Mongolia: del campo a la ciudad


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Asia » Mongolia » Ulaanbaatar
July 27th 2006
Published: September 1st 2006
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Se acerca la lluviaSe acerca la lluviaSe acerca la lluvia

Por la mañana cuando salíamos del campamento para despedirnos

La despedida



Madrugar, madrugamos. Un lavado rápido en el cuarto de aseo. Un desayuno opíparo. Un cruce de palabras con la joven encargada y la camarera que nos habían servido el desayuno para enterarnos de que su música preferida es el techno y el pop mongol. No conocíamos a ninguno de los cantantes que nombraban y que hacían sonar en el reproductor de CDs. Un lavado de dientes. Y una breve charla sobre la propina que les dejaríamos, ¡eran tantos y habían sido tan amables! Que nos sorprendieron cuando salimos del ger. Estaban allí todos con los que nos habíamos relacionado en el campamento turístico de uno u otro modo. Esperando para decirnos adiós. Colocados de manera desordenada, entre la cerca y la furgoneta. Nada servil. Nada estilo mansión inglesa en la que el servicio despide a los señores. Le dimos el dinero que llevábamos preparado a la encargada y nos devolvió una sonrisa. Me monté en el asiento y la miré, parecía contenta. Buena suerte, pensé. Seguí mirando hasta que la furgoneta giró y la perdí de vista. Durante un rato seguí con su mirada en la nuca, en la espalda. Debería haberle dicho hasta la vista. ¿Cómo se dice hasta la vista en mongol?

Esta noche ha llovido, mañana hay charcos



Metido en mi pensamiento comenzamos el camino que hacen muchos mongoles hoy en día. Dejábamos el campo y nos íbamos a la ciudad. De dos millones y medio de personas que tiene el país, un millón y medio viven ya en Ulan Bator, la capital. Para mi confirma lo dura que debe ser la vida de un nómada, cambiando tres o cuatro veces de lugar para buscar pastos; dejando, si lo que nos cuenta el guía es verdad, a los niños durante el período escolar en un pueblo para que reciban educación; trabajando, toda la familia, de sol a sol, cuidando del ganado; y viendo en esta estepa, muy verde, un cielo realmente azul y, como ya he dicho, lleno de nubes de algodón. Sí, bonita es, para la foto, para unos días, pero ¿y para vivir? Solo un ingenuo o una ingenua podría responder afirmativamente a esta pregunta. Esa ingenuidad romántica que se ha apoderado de los movimientos new age. Sino, recuerden/lean el post anterior (Mongolia es paisaje y mucho más): televisiones y fotos de modelos dentro de los ger. La encargada volvería a la ciudad en otoño
CamellosCamellosCamellos

Avistados de camino a la Reserva de Hustai Naruu
para seguir estudiando. Este solo era un trabajo de verano. Entonces, algunos de los que trabajan con ella seguirían a sus familias, nómadas que estaban asentados cerca del campamento turístico, como la chica que limpiaba nuestros cuartos de baño, las duchas, el comedor y los ger.

Pero antes de Ulan Bator pararíamos en la Reserva Natural de Hustai Naruu. No teníamos muchos kilómetros por delante. Hubiera sido un viaje corto pero el mal estado de las carreteras, empeorado por la lluvia, convenció al conductor, como a otros muchos, que lo mejor era coger los caminos de tierra húmeda y charcos paralelos a las mismas lo que enlentenció y alargo el viaje. Vimos pasar desde todoterrenos hasta camiones cargados de combustible altamente explosivos. Era el camino el que decidía si se conducía por la derecha o por la izquierda, la norma que se había puesto el hombre perdía en la naturaleza toda su validez. Las ruedas pasaban por los charcos levantando el agua y el barro que se pegaga a la carrocería del coche.

Tenemos suerte



Cuatro horas más tarde estábamos sentados en el comedor y buffet del campamento turístico de la reserva. El estado de los caminos por la lluvia impedía que la furgoneta entrase en la misma para dar la vuelta de dos horas que teníamos contratada. Nos preguntaron si queríamos entrar. ¿Cómo se nos podía hacer esa pregunta a estas alturas? Simplemente porque tendríamos que alquilar un todoterreno que pudiera entrar en el parque. No estaba incluido y lo tendríamos que pagar de nuestro bolsillo.

Mientras nos traían un vehículo en condiciones, decidimos comer. El paseo/excursión que haríamos a continuación pintaba mal. A la entrada del comedor había un listado con los últimos avistamientos de animales en el parque. Lo más que se había llegado a ver en los últimos días fueron unos rabbits y algún que otro pájaro. Sin embargo, a penas habíamos acabado de comer cuando el guía y el conductor nos llamaron corriendo. Cogimos la furgoneta y a menos de diez minutos de la entrada del parque, yendo por una carretera de tierra mojada de color acre y baches, vimos dos pequeños grupos de takhi o caballos salvajes que parecían posar o pelearse para nosotros. Con sus pezuñas negras, crin de pelo corto, cuerpo pequeño, cuello corto y cabeza grande era cierto que recordaban a los caballos de las pinturas rupestres que todo niño ha visto en sus libros escolares.

Cuando bajamos con nuestro trofeo fotográfico, llegaba un autocar cargadito de turistas. Nos dimos cuenta que venían para quedarse, que les estaban dando las llaves de su ger. Dormirían allí y madrugarían a la mañana siguiente, cuando hay más posibilidades de ver los caballos porque bajan de las montañas a beber y a comer pasto. Teniendo en cuenta la concentración de turistas por metro cuadrado y lo funcionales que nos parecieron los ger, que pudimos ver por dentro de camino al cuarto de baño, lo cierto es que preferí haberme dado la paliza. Si, aún estando al lado, las posibilidades de ver los caballos eran muy reducidas ¿qué más podíamos pedir nosotros que los habíamos visto y que los dos días anteriores habíamos tenido Mongolia solo para nosotros?

Tarde de compras en Ulan Bator



Dejamos atrás el parque pero no el avistamiento de animales. Vimos yaks. Hasta ese momento, la broma, parodiando un anuncio de colonia muy famoso en España en los ochenta y los noventa, era

¿Yaks? Busco yaks

. Nuestras risas no parecían importarles ni al guía ni al conductor, que seguía ensimismado con la cinta musical que nos
¿Yaks? Busco yaks¿Yaks? Busco yaks¿Yaks? Busco yaks

Dos yaks, los hervíboros peludos, entre una vaca y un ternero
ponía por enésima vez. No hace falta aclarar que las carreteras en este caso eran buenas, no así los suburbios que íbamos viendo a medida que nos acercábamos a Ulan Bator, y no nos llevó tanto tiempo llegar, como entrar a la ciudad. Atascos, atajos de carreteras sin asfaltar alrededor de la central térmica 3, que se encuentra ya en el interior de la ciudad, y de cuyas turbinas salían un humo como si fuera la fábrica de la que habían salido las nubes que tanto nos habían hecho disfrutar los días anteriores.

Nos costó convencer al guía. Queríamos ir de compras, pero también evitar los sitios para turistas. Después de hacer dos paradas en grandes tiendas de ropa de cachemir o pelo de camello de los que salimos casi inmediatamente, llegamos al mercado al que entramos, tras pagar una entrada, con cierta sensación de riesgo, debida a las miles de advertencias que nos hizo el guía y de que nos hubiera recomendado dejar las cámaras y las mochilas en el autocar y tener mucho cuidado con la cartera. La verdad es que turístico no era. Vimos unas cuantas francesas que se manejaban muy bien por si solas y alguna que otra pareja despistada comprando falsificaciones de conocidas marcas globales. Sin embargo, sobre todo la parte de comida, tenía todo el tipismo que van buscando los turistas. Lástima de fotos, pensaba, cuando me encontré paseando entre los puestos blancos, llenos de productos lácteos, procedentes de la leche de vaca, yegua, cabra, camello o yak, que contrastaban con los colores que aportaban los tés, los envases de soja y las cajas y botellas de otros muchos productos.

Si el mercado nos gustó, el centro comercial fue donde encontramos casi todos los recuerdos del viaje. Este antiguo centro de tiendas estatales se ha convertido en un simulacro de gran almacén con una tienda de souvenirs en la última planta donde la concentración de turistas aumenta de forma importante, tal vez, por que mezcla lo mejor con lo no tan bueno, lo bonito con lo más feo, hortera o kitsch y es más barata que las tiendas que se encuentran en todos los lugares que un turista tiene que visitar. Aunque, nosotros, por ese empeño de ser unos turistas que no van sitios de turistas sino a los que van los mongoles, acabamos comprando el cachemir, y pagando más, curiosamente, que
¿Es aquí donde se fabrican las nubes?¿Es aquí donde se fabrican las nubes?¿Es aquí donde se fabrican las nubes?

Central térmica 3 a la entrada de Ulan Bator
en la primera tienda a la que nos había llevado el guía, en la 2ª planta, donde la concentración de turistas disminuía que era una barbaridad. En nuestra defensa, solo podemos decir, que ser feliz no tiene precio. El guía no daba crédito, viendo como nos interesábamos por un material, que él mismo nos había mostrado esa tarde a nuestra llegada a Ulan Bato a mejor precio. Tampoco daba crédito, cuando veía que las decisiones sobre qué comprar las tomábamos conjuntamente. Él, que confesó que esas compras, al fin y al cabo, las hace su mujer y ya está, no entendía como la única mujer del grupo no tomaba las decisiones en este campo mientras nosotros nos íbamos, por ejemplo, a la sección de pesca y caza. Hay que añadir que se trataba de un guía con unos cuantos años, no creo que mucha gente de su edad piense de forma distinta en donde vivo. Sin embargo, la imagen, resulta, en cierto modo, divertida, ciertamente curiosa. Y es que él está acostumbrado a acompañar a turistas que vienen a cazar, no todo en Mongolia es turismo de biking y trekking.

Solos en Ulan Bator: un trayecto del aloe vera

Signo de buen gustoSigno de buen gustoSigno de buen gusto

Cuadro encontrado en la pared del cuarto de baño del complejo de restaurantes pertenecientes al cocinero coreano
al pop mongol

Después de la compras y una cena temprana en un complejo de restaurantes montado por un famoso cocinero coreano de Mongolia (en el que se concentraban coreanos y demás turistas con algún que otro business man de la tierra perdido o despistado para degustar una mezcla de comida local con comida asiática e internacional) nos dejaron, ¡por fin!, en un hotel en pleno centro. En unos pocos minutos habíamos subido las maletas a la habitación y estábamos dispuesto para salir a andar. Primero la plaza Sükbator, en la que uno se daba cuenta que con imaginación y unas cuantas luces se puede provocar asombro, bueno, me he pasado, al menos el interés y la curiosidad. Seguimos por la avenida de la Paz, la calle principal, en la que se concentraban tiendas de alimentación de veinticuatro horas con pequeños restaurantes (no resultaba nada difícl identificar a los españoles desde la calle por su forma de vestir y de hablar). En las tiendas, muy bien abastecidas, por cierto, descubrí que el aloe vera también se bebe. No, no hay que preocuparse por mi salud, mejor dicho, por mi hidratación gastrointestinal, por ahora solo bebo agua, pero por lo visto, según me dijeron mis amigos, en las tiendas de moda occidentales de productos ecológicos u orgánicos ya se pueden encontrar. De ahí a los centros comerciales, son unos meses.

De vuelta hacia la plaza vimos a los ya famosos niños mendigos de la calle. Digo famosos porque un documental se ha encargado de popularizarlos y mostrarnos sus miserias. La pregunta salta al oído, o a la mente, según sea cada uno, ¿cómo un país de tradición comunista y de protección social abandona así a estos niños? No se preocupe por plantearla localmente. Si se encuentra con alguien que hable inglés esta pregunta les resulta chocante, extraña, rara. Son niños de la calle, punto.

Dos paradas antes del hotel. Una para llamar a nuestra agencia de viajes que nos confirmó la visita que queríamos hacer de la ciudad china de Datong y que no estaba prevista en nuestro plan de viaje inicial. Una desviación provocada por esos encuentros fortuitos que se tenían en el tren, en el que una guía, de madre alemana y padre ruso (o al revés, no me acuerdo muy bien) que iba con un grupo de alemanes, nos ayudó a lidiar con el mal encarado camarero del vagón restaurante con el que ella ya había tenido su bronca. Se sentó con nostros mientras comíamos y nos habló tan bien del sitio que, dicho y hecho, le pedimos a Hernán, de la agencia, que nos arreglara un día en Datong, y una noche en tren hasta Pekín. La segunda parada, ya con el contento en el cuerpo, fue en la plaza, en la terraza que hay montada debajo de la marquesina del Teatro Nacional de Ópera y Ballet, donde los pijos locales, los menos, se mezclan con los turistas, gente joven pijo alternativa de varios países, para escuchar música occidental y beber cervezas, coca-colas, cafés o tés. Ese era un ambiente que conocíamos muy bien, en el que uno se sentía como en casa, la pregunta flotaba en el aire, ¿habíamos venido hasta aquí para buscar esto? Tal vez sí. Solo había que ver el proyecto del edificio que la cadena de hoteles Hyatt estaba construyendo allí al lado. Por cierto, en la programación del teatro, también se notaba que era el año Mozart. Igualito que en casa.

A la llegada al hotel, nos encontramos con las dos recepcionistas y el botones sentados, medio dormidos, en el lobby, enfrente de un televisor de 42 pulgadas que emitía lo que parecía ser un culebrón, a los que hicimos levantar para que nos abrieran una puerta que mantenían cerrada. “Morning call” le dijimos al botones. La recepcionista, que permanecía sentada le fue traduciendo todo lo que le decíamos. Nos íbamos a despertar muy pronto, pero aún así, ya en la habitación, me dio tiempo a escribir unas postales y ver y escuchar el canal local de música pop, o al menos eso creo, un canal a imagen y semejanza de Los 40 Principales Latinos, un MTV solo de vídeos (al menos en esa franja horaria.) ¡Occidente, tiembla! esta música suena bien y, esto es lo más importante, suena de lo más cool (y un poco blandita, la verdad), importante para que se vaya colando, al menos, en la escena de la world music. Y sino al tiempo. Apago el televisor y me duermo. La música que nos hizo escuchar el conductor una y otra vez durante el viaje por Mongolia, acompaña mis sueños.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.


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