Istories giá tin Ellada kai tin Tourkia. Historias de Grecia y Turquía. Parte 1: Turquía


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August 26th 2002
Published: August 26th 2002
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26 DE AGOSTO DE 2002



Lo más hermoso del viaje a Turquía entra con fuerza en el selecto club de lo más hermoso que he visto: la Capadocia. Es una región en el centro de la Anatolia (la parte asiática de Turquía se llama así; la parte europea es Tracia), en la que hubo tres volcanes en la antigüedad cuya lava no creó las duras rocas que hay, por ejemplo, en el Valle de México, sino una gruesa capa de material poroso que el viento y el agua erosionaron de manera caprichosa: parece un lugar de otro mundo, con formaciones sorprendentes, como verán en las fotos. Para incrementar la peculiaridad de la zona, ésta fue ocupada entre el siglo II y el X después de Chuy, por antiguos cristianos que tallaron en la roca para construir -dentro de las montañas o de los raros conos de helado- habitaciones, templos, monasterios, comedores, bodegas, aulas e incluso palomares. No sé cuántos miles de cavernas hechas por humanos se puede encontrar ahí, las hay casi en todos lados, y obviamente es imposible para el gobierno turco darles mantenimiento adecuado ni siquiera al 10%!d(MISSING)e ellas. De cualquier forma, el sitio es maravilloso para caminar horas por sitios escondidos y redescubrir cosas que nadie ha visitado en décadas o siglos.

Las extrañas formas que ahí abundan facilitaron a los publicistas locales el descubrimiento de los mensajes subliminales, como demuestra claramente la foto del volante del famoso guía de turistas Mehmet.(Anuncio pagado)

El viaje por Grecia y Turquía duró un mes y lo hice con mi amigo Luis, un mexicano que hace un doctorado en finanzas y marketing en Madrid. Las dos semanas que estuvimos en Turquía las hicimos con el Chonci, un argentino genial que conocimos en el barco de la isla griega de Σαμος (Samos) al puerto turco de Kusadasi, y con el que forjamos una amistad entrañable. De él fue la idea de ir a Capadocia: nosotros no sabíamos de ella y él nos dijo que tampoco, que se la habían recomendado. Pero la tercera foto, donde él aparece al pie como queriendo abrazar algo muy grande, demuestra que sabía muy bien lo que venía a buscar.

Hay un conjunto de pueblos en la parte principal de la región, y justo en el centro está Göreme, donde encontramos un hostal barato (4 dólares por cabeza, desayuno incluido, en la
Capadocia subliminalCapadocia subliminalCapadocia subliminal

Volante del guía turístico Mehmet.
foto 4) por una habitación ¡dentro de una caverna! La tarde en la que llegamos hicimos nuestra primera exploración: nos lanzamos a la conquista de un cerro vecino al pueblo, y tras muchos esfuerzos llegamos a la cima. Satisfechos, mirábamos el paisaje cuando escuchamos, a cinco metros de nosotros, que pasaba un coche: había un camino asfaltado que bajaba hasta el pueblo, justo a nuestro hostal, a un ladito de nosotros. Más adelante, en la misma colina, un güero alto saludó al Chonci: era un australiano (Richard, buenísima onda, en la foto 5) que había conocido en Αθινα (Atenas). Y otro poco más allá, nosotros nos encontramos a otro australiano que habíamos conocido en Τεσσαλονικι (Tessaloniki). Era el cerro de los australianos. Y además había un mirador hacia Göreme, lleno de gente. O sea que conquistar esa cima valía un cacahuate.

Pero lo bueno fue al fin del atardecer, cuando se dejó escuchar el canto del muecín (el sacerdote musulmán que, desde el minarete de la mezquita, llama a oración cinco veces al día). Ya lo habíamos oído en otros lados, en Kusadasi y en el pueblito de Kaharayit, pero ahí se sumó algo nuevo: en competencia con los altavoces que usaba el muecín, la voz desnuda de una mujer se elevó también en su propio llamado. Según el australiano de Tessaloniki, un viejo de muchos viajes, eso era inusual y probablemente era una protesta femenina ante el machismo de los muecines (el islamismo es una religión tan atrasada que solamente los hombres pueden ser sacerdotes).

Al día siguiente fuimos a Durinkuyu, ¡una ciudad subterránea! La Anatolia es un sitio por donde han pasado y guerreado cien pueblos, y durante el período bizantino y el auge del islam fue escenario de prolongadas luchas. Los cristianos excavaron ciudades para esconderse, sitios con ventilación, sistemas de seguridad, bodegas, morgues, vinaterías y espacio para esconder a miles de personas en tiempos de peligro. Nosotros descendimos hasta el nivel siete, y nos dijeron que sólo el 30% de la ciudad podía ser visitada, pues el resto era muy frágil y podía haber derrumbes. No nos fuimos sin visitar la cava de la ciudad (foto 6).

En la foto 7 se ve el “castillo” de Uçhisar, una alta formación rocosa, igualmente perforada por antiguos habitantes, que se alza en un punto elevado, y desde la cual se puede admirar toda la región
Caverna-suiteCaverna-suiteCaverna-suite

Piedras y desayuno incluidos en el precio.
(foto 8). Fue encantador reconocer desde ahí los sitios en donde habíamos estado, los diferentes pueblos y pequeños valles, descubrir una enorme meseta colorada, la de Kizilçukur, que daba fondo a Göreme (y que por verla siempre de cerca en realidad no la veíamos), tener dificultades para identificar el famoso cerro de los australianos y encontrar que, desde las alturas, no era más que una arruga del terreno.

Nos sentamos extasiados. Y entonces se dio el momento cumbre de la etapa cumbre del viaje: desde Göreme salió el canto del muecín. Momentos después, se le sumó otro desde Çavusin. Y luego, uno más en el mismo Uçhisar, y más en Ürgüp y Nevsehir y Avanos: todos los muecines de los pueblos cantaban por separado, a su ritmo y manera, distintas páginas del Corán, sin saber que allá en lo alto sus voces llegaban reunidas a nuestros oídos mientras gozábamos la maravillosa vista; unos terminaban cuando otros empezaban, llegamos a escuchar hasta siete al mismo tiempo, dejándolos vibrar en nuestros tímpanos, sintiéndonos por fin, y por primera vez en el viaje, plenamente en Asia, absorbiendo la hermosa Capadocia por los ojos, su suave brisa y su rugosa tierra por el
Chonci, Richard y el ChinoChonci, Richard y el ChinoChonci, Richard y el Chino

En el "Cerro de los Australianos".
tacto, sus aromas florales y el gusto de su polen, y por los oídos el antiguo llamado de Mahoma...

Regresamos caminando a Göreme. Al Chonci se le ocurrió que camináramos por una de las estribaciones de helado, una línea más delgada que mi pie, a ambos lados de la cual había caídas de diez metros, y en la que a cada paso sentías que te despeñabas (foto 9).

Por ahí fuimos a dar a un templo extraño, que había estado clausurado por un grueso muro. En otros no habíamos visto eso, ¿por qué en este sí? La piedra en la que estaba excavado era mucho más dura, y las formas -certificado por Chonci (es arquitecto, dice)- parecían más rectas, mejor hechas y más modernas que las de los demás recintos de la zona. Nos pusimos a especular, pensamos que sería la sede de un grupo de cristianos más importante, en la fase final de la ocupación musulmana, y que por ello, aunque hubiera sido abandonado, el templo seguiría siendo un punto de referencia para quienes se empeñaran en mantener su religión. Otro encanto de la Capadocia: te permite jugar al arqueólogo.

OTRA FORMA DE SENTIR ASIA
En la ciudad subterráneaEn la ciudad subterráneaEn la ciudad subterránea

En la cava, por supuesto.

Esa mañana teníamos un día estupendo. Salimos a caminar rumbo al Museo de Zelve, un sitio en un pequeño valle a unos 8 kilómetros de Göreme, encerrado entre las estribaciones de la meseta de Kizilçukur que estaba al norte. Ya estábamos del otro lado de ella y de tanto en tanto nos deteníamos para mirar atrás: el ambiente estaba clarísimo y el pueblo de Avanos, a unos cinco kilómetros, se veía precioso recortado contra las montañas del fondo y el cielo azul.

Dejamos de voltear por unos quince minutos. Con eso bastó: cuando miramos de nuevo, todo había cambiado: el horizonte completo, de izquierda a derecha, se había llenado de una gruesa capa de nubes negras que se aproximaba velozmente a nosotros. Debajo de ellas caía la tormenta densísima. Pero no era gris, sino café. Nunca habíamos visto algo así. Rápidamente, Avanos fue tragado por la espesa capa color marrón.

No teníamos idea de qué era. Empezamos a correr hacia las faldas de la meseta, en busca de una cueva. Pero el meteoro cubrió la distancia en segundos y nos alcanzó: primero fuertes golpes de viento helado, sentimos que la temperatura caía de súbito 15 grados (como experimentados exploradores, vestíamos bermudas y camisetas). Después vino la arena: la gran cortina café, que se levantaba cientos de metros hasta el cielo, era de arena. No sé por qué, pero nunca pensé que me hallaría en medio de una. Ni siquiera que la vería.

A pesar de que pretendíamos ser respetuosos con los sembradíos de los agricultores, invadimos sus campos en nuestra huida, cegados por la tierra, zarandeados por las corrientes de viento y tropezando con sus vides, hiriendo nuestros pies y piernas. Hasta que encontramos una caverna donde refugiarnos: una pequeña capilla con grabados antiquísimos. Salvados por los viejos cristianos. Observando la violencia del aire, entendimos mejor cómo se había formado la Capadocia.

Era otra forma de sentirnos muy pequeños, de tomar conciencia, de una forma terrible, de que apenas se trataba de la brisa ligerísima que refresca la mejilla del planeta, que se convertía para nosotros en una fuerza de voluntad desconocida que nos imponía una inquietante sensación de temor.

Poco menos de una hora después, vimos que había amainado. Pero era claro que se trataba sólo de un paréntesis y que algo más venía. Salimos entonces corriendo rumbo a la carretera, en la esperanza
Desde la cumbre de UchisarDesde la cumbre de UchisarDesde la cumbre de Uchisar

Nos sentamos extasiados. Y entonces se dio el momento cumbre de la etapa cumbre del viaje: desde Göreme salió el canto del muecín. Momentos después, se le sumó otro desde Çavusin. Y luego, uno más en el mismo Uçhisar, y más en Ürgüp y Nevsehir y Avanos: todos los muecines de los pueblos cantaban por separado, a su ritmo y manera, distintas páginas del Corán, sin saber que allá en lo alto sus voces llegaban reunidas a nuestros oídos mientras gozábamos la maravillosa vista; unos terminaban cuando otros empezaban, llegamos a escuchar hasta siete al mismo tiempo, dejándolos vibrar en nuestros tímpanos, sintiéndonos por fin, y por primera vez en el viaje, plenamente en Asia, absorbiendo la hermosa Capadocia por los ojos, su suave brisa y su rugosa tierra por el tacto, sus aromas florales y el gusto de su polen, y por los oídos el antiguo llamado de Mahoma...
de encontrar un conductor que accediera a sacarnos de ahí. Justo cuando nos habíamos alejado demasiado del refugio, la tormenta reinició con poderosos rayos que caían en las proximidades, y lluvia, gotas tan gruesas que pensamos que era granizo. Y a correr nuevamente, otra vez entre los viñedos, quinientos metros de piedras, arroyos, montículos y zanjas, temiendo convertirnos en el azaroso magneto de un relámpago (los oíamos muy cerca), hasta otra caverna a la que llegamos empapados y muertos de frío.

Pero la historia tiene final feliz: cuando por fin se fue la tormenta a hostigar a otros y salió el sol, el Chónciras, chico campirano, nos llevó por ahí a saquear uvas. Nada terrible, unas pocas. Y encontramos jitomates silvestres, llenos de tierra y picoteados por insectos: los más exquisitos que haya probado. Merendamos muy contentos y, todavía mojados y tiritando, optamos por regresar a Göreme pensando que ya teníamos qué contarles a los cuates.

KUSADASI, EFESO, PAMUKKALE, ANKARA, ISTANBUL

Cuando Luis, el Chonci y yo descendimos del barco que nos trajo de Samos y nuestros pies tocaron el muelle, dijimos: “¡Asia!” Pues nada, era una tomadura de pelo. Kusadasi es un puerto turístico repleto de
En la puntitaEn la puntitaEn la puntita

Al Chonci se le ocurrió que camináramos por una de las estribaciones de helado, una línea más delgada que mi pie, a ambos lados de la cual había caídas de diez metros, y en la que a cada paso sentías que te despeñabas.
anglosajones en busca de sol. Un día que tomamos un microbús rumbo a las ruinas de la ciudad griega de Εφες (Éfeso, frente a cuya biblioteca está Luis en la foto 10), los güeros que venían en él se bajaron antes, en un balneario con toboganes. En la misma Éfeso, se veían hornadas de asiduos de los tours ansiosos de regresar al aire acondicionado del hotel, y otros con la cara angustiada de quien llegó al museo buscando la piscina.

Había una “bar’s street” donde encontramos que siete de cada diez bares eran “irish pubs”, los mismos de los que ya nos habíamos cansado en Grecia. Y además nos encontramos aislados entre angloparlantes superficiales: no veíamos a los más interesados en la cultura, sino a british, irish, aussies, nessies y gringos deseosos de cerveza barata, del tipo ignorante de los que dicen “para qué hablar otros idiomas, si todos hablan inglés... o deberían”.)

Después fuimos a Pamukkale (fotos 11 y 12). Perdimos dos días por este “paraíso”, una magnífica formación calcárea en la que mercachifles construyeron caminos y piscinas de cemento que se suponían naturales, pero fracasaron porque casi agotaron el manantial de aguas termales. Incluso abrieron una carretera por en medio de una antigua ciudad griega. Un desastre.

Pasamos por la capital, Ankara, antes de ir a Istanbul. Llegar a esta ciudad, la única del mundo que está en dos continentes (ver mapa), fue emocionante: tomamos el ferry al amanecer en la parte asiática y llegamos con el recorte de las mezquitas contra el horizonte a la parte europea. Entrar a Santa Sofía (Ηαγια Σοφια Hagia Sofia en griego y Aya Sofia en turco) fue impresionante: por muchos siglos fue el principal monumento de la cristiandad y el espacio encerrado más grande del mundo.

Bizancio fue construida por los griegos en la antigüedad, los romanos la llamaron Constantinopla y ahí se asentó el Imperio Romano de Oriente, que brilló por mil años después de la caída de Roma, mientras Europa padecía la oscuridad medieval. Los turcos otomanos la tuvieron bajo sitio por 150 años (mientras conquistaban Grecia y los Balcanes) hasta que en 1453 la ocuparon. Imagino la primera entrada del sultán en Aya Sofia: deslumbrado por su imponencia, sintió que por fin, ahora sí, había vencido al mundo cristiano e impuesto la verdad de Mahoma, que dominar Europa era cuestión de tiempo.

Las murallas de veinte siglos, las fortalezas que resistieron mil ataques en su empeño por dominar el Bósforo, las enormes y bellas mezquitas, el palacio de los sultanes con los salones del harem encerrando placeres y traiciones, todo entre el caos de una ciudad moderna y con la vigilancia de imprudentes rascacielos.

Compartimos unos días con un grupo de mexicanos a todo dar. Pobre del argentino Chonci, los albures le llovían. Con ellos descubrimos, la noche anterior a que se fueran, un bar de turcos con súper buen ambiente, y al que Lorena y nosotros volvimos a ir dos noches más, la primera por gusto y la última porque de plano, cuando pasamos por la acera de enfrente, los clientes se salieron, evadiendo tranvías, y nos obligaron -en serio- a entrar invitándonos las chelas (es una ofensa rechazar una invitación en Turquía) (ver fotos).

Nosotros llegamos con tanta marcha que el relajo se hizo todavía más ruidoso (con palmas españolas y aullidos de mariachi) y empezaron a entrar clientes.

La onda ahí es ponerse a bailar como locuaces, a lo cual accedimos sólo para no romper las normas. Pero tan perdidos nos sentíamos con eso de las buenas
Estambul-Constantinopla-BizancioEstambul-Constantinopla-BizancioEstambul-Constantinopla-Bizancio

Ciudad en dos continentes.
costumbres turcas que Lorena no supo qué hacer cuando un señor (el de corbata) le puso billetes en el cuello (como se puede observar en la foto de abajo) para que siguiera bailando: “¿Se los devuelvo, los guardo o qué hago?”, decía. “Ni idea de qué significará. Tú déjalos ahí”, contesté. Y así se la pasó ella toda la noche, con su collarcito de liras turcas.

LOS TURCOS

Los turcos son sumamente amables y simpáticos. Cotorrean hasta caerse. Muchos de ellos, en las zonas turísticas y sobre todo cuando tienen algo que vender, hablan cualquier idioma imaginable. El diálogo típico entre uno de ellos y tú cuando te acercas en el Gran Bazar de Istanbul es: “¡France!” “No”. “¡Italiano!” “No”. “¡Español!” “Sí”. “¡Amigo! Ven amigo, tengo algo que te va a gustar mucho, en España cocinan muy bien, ¿no?, tengo muchas especias de primera calidad”. “Soy mexicano”. “¡Mécsico! ¿No traes sombrero? Hay mucha comida muy buena en Mécsico, usan muchas especias también, mira las que tengo”.

Como algunos imaginan, la mayoría tiene un lenguaje básico de ventas, pero no faltan los que han desarrollado más sus capacidades, y como son muy platicadores, abundan en la conversación, te
En la puerta del Mar NegroEn la puerta del Mar NegroEn la puerta del Mar Negro

Chino, Lorena, moi et le Chonci, en un fuerte destruido que controló alguna vez a los barcos que entraban desde el Mar Negro –al fondo en Azul-. Ahí estamos en Asia y la costa de la izquierda es Europa.
cuentan historias, quieren que les digas cómo es tu país, opinan sobre la llegada de un mexicano y un argentino al futbol turco y se pelean entre ellos para que les digas si te gusta más el Galatasaray o el Fenerbace, el América-Chivas (o Real-Barça, o Boca-River) de Turquía. Además, te invitan a tomar un çay (te) delicioso de manzana que beben todo el tiempo: cuando hacen distancia cortas, es normal verlos caminando con un platito y una tacita de te.

Para los puristas de lo mexicano, aquí vienen las decepciones: En los diseños de muchos tejidos, así como en muchos deliciosos platillos, hay enormes semejanzas con lo nuestro, casi son idénticos. Parecidos que inquietan, que te hacen preguntarte quién copió a quién. No sería raro que alguna influencia mexicana se hubiera sentido allá: los jitomates y el pimiento, fundamentales en su cocina, son de origen americano. Pero si hubo movimientos en una dirección, también los pudo haber habido en la otra. Comíamos como en casa, y dejé de comprar algunos ponchos porque nadie me iba a creer que no eran mexicanos. Un ejemplo: los sonorenses están muy orgullosos de que en ningún otro lugar se hace la tortilla
En el Palacio del SultánEn el Palacio del SultánEn el Palacio del Sultán

Con un grupo de mexicanos a todo dar. Pobre del argentino Chonci, los albures le llovían.
de harina de trigo enorme, típica de Hermosillo, que se dobla en triángulos y se rellena de queso. Pues no se hace en ningún otro lugar de México, porque en Turquía lo encuentras en todos lados, se llama Gözleme y además de queso lo rellenan con ingredientes variados. Hay unos huevos con salsa de tomate y pimiento que se llaman menemen (el nombre suena mal en Argentina), y también un alambre con queso y champiñones. Etc.

Podríamos decir que en Turquía uno se siente como en casa, que las peculiaridades de la sociedad (mezquitas, el canto del muecín, la vestimenta) pronto se asimilan y sólo suena raro el idioma. Pero hay algo que siempre desconcierta e indigna: a pesar de que es un país con un sistema arraigadamente laico, con sectores de población muy occidentalizados, la exclusión de las mujeres es brutal. Bueno, hay que decir que es el país musulmán donde tienen más libertad, sobre todo en el texto de la ley, pero en los hechos es muy difícil para ellas salir adelante.

En Istanbul hay migrantes de todas las regiones de Turquía. Eso se observa mejor en las vestimentas de las mujeres. Y también se aprecia
Un bar de EstambulUn bar de EstambulUn bar de Estambul

Pasamos por la acera de enfrente, los clientes se salieron, evadiendo tranvías, y nos obligaron –en serio- a entrar invitándonos las chelas (es una ofensa rechazar una invitación en Turquía).
su grado de ortodoxia islámica. Fuimos al barrio de Fener, de fama integrista, para observar esta diversidad: todas tenían pañuelo en la cabeza, pero unas lo tenían de colores llamativos, rosas y amarillos, al igual que el resto de su pesada ropa; otras, por lo contrario, se escondían detrás de un pañuelo negro desde la cabeza hasta media espalda, sujeto con un prendedor a la altura del labio superior (sólo veías nariz y ojos) y un vestido negro del cuello hasta los pies. No podíamos fotografiarlos abiertamente y Luis hizo un intento fallido de retratar a un hombre al que seguían, sumisamente, sus cuatro mujeres por la calle.

Esto no sólo afecta y destruye a la parte femenina de la sociedad: también la masculina, como es obvio. Los turcos son muy cariñosos y al principio aceptamos como comportamientos propios de su sociedad la cercanía entre hombres: los amigos caminan por la calle tomados de la mano o abrazados. Se saludan de beso. En los bares entran pocas mujeres, borrachas perdidas o chicas del gozo a buen precio. Los hombres bailan entre ellos, beben y se besan como gesto de camaradería. Cuando a un señor muy amable que nos quiso
Danza del vientreDanza del vientreDanza del vientre

Nosotros llegamos con tanta marcha que el relajo se hizo todavía más ruidoso (con palmas españolas y aullidos de mariachi) y empezaron a entrar clientes.
invitar cervezas le agradecí el gesto, él se acercó, colocó su mano en mi mejilla, puso su rostro a 15 centímetros del mío y me lanzó un beso.

Se rumora de que la homosexualidad está extendida en la sociedad turca (hay historias sobre lo que sucede entre los vapores del famoso hamam, el baño turco). No tendría nada de malo si no fuera porque nos dio la impresión de que son gays por default: han excluido a sus mujeres y no tienen otra que relacionarse entre ellos, que canalizar de uno a otro su necesidad de expresar cariño o sensualidad ante la falta de chicas.

Otra expresión de lo mismo es que, cuando llegan extranjeras a un bar, enloquecen. En general, no se muestran irrespetuosos, pero uno no deja de impresionarse al observar la excitación que causan unas mexicanas bailando, cómo se miran unos a otros como si no lo pudieran creer y ríen emocionados.

Lorena, la valiente mexicana que conocieron párrafos arriba, decidió vivir en Istanbul por un año y tenía pocos días de haber llegado a esa ciudad que no conocía cuando nos encontramos. Nos quedamos preocupados por el reto que estaba asumiendo. Ella también,
Joyería eleganteJoyería eleganteJoyería elegante

La onda ahí es ponerse a bailar como locuaces, a lo cual accedimos sólo para no romper las normas. Pero tan perdidos nos sentíamos con eso de las buenas costumbres turcas que Lorena no supo qué hacer cuando un señor (el de corbata) le puso billetes en el cuello (como se puede observar en la foto de abajo) para que siguiera bailando: “¿Se los devuelvo, los guardo o qué hago?”, decía. “Ni idea de qué significará. Tú déjalos ahí”, contesté. Y así se la pasó ella toda la noche, con su collarcito de liras turcas.
pero estaba decidida. Palabras mayores.


Esta narración apareció publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las dos partes de Historias de Grecia y Turquía:
Parte 1: Turquía
Parte 2: Grecia


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Nos agarraron especial cariño y le tomaron gusto a eso de las fotos. Abajo, un ruso (de) blanco y un señor de azul que era apenas seis años mayor que yo y al que Luis llamaba “mi mascota”.


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