Lima y su Final


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November 29th 2006
Published: November 29th 2006
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Donde el viento da vuelta: Viaje a los confines de Lima
Donde el viento da vuelta.
Ejemplo en los confines de Lima

Lima Metropolitana, como el océano medieval, parece un mar de casas sin fin en el horizonte, una sucesión de ciudad que se duplica hasta el infinito. El asentamiento humano, Virgen de la Candelaria de Villa María del Triunfo, es uno de los infinitos lógicos de la ciudad, el borde tangible que separa la ciudad de la nada, ahí donde el viento da media vuelta y regresa.

En “combi”, la excursión interdistrital dura tres horas desde el centro de Lima. Cuando se va subiendo, por una callecita delgada y muy empinada, Lima va cambiando de rostro. Desde arriba se ven solo casas sobre cerros y cerros sobre casas, todos cubiertos por un gran manto de neblina coloreada de plomo por el smog. La última parada es un mercado pequeñito contiguo al colegio Villa Limatambo. Desde ahí, el viaje es en el infaltable colectivo, carcacha destartalada indispensable para trepar sin chistar las ariscas estribaciones andinas de la capital.

El pasaje es un nuevo sol de subida y cincuenta céntimos de bajada. Luego de sortear dos tranqueras enseñando mi DNI y explicando las razones de mi visita, ingresamos a una quebrada estrecha y pequeña. El paisaje es árido, la pista es de tierra afirmada y a los bordes, todas colocadas en plataformas de piedras, se ven pequeñas casas de 30 m2 con fachadas prefabricadas, de esas que se compran en Sodimac, decoradas con niños que juegan tranquilos en sus puertas.

Cuando se llega a la última casa, el silencio profundo transmite una tranquilidad brutal. Los carros, bocinas, gritos y demás perversiones de la gran ciudad quedaron atrás para dar espacio al sosiego y la pachorra de la extrema pobreza. Las arduas labores de la casa son realizadas a paso firme y templado mientras el sol va cambiando de sitio restando minutos a su impasible existencia.

Blanca Tomana llegó de Iquitos hace tres años y vive literalmente en el confín de la ciudad, la última casa de Virgen de La Candelaria. Su hijo, que hasta ese momento trabajaba y vivía en el Callao, le avisaron de la existencia de unos terrenitos en el sur y no dudo en adelantar con algo del dinero que tenía ahorrado y no esperar más para vivir el sueño de la casa propia.

Ella cuenta haberse acostumbrado. Durante el día, se dedica a limpiar, lavar, cocinar, atender y educar a sus dos menores hijos que aún asisten al colegio. Por las noches recibe al mayor que regresa agotado del trabajo y del viaje. Blanca, arrugando más la cara de lo que la tiene, sonríe y dice enternecida que se siente feliz de estar al lado de ellos y que no extraña el bullicio de su antigua ciudad, Iquitos.

Virgen de la Candelaria es uno más de los asentamientos olvidados por la vorágine de la metrópoli. Allí no llega el agua ni el desagüe, aún cuando muchos pagan su autovalúo a la municipalidad y otros se encuentran registrados o en proceso de formalización. Sin embargo el Perú esta lleno de orden, organización, trabajo y emprendimiento por debajo de todo ese aparato estatal inútil y esa manta pesimista que lo pretende descalificar.

En ella encontramos a una población cohesionada por una junta vecinal que cuida por la integridad, la seguridad y el desarrollo de su comunidad, regida por un reglamento muy estricto que vigila y advierte expulsión para sus malos elementos; ha conformado una biblioteca y centro de alfabetización apoyada por promolibro, el clásico comedor vecinal que abarata costos de producción y transporte, la escuela inicial y primaria, una ludoteca para los niños, pequeños bazares, ferreterías y librerías y demás establecimientos que facilitan la vida en un lugar tan alejado de los demás.

Así, afrontando las inclemencias de la pobreza económica, ha sabido asumir su situación, trabajar en conjunto y con persistencia buscando día a día el ansiado salto. En tiempos de males menores y cambios responsables, de pesimismos e individualismos, esta población de los márgenes de la ciudad brindan un claro ejemplo de que dejarnos estar no es el camino y que el trabajo y el cambio comienza en cada uno.


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