Mongolia es paisaje y mucho más


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Mongolia's flag
Asia » Mongolia » Ulaanbaatar
July 26th 2006
Published: August 27th 2006
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Intento de vida urbana en pleno campo



Al campamento no le faltaba detalle. Lo digo porque por la mañana pudimos disfrutar de una ducha. No, no era como la de un hotel, ni era como la de casa. El agua no estaba caliente pero tampoco fría y algún que otro gusano, negro y regordete, pudimos ver por el suelo.

El ger también era un simulacro de casa. Sus camas, sus armarios, su espejo para peinarse, su mesa central, su alfombra, sus taburetes y su estufa, que nos vino muy bien la última noche, simulaba una habitación de hotel con ciertas peculiaridades. (Luego nos daríamos cuenta que lo que realmente simulaba era un ger que solo se usara como dormitorio.) Pero, al fin y al cabo, era el campo, así que ni se me ocurrió hacer un drama cuando me encontré un ratoncito muerto en la cama en la que había pasado toda la noche. Estaba a los pies y ni me enteré de cómo pudo llegar allí. Si estuvo correteando por encima de mi mientras dormía, llegó a morir a mis pies u otro animal lo depositó allí, la verdad no lo se. La parte más dura fue hacérselo saber a la amable responsable del campamento. Su azoramiento y la perplejidad con la que miraban el resto de los que daban el servicio cuando me acompañaron a la tienda de campaña, me hizo sentir fuera de lugar por algo que para ellos sería más o menos normal y se resolvería simplemente con retirarlo y que para mi era extraordinario. Yo, por si acaso, cerré la maleta a cal y canto y dejé a la camarera limpiando a fondo el ger en cuestión.


Pasamos el día fuera del campamento



Volvimos a las malas carreteras y a los caminos con charcos para ir al monasterio Erdene Zuu en Karakorum: una muralla con estupas y unos cuantos templos que se salvaron durante la época comunista al convertirse en museo de historia mongola, de los pocos que se salvaron durante la invasión soviética. Turistas locales, muchos de ellos, ancianos sobretodo, para rezar, y turistas de varias partes del mundo nos mezclamos en las tiendas de recuerdos. Una a la entrada del recinto y otras dos a la entrada del lugar donde se forman los monjes. Los monjes también tienen su tienda de incienso a la entrada. Los vemos rezar y meditar.

Salimos de allí buscando un teléfono. Queríamos hablar con nuestra agencia para hacer un cambio de planes en el camino a Beijing (Pekín). La ciudad parece un pueblo. Calles sin asfaltar, animales sueltos, casas descuidadas. Pocos edificios de más de una planta. Curiosamente en uno de ellos se encuentra el locutorio. Un edificio de tres plantas que parecía una casa de pisos pero que en realidad correspondería a un edificio de negocios y oficinas. La zona, debía ser el centro de la ciudad. Al lado se encontraba el night club y la tienda de ultramarinos más grande, una planta de apenas 100 metros cuadrados que recordaba a una tienda de todo a cien pero limpia.

Más turistas



No conseguimos hablar con la agencia, era demasiado pronto para España. Así que buscamos donde poder mandarles un correo electrónico. Es en la misma planta, unos cuantos locales más allá. Se trata de una sala con cuatro ordenadores con conexión a Internet que patrocina el gobierno indio para el desarrollo de la sociedad de la información. Nos enteramos porque el cartel está en inglés. Pienso que hay países más pobres aún que los países que se consideran pobres.
El paisaje mongolEl paisaje mongolEl paisaje mongol

Desde el monumento que recoge las conquistas y la extensión del imperio de Genghis Khan
Nos ponemos a escribir cuando llegan dos españoles. Son del norte y nos cuentan que ya se les acaban las vacaciones. Han recorrido una parte de Mongolia en bicicleta. El más joven parece nervioso, habla sin parar. El otro se ha sentado en el ordenador, al parecer tienen un problema con la vuelta, no me entero muy bien, estoy escribiendo a nuestra agencia mientras uno de mis amigos habla con ellos. Por lo visto, muchas personas vienen de todo el mundo a recorrer Mongolia en bicicleta. Veintiún días, los que ellos habían cogido de vacaciones, no son suficientes. Hablaban de unas amigas sudamericanas que habían hecho durante el viaje, ellas se quedaban hasta diciembre. “¿Cómo os orientabais?” le pregunta mi amigo. “Con el mapa.”, responde “aunque no todo lo que está señalado es lo que parece.”

Nuestro guía está nervioso, esperándonos, habíamos perdido demasiado tiempo y llegábamos tarde a comer. Nos llevaban de nuevo a un campo turístico de gers y, llegando allí, nos damos cuenta de lo auténtico que es el campamento en el que estamos alojados. La mayor parte de la gente son jubilados o en edad de prejubilarse. Hacen salir a la cocinera y la aplauden
El pene de piedraEl pene de piedraEl pene de piedra

Para avisar a las jóvenes de que cerca se encuentran unos fogosos monjes
para agradecer lo rica que está la comida. Nos sentimos ridículos. Nos ponemos a aplaudir cuando vemos que somos los únicos que no lo hacemos. Un guía que nos oye se nos acerca. Es suizo pero habla un perfecto español de Cuba donde vivió cuatro años. “¿Qué echaste más de menos cuando vivías allí?”, pregunto. “Las estaciones. No me acostumbré a que siempre hiciera el mismo tiempo.” Me despido de él diciéndole que nos veremos en la frontera. Pero no. Ellos van a Beijing en avión, me aclara que ya han tenido suficiente romanticismo con el paso de la frontera de Rusia a Mongolia y se ríe.

Corremos para completar el programa



No encontraremos más turistas a lo largo del día. Ni en el nuevo monumento en memoria de las conquistas de Genghis Khan (Chingghis, según la grafía cirílica), ni en el mirador, ni en la piedra con forma de pene y testículos que señalaba la existencia del monasterio que habíamos visitado y que avisaba a las jóvenes del lugar de la presencia de jóvenes y fogosos monjes con los que tenían que tener cuidado. Tal era la fama que tenía el lugar en los viejos tiempos. En todos estos sitios encontramos pequeños puestos de posibles antigüedades, incensarios, quimeras y piedras semipreciosas llevados por niños y algún que otro adulto. Menos mal que el guía nos dejó tiempo suficiente para hacer las fotos de rigor.

Averiguamos porque tenemos tanta prisa



De vuelta al campamento, nos damos cuenta que nos están esperando. Recogemos a la encargada y, sin pararnos, salimos en la furgoneta campo a través. Paramos delante de un ger. Vamos a visitar una familia nómada. Nos han ido contando que la familia nos está esperando desde hace un buen rato, casi dos horas. Nos entra el remordimiento.

Somos recibidos como si fuéramos alguien. Todos los niños nos esperan en la puerta (nos fijamos que en un lateral hay una parabólica y una célula fotovoltaica) y la mujer nos hace pasar al interior. Sobre un suelo de sintasol se distribuye todo el hogar. Al fondo, señalado por la alfombra del suelo y la que está colgada en la pared, el salón comedor. A los lados, dos camas. Una para el marido y otra para ella. La de él cerca del altar que tienen a su padre en la cabecera de la cama, junto al altar budista, que recibió una medalla por su participación en la Segunda Guerra Mundial. La de ella, al otro lado, junto a la cocina. La televisión, también ocupa un espacio preeminente a los pies de la cama de él.

Los niños, sentados sobre sus rodillas, nos miran atentamente. Uno de ellos lleva un sombrero de cowboy. Es un sobrino que ha venido a ver a los turistas. La mujer empieza a sacar bebida y comida: leche de yegua, yogur, queso seco de cabra, queso caliente y recién hecho, también de cabra, un aguardiente sacado de la lecha de yegua. El marido los va sirviendo en un gran tazón, bebe y luego nos lo pasa. El dedo está dentro del tazón, dentro de la leche. Bebemos y comemos con ellos, pero no como ellos. Nos olvidamos de que cada vez que tomemos tenemos que devolvérselo a él para que lo rellene. Nosotros lo vamos pasando a los demás. Pienso en todas las recomendaciones sanitarias que me estoy saltando pero sigo comiendo y bebiendo. Ella se ha sentado en su cama y junto a ella una de sus hijas que antes ha dejado a la más pequeña, de menos de un año,
A la entrada de un gerA la entrada de un gerA la entrada de un ger

Una antena parabólica y un panel solar
tumbada en la cama, detrás. Miro a esa mujer y como viste. Imagino que es la misma que ha cubierto los cristales del aparador sobre el que se encuentra el altar budista con las fotos de la modelo alemana Claudia Schiffer y el Big Ben de Londres. Las comparo, a nuestra anfitriona y a la modelo, pienso que no tienen nada que ver con ella. Pienso, si es la mujer que ella quisiera ser. Pienso, si es él el que ha cubierto los cristales y esa es la mujer y el reloj que le gustarían tener o ver todos los días. Pero él se levanta y se sienta al lado de su mujer. Se nota que son una pareja con sus secretos y sus rutinas. También sus broncas. Snetados me sonríen. Parecen felices de que estemos en su casa. No se cómo agradecerles que nos hayan invitado. No sé cómo mostrarle a él, según la tradición, mi respeto. Le doy las gracias en español, no sé si tengo que darle la mano. Pienso, si yo fuera norteamericano le daría una propina. No me parece adecuado. Me despido inclinando la cabeza. Les miro por última vez, hay algo atractivo en la imagen de ella sentada con las manos puestas encima de las rodillas y él, a su lado, con una pierna colgando y la otra doblada y apoyada encima de la cama, el codo en la rodilla y la mano, también, colgando, con una casaca verde y un gorro tradicionales. Me voy.

Sometidos a unos minutos de artesanía



Volvemos a coger la furgoneta para ir a otro ger cercano. Este es un pequeño taller de artesanía en cuero y lana. Toda la familia trabaja allí. No sabemos si se han concentrado porque íbamos nosotros. El padre nos enseña las cosas que hacen mientras el resto trabaja afanosamente. Nada me gusta, pero intento que no se me note. Espero no verme obligado a comprar algo. Lo que sea. En una esquina veo otro armario bajo con los cristales cubiertos con fotos de mujeres occidentales y asiáticas. Miró las cosas que me enseñan (un camello, un banderín con el nombre del campamento turístico) como si me resultasen curiosas pero a mi me interesa más el armario y que no coman con los vapores de la cola dentro del taller. Solo pienso en irme. Mis amigos y yo salimos en cuanto que vemos que se va la encargada del campamento y el guía. No compramos nada. Luego, cuando estemos solos, comentaremos lo violento que nos ha parecido esto último y nos preguntaremos porque los guías se empeñan en someternos a estas torturas.

Probamos con el tiro al arco



La amable y resuelta encargada del campamento, una chica que en el invierno se iría a Ulan Bator a estudiar y que hablaba inglés, nos ofrece tirar al arco, uno de los tres deportes tradicionales de Mongolia (los otros son la equitación y la lucha libre). Le decimos que sí y se viene con unos amigos del lugar. No se ríen de cómo tiramos, pero su estilo nos deja en ridículo. Ella es la que mejor lo hace, si se lo esperaban hacen como que es una sorpresa. Se empeñan en enseñarnos pero, al menos yo, resulto ser un patoso aunque mejoro con la práctica. Quiero decir, la flecha ya no se me cae antes de salir disparada y la cuerda tensada no me da en el antebrazo cuando la suelto. Hasta las últimas me salen casi en la dirección adecuada. Ellos van a recoger las que he tirado para que lo vuelva a intentar. Me invade el recuerdo de las películas de colonos ingleses en África y en la India rodeados de sus criados sirviéndoles el té y las pastas. Otra sensación que me incomoda.

Se hace de noche. No podemos negarnos a tomar todo lo que tan amablemente nos han preparado y nos sirven a pesar de que estamos llenos de tanto comer. Me acuesto en el ger de mis amigos. Me quiero hacer el valiente y acostarme en mi tienda. Mis amigos insisten que me acueste en la suya, en la cama que sobra. No hace falta que insistan mucho. Está más caliente, la hemos calentado con la estufa mientras nos tomábamos un té, y la noche es fría. Además me da miedo que vuelvan a entrar más animales mientras duermo. Puede que esta vez no sea un inofensivo ratón de campo. Afuera se oye un rebaño de cabras que pasa cerca.

Advertencia: Cuando leas este blog recuerda que se ha escrito en verano de 2006. Los datos prácticos que contiene, las informaciones e incluso las impresiones pueden ser muy diferentes en el futuro. Mucha de la información que pudimos recoger de varias fuentes, incluida la guía del Transiberiano de Lonely Planet, no se ajustaban a lo que realmente nos encontramos. Y es que se trata de sociedades que se encuentran en un fuerte proceso de modernización y cambio. La comparación de lo que fueron y lo que son tiene mucho interés.


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