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Published: September 15th 2008
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Antes de venir a India había escuchado que para entender y querer a este país había que estar varios meses y tener la oportunidad de penetrar en la cultura. Decían que las primeras semanas eran horribles y uno sólo deseaba irse, pero que después los ojos veían una belleza detrás de la apariencia inicial y uno terminaba enamorado de su gente y sus costrumbres.
Hasta ahora sólo he comprobado la primera parte y sí que tenían razón. Nuestra estadía en Delhi por unos cuantos días fue de las más extrañas y desconcertantes experiencias que he tenido en esta vida.
Fueron muchas las situaciones que construyeron este sentimiento de incomodidad que nos abruma y sería incompleto tratar de ejemplificarlo con un sólo caso, por lo cual trataré de explicar las emociones que hemos tenido.
En términos generales es una sensación de desconfianza. Es un sentimiento de no saber si creer o no en lo que nos dice la gente y permanentemente tratar de descifrarlo en la mirada de las personas, las cuales tienen la extraña propiedad de no expresar absolutamente nada.
Me siento como en el libro de Forster, "Un viaje a la India", en donde el protagonista
Indio-musulman es acusado de haber acosado sexualmente a una inglesa y apesar de que inicialmente como lector no dudaría ni un segundo en la integridad del personaje, toda la trama y el cambio de actitud de él, lo hacen a uno dudar y al final no se sabe si quererlo u odiarlo.
En la calle existen unos individuos que tratan permanentemente de abordar a los turistas para llevarlos a tiendas u hoteles donde les dan comisión. Yo ya había experimientado sus acosos en otros países, especialmente en los países árabes, en donde son incansables y exigen toda la paciencia del mundo. Sin embargo, acá no sólo tratan de llevarte a su tienda, sino que usan todo tipo de estrategia para engañarte, convencerte de que estás equivocado en las ideas que tienes, mirarte al ojo con una mirada profunda sin el más mínimo remordimiento de su mentira, hacerte sentir mal o con culpa por no seguir sus consejos y luego cobrarte tres veces el precio justo.
El otro día estabamos buscando un bazar en una zona centrica de Delhi. Al encontrarse en las plantas bajas de un parque, su entrada no era muy clara pero el mapa indicaba que
estaba sólo pasando la calle. Un muchacho se nos acerca con una cara amistosa preguntandonos qué buscabamos. Le decimos que el bazar y él nos dice que acá no existe ningún bazar y que el mercado queda en otra dirección. Nos explica que al frente sólo queda un parqueadero subterraneo y que con mucho gusto él nos indica con señas donde queda el otro mercado. Nos sigue hablando, nos hace las respectivas señas hacia donde deberíamos caminar y al final yo le doy las gracias, pero le digo que voy a continuar hacia el lado inicialmente previsto.
Me mira con rabia y me dice que para allá no hay nada y que entonces yo veré lo que hago. En este momento uno no sabe que pensar. Si creerle, porque cómo va a decir una mentira tan grande si sólo es cruzar la calle y comprobarlo? o seguir el curso y depronto darse cuenta que él tenía la razón y uno es un desconfiado y fuera de eso sentirse escrutado por su mirada y la de todos sus compiches al otro lado de la calle diciendo "Si ve, yo le dije".
A pesar de esto no me deje llevar
por mis sensaciones y confié en mi capacidad de leer mapas. María Andrea quedó convencida por el joven y esto me hizo dudar aún más de mi decisión y una pregunta interna brotó de mi mente, "será que me estoy volviendo terco?".
Cruzamos la calle y la entrada del bazar era evidente. El bazar era todo un centro comercial subterraneo. No crean que eran unas pocas tiendas, eran cientos de corredores como un gran San Andresito. El sentimiento posterior no es de orgullo por haber estado en lo correcto, sino de decepción por ver como esta gente te quiere engañar sin motivo claro y como sus tácticas son exitosas. Lo peor de todo es que esto no ha pasado una sóla vez sino muchas. Con variantes, obviamente, pero el sentimiento de desconfianza se ha vuelto tan grande que ya es muy dificil diferenciar cuando unas palabras son genuinas. Los taxistas, los recepcionistas en el hotel, los transeuntes desprevenidos en la estación de tren, los vendedores en las tienda, todos están envueltos en esa aura de amistad y engaño que nos pone los pelos de punta y nos provoca encerrarnos en el hotel para no tener que enfrentarlos.
El
ego propio se siente atacado y tratamos de reaccionar, creando un malestar interno. Seguramente este es el mayor problema. Lo tomamos como si fuera algo personal y ellos, acostrumbrados a miles de turistas, lo hacen como algo impersonal, como los conductores de motos que nos pitan incesantemente en las calles, con la diferencia que lo hacen sólo para avisar que ahí vienen y no con la típica agresividad que nosotros los colombianos lo hacemos en la ciudad. Acá los eventos son impersonales, es tanta la tolerancia hacia la diferencia que la única forma de poder afrontarlo es desperdiendose un poco del ego, cosa que es bueno para el espíritu pero dificil de aplicar.
Claro que también ha habido pequeñas visiones a esta otra parte de la India que es de amor, sonrisas inocentes y amistad que muestra que hay algo más allá de la aparente realidad que hemos encontrado. Debe ser como lo que le pasaría a un extraterrestre que llegara a la tierra y pensara que acá sólo hay guerra, injusticia, hambre y sufrimiento, pero con el tiempo se va dando cuenta que también hay amor y compasión.
Llegamos dos días antes de la celebración de la
independencia, lo cual es una ocasión de gran orgullo y muchos preparativos. Más allá de los discursos políticos o de los otros eventos que debió haber habido en la ciudad, hubo uno que nos equilibró los frustrados sentimientos del principio.
Este día es el día de las cometas y desde los techos de las casas, niños y adultos salen con sus cometas multicolores a tratar de volarlas lo más alto posible. Desde temprano en la mañana las únicas tiendas abiertas por los estrechos laberintos de pasillos eran las que vendían cometas en forma de diamante y sin cola, de todos los colores y especialmente la cometa con la bandera de la India. Vendían también grandes carretas de pita para elevar los sueños hasta el espacio y toda una gama de juegos pirotécnicos como en las buenas épocas de nuestro país. Señores sentados en el piso del local con las piernas cruzadas trataban de atender la multitud de niños y jóvenes que, desbordados, llegaban a escoger las cometas y a comprar el carrete.
En la zona que estabamos hospedados las casas son de dos o tres pisos con una plancha de cemento en el techo, lo cual crea una
terraza como la típica imagen de barrio popular en Colombia. Pues bien, todas estas terrazas estaban con grupos de amigos bailando y cantando y familias gozando con lo alto o bajo que volaban sus pájaros de papel. En el atardecer empezaron los voladores y juegos pirotécnicos y todo el horizonte de casas y terrazas se llenó de luces de colores dando una sensación de unión y felicidad.
Nosotros subimos a la terraza de nuestro hotel para deleitarnos con el espectáculo y ensayar a volar una cometa que, apesar de ser el día de la independencia, nunca pudo gozar de la libertad del vuelo.
El día siguiente una amiga India nos sacó a turistiar por la ciudad, nos llevó a almorzar delicias gastronómicas, nos guió por un templo Sikh y nos mostró esa faceta hospitalaria, generosa, divertida y amorosa de la India. Al final, los sentimientos son revueltos y uno empieza a aprender que en este país no existe realidad única y que debemos estar alertas, concientes y desprendidos de nuestro ego para descubrir la India que ha enamorado por siglos a sus visitantes.
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jairo
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malicia
a ver muchachos no todo puede ser color de rosa y esos detalles malucos hay que dejarlos atras, en esas ocaciones poner a funcionar la malicia indigena que nos acompaña y no comer cuento de todo lo que les digan.nos quedan debiendo las fotos.