30 DE OCTUBRE DE 1989 Era una habitación preciosa. Bueno, después de noches de vela en mesas de restaurantes carreteros, parecía el palacio de la bella durmiente: tenía luz, lavabo, ventanas, armario, cobijas, ¡incluso había unos catres doblados! La felicidad, por suerte, no nos quitó la prudencia: cuidándonos de no tocar nada, sacamos nuestro pan, más el queso y el jamón amablemente obsequiados por una tienda holandesa, preparamos unos sandwichitos, extendimos los sacos de dormir... Y nos propusimos levantarnos a las seis, para evitar problemas. Cuatro horas bien dormidas parecían un gran regalo. Dieron las seis. Miré el reloj. Tenía mucho sueño. Muuucho. Pensé en cerrar los ojos cinco minutos más, sólo cinco. Comencé a analizar los pros y los contras, pero mis párpados tomaron la decisión por sí solos. Cinco minutos nada más. Mucho después,
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