La pequeña ciudad de Sian


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China's flag
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August 1st 2006
Published: September 16th 2006
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Si no fuera por la absurda situación durante el desayuno en el que una española y yo hablábamos en inglés mientras nos pedíamos permiso para coger no se que del buffet, a pesar de darnos cuenta de que ambos éramos españoles, y el cargador público para móviles que veríamos en el aeropuerto, la mañana habría resultado anodina. Desayuno. Check-out. Traslado al aeropuerto. Facturación. Espera. Despegue. Aterrizaje.

Andanzas con un guía solitario



El restaurante del aeropuerto estaba lleno. El avión llegó alrededor de las doce de la mañana la hora de la comida para los chinos y, con maletas y todo, allá que nos meten para comer. Ni tenemos ganas ni nos gusta la comida. Acabamos pronto y cogemos la furgoneta rumbo a la ciudad. En el camino nos enteramos que estamos en la tierra de los tallarines. La región es fundamentalmente agrícola pero no se dedica al cultivo del arroz sino del trigo. Todo esto nos lo cuenta el guía una forma extraña. Ha estudiado filología española en la universidad de Xian, una de las más viejas y mejores universidades de China, ciudad a la que llegó desde su pueblo natal. Su español no es tan fluido como el
Muralla de SianMuralla de SianMuralla de Sian

Mirando hacia fuera
de los guías de Beijing. Incluso tiene que pensárselo dos veces antes de decirnos algo. Sobre todo si le sacamos del guión. Es majo y tiene pinta de buena persona. Se parece, en grande, a Gonzalo, el hijo de un amigo mío español, lo que le hace más entrañable. También los equívocos del lenguaje, lo hacen más cercano. Como cuando nos dijo que era

solitario

. Me explico, nos pregunta si estamos casados. Y, después de responder, le devolvemos la pregunta el dice que es solitario. Le enseño que no se dice así, que se dice soltero y, que si alguna vez tiene un grupo de mujeres turistas que le gusten, que diga que es soltero sin compromiso. Sigue la broma y se ríe. Es el único guía del que me aprendo el nombre en chino: Lee Hu, que pronunciado es liijo y a mi me suena, no sé por qué, a mi hijo.

Sian no me parece muy esplendorosa. Casas de no muchos pisos, posiblemente son casas de los jutones, bulevares poco cuidados y tiendas que nada tienen que ver con las que nos encontramos en Datong o en Beijing. Tampoco el hotel, Sian Le Garden, es una maravilla.
Muralla de SianMuralla de SianMuralla de Sian

Mirando hacia dentro
Es un cuatro estrellas, limpio pero viejo. Un edificio alto con ascensores acristalados y pegados a la fachada que permiten ver la calle. Desde los que vemos que los alrededores tampoco prometen. Estamos en lo que podría ser el distrito financiero, no son las afueras, pero tampoco es el centro. Rascacielos y carreteras. Las habitaciones están bien, renovadas pero a la vez son viejas en su estilo. Seguramente los dueños son conscientes de esto, durante los dos días que estuvimos allí vimos a una persona estaba recogiendo información, a la hora del desayuno, por la noche, mirando la decoración, que desde luego no pertenecía al servicio por como iba vestido. ¿Y los inquilinos? Chinos, turistas británicos, turistas rusos (inconfundibles las jóvenes rusas por su forma de vestir -mostrando y marcando- y sus tacones altos, una especie de lolitas del siglo XXI).

Nos llevan a la muralla. Alrededor, unos jardines, la carretera y rascacielos. En el interior, un jutón, antiguo barrio chino, abandonado y medio en ruinas. Pasamos de coger el cochecito que te da una vuelta completa alrededor de la muralla o de alquilar bicicletas. El día está bochornoso. Hace mucho calor. Andamos un poco. Visitamos una tienda de souvenirs. Hacemos unas cuantas fotos. Bajamos para tocar uno de los inmensos tambores que hay a la salida y nos vamos. El guía nos ofrece ir a una tienda de té. Le decimos que no estamos interesados. El sigue, nos dice que no hay que comprar nada, y que nos podremos tomar un té gratis. No nos convence, pero tal y como lo cuenta parece que no hay escapatoria. Así que montamos y vamos. Nos meten en una habitación y nos hacen una degustación de té en diferentes tazitas y con diferentes teteras. La dependienta es paciente y explica en inglés, un inglés que a veces no entiendo, por lo que desconecto y, en plan turista japonés, me pongo a hacer fotos. Las explicaciones deben ser interesantes ya que habla de las bondades de este o el otro o de la mejor manera de sacar partido al té. Mientras tanto, usa el agua caliente para limpiar la tetera y los vasos que hemos usado entre degustación y degustación. Me quedo con la copla de que el hombre bebe el té en la taza grande y alargada, y la mujer en la taza bajita y rechoncha. Un psicólogo psicoanalista tiene una
Recuerdos chinos Recuerdos chinos Recuerdos chinos

A la entrada de la mezquita de Sian
buena fuente de inspiración en esta distribución de tazas según el sexo. Cuando acaba salimos a la tienda, damos una vuelta y nos vamos sin comprar nada.


Una mezquita y un zoco chinos



Nos dejan en el centro a nuestro aire y nos recomiendan dar una vuelta por el barrio musulmán. Pero antes de entrar en el barrio musulmán damos una vuelta por los centros comerciales. Son como todos. No hay mucha gente. Hacemos una parada en un bar de zumos, batidos y cafés que está dentro del centro comercial. Lo que tomamos no está muy bueno pero nos quita la sed. Salimos y cogemos la primera calle que nos mete en el jutón atraídos por los candados que cierra las bocas de riego o de agua. Es un barrio de calles estrechas y casas, también, de dos o tres plantas. Andamos entre la gente y las mototaxis. En los bajos, pequeñas tiendas no muy bien provistas. Llaman la atención las tahonas que venden un pan redondo y aplastado, no muy grande, que parece poco cocido, pero que resulta ser muy rico de sabor. También, pequeñas pastelerías que venden unos bollos parecidos a las perronillas españolas y a los dulces árabes. En la carnicería hay un ventilador con un papel atrapamoscas. En general no huele muy bien. Torcemos buscando la mezquita y nos adentramos en una calle sin asfaltar. Varios edificios han sido tirados y hay grupos de hombres que se afanan en una obra. No parecen obreros de la construcción sino familiares o amigos que se ayudan después del trabajo para construirse una casa. Viendo las tripas a algunas de las construcciones, pienso que no son nada seguras. El trabajo tampoco, el riesgo de que sufran accidentes parece muy alto.

Seguimos caminando hasta encontrar el zoco. Calles estrechas y cubiertas por telas, llenas de tiendas de recuerdos chinos alrededor de la mezquita. Me llaman la atención las dependientas, mujeres chinas con velos. Algunos de los hombres tienen perilla y llevan el típico gorro musulmán con borla. La entrada a la mezquita está al lado de un puesto que vende banderas chinas, insignias de Mao y del partido comunista. Entramos y nos encontramos con una construcción típicamente china, templos y pagodas en la que los ideogramas chinos han sido sustituidos por palabras escritas en árabe. No entraba esto dentro de mis expectativas. A diferencia de los templos budistas que nos hemos ido encontrando en el viaje, no se puede entrar a la mezquita propiamente dicha. Un cartel en inglés pide que se respeten los rezos y al que reza. Se oye a los pájaros y a unos niños vestidos a la occidental. Se asustan cuando se dan cuenta que los miramos y salen corriendo.

De cómo encontramos Chinatwon en Sian



Salimos del zoco y vamos a dar a la zona de restaurantes populares de tallarines. En uno de los puestos, veo como una chica llena de caldo caliente los cuencos que ya están llenos de fideos con algo. Va rápida. No se si comería ahí, la higiene no me inspira ninguna confianza. Un poco más allá las tiendas y los restaurantes se repiten: la de marionetas de sombras, las de pasteles, las de té, etc. Al final una pequeña comisaría y una, también pequeña, furgoneta policial.

No encontramos ningún sitio que nos convenza a todos para tomar algo, así que decidimos seguir andando, esta vez fuera del jutón. En ese paseo voy recopilando más imágenes. Un señor alquila un telescopio semiprofesional para ver la luna, con la contaminación no creo que se puedan ver muchas estrellas. En la plaza del pueblo, se alquilan coches de pedales, patines y bicicletas para los niños pequeños. A la puerta del Museo de Ciencia y Tecnología hay una maqueta de un cohete chino. Las tiendas al estilo occidental van acabando con las tiendas tradicionales, más oscuras y sucias, más dedicadas a trabajos manuales que a vender. Entramos en otro centro comercial que se anunciaba como un centro de merchandising. Es exactamente igual que los otros. En el mapa pone que relativamente cerca hay un restaurante. Por más vueltas que damos no lo vemos así que nos metemos en un restaurante muy popular que está enfrente de la estación (sí, así de lejos hemos llegado). Comemos tallarines y dumplings o empanadillas, todo por 15 yuanes, es decir 1,5 euros. Nos cuesta más caro porque pedimos servilletas. Dejamos las empanadillas, están llenas de líquido y la carne está casi cruda. No nos importa, sabemos, desde que pedimos las servilletas, que somos la nota exótica de este restaurante y nadie espera que nos comportemos con el resto de comensales. No hay más turistas y no creo que aparezcan muchos por allí, a pesar de su tamaño y su localización, este
Plaza del Pueblo de SianPlaza del Pueblo de SianPlaza del Pueblo de Sian

Se alquilan patines
restaurante no aparece en el mapa turístico de la ciudad con el que nos estamos orientando. No me extraña. Ni la decoración ni la cocina invitan a entrar. No sabemos si les atrae la calidad de la comida o el precio. El caso es que el restaurante está lleno a pesar de que hace tiempo que se pasó su hora habitual de cenar. Otros restaurantes cercanos o están menos llenos o están vacíos.

Es tarde ya. Cogemos un taxi y nos volvemos al hotel. La verdad es que tardamos mucho en llegar. Debemos estar justo al lado contrario, porque Sian es una ciudad pequeña en China, solo viven en ella seis millones y medio de habitantes, según nos había contado el guía cuando íbamos del aeropuerto al hotel y es que hay que comparar con los veinte millones que tiene Beijing, dato a fecha del verano de 2006. Desde el taxi, vamos identificando sitios que nos gustaría visitar mañana, si tenemos tiempo. Veo un mercadillo iluminado y con algún que otro farolillo,

¡Mirad, Chinatown!

Mis amigos ríen a carcajada limpia. Yo, también.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.


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21st September 2006

De la comida y la cultura
Por lo que leo tuvisteis suerte de que a Marco Polo se le ocurriera traerse para acá los tallarines; si no, no comeis. Esto me recuerda también el comentario de unos turistas suecos, ya hace años, al visitar un exitosísimo bar en Madrid en el que el manjar predilecto eran los mejillones al vapor. Los turistas salían a punto del vómito, horrorizados no por la comida sino por la nauseabunda -para ellos- costurmbre local de arrojar las conchas del mejillón ya consumido al suelo, a sus pies, junto a la barra del bar. Literalmente volaban en busca de un restaurante de comida rápida. (Afortunadamente esta costumbre, hoy en día, ha desaparecido)

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