventana. Noche cerrada. Acabo el té. Disfruto del viaje. Leo. Me duermo con el traqueteo del tren.
Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.
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