Europa en autostop. Quinta parte. Polizones en el tren


Advertisement
Switzerland's flag
Europe » Switzerland » North-West » Basel
November 22nd 1989
Published: November 22nd 1989
Edit Blog Post

22 DE NOVIEMBRE DE 1989



No volví a saber de ellas.
HISTORIAS DE LA ESTACION DE TREN
En la noche del día 21 llegamos a Lyón, en Francia. Ahí teníamos que transbordar, pues nuestro boleto era para Ginebra, pero salía hasta la madrugada siguiente. Sentado en una banca de la estación de tren, junto a nosotros, había un hombre con una maleta grande, de metal plateado, entre las piernas, pero la dejó al levantarse e irse. La vimos con desconfianza. No sólo nosotros: más tarde se acercó un policía con un aparato, lo pasó alrededor de ella como si fuera un detector, y se la llevó. Al rato vino el dueño, espantado por lo que suponía un robo.
En otro momento, me escurrí al baño de un restaurante para ponerme unas mallas bajo los pantalones y amortiguar el frío. El hombre del sitio empezó a golpear la puerta y no paró hasta que salí. En francés decía que todos los árabes éramos iguales. Si supiera que en España me creyeron alemán.
Dormimos en el piso, a la entrada de una estación de metro. ¡Menudo brinco pegamos cuando, a las cinco de la mañana, la enorme puerta metálica contra la que estábamos recargados se levantó automáticamente!
Aunque el boleto era para Ginebra, nos las arreglamos para escondernos del revisor y seguimos adelante, de polizones (¡ahí olvidé mi paraguas del Pato Donald!), hasta que llegamos al final del trayecto, en Basel, frontera de Suiza con Alemania. ¡Sentí alivio de hallarme junto a Alemania!
Conseguimos varios aventones, hasta que llegamos a una gasolinería a 40 kilómetros de Múnich. ¡Casita! No, no había casita. Hasta ese momento nos dimos cuenta de que no teníamos a dónde llegar, pues al marcharnos habíamos dejado el estudio que yo alquilaba. Estaba nevando, el termómetro estaba bajo cero. Nos levantó una pareja joven, súper yuppie, los dos muy arios, perfectamente vestidos, perfumados y peinados. Ella lucía, incluso, un collar de piedras preciosas (no me pregunten qué piedras).
Cuando llegamos a Múnich, él ofreció llevarnos a nuestra casa. "Nooo, gracias, con que nos dejes en la Hauptbanhof (estación central de trenes) está muy bien". Yo no quería que supiera que pensábamos dormir ahí, no pensaba justificar a priori a sus amigos yuppies que después les reprocharían haber levantado a dos extranjeros sucios que sólo iban a engrosar las filas de vagos en la ciudad. "Permítanme insistir, es muy tarde y hace frío, no nos molesta llevarlos". "Nooo, pero qué amable, no importa, es que vivimos muy lejos". Y así.
Hauptbanhof. ¿Qué hacemos? Localizamos la sala de espera: pequeña, atascada de gente, pero con calefacción. La mayor parte de los que veíamos estaban igual que nosotros: iban a dormir. Pero la policía pasaba por eso todas las noches, y si te veían, te levantaban a patadas. Como siempre, había un grupito de rudos bebiendo, cantando, insultándose y protagonizando pleitos de tres segundos.
A las cinco de la mañana, llegaron los de la limpieza: ¡todos afuera! Al frío, siete bajo cero, de súbito. El Charro y yo vagamos sin rumbo por la estación, medio dormidos. Encontramos un sitio un poco a cubierto, en la entrada de un local comercial. Nos tumbamos en el piso.
Estábamos tan pegaditos, que sentí como si me las dieran a mí las patadas que le propinaban a él: la policía. Me levanté de inmediato. Pero Mauricio estaba fuera de combate, como robot desprogramado, y recibía los golpes sin siquiera quejarse. "Uf, uf, uf", rumiaba. Lo levanté como pude, le colgué sus cosas y jalé las mías. Salimos al Múnich nevado. El cielo se había despejado, estaba azul, y el sol brillaba. "¡Qué lindo día!", exclamé para animar al Charro. El tenía la cara morada y apenas podía abrir los ojos. En sus pestañas empezaba a formarse escarcha. Encorvado, no logró decir nada: sólo volteó a mirarme.
Teníamos que estar unos pocos días más por ahí. El encontró refugio en un salón de música en la Universidad. Ahí dormía. A mí me alojó una linda amiga mexicana, Carmencita, una chava de origen indígena que había conseguido una beca de un grupo religioso.
Llegó el día de mi partida. Mauricio fue a dejarme a la estación de trenes. Estábamos un poco hartos el uno del otro, pero casi lloramos al despedirnos. Yo, por lo menos.
Había llegado a Europa con una tarifa baratísima de la línea aérea Icelandair: el avión salía de Nueva York, con escala en Islandia, y llegaba a Luxemburgo, de donde un autobús gratuito me llevó a Stuttgart. Ahí tomé el tren rumbo a Múnich. Y ahora tenía que hacer el camino de regreso.
Para variar, tuve que pasar la noche en la sala de espera de la estación ferroviaria de Stuttgart. Igual que la de Múnich: climatizada y diminuta. Eso sí, no había rudos peleoneros. Yo traía una mochila inmensa y un montón de valijas pequeñitas. Entré a la sala, encontré un asiento vacío y, para ocuparlo, tuve que bajar todas mis cosas, una por una, con todo cuidado. Ya me había instalado y empecé a ver a la gente:
A mi derecha, junto a la puerta, había un negro joven, con ropa casual y un portafolios a sus pies. Al fondo había otro negro, cuarentón, vestido de saco y corbata. De pronto, este último se levantó, pasó junto al primero y se fue. Un instante después, el joven salió también. ¡Y dejó el portafolios!
Vi todo el movimiento. Me puse nervioso. Pero me dije no, no voy a hacer todo el show de recoger mi montón de cosas y salir paranoicamente, no pasa nada. Como en Lyón, tampoco pasaba nada. ¿Y después qué? ¿Voy a regresar con la cabeza baja, muerto de frío, a ver si ya me quitaron el asiento? No, me quedo.
Pero un hombre se levantó y se fue. Tras él, una señora. Luego dos chavos, un señor con un perro y la anciana que estaba junto a mí. Y todo el mundo comenzó a salirse, yo entre ellos, arrastrando mi montón de mochilas porque el miedo no me había dado tiempo de recogerlas y ordenarlas con tranquilidad. ¡Todos huimos con el rabo entre las patas! Y todos nos apostamos a una distancia conveniente, detrás de cualquier objeto que nos pareciera eficaz para protegernos, pero en posición de ver lo que ocurriera.
Al rato regresaron los dos negros. Pusieron cara de sorpresa al ver que no había nadie. Y se sentaron juntos. Entonces empezó el retorno de la diáspora: decenas de personas caminamos lentamente hacia la sala, mirando al techo, todos, haciéndonos los distraídos para que no se nos notaran las caras de pena ni las risitas nerviosas. Más tarde vinieron dos policías, interrogaron a los negros, revisaron sus cosas y se fueron.

Este blog es parte de la serie “Europa en autostop”, publicada originalmente en el Serviçâo do Informaçâo do um tal Temoriçâo.
Vínculos a las demás partes de la serie
Primera parte. Vivir en Múnich
Segunda parte. Colarse en un hostal en Ámsterdam
Tercera parte. Colarse en un edificio en Amberes
Cuarta parte. De gorra en Madrid
Quinta parte. Polizones en el tren
Última parte. Vivir en aeropuertos

GRACIAS POR VISITAR MI ESPACIO! ACTUALMENTE ESTOY DANDOLE LA VUELTA AL MUNDO. QUIERES CONOCER LAS ETAPAS DE MI VIAJE HASTA EL MOMENTO? QUIERES IR A SUDAFRICA, SWAZILANDIA, MOZAMBIQUE, TANZANIA, KENYA, INDIA, NEPAL, TAILANDIA, LAO, CAMBOYA O VIETNAM? HAY MAS DISPONIBLES EN MI PAGINA PRINCIPAL!

THANKS FOR VISITING MY SPACE! CURRENTLY (2005-2007) I'M ON A ROUND THE WORLD TRIP. DO YOU WANT TO CHECK OUT OTHER STAGES OF MY TRIP? DO YOU WANT TO GO TO SOUTH AFRICA, SWAZILAND, MOZAMBIQUE, TANZANIA, KENYA, INDIA, NEPAL, THAILAND, LAO, CAMBODIA OR VIETNAM? YOU WILL FIND MORE OF MY TRIPS AVAILABLE AT MY MAIN PAGE!

Advertisement



Tot: 0.284s; Tpl: 0.011s; cc: 30; qc: 103; dbt: 0.133s; 1; m:domysql w:travelblog (10.17.0.13); sld: 1; ; mem: 1.7mb