Algo más de medio día en Shangai


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China's flag
Asia » China » Shanghai
August 3rd 2006
Published: October 22nd 2006
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Dejamos el hotel camino del aeropuerto. Si a la entrada, Sian me pareció un lugar viejo, en un punto de un pasado no muy lejano, pero tampoco cercano, ahora, saliendo por la parte financiera de la ciudad, con sus rascacielos, y sus carreteras elevadas, me daba la impresión de que en tan solo dos días la ciudad había cambiado. Aunque no lo suficiente como para tener la consideración de metrópoli moderna. Veríamos carros y personas cruzando la autopista. Veríamos varios obreros barriendo las carreteras con esas escobillas grandes y de aspecto anticuado hechas de ramas secas. Veríamos un aeropuerto de baja actividad, regional o local solamente, con lo que esto supone para un país tan grande como China. Coger el avión y llegar al moderno aeropuerto de Shangai, fue todo un cambio.

Entramos en Shangai cantando Carmen



Esta vez si que estábamos seguros de que nos había tocado la becaria. Era uno de los muchos chinos que se han lanzado al aprendizaje de español. Según comentó, solo había en Shangai 250 personas que hablaban español correctamente algo incompatible con el desarrollo de negocios en un área tan grande como es Latinoamérica. Había cogido este trabajo, que consistía en acompañar
Autopistas por encima de los jutonesAutopistas por encima de los jutonesAutopistas por encima de los jutones

La Torre de la Perla al fondo
a los turistas durante los traslados aeropuerto-hotel/hotel-aeropuerto durante el verano, para practicar su todavía limitado español, más en léxico que en gramática. Algún que otro día iba de apoyo de los guías oficiales de la agencia para la que trabajaba, sobre todo si recibían grupos grandes de turistas que hablasen español. Todo esto, por 100 yuanes al día, unos diez euros de agosto de 2006.

Mientras fotografiábamos la gran concentración de rascacielos desde carreteras que pasaban a una considerable altura, muchas de las veces por encima de los pocos jutones que quedan, y muy cerca de los rascacielos, ella nos siguió contando. Le gustaba jugar al maghong, juego en el que era muy buena. Tenía un amigo español, empresario de una agencia de viajes. Y el nombre profesional de Carmen, lo eligió porque le gustaba esta ópera. Ópera que nunca había visto pero que sí había escuchado en una versión que se había bajado de Internet. Entonces empezamos a tararear la famosa Habanera y ella empezó a sonreír al reconocer el fragmento. Pensé que, quizás, podría haber otra música para entrar en Shangai, más cercana a la cultura local o a lo que la imaginería popular tiene como típica de China. Sin embargo, nada podría compararse a ese aparecer y desaparecer de rascacielos en la perspectiva que se nos ofrecía desde el coche, a la vez que cantábamos, desafinando como colegiales que llevan de excursión. Esa perspectiva que crecía y cambiaba a medida que nos acercábamos y que, en la distancia, iba mostrando sus cartas: la famosa torre de la televisión china, la Torre de la Perla Oriental, que me parecía una torre del todo a un euro, por el color y las formas, pero que ya se ha vuelto un icono para miles de millones de personas.

Aprovechar el tiempo



¿Qué hacer si solo tienes una media mañana, más bien escasa, una tarde y una noche en Shangai? Está claro, andar y no salir del centro, comercial, por supuesto. La ciudad del cine, y otras opciones, descartadas por encontrarse a las afueras o alejadas del centro. Nos dirigimos, pues, a la Plaza del Pueblo, en la que nos encontramos el poco verde que veremos en la ciudad, alrededor de unos edificios acristalados y modernos. Nos acercamos al Gran Teatro de Shangai. No habíamos perdido la esperanza de ver algo, lo que fuera, medianamente interesante. El teatro es moderno, blanco con una larga escalinata. Anuncian con grandes carteles el musical de Disney El Rey León en versión china. Hablamos de qué hacer. Yo digo que las personas que la han visto en Londres me han comentado que no merece la pena. A mis amigos tampoco les atrae mucho, así que pasamos de comprar las entradas, entradas que habríamos tenido que comprar en la reventa, pues a pesar del precio, excesivamente caro para China, están todas vendidas. Luego estaré arrepintiéndome de mis palabras, que fueron las que convencieron a mis amigos para no ver la obra. Si realmente quería conocer que es lo que ven los chinos, tendría que haber visto esta versión. La noticia teatral bomba en la revista en inglés para residentes extranjeros y turistas en Beijing, That’s Beijing era que Shangai se hubiera quedado con el estreno de este musical. En las taquillas también se venden entradas para otros espectáculos: un circo de acrobacias y kung-fú. Desistimos de comprar nada, y pensamos que intentaremos ir al nuevo circo a eso de las nueve de la noche, donde se anuncia un espectáculo nunca visto, al menos en China, y carísimo en el que tiene una gran preponderancia todo lo digital.

Se busca hombre, blanco y solo



Cogemos y nos vamos a la calle Nanjing, peatonal y llena de todo tipo de tiendas y grandes almacenes. Primera parada, intentar comer algo en una especie de pastelería de lujo al estilo europeo donde el croissant se mezcla con una algo que se parece a una pizza o panecillos reinterpretados por los chinos. El espacio amplio, las líneas rectas, los colores neutros y grises y la iluminación cálida nos hace sentirnos como en casa, y, por este motivo, la familiaridad, nos echan sin comprar nada. Salimos con la impresión de que comida así podemos encontrar en la muchas pastelerías/panaderías/tiendas gourmet de la ciudad en la que vivimos. Delante, una amplia terraza a la puerta de un gran almacén que, al menos según los escaparates, solo vende objetos y ropa de lujo.

Seguimos bajando, camino del Malecón, más conocido entre los turistas por su nombre en inglés the Bund. Encontramos jamón español en un pequeño mercadillo en el que solo venden exquisiteces. Lo limpio y bien seleccionado que está todo nos anima a probar unas frutas que desconocemos y que pensamos que son chinas, o al menos que las comen los chinos. Nos echamos atrás cuando nos dicen el precio. No es que no nos lo pudiéramos permitir, es que nos parece que el nivel de vida de la ciudad no está tan alto como para pagar lo que nos piden. En una palabra pensamos que nos están timando, aunque no existe diferencia entre el precio que nos dan y el que marca el cartel. Estamos hablando de esto mientras pienso que las colas que hay en todos los mostradores desmiente esta percepción que tenemos. En Shangai hay mucho dinero. De hecho se puede andar y andar por esta u otras largas calles comerciales donde los precios son similares o incluso más altos que en otras ciudades occidentales que conozco y que en Madrid (España), donde vivo.

Me retraso para hacer unas fotos. Me quedo solo. Se me acercan dos mujeres chinas. Son jóvenes. Me preguntan, en inglés, por la ropa que llevo y me hacen una serie de comentarios acerca de mi aspecto. Son elogiosos, aunque a mi no me lo parecen, porque inmediatamente después me proponen que nos vayamos los tres a tomar algo. Les indico que voy con unos amigos que van por delante de mí. Se los señalo. Ellas insisten. Me dicen que son una pareja, que les deje solos y me vaya con ellas. La insistencia acrecienta mi desconfianza de turista. Puede que un occidental les interese, pero entre los modelos y actores que se ven en todas las marquesinas anunciando miles de productos y yo hay una gran distancia. Solo nos parecemos en que somos blancos. A pesar de su atractivo (atractivo que no sé si debe a su exotismo o al estilo pijo-conservador de revista de moda a la última que llevan), las rechazo todo lo amablemente que puedo hacerlo en inglés y sigo camino hacia mis amigos que me estaban esperando unos metros más allá. No se creen lo que les cuento. Hasta que se meten en una tienda y me vuelvo a quedar solo, al salir ven que otras dos mujeres chinas, estas más feas y peor vestidas, aunque también en un estilo occidental, me están abordando y me dejan en paz cuando ellos se acercan. El cachondeo para toda la tarde estaría asegurado, y la búsqueda de la foto, la prueba de esta historia, también. Dejándome ir delante de ellos, a varios metros, para ver si
La gran Coca-ColaLa gran Coca-ColaLa gran Coca-Cola

Calle Nanjing
volvía a ser abordado.

Al día siguiente le contaré lo que me pasó a la guía. Ella se muestra extrañada. Da explicaciones vagas en su limitado español. Dice que es posible que solo quisieran tomarse un café y hablar un rato. Le preguntó directamente si podría ser una forma de robar a los incautos turistas llevándolos a las callejuelas que hay alrededor de la calle Nanjing, que tienen el aspecto de las típicas calles chinas de las películas, callejones estrechos con miles de pequeños puestos y tiendas y poca luz. Parece que no me entiende. Insisto. No logro aclarar si es posible o si solo querían conocer un occidental y hablar un rato, para practicar su inglés. En este caso, todos los comentarios a mi ropa y a mi aspecto, muy halagadores, por cierto, sobraban. Y el que las segundas, siguieran el mimo patrón, también.

No acabaría aquí la historia. Ese mimo día, por la noche, subiendo desde el Malecón, a la misma altura de la calle, me volvería a ocurrir. Sin embargo, esta vez no serían dos mujeres sino un joven chino, con vaqueros y camiseta blanca, el que me entró y me vino a proponer tomar algo y charlar. Ahora la calle Nanjing era una calle de tiendas cerradas, con algún que otro restaurante o terraza abiertos y con algunos bancos ocupados por hombres en camisetas de tirantes o camisas desabrochadas, algunos de ellos acompañados de sus mascotas, otros bebiendo latas de cerveza o con botellas de alcohol a su lado, dando la impresión de que estaban sentados a la puerta de casa. Casi ninguna mujer entre ellos. Me volví a negar. Cuando mis amigos me preguntaron y se lo conté, no pararon de reír. Ellos que piensan que la camiseta que llevaba ese día no me favorece nada de nada.

Camino del Malecón



Continuamos, a nuestro aire, buscando un lugar para comer algo. Encontramos una especie de restaurante de comida rápida en un sótano del que nos salimos sin tomar nada. El aspecto de la comida no nos entraba por los ojos y el que estuviera casi vacío tampoco ayudaba a hacernos confiar. Poco después nos paramos en otro restaurante que estaba completamente lleno. Se trataba de un restaurante de comida japonesa al estilo de los snack bars norteamericanos en los que los neones y la decoración se hubieran cambiado por una muy modernizada imaginería japonesa. Familias, parejas de novios, grupos de adolescentes separados por sexo y algún que otro occidental, como nosotros. El servicio no fue muy rápido, pero la comida estaba buena, si no tenemos en cuenta los postres, lo que no es de extrañar. Los japoneses nunca han sido buenos en postres y menos si están haciendo versiones de los postres americanos.

La parada nos dio fuerza par seguir bajando. Hartos de tiendas de ropa, muy parecidas unas a otras entramos en un sex-shop. Era pequeño. Entre las dependientas y nosotros casi lo llenamos. Las dependientas nos seguían mientras nosotros mirábamos, lo que parecía una procesión algo extraña en la que nosotros marcábamos cuando parábamos y cuándo seguíamos. Y en este caso también lo que vende es occidental: una muñeca hinchable blanca, rubia y de unos labios realmente rojos, un vibrador cubierto de látex de color rosado,...

Llegar al Malecón y salir de la calle comercial flanqueada de edificios llenos de tiendas y luminosos en la que no había un horizonte en el que descansar la vista, fue todo un relax. Miles de turistas, policías y niños -muchos- pidiendo o vendiendo, llenaban un paseo marítimo que ofrece la imagen de un Manhattan pobre visto desde Brooklyn. Cuando digo pobre, me refiero en número de rascacielos. La vista es igual de espectacular. El río Huangpu, surcado por distintos tipos de barcos entre los que destacan los petroleros y uno con forma de casa de Nueva Orleáns como si estuviéramos en el Misisipi, nos separa de un conjunto estrambótico de altos edificios. En primera línea destaca uno bajo que recuerda un conjunto de casas de Brooklyn, otra vez la referencia norteamericana, y el Aurora Plaza. El primero llama la atención por lo fuera de lugar que está. El segundo porque en la mitad de su superficie se proyectan anuncios, formando la pantalla más grande que yo haya visto en mi vida, incluidas las pantallas de los cines IMAX. Y detrás, la torre de la televisión china, CCTV, la, por ser educado, kitsch Torre de la Perla, y la Torre Jim Mao. La primera imposible no verla coloreada de dorado, rosa y verde metálicos. La segunda, colocada más como una presencia que como algo real, detrás de la cual están construyendo otro edificio que se aparece, al menos desde el Malecón, a modo de sombra.

Al otro lado: Pudong

En el tren del Malecon a PudongEn el tren del Malecon a PudongEn el tren del Malecon a Pudong

Por debajo del río Huangpu


Cogemos el tren que atraviesa el río para ir al otro lado. Es una especie de atracción turística. Un solo vagón que se gira en cada extremo de la línea y que durante el trayecto de un lado a otro permite ofrecer un espectáculo de luz y color. Nada espectacular y un poco hortera para mi gusto, incluso lo que veo y lo que oigo, la alocución tla entiendo porque es en inglés, me hace sentir ridículo. Sin embargo que recomiendo cogerlo, al menos en uno de los sentidos, porque uno nunca sabe cuando va a volver a los sitios que visita y esto solo se puede hacer aquí. Me llama la atención como una pareja, tienen la pinta de ser novios, acompaña a la que parece ser la madre de ella. El respeto con el que la tratan, la espera del siguiente tren para que la madre haga el trayecto sentada y pueda ver bien las luces de colores y las imágenes del túnel, me llama la atención. Me recuerda a las señoras mayores que acompañadas de familiares había visto en otros lugares turísticos chinos. Era tierno ver como esa mujer que por edad seguramente había conocido la
PudongPudongPudong

A la salida del tren que atraviesa por debajo del río Huangpu
Revolución Cultural China y otras terribles experiencias de la reciente historia de la República Popular China, si hacemos caso de la biografía de Mao escrita por Jung Chang y Jon Halladay y publicada este año en castellano, miraba el espectáculo y parecía asustarse.

La salida del tren nos dejó enfrente de la Torre de la Perla Oriental. Muchas personas se agolpaban a su alrededor para ver un espectáculo que se representaba en la explanada que había delante de la entrada. Otros muchos estaban comprando entradas para entrar y subir a ver el Malecón desde el piso más alto. Nosotros seguimos camino a la Torre Jim Mao, una de las más altas del mundo y la que acoge el hotel Hyatt a partir del piso cincuenta y tres hacia arriba, todo un representante de los hoteles de lujo y diseño, pensado más para el usuario global que para el usuario local chino. De camino no podemos dejar de admirar los rascacielos. El espacio que queda entre ellos es grande, todavía hay posibilidades de construir muchos más, de aumentar la densidad. Sin embargo, el conjunto actual ya resulta de por sí impresionante.

Cuando llegamos a la Torre Jim Mao se
La Torre de la Perla OrientalLa Torre de la Perla OrientalLa Torre de la Perla Oriental

La torre de la televisíon china desde el suelo
ha hecho de noche. La iluminación potencia su aspecto etéreo, aumenta, aún más, la sensación de que se trata de una de presencia, y no de un edificio sólido y consistente. Todo lo contrario de lo que uno siente en su interior. Un interior que ya se ha vuelto kitsch y, en cierto sentido, pasado de moda, al estilo que ya lo es el hall y ascensor de Empire State de Nueva York. No encuentro explicación para esta transformación que sufren muchas construcciones modernas y que nunca suponen una perdida de su encanto, sino todo lo contrario.

Nos aglomeramos con un montón de turistas chinos en el ascensor. La rapidez con la que subimos es extraordinaria. No obstante, se trata de un viaje tranquilo y suave. Un poco agobiante por toda la gente que está en el ascensor y que no permite ver como se va iluminando el dibujo del rascacielos a medida que vamos alcanzando las distintas alturas.

En el mirador, todos los turistas hacemos fotos similares. Distintas vistas de Shangai, de la torre de televisión, y de los rascacielos del barrio de Pudong. La noche dificulta que podamos sacar buenas fotos y estoy seguro que muchas de ellas serán simplemente puntos de luces de colores sobre un fondo negro. Cuando nos cansamos de mirar fuera miramos dentro. Una cristalera transparente nos permite ver el gran hueco central que llega hasta el hall del hotel Hyatt. Todas sus habitaciones están pegadas a las paredes externas de la torre, garantizando buenas vistas de Shangai a todos sus inquilinos. La foto ha aparecido en múltiples periódicos y revistas, aún así, ese espacio sigue atrayéndonos y no hay turista que nos se pare a sacar su foto del lugar. En ese momento me doy cuenta de que hay un nutrido grupo de españoles, hablan gritando. Serán los mismos que se cuelen cuando haya que hacer la cola para coger el ascensor de bajada.

Una serie de experiencias frustrantes



A la puerta de la Torre Jim Mao cogemos un taxi para ir al nuevo circo de Shangai. No está cerca pero la promesa de ver un circo en el que se integra lo real y lo digital/virtual nos llama suficientemente la atención para que nos desplacemos con la esperanza de conseguir entradas. El nombre del espectáculo es “ERA - Intersection of Time
The Multimedia Theatrical Spectacular”
. No pudimos entrar, habíamos cogido mal el horario y, por tanto, llegamos tarde, como algún que otro turista occidental despistado. El nuevo edificio parece bonito. Es todo de cristal y en el hall se pueden ver una tienda de merchandising y otra de refrescos y chucherías. El único consuelo era ver la gran cantidad de autobuses de turistas aparcados a la puerta, lo que nos hacía pensar en que era un espectáculo más para turistas que cualquier otra cosa. O, tal vez, un espectáculo de circo bajo el síndrome del Cirque du Soleil. Siendo China, tal vez, su falsificación.

Cogemos otro taxi para acercarnos a otra de las zonas que nos había indicado la guía: la calle Huaihaui. Resultó ser una calle comercial desde donde empezaba y acabando más allá de donde nos alcanzaba la vista. Todo eran las grandes marcas de ropa y objetos que están asociados al lujo o a la gama alta de sus distintos productos. Así, había una tienda de Armani Jeans, los grandes almacenes japoneses Isetan, las pantallas Sony, heladerías Häagen-Dazs, Quicksilver, Shisheido…. Por la calle muchos vendedores ambulantes de relojes falsos formando una nube justo en los cruces de las diferentes calles y siguiéndome para ofrecerme su mercancía o llevarme a una tienda que se encontraba en los callejones. Algo que me resultaba agobiante, teniendo en cuenta que ni yo ni mis amigos habíamos mostrado ningún interés por la mercancía que ofrecían.

Tomamos algo y cogemos un taxi para volver a lo que pensamos que seguiría más animado, el Malecón. Allí negociamos la compra de unos patines luminosos para comprobar si podía ser un buen regalo para los hijos de nuestros amigos. Realmente se trataba de dos ruedas, que se iluminaban al hacerlas rodar por el suelo, y que se ajustaban al tacón del calzado con una pieza metálica y al pie con unas tiras. Los sacamos por un tercio del precio inicial. Probamos a ver como se iba con ellos. Lo vemos difícil y peligroso y decidimos no comprar más. Mientras estamos en esta operación, el barrio de Pudong se apaga por completo. Ha llegado el final del espectáculo. Volvemos a la calle Nanjing a través de un pasadizo ocupado por muchos niños pidiendo o vendiendo, dan la sensación de que también viven allí. Uno, muy pequeño, con los dedos como si se le hubieran ido borrando poco a poco, tirado en suelo, sin moverse, nos llama la atención. Se me ocurre pensar que tal vez tenga lepra, una enfermedad que no ha desaparecido, como piensan muchos occidentales. Es una imagen triste que nos llevamos al hotel.

Llegamos agotados. Hacemos una parada en el bar del mismo hotel para tomar algo. Allí había otros occidentales como nosotros. Sentados y hablando. Dos grupos más o menos grandes que habían estado disfrutando de un espectáculo musical y que debía haber acabado hacía poco ya que los músicos y las cantantes estaban recogiendo. Hablamos de todo y nada. Pagamos y nos subimos a acostar. Mañana hay que levantarse pronto.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.



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11th August 2007

te emocionaste escribiendo....bla bla bla

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