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Published: August 10th 2006
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Del desayuno a la comida
Italianos, españoles, alemanes, mexicanos, franceses, norteamericanos, griegos,... ¿faltaba alguna nacionalidad en la sala del desayuno del hotel? Si no coincidías en la cola del café, coincidías en el buffet de las tostadas o los bollos o en las mesas. Había tanta gente que para poder sentarte a desayunar era necesario compartir mesa con extraños y, como poco, intercambiar los socorridos
Hello,
Good morning,
Thank you y, con aquellos que parecían más simpáticos y dispuestos a hablar, el
Where are you from? aunque con la mayoría de ellos, a parte de averiguar de donde eran, no podrías cruzar más palabras por las limitaciones del idioma.
El idioma y la comunicación, dos puntos fundamentales en el viaje que iríamos apreciando a medida que nos alejábamos de Moscú y nos íbamos metiendo en Asia. Pero estabamos en Moscú y nuestra guía hablaba un correcto castellano que había aprendido en la facultad. Sino había salido de Rusia, ¿cómo había adquirido esa destreza con el idioma? Pues hablando con estudiantes latinoamericanos de su facultad. Tanto en las universidades rusas como chinas tienen la obligación de enseñar o ayudar a aprender el español a los estudiantes autóctonos que lo estén
estudiando.
La vuelta que nos dieron por la ciudad fue bastante completa y el nombre de Pushkin empezó a convertirse en referencia corriente. Que si este era el Café Pushkin -según la guía el más caro de la ciudad-, que si esta era su casa, que si allá la estatua, que si su color preferido, que si los rusos lo quieren mucho. Otros nombres iban surgiendo en lo que contaba: Tolstoi, Isadora Duncan -que vivió en Moscú donde creó una escuela-, Lenin -su mausoleo y biblioteca-, Lomonosov -de pobre campesino al mayor científico ruso-, Stalin -que prefería vivir en su pequeña casa de campo o
dacha por el temor de ser envenenado- y sus siete rascacielos,... Y empezamos a comprobar que todo programa con guía tenía sus hitos fundamentales, parada en nuestro hotel (¿para qué?), y un horario de comidas que nada tenían que ver con el español. Por primera vez probamos Morsch, no confundir con el Borsch. La primera, una bebida que los turistas suelen llamar la Coca Cola rusa.
Después de la comida
Por la tarde me salté la vieja Tetriakov con guía (ya la había visto cuatro años antes, y digamoslo, si usted vive
en una gran ciudad europea o norteamericana tiene la posibilidad de ver mucho mejor arte) y me fui a la nueva, un paralepipedo blanco y mal conservado al lado del río y en frente del Paque Gorky, en busca de
realismo socialista y de un poco de arte de hoy en día en las galerías que ocupan la mitad del edificio. ¡Qué error!
Al museo no se podía entrar, los moscovitas hacían largas colas para ver una exposición de obras procedentes del museo de Orsay de París y las galerías, que se mezclaban con tiendas de antiguedades, casas de artesanía o tiendas de material para artistas o marquetería, ofrecían, en su gran mayoría, cuadros artesanales que en muchos casos no se diferenciaban de los cuadros que se encontraban en un mercadillo que había en los alrededores. Encontré poco arte paseando por las galerías y mucha artesanía sin ninguna gracia. El espacio, mal conservado, tampoco ayudaba a mejorar la impresión general. Y es que la cercana estatua dedicada a Pedro el Grande y el que allí se encontrase el jardín donde habían decidido jubilar a las viejas estatuas del sovietismo me tenían que haber indicado que no era el lugar que yo estaba buscando.
Si mi búsqueda artística resultó infructuosa, no ocurrió lo mismo con la experiencia. En la necesidad de buscar información y orientación ¿cómo se entra al museo? ¿para qué es esta cola? ¿y a las galerías?, a parte del cirílico no había otro idioma, me encontré con moscovitas jovenes que hablaban francés -la comunidad francofona iba a disfrutar de una de las joyas de la metropoli-, inglés y ¡español!
Fotomatones cerrados y cena
Todavía el día iba a dar para mucho.
El amigo que necesitaba el visado tampoco tenía las fotos para el mismo. La guía nos había indicado que en las estaciones de metro más importantes había fotomatones. Todos estaban cerrados. Algo incomprensible para un español ya que son unas máquinas automáticas, aunque al día siguiente descubriríamos porque.
¿Y la cena? ¿Tomamos caviar? ¿Que recomienda la guía Lonely Planet de Moscú? El restaurante que elegimos nos lo encontramos cerrado por reforma. La segunda opción, que se encontraba cerca según la información que teníamos, la pasamos de largo ya que estaba, digamoslo así, en la calle b, que tenía el mismo nombre que la principal. Al final acabamos en un macro restaurante con menú fundamentalmente japonés, decoración egipcia y atendido por gente joven a la manera de los restaurantes americanos, tomando tallarines y postres occidentales y de donde salimos aturdidos gracias al DJ que desde una especie de altar se empeñaba en hacernos saltar los tímpanos, no por la selección musical -ni buena, ni mala- sino por el volumen al que la pinchaba. Buscando los restaurantes habíamos superado con creces la hora habitual de cenar en Moscú y solo encontramos esta opción o el Mc Donalds, al ladito de la Plaza Pushkin. Y ¿quién se puede sustraer a cenar en un auténtico restaurante ruso? Y es auténtico porque, aparte de nosotros y, tal vez, algún camarero, no parecía haber más extranjeros.
Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.
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