Dos mochilas por Marruecos -1-


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Morocco's flag
Africa » Morocco
June 20th 2008
Published: June 20th 2008
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Una inmensidad de arena anaranjada, un terreno de suaves ondulaciones que se suceden hasta el infinito, un cielo impoluto durante las primeras horas de la tarde, un hombre envuelto en ese color intenso que se sitúa entre el turquesa y el añil.

Sus pasos se encaminan, tranquilos y decididos, hacia el horizonte, hacia algún lugar que solo él conoce. Nada más que eso: arena, cielo y hombre.

Es un tuareg recorriendo su territorio, allí donde yo solo veo la nada el ve un camino... y a mí eso me fascinó. Sin dromedarios, sin compañía, de llevar agua debe estar protegida entre los pliegues de la túnica. Nada de cinematográficas caravanas, nada de equipamiento, nada de apoyo de un otro que ayude en caso de necesidad. Solo hombre y desierto.

Pero aquella imagen era solo una foto que un amigo había hecho hace mil años; había llegado el momento de ir su encuentro.

Iríamos en barco desde Fuerteventura hasta Tarfaya, con un poco de suerte cogeríamos un autobús o un Grand Taxi, los amplios Mercedes Benz que salen cuando se juntan 6 personas que quieren ir al mismo sitio, para llegar esa noche a Tam Tam y continuar al día siguiente hacia Essaouira. En total casi 600 kms de carretera de costa usando un medio de transporte habitual entre la población, algo que nos haría ir entrando en materia "virgen" desde el minuto uno.

Pero ¡ay!, a veces del dicho al hecho hay un gran trecho y a nuestro esperado (y económico) barco le dio por encallar al salir de Tarfaya dos días antes del inicio del viaje, y hubo que cambiar esquema mental y billete por un (vergonzosamente caro) trayecto de avión entre Las Palmas y Marrakesh que en dos horas nos plantó en la flamante terminal del aeropuerto de la más turística e invadida de las ciudades marroquíes.

Una se sabe turista, jamás se le ocurriría presumir de la etiqueta de viajera solo porque se cuelga la mochila al hombro y construye el viaje mientras viaja, así que en las humildes pretensiones de hacer algo solo minimamente diferente no entraba, a priori, la posibilidad de entrar al país por la puerta más grande e irreal. Y sin embargo allí estábamos, en el logrado edificio de blancas alturas, celosías y enrejados tras el que se encontraba otro destino cargado de ideas preconcebidas e informaciones opuestas. Era hora de ver cuanto había de verdad y cuanto de mentira. O, al menos, de intentarlo.


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