Datong: primeras escenas chinas


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Asia » China » Shanxi » Datong
July 29th 2006
Published: September 5th 2006
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Hotel DatongHotel DatongHotel Datong

El hotel en el que desayunamos y pasamos la última hora de la tarde o primera de la noche, según se mire
Atravesamos Datong para desayunar. A aquellas horas solo había abiertos lugares en los que desayunar como un chino, y, lo siento por mis amigos que querían otra cosa, me empeñé en tomar un café con algo de comer. Lo que el guía aprovechó para llevarnos al hotel, como creo que era su intención desde el principio. No hizo caso a mis explicaciones de lo que pensaba que era un desayuno. Solo se podía tomar lo que yo quería en el hotel.

Mientras llegamos al hotel, me voy haciendo la primera impresión, una ciudad poco cuidada, llena de tiendas estilo occidental, despertándose. El temor de que China no me va a gustar va apareciendo. Primera escena, una chica estilo Gong Li, la popular e internacionalmente conocida actriz china, con unos cuantos kilos encima, se pelea con un guardia. Este le ha quitado la llave del ciclomotor en el que va montada. Ella sigue adelante por el carril bici. Él la sigue, la para y ella le grita. Me fijo en el moderno corte de pelo de ella, contrasta con la pulcritud del traje de él.

Sigo pensando que mi empeño ha molestado a mis amigos. Pero ya estamos en el hotel y pagamos para entrar. No cuesta casi nada si lo miramos desde el punto de vista occidental, al cambio, 10 yuanes valen un euro. Estamos en el mejor hotel de la ciudad. Las buenas noticias son que en el buffet predomina la comida china y que más de un cincuenta por ciento de los comensales también son chinos. A lo lejos vemos a la guía que nos recomendó parar en Datong. La saludamos con un leve gesto. No se por qué la noto un poco más distante que en el tren, aunque creo que estas disquisiciones no se deberían hacer sorbiendo unos tallarines mientras me apaño con los palillos y muevo las cejas o la mano libre, no recuerdo bien, para saludar. Al menos para mi es una situación algo incómoda. Máxime cuando en una mesa cercana están sentados nuestro guía y el conductor, desayunando y observando como vamos con la comida. Lo queremos probar todo, hasta una especie de churro que no sabemos si es un invento local o es la versión china, o lo que entiende un chino, por el churro español. Más plano y alargado, con un sabor más o menos igual, tal vez, se agradece
El Templo Suspendido o ColganteEl Templo Suspendido o ColganteEl Templo Suspendido o Colgante

Foto típica hecha por turistas de cualquier origen y condición
que sea menos grasiento.

La primera visita programada



Dejamos la ciudad camino del Templo Suspendido o Colgante en el que el culto budista, confucionista y taoísta se unen. Antes de llegar hacemos una parada en un mirador para apreciar el paisaje y un pueblo medio en ruinas que debe ser importante. Un grupo de niños pequeños nos asalta, incluso algunas madres con bebés, intentando vendernos algo. Es la primera vez que vemos que los niños pequeños no llevan pañales. Solo un pantalón que está abierto de delante atrás que a la mayor parte no le cierra bien y no tapan nada. La incapacidad de los bebés de controlar sus esfínteres apelan a nuestra mente práctica y a nuestro rechazo del sistema. Ante la presión de todos porque les comprásemos, y lo poco agraciado que es el lugar, hacemos la foto y salimos disparados al coche. Tenemos la costumbre de no comprar cosas a los niños o a quienes piden con niños. Siempre he pensado que hacemos bien pero no se si en estas sociedades les estamos limitando su acceso al sustento. ¿Qué pasa si llegan a casa sin dinero o con poco dinero?

El templo Suspendido o
El Templo Suspendido o ColganteEl Templo Suspendido o ColganteEl Templo Suspendido o Colgante

Foto típica hecha por turistas de cualquier origen y condición
Colgante es otra cosa. Pegado a la pared y sujeto por unas delgadas vigas de madera está lleno de turistas. Fundamentalmente chinos. Me comentan mis amigos -es su segunda visita a China y están más informados que yo- que a los chinos les gusta mucho viajar, que hay mucho turismo interior. Aquí en Datong, está la prueba. Me ha gustado lo que he visto, esas pequeñas e inclinadas escaleras por las que subía y bajaba como si fuera a caerme de bruces por el precipicio. Los templos. Los sacos de arena dispuestos en cada esquina como agente extintor. Hago fotos como un descosido. Fotos que me parecen buenas, pero cuando las comparo con las que hay en otros blogs de esta misma página, veo que son las tópicas y me alegro de haber sacado fotos de los trabajadores que arreglaban el jardín, sentados, en cuclillas, arrancando las malas hierbas, cortando el césped. O tirando de un carro que traen cargado de tierra del río que pasa justo al lado para rellenar los huecos que hay en el suelo. Personajes que parecen no interesar a nadie solo a mí, seguramente llevado por el deseo de la originalidad, aunque he de reconocer
El templo Suspendido o ColganteEl templo Suspendido o ColganteEl templo Suspendido o Colgante

Jardineros cortando el césped al pie de la montaña en la que se encuentra el templo
que siempre me han interesado más los seres humanos y lo que hacen que los monumentos ya hechos. No crean con esto que desprecio la Historia, pero la Historia se puede encontrar en los libros (en la relectura de lo escrito he borrado lo de cualquier delante de libro, es mentira, cualquier libro no vale, y menos una novela histórica). Las postales tan bien.

Perdemos por un momento al guía y aprovechamos para echar un vistazo a las tiendas de recuerdos. Nada original. Muy parecidas unas a otras. Pierdo la capacidad de apreciar lo que veo por lo que me voy a comprar una botella bien fría del zumo de naranja embotellado que habíamos descubierto el día anterior en la frontera. Montamos en el coche. La vuelta se me hace corta.

De vuelta en la ciudad



Encontramos una ciudad semivacía, si eso se puede decir del centro de una ciudad china de tres millones y medio de habitantes. Pocos coches. Sin nadie en El Muro de los Nueve Dragones, resto de un pasado imperial, más resultón en las fotos que en la realidad. Me entretengo con la cámara enfocando las pequeñas estatuas, ya desgastadas, que coronan la valla de piedra alrededor del pequeño estanque que hay delante del muro. Todas son distintas.

Cerca, pero no lo suficiente para ir andando, se encuentra el templo budista más grande de China. Entramos primero en el viejo y más pequeño y recibimos una explicación acerca de las figuras representadas en el mismo. Este ya me deja impresionado, a pesar del polvo. El segundo, más nuevo, pero igual de polvoriento, me gusta aún más. A la salida me encuentro una señora con un paraguas y una pecera. En ella lleva una tortuga, me acerco para verla y la tortuga se da la vuelta. Me hago la ilusión de que quiere saludarme y lo digo. El guía traduce. La señora y el monje que están a su lado sonríen. Dicen algo que no entiendo y el guía ríe. Yo también río, por seguirles la broma. Aunque no se qué broma.

Dejamos los templos y el monasterio que hay a su alrededor para ir a comer. Ya es tarde para los chinos. Nos empeñamos en ir a un restaurante para nativos de Datong y no uno para turistas. El guía nos hace caso y acabamos sentados en un restaurante grande. Por
Cuarto de monje budistaCuarto de monje budistaCuarto de monje budista

Al lado del templo budista más grande de China
primera vez me doy cuenta que no puedo meter las piernas debajo de la mesa. No se si la silla es muy alta. El menú está en chino, así que le toca pedir por nosotros. Verduras, carne, arroz. Demasiada comida, pero todo está muy rico. A mitad de comida nos convertimos en la atracción de unos niños que estaban allí. “Hello. Hello ”, nos dicen, me empeño en enseñarles a decir “Hola” en español. Les hace gracia y sonríen. Vuelven a la carga para llamar nuestra atención. Los camareros les riñen quieren que nos dejen en paz. A mi me divierte pero les dejo marchar. El conductor y el guía han acabado de comer, nos agobia un poco verlos esperar por nosotros. Y es que los chinos comen muy rápido.

El muro de la vergüenza



Volvemos a montarnos en el coche. Esta vez para ir a ver los cincuenta mil budas que dicen que hay en las cuevas de Yungang excavadas en la montaña y en la antigüedad cubiertas por construcciones estilo chino. Ahora, en la mayoría de los casos la parte frontal ha desaparecido y se pueden ver los budas a la luz del día. La variedad
En las cuevas de YungangEn las cuevas de YungangEn las cuevas de Yungang

Incienso quemado por los fieles delante de uno de los budas más grandes
es inmensa: desde el buda más grande del mundo al buda más pequeño, sentado o de pie, policromados o no. Es la primera vez que me fijo en que predominan las mujeres entre los guías chinos. Van pertrechadas con una bandera o un paraguas para que la identifique el grupo y un micrófono conectado a un altavoz para que le oigan los grandes grupos de chinos que llevan a su cargo. En los lugares más cerrados los flashes saltan que es una barbaridad. Les da igual que se estropeen las esculturas y su policromado. Algunos, no se como pueden con tanto visitante, rezan delante de algún que otro buda y les encienden incienso. Pero lo más curioso es que hay personas recogiendo los botes de plástico de las bebidas que se depositan en las papeleras. Parece que luego las venden. ¿Quién querrá una botella de plástico usada? Cuando abandonamos el lugar sigue llegando gente.

A un lado de la carretera se encuentra una ciudad minera, lo sabemos porque el guía nos señala la mina. Allí fue donde él fue reeducado durante un año gracias a la revolución cultural china. Al otro lado vemos un muro rojo tirando a granate, el mismo color que las paredes de la Ciudad Prohibida de Beijing. Tiene alguna abertura, como puertas, en las que se sientan hombres con trajes grises estilo mao. Preguntamos al guía, que no sabemos si por su inglés o qué, responde sin rodeos que se trata de pueblos muy feos y que el muro es para evitar que se vean desde la carretera. Nos conmueve su sinceridad y entre nosotros la alabamos, no nos gustan los guías que nos mienten o que no nos cuentan toda la verdad. Damos por hecho que este si nos ha contado toda la verdad sobre los muros rojos y los pueblos. Nos pareció una posibilidad factible, sin embargo, ¿por qué no mejoraron el pueblo?

Entretenidos en Playboy y con la comida, el Vogue y el Rey Mono



Tarde ya. Habiendo hecho todo lo que se puede hacer en Datong, convencemos al guía para que en vez de ir al hotel, que era todo su empeño, nos lleve de tiendas para no turistas, la otra alternativa era ponerse a jugar en la calle como ellos, pero no nos interesaba. No se si no se entera o qué. Al final conseguimos que nos deje en el centro comercial, las antiguas tiendas del estado. Hago una foto a la entrada. Se venden globos de diferentes formas y colores. La veo bien en el visor de la cámara. En el centro comercial se mezclan marcas internacionales y globalizadas con otras totalmente locales. Todas tienen nombre occidental, al menos escrito en caracteres occidentales. Me paro a ver el corner de Playboy de ropa para el hombre, discreta y en consonancia con el resto de los puestos, no se vayan a pensar, de la que destaca el típico conejito colocado en los polos o en las camisas. Descubro, también, las tiendas de palillos para comer. Cuberterías completas de uso de diario o para ocasiones especiales, incluso para familias de tres comensales. Me pregunto que pensará una mujer que ve que en este set sus palillos son más cortos que los del hombre. Me pregunto en que momento se le compran o se le regalan unos palillos a los niños. Los hay bonitos. Mi percepción sobre lo chino empieza a cambiar. Mejora mucho cuando veo el supermercado, también en la planta baja, como en todos los sitios que conozco. Como era de esperar, la sección para gourmets ofrece típicamente
Vendedor de globosVendedor de globosVendedor de globos

A la entrada del centro comercial de Datong
productos occidentales entre los que no faltan vino y aceite de oliva. Veo merodeando por allí un hombre occidental, treintañero, con aspecto de acabar de salir de trabajar. Lleva una cesta llena de productos. Me pregunto que hará en Datong. Pienso en Shenzhen de Guy Delisle y ese director de ilustradores perdido en una ciudad China. Al menos este puede comprar lo que le apetece, hay cierta variedad en lo occidental. Incluso hay una panadería con bollería occidental. Pruebo algo y voy a pagar. En la cola están dos mujeres jóvenes, chinas, delgadas y vestidas con minifaldas, las acompaña una niña, no han comprado mucho y mientras esperan y pagan hablan con la despreocupación que en las películas muestran las mujeres neoyorquinas de las películas y las series que salen juntas a dar una vuelta.

No entendemos la prisa del guía por volver al hotel en el que desayunamos. Nuestra teoría es que allí le darán los billetes de tren que cogeremos esa misma noche para Beijing. Teníamos unos para las once de la noche, pero nos los han cambiado para otro de las diez. Sin embargo, nos deja en el hotel y se va a sentar con el conductor al aparcamiento. Nos vamos a dar una vuelta, según el guía esta zona también estaba animada, pero nos volvemos porque se pone a llover. En la cafetería solo estamos nosotros y un grupo de norteamericanos a los que se oye hablar sobre la globalización. El café no está rico y las revistas disponibles para el público están en chino y son de 2004. Le echamos un vistazo. Me fijo que las modelos que aparecen en los anuncios de la versión China de Vogue son fundamentalmente occidentales, si hablamos de hombres, todos son occidentales, caigo en este momento que también en las tiendas que veía desde el coche.

Hartos, le pedimos al guía que nos llevé a la estación. Comprobamos que hay otros lugares con vida en Datong, cualquiera hubiera sido mejor que el hotel. En la estación me quedo con las maletas en la sala de espera. Mis amigos se van a dar una vuelta. El cuarto está lleno de sofás y sillones mirando hacia el televisor. Es una serie china. No entiendo nada, pero por los trajes y las casas la situó en algún tiempo pasado en el que había guerreros con espadas y hombres con poderes mágicos. No me resulta interesante aunque podría competir con muchas de las series que se ponen en cualquier televisor. Tal vez porque en esta sale un personaje parecido a un mono al que se le muestra, o creo que se le muestra, respeto, a partir de ese momento me refiero todas las series parecidas como El Rey Mono. Pienso que ese aspecto kitsch que tienen podría hacerlas triunfar en cualquier cadena occidental. Pero, el guía está enfrente de mí y me siento en la obligación de hablar con él. Me salva el tren y mis amigos que llegan a la vez.

Como cada tren que cogemos, este también tiene sus novedades. La primera, el compartimento es más pequeño y lo tenemos que compartir con un chino, no se acordaron de reservarlo para nosotros solos como en el resto. Al ser más pequeño, nos las vemos y deseamos para encajar el equipaje. Aquello parece el camarote de los hermanos Marx. Yo como lo estoy viviendo no le veo la gracia. Creo que el chino tampoco. Le hemos obligado a subirse a su litera y hemos apartado el termo de agua caliente que dejan en el compartimento, no hay samovar en el vagón, junto a una escupidera que desechamos como si no la fuéramos a usar. Después de lavarnos los dientes en el lavabo comunal, que han hecho en lo que en el Transmongoliano era el cuarto de la provonidtsa o azafata-revisora, decidimos que lo mejor es acostarse e intentar dormir. Una de las lamparitas está estropeada y no podemos apagarla. La revisora hace como que no nos entiende cuando se lo comentamos. A estas alturas y con este cansancio pasamos de todo y nos tapamos con las sábanas que nos han dado. Ni siquiera nos fijamos en su limpieza. Que más da, si no nos han dado siquiera la sábana de debajo y estamos acostados directamente sobre la tela que cubre el sofá, que tampoc es que esté muy limpia. El chino parece que ya duerme, yo espero hacerlo en cuanto cierre los ojos. Bostezo. Ha merecido la pena parar.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.



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