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23 de enero de 2008. Miércoles
No voy a decir que lloré, porque no lloré, pero me emocioné más de lo que en un principio había sospechado y los ojos se me humedecieron. Y eso que la catedral de Santiago no es precisamente un lugar de reflexión, reposo, oración y recogimiento: ruido de cientos de pasos, gente charlando y destellos de flashes. No importa que en la...
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