Advertisement
Published: August 10th 2006
Edit Blog Post
La duración del vuelo y el cambio horario nos plantan en Moscú a primera hora de la mañana. No he dormido casi nada pero no se sale de viaje para quedarse en un hotel. Ni aunque se trate de un hotel en el más puro estilo soviético -se encuentra en uno de los rascacielos que mandó construir Stalin para dar un aire distinto a la ciudad- y, por ende, con mucho interés.
Los coches de la calle, nuevos y o lujosos, contrastan con el viejo autobús que cogemos. Primer encontronazo, le damos un billete al conductor para que se cobre. Nos echa la bronca sin coger el dinero. Mientras, el resto de los pasajeros nos miran y aquellos que quieren coger el autobús nos hacen sentirnos fuera de lugar haciendo lo que tienen que hacer de forma automática. Nosotros a lo nuestro, que no quieren cobrarnos un billete, pues no nos bajamos. La razón que nos imaginamos para ese comprotameinto es que no tenía cambio, pero nuestro conocimiento del ruso nos indica que podría ser eso como cualquier otra cosa. Curioso, pero después de la bronca nos deja estar hasta nuestra parada. No más broncas, no nos vuelve a decir
nada. El resto de los pasajeros tampoco. Alguno se atreve a mirarnos con la misma curiosidad con la que nosotros les miramos a ellos.
Callejeamos buscando la embajada de Mongolia, por si fuese posible conseguir el visado en sábado. Encontramos la embajada española por casualidad, preguntamos por la de Mongolia que según nuestra información debería estar cerca. Como averiguamos más tarde, solo habría que cruzar al otro lado de la plaza en la que estábamos, sin embargo el funcionario de la puerta nos hace desistir de la búsqueda. Según sus indicaciones, y después de enseñarle el plano y la dirección por escrito, nos mandaba bastante lejos de donde nos encontrabamos ¡¿?!.
Buscamos el metro para irnos a otra parte de la ciudad. Según el plano estábamos al lado. Pero, si la calle era en la que estábamos, ¿dónde se encuentra la entrada? ¿Ya nos habíamos perdido? ¿A quién preguntar? Allí estaba. Escondida en un patio interior al que llegamos por simple azar, cotilleando entre unos puestecillos de libros, revistas (las de belleza y de culturismo son las que predominan) y helados. Con la taquillera no se puede hablar. El plano está solo en cirílico. Así que primero miramos
el plano de la guía. Si estamos aquí y queremos ir ahí tenemos que hacer dos estaciones y luego cambiar de tren para ir una estación más allá. No se preocupen, llegamos. Sin ayuda. Nuestros esfuerzos por encontrar alguién con quien comunicarse en inglés se hacen en vano (en español, ni les cuento). Pero pongamos las cosas en su sitio, ¿cuántos españoles son capaces de hablar en inglés? ¿Y en ruso? El problema no es el idioma, sino comunicarse. En Moscú nos está resultando imposible. Solo se nos indica lo que hacemos mal mediante una actitud que interpretamos como broncas a las que al final del día ya nos habremos acostumbrado como la forma normal de dirigirse a nosotros, ¿especificamente a nosotros?, ¿a todos los turistas?, ¿es la forma que tienen de dirigirse unos a otros?
Y, por supuesto, nada nos impidió disfrutar de la ciudad, excepto sus precios (acababa de ser declarada la ciudad más cara del mundo, por encima de Londres, Tokio y Nueva York). La calle Arbat; el museo Mayakoski; una vista al Palacio de los Niños; el callejón de tiendas de lujo en rebajas pegada al hotel Metropol de la que la música occidental y a todo volumen nos hizo huir; y una frustada visita a los baños "rusos" o
banya más exclusivos de la ciudad, Sandunovskiye Bani, como lo demostraban los precios (si según la guía y las informaciones de Internet eran asequibles, según lo que ponía en la entrada superaba los 3000 rublos para los hombres y los 1500 para las mujeres, siempre y cuando no quisieras incluir algún que otro servicio, por ejemplo zapatillas para el agua, las toallas, un masaje, por lo que nos dimos un día para decidir si entrabamos o no) y los coches aparcados cerca de la entrada. Digo cerca, porque la entrada no se encuentra en la calle principal sino detrás lo que nos hizo dar algunas vueltas y, de nuevo el azar y esa aventura del callejear, nos permitió encontrarlo cuando ya habíamos desistido.
Se acababa el día y nos dirigimos a la Plaza Roja.
Tomamos un café en el Gum, los grandes almacenes de los tiempos de los zares donde, luego, compraban los más altos funcionarios soviéticos y, posteriormente, los primeros nuevos rusos, los nuevos rusos de ahora tienen otras muchas tiendas de lujo incluido los elegantes, y al lado de un Bolshoi en restauración, almacenes Tsum (en cuya fachada están construyendo lo que parece que serán apartamentos u oficinas de lujo y que anunciaba unas rebajas con paneles que chorreaban sangre sobre los que aparecía la palabra Sale).
Salimos de los grandes almacenes cuando ya atardecía en la Plaza Roja. Nos dirigimos hacia el hotel Mockba, el antiguo hotel que había acogido a los dirigentes y participantes de las reuniones generales del Partido Comunista Ruso, ahora en demolición y cogimos el metro.
La estación de metro nos dejaba lejos del hotel. Una fuerte lluvia nocturna, sí llueve y hace más bien frío en el verano moscovita, nos obligó a coger un taxi
ruso. Un coche cualquiera de la época sovietica, nunca uno de los flamantes nuevos coches occidentales, que para cuando levantas la mano y con cuyo conductor negociarás un precio según a donde quieras ir ya que al ser coches de particulares no tienen taximetro.
Cuando llegamos al lobby del hotel comprobamos que la información que habíamos cogido sobre el mismo en Internet no mentía. Allí estaban sentadas la prostituas, nada escandalosas, nada llamativas o disonates con la categoría de un hotel de cuatro estrellas, pero facilmente identificables y eso que los pantaloncillos cortos, las minifaldas bajas de talle, las transparencias y las camisetas ajustadas y cortas que llevaban muchas de las mujeres que habíamos visto a lo largo del día podían habernos hecho pensar que eran unas moscovitas más.
Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.
Advertisement
Tot: 0.17s; Tpl: 0.021s; cc: 6; qc: 51; dbt: 0.0642s; 1; m:domysql w:travelblog (10.17.0.13); sld: 1;
; mem: 1.2mb
elsinora
non-member comment
viaje con nosotros
Definitivamente vas a conseguir ponernos los dientes largos a los que no pudimos ir. Stop. Interesante. Las fotos muy chulas. Stop. Le seguiremos la pista. Stop. Lo dicho, no está bien fomentar la envidia. Stop.