Un día en Beijing


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Asia » China » Beijing
July 30th 2006
Published: September 10th 2006
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Entrando en la Ciudad ProhibidaEntrando en la Ciudad ProhibidaEntrando en la Ciudad Prohibida

La niebla lo cubre todo
Una ducha, ropa limpia y un desayuno después ya estaba preparado para la visita turística. Atrás quedaba el mal rollo de nuestra llegada al hotel, cuando nos dijeron que no podíamos entrar en nuestras habitaciones (mi respuesta fue entre angustiada y enfadada, y espontánea, lo que tal vez empujó a la guía a hacer lo posible para que nos dieran nuestras habitaciones ya). Empezaban a parecerme remotas la espera de un guía en un andén ya vacío (nadie nos había informado de que no podía entrar a buscarnos y que nos esperaría a la salida de la estación) y la insistencia con que pedíamos a los revisores y a otros chinos que nos confirmaran que estábamos en la única parada que el tren tenía en Beijing. Habíamos despertado bruscamente del sueño, a timbre de alarmade móvil. ¿Qué se puede esperar? Lo único agradable fue la sonrisa del chino que viajaba en el mismo compartimento que nosotros. Incluso se levantó para decirnos adiós. Ahora que lo pienso bien, ¿no estaría contento porque al fin le dejábamos solo?

Visitas obligadas para un turista en Beijing



Como he comentado (Datong: primeras escenas chinas), mis amigos ya habían estado en Beijing y, en los días que
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Esperando a entrar
teníamos, estaban dispuestos a disfrutar de las compras. Hay miles de centros comerciales, variados o monotemáticos, de artículos de lujo falsificados o de mercadillo, para todos los gustos y para todos los bolsillos. Las auténticas falsificaciones son tan baratas, sobre todo si se sabe regatear, que es raro el turista que no dedica al menos un día a comprar. Muchos de ellos adquieren una maleta, de marca auténticamente falsa, para poder traer de vuelta todo lo que han adquirido a precio de ganga para un occidental. Para que se hagan una idea 10 yuanes valen un euro y el trayecto medio de un taxi en el centro era raro que superara los 10 yuanes. Lo confieso, o andábamos o íbamos en taxi. Pero no se confundan, los objetos de lujo auténticos costaban igual que en cualquier parte del mundo. Y, a medida que aumentaba el estatus y/o el nivel económico de un chino, no entendían esta fiebre “occidental”por las compras sin ninguna garantía ni calidad.

Así que me fui con Alicia, la guía, y el conductor a ver la Ciudad Prohibida. No se confundan, el nombre era español, pero la guía era china. Según ella, cuando empezó a estudiar
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Preparándola para las Olimpiadas 2008
español su profesor le dio a elegir entre una lista de nombres y escogió el de Alicia. Así nos hace más fácil la vida a los turistas. Pero también hace pensar en el tipo de turistas que vienen/venimos.

La llegada a la Plaza de Tiananmen y a la Ciudad Prohibida fue decepcionante. Todo estaba cubierto por la niebla. La guía me confirmó que era en esta época cuando más turistas llegaban y, la mayor parte, se sentían decepcionados al visitar monumentos en estas circunstancias. A la entrada ya había muchos turistas chinos, sin embargo, no tuve que hacer cola. Todavía estaban preparando la visita. La guía me comentó que siempre intentan hacer esta visita lo antes posible para evitar las aglomeraciones, más en esta época, cuando los chinos tienen vacaciones. Más decepciones, la primera vista, las dependencias más externas, donde el emperador recibía, estaban cubiertas de andamios, preparándolas para las Olimpiadas de 2008. La guía me miraba con cara escéptica cuando ante estos imponderables, yo afirmaba rotundo, que saldría el sol y que lograría hacer fotos en la Ciudad Prohibida sin gente. Esto último, ni siquiera se lo creyeron mis compañeros de viaje hasta que se las enseñé.
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Una foto sin ningún turista

Muchas cosas se pueden contar de los palacios o dependencias. Sus nombres, tan poéticos para el oído occidental, también darían lugar a muchas disquisiciones. No me parecieron grandiosos, aunque eran grandes, ni una obra arquitectónica impresionante, aunque impresiona, sobre todo si se tiene en cuenta que es una construcción hecha sin clavos. Sin embargo mi ojo mostraba más interés por esas mujeres, ya mayores, no ancianas ni en estado senil, pero seguramente superada las sesentena, que, acompañadas de los que podrían ser sus hijos en la treintena o cuarentena, visitan la ciudad vestidas con un traje estilo Mao, en el que solo se permitían, y no todas, un estampado blanco y negro o gris en la camisa. ¿Qué pensarán de todo esto? De estas visitas turísticas. De sus hijos vestidos a la occidental, sin mucho gusto, todo hay que decirlo. Fotografiándose allá donde vivió el emperador, enemigo del pueblo. Veo su cara de calma y el amor con el que su hijo que le dice que se ponga delante de la montaña artificial. Intento sacarles una foto sin que me vean. La guía no entiende nada. Entonces me doy cuenta de que ha salido el sol y se lo digo.
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La Montaña Artificial
Sonríe. Pierdo la pista de la madre y del hijo. Saco la foto de la montaña artificial.

Una experiencia comercial en China



Antes de salir de la Ciudad Prohibida, la guía se empeña en meterme en la tienda que hay a la salida del museo. No sirve de nada que le diga que he venido a ver China. La tienda es bonita, con buen gusto, algo que un occidental no siempre relaciona con lo chino. En una sola planta, alargada, con tres salas, cada una con distintos tipos de souvenir. Los muebles de madera vieja, o envejecida, y cristal, en los que se muestra ni mucho ni poco material, le dan un aspecto cálido. Después de pasear rápidamente toda la tienda, vuelvo a la primera sala, donde está la porcelana antigua. La encargada se presenta a mi lado. Le he preguntado por unos platos y no dejará de enseñarme todos los que tiene en la tienda. Es amable y establecemos una conversación fluida en inglés. Así me entero de que el plato que quiero comprar es un regalo típico para los padres: color amarillo de buena suerte, murciélagos de buena salud, melocotones grandes y robustos que significan los
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Escultura de jade vista en el museo de joyas. Nada que ver con los souvenirs.
mejores deseos para los hijos de la pareja, y muchas flores en las ramas, que son los productos de la felicidad de los hijos. Pienso, yo que no tengo hijos, debo parecerle a mis padres un infeliz. Y a medida que va contando su historia y observando mis reacciones va cambiando el precio a la baja. No se como lo hace, pero al final compré más de lo que pensaba. Lo último me lo dejó a la mitad de su precio original. La guía, que durante todo el proceso se ha quedado lejos, sentada, descansando, me felicita cuando se lo cuento. Por lo visto, la última pieza, un conjunto de cuencos que se guardan unos dentro de otros, merecen la pena. El que la guía no comenté nada de los platos que también he comprado, y el buen precio que me ha dado por los cuencos, me hace pensar que por los primeros he pagado más de lo que valen. También soy consciente de que en las tiendas en las que hubiera entrado a comprar, las que me atraen cuando viajo, hubiera encontrado precios similares.

La guía dice que quiere ir al baño. Me indica donde está el de
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La foto que todo turista hace si ha visto El último emperador de Bertolucci
hombres por si yo también quiero ir. Me dirijo hacia allí, pero me vuelvo antes de llegar. No tengo ganas. La espero, pero en vez de salir del baño la veo salir de la tienda. Me dice que había entrado a preguntar por mí, que había salido del baño pero que no me encontraba. Me imagino que habrá ido a por su comisión.

Más cosas que ver, más sitios que visitar



No se si es porque se siente pillada in fraganti, pero cede a mi deseo de entrar a las salas en las que se muestran las joyas del emperador y sus concubinas que no estaban incluidas en mi recorrido turístico y tengo que pagar a parte. Viéndolas, entiendo que se hable del jade como una piedra preciosa. Nada que ver con los souvenirs que intentan vendernos a los turistas. Tomó algunas fotos, pero, en el hotel, por la noche, comprobaré que pocas me valen como recuerdo. La mayoría de ellas no son buenas al haber evitado el flash para que no se estropee el color de las piezas. Hay una guía del museo que se me acerca para contarme aquellas vitrinas en las que me detengo, mi guía la mira con extrañeza, me siento violento. Me interesa la explicación pero está dejando en evidencia a la guía que me acompaña que no me cuenta nada.

Tras la foto del pasillo por el que corría el protagonista de la película El último emperador de Bertolucci, salimos para coger la furgoneta que nos lleva al Templo del Cielo y al parque que lo rodea, Tiantan Gongyuan. La funcionaria no quiere dejarnos parar en el aparcamiento para transportes turísticos. No se cree yo sea un turista, no puede ser que vaya solo con la guía y el conductor. Hablan como si estuvieran enfadados y entramos. La guía se cubre con su sombrilla blanca. Me explica que en China las mujeres quieren mantenerse pálidas. Cuanto más pálidas, más guapas. Le digo que pasa lo mismo en Japón y en casi toda Asia y me devuelve una mirada entre extrañada ante mi falta de extrañeza.

El parque está muy animado. Grupos de gente que se juntan allí, en fin de semana, sobretodo en verano, para practicar bailes occidentales o para cantar ópera china. Me llama la atención un hombre que escribe en el suelo con una brocha grande mojada en
El Templo del CieloEl Templo del CieloEl Templo del Cielo

Una foto si turistas. Se esconden en los lugares en los que hay sombra.
el agua. Me paran para que juegue con una especie de raquetas de ping-pong con red y algo parecido a la mosca del bádminton. Se enfadan porque tras unos toques salgo corriendo detrás de la guía que no se había parado, creo que estaba retrasando el programa con mis paradas para hacer fotos, y no les doy nada de dinero. Llegamos a la entrada del templo, y me da unas breves explicaciones antes de dejarme campar a mis anchas bajo el sol y con el calor húmedo. Todo me parece bonito, pero a mi me siguen interesando más las escenas chinas. Una niña va vestida de hada, con sus alas. El padre la coge en brazos para enseñarle el interior de la Bóveda Imperial del Cielo. Me encuentro de nuevo con mujeres mayores chinas, como las que había visto en la Ciudad Prohibida, visitando el lugar con sus familias. Muchos turistas, entre los que predominan los chinos, buscando la sombra alrededor del Salón de la Oración por la Buena Cosecha. Y en uno de los dos pabellones en los que se explica la restauración y la construcción del Templo, fotos de Mao Zedong, y de los presidentes que lo siguieron,
El Templo del CieloEl Templo del CieloEl Templo del Cielo

Turistas chinos
con distintos líderes mundiales. La selección de fotos me parece hecha al azar. No todos los líderes que aparecen me resultan conocidos o relevantes. Me entran las dudas de si lo serían para ellos, por su situación geográfica o por sus circunstancias políticas. Una foto me llama la atención: Mao rodeado de los máximos representantes de la Internacional Comunista. No reconozco a nadie. Seguramente porque solo conozco un lado de la historia, no la Historia completa.

Comida, centros comerciales y acrobacias chinas



De camino al restaurante, la guía, a petición mía, convence al conductor para que pase por la plaza de Tiananmen y la pueda ver sin niebla, bajo el brillante sol que es raro ver en verano. Pasamos volados y hago una foto. Aprovecho el trayecto para saber cosas de Alicia. Me cuenta que nunca ha estado en España aunque está ahorrando para venirse. Que los libros escritos en castellano que ha leído son El Quijote y Cien años de soledad, no consigo que recuerde otros libros, aunque me dice que está leyendo Momo. Me mira con incredulidad cuando le comento que no es español, sino alemán. No conoce ninguna de las películas chinas de las que
La Plaza de TiananmenLa Plaza de TiananmenLa Plaza de Tiananmen

Desde la furgoneta.
le hablo, tampoco a los directores. Me dice que puede que las conozca, pero que las películas chinas que triunfan en festivales internacionales luego no son populares en su país y que los títulos, muchas veces, suelen ser totalmente diferentes. Insisto con dos películas que me gustaron El maestro de marionetas, premiada en el Festival de Berlín, y con Adiós a mi concubina. Tampoco le suena Zhang Yimou, en ese momento no recuerdo más directores chinos. Le cuento los argumentos haber si las reconoce aunque los títulos sean distintos. Ni por esas, pero me entero que a su generación le aburre la ópera china. Me recuerda al desprecio a la zarzuela que hay en España, sobretodo entre la generación de los que vivieron la transición política y la movida madrileña. La zarzuela no es moderna, como la ópera china tampoco lo es. Ella me dice con cierto orgullo que vio en el cine, igual que millones de occidentales, El Código Da Vinci, la película, antes de que la prohibieran en su país por tratar temas religiosos. También ha leído el libro. No se si es mi impresión, pero lo dice para hacerme saber que está en la onda, que sabe
La calle WangfujingLa calle WangfujingLa calle Wangfujing

Una de las principales calles comerciales de Beijing
lo que sucede en el mundo.

Me llevan a comer a un restaurante para turistas. Los hay de todas las nacionalidades, pero predominan los coreanos y los japoneses. Me sientan en una mesa y ellos se van a comer a un cuarto más pequeño, reservado para los guías y conductores. Yo espero a mis amigos, habíamos quedado en juntarnos a la hora de la comida. Los camareros no me entienden y empiezan a traer comida para tres personas. Me siento absurdo con tanta comida en la mesa y solo cuando lo normal es que haya seis o más comensales. Misa amigos no llegan. Les llamo y no responden. Empiezo a comer la sopa que me han puesto. Vuelvo a llamar y la falta de respuesta me preocupa. Les llamo de nuevo y me cogen. ¡Por fin! Están bien, en la calle que les dijo la guía, pero no ven el restaurante. Me voy al cuarto de los guías y conductores y le doy el teléfono a Alicia que sale a por ellos con el teléfono en la mano. Al cabo de diez minutos ya están aquí. El taxi les había dejado en la calle pero en otro lado. Vienen contentos. Han conseguido una tarjeta de dos megas para la cámara digital a muy buen precio. Infinitamente más barata que en Madrid, la ciudad en la que vivimos. Se ponen a comer rápidamente, el restaurante ya está casi vacío.

Después de la comida nos dejan en una calle peatonal llena de centros comerciales y tiendas. Le dedicamos bastante tiempo a la librería internacional de cinco plantas. Allí encuentro Tintín en el Tibet en chino, el único título de Tintín que tenían. La sección de música y de cine están muy bien provistas. Parece una tienda de cualquier gran ciudad del mundo. Es más fácil encontrar cine ruso que en Rusia. Hay series, documentales, cine clásico, fundamentalmente norteamericano, cine infantil, Disney y Miyazaki son los reyes en esta sección, y, por supuesto, los blockbusters norteamericanos, de nuevo, y chinos, incluidas las películas de Hong Kong, De lo chino conozco poco o nada, si acaso, en alguna carátula, identifico a Gong Li. Es cierto que no se ven la mayor parte de las películas chinas tan populares en los festivales internacionales, al menos no se ven a primera vista, hay que buscar. También nos interesamos por una bonita tienda de peines de madera y espejos para el bolso; por una juguetería de dos plantas; por una farmacia muy grande que tenía dos secciones, una de medicina tradicional china y otra de medicina occidental. No se como conseguimos entendernos, pero las dependientas bromean conmigo sobre la potencia sexual que da el gingseng. Nos reímos a carcajada limpia, cuando hago como que me enfado porque me lo ofrecen. Después de eso no tengo ningún problema en que me dejen tomar una foto, incluso alguna dependienta se pone para salir. Es una pena, pero no tengo un angular que me permita sacar las dos secciones de la tienda separadas por la puerta de salida. Saco dos fotos.

Seguimos de camino al hotel, donde nos esperaba la guía para llevarnos al circo chino de acróbatas. Pasamos por delante de un aparcamiento de bicicletas. Me parece inmenso. Mis amigos me dicen que eso no era nada. Hace cuatro años, cuando ellos estuvieron, eran todavía más grandes. El calor es agobiante. Nos metemos en un centro comercial que va paralelo a la avenida principal para aprovecharnos del aire acondicionado. Tiene dos plantas, la que se encuentra a la altura de la calle y la del sótano. Pero es largo, largísimo. Está lleno de todo tipo de tiendas de lujo de marcas globales, hasta de coches. Encima, rascacielos con oficinas de importantes empresas, posiblemente pisos lujoso, y el hotel Hyatt de Beijing. Pocos occidentales, solo cerca de las puertas, sin embargo, muchos chinos, sobre todo concentrados en un pase de modelos que solo los, aparentemente, VIP’s veían sentados, mientras el resto se arremolinaba alrededor, incluso, en las escaleras mecánicas.

No se si todo ese espectáculo, chocante, inesperado, al menos para mi, fue capaz de anular cualquier elemento del circo de acróbatas. Esperaba ver un circo pobre, asientos desvencijados, pintura descascarillada, hasta, me imaginaba, un telón remendado, pero con garra, con alma, tal y como me lo habían descrito mis amigos que también lo habían visto en su visita anterior. No fue así. El circo estaba totalmente renovado, los fondos recién pintados, los trajes nuevos, el espectáculo reformado, y el alma, que no la técnica de los acróbatas y malabaristas, ni siquiera la dificultad del ejercicio gimnástico, se había ido al garete, víctimas del síndrome Cirque du Soleil que recorre el mundo. Mi interés no pudo por menos de dirigirse al público. Muchos de ellos más pendientes de sacar fotos que en ver el espectáculo. A mi lado un grupo de mujeres chinas, con una señora mayor y un niño, no dejaban de hablar. La señora mayor, con ropa estilo Mao como la que había en las visitas de por la mañana y que supuse era la abuela, regañaba a su nieto porque era incapaz de disfrutar del espectáculo y se tumbaba encima de la que, imagino, sería su madre, mirando al techo, o para cualquier otro lado. La experiencia fue decepcionante pero no creo que las otras alternativas que nos ofrecía la guía no lo hubieran sido. Seguramente que ni la ópera china ni el espectáculo de los guerreros Shaolin nos hubieran gustado. Tal vez eran espectáculos veraniegos, puro pasar, ni siquiera entretenimiento. Los verdaderos acróbatas chinos, como habíamos visto al comienzo del viaje, estaban en Moscú, anunciados a bombo y platillo, y, por supuesto, con las entradas agotadas, actuando en un teatro situado en uno de los edificios soviéticos constructivistas, muy apreciado por los extranjeros que viven en la ciudad.

Una tarde-noche muy bien aprovechada



Inquietos, como siempre, nos vamos a la zona en la que, según la guía, compran los jóvenes más modernos. Nos volvemos a encontrar con un conglomerado de grandes almacenes y tiendas como las de Adidas. Nos metemos en gran almacén, pero después de ver la planta baja, la zona de restaurantes rápidos de comida china y hamburgueserías y la parte de juguetes, buscando un regalo para unos niños, salimos a la calle, hasta dar con algo que pareciese más barrio. Acabamos así paseando de noche por un jutón, barrio de casas de una o dos plantas con servicios comunales, que están desapareciendo debido a la especulación inmobiliaria y es que la ciudad se está preparando para dar una imagen de modernidad al mundo llenando el centro de rascacielos.

Volvemos al hotel para preguntar por un sitio de bares y restaurantes que me había recomendado la guía. Una vez que tenemos la dirección que nos dan en la recepción, decidimos comer en los alrededores del hotel, siguiendo las indicaciones del recepcionista al que le hemos preguntado por un restaurante al que vaya él. Al verlo, me pareció que el restaurante no prometía. A la entrada nos recibió un enano que nos abrió la puerta. Es cierto que había chinos pero, al ser una zona de hoteles, había mucho turista. Un grupo de españoles hacían ruido en una esquina y acabarían echando un pulso con uno de los camareros. Lo pasaban bien. Nosotros pedimos mal y dejamos casi toda la comida, el plato de bambú frito picante intacto. A nuestro lado, otros occidentales habían hecho mejor elección y tomaban cosas más apetecibles. Me entran ganas de ir al servicio y me mandan a la calle. Le pregunto al enano, que está en la puerta y que sabe algo de inglés aprendido en la calle, y me acompaña una manzana más allá, después de pasar un semáforo, al cuarto de baño comunal del jutón en el que se encuentra el restaurante. Entro porque me da vergüenza decirle que se me habían quitado las ganas al olerlo ya en la entrada, hago tiempo en el interior, un cuarto de baño sucio y maloliente, y salgo. Volvemos en silencio y en la puerta le doy las gracias. Olvido darle una propina. No se si la estaba esperando.

Tras esta frustrada cena cogemos un taxi hacia el área de Hou Hai, al norte del parque Beihai. El taxista entiende perfectamente donde vamos cuando le hacemos el gesto de que queremos tomar algo, lo que nos había dado escrito el recepcionista no le había quedado tan claro. Dos imágenes nos sorprenden a la entrada. Un grupo de chinos que a un lado practican bailes de grupo, un estilo a la Macarena de los Del Río. Una especie de mercadillo, pequeño, en el que comprar tabaco y DVD’s piratas. A nosotros nos llama la atención un puesto en el que se venden figuras hechas de plastilina y otro, si se puede llamar así, donde se venden cachorros de perros. No serían las únicas tiendas, encontraríamos más, escondidas en los jutones que hay detrás de los bares que miran al lago o pequeños puestos en los que se puede vender cualquier cosa, en pequeñas cantidades, desde zapatos a artesanía. Nos ponemos a andar y no paramos, empeñados como estábamos entre tanto bar, en encontrar una tetería, que según mis amigos estaba por allí, a pesar de que los camareros, a la puerta de los bares se empeñan en que entremos. Los veo a ellos y a ellas, jóvenes vestidos a la occidental trabajando en bares y restaurantes también de estilo occidental en los que se escucha música occidental, en algunos es en directo, lo que se suele anunciar con un neón y las palabras true music y no live music, como realmente se diría en inglés. No predomina ningún estilo, pasear por allí es como no dejar quieto el dial de la radio. Me fijo en un grupo que toca música latina. Por detrás parecen sudamericanos, pero cuando nos fijamos, vemos que son verdaderamente chinos.

Cansados, agotados, apenas habíamos dormido la noche anterior y llevábamos todo el día andando, cruzamos un puente y nos volvemos por la margen derecha del lago. El lado oscuro, solo una discoteca cerca del puente detrás de la que se encuentra un jutón lleno de tiendas, muchas con las mismas cosas que puedo comprar en una tienda de chinos que está al lado de mi casa, en Madrid, donde vivo. El resto, casas que no podemos apreciar porque es de noche y no hay luz. Aprovechando la oscuridad unos mendigos se bañan desnudos en el lago y lavan sus ropas. Otros chinos trabajan arreglando el camino, aunque allí no se ve el camino que hay que arreglar. Cuando llegamos a la entrada, vemos que ha disminuido la animación, es domingo por la noche, mañana se trabaja. Nos metemos en el Starbucks de la entrada y me tomo un Ice Caffè Latte del mismo sabor y al mismo precio que se puede encontrar en cualquier parte del mundo. Me arriesgo con los hielos, pienso que a este precio no se pueden permitir el enfermar a un turista. Bebemos rápido, casi en silencio, solo pensamos en coger un taxi y volver al hotel.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.



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