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Published: April 4th 2010
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Tulum, Quintana Roo, a 2 de octubre del 2009.
Saludos a todos.
Bien, después de un mes y un día terminé mi gira centroamericana, así que aprovecho para mandarles unas pocas fotos de lo poco fotografiable de la Ciudad de Belice, la ciudad más grande de Belice (tiene unos 70 mil habitantes). Esta era la antigua capital del país, hasta que a los burócratas se les ocurrió fundar una nueva en despoblado hace más de 30 años y crearon Belmopán, que tiene sólo 15 mil almas. Para hacerse una idea, este país es más grande que El Salvador, pero tiene mucha menor población (este último le anda pegando a los 6 millones de almas, mientras aqui viven 300 mil beliceños). Para mejorar la economía, aprovechan sus playas, islas y arrecifes al norte del país para atraer al turismo (tambien hay ruinas mayas, pero no se oyen mucho).
Si antes había dicho que a los hermanos centroamericanos la sangre les corría tan lento como a nosotros, tal vez a ritmo de atole (exceptuando a la dinámica Panamá), aquí nos ganan a todos por mucho: les corre a ritmo de petróleo crudo. El ritmo de vida es lento, lentísimo. No
tienen mucha prisa por la vida. En todas las poblaciones y en la ciudad, a cualquier hora del día, es común, súper común, ver a los morenos individuos solos o en grupitos sentados en escalones, en el piso o en cualquier objeto apto para ello, nomás mirando la vida pasar y a veces sí platicando algo (creo que hasta las iguanas de las ruinas de Tulum se ven mucho más dinámicas). Otra referencia: el súper mercado más grande del centro cierra a las... 6 de la tarde!!!
Para rematar, la vida es cara, sobre todo la comida (en lo caro le ganan a Costa Rica y El Salvador, que ya es mucho decir), asi que hube de pasármela comiendo hamburguesitas en un restaurant de chinos (lo más barato que pude encontrar).
La ciudad no es bonita. Tiene algunos edificios con fachada de madera y la arquitectura inglesa, pero dominan el block y el concreto. Varios canales atraviesan la ciudad, pero no son agradables a la vista. Luego aqui tienen la mala costumbre de que las canalizaciones o depresiones que deben correr a los lados de las calles para que fluya el agua de lluvia o líquidos, las tapan
con losas y esa es la banqueta, así que uno camina sobre un submundo ni agradable ni higiénico; bueno los abundantes renacuajos no me molestan, los considero algo "folklóricos", pero cuando de vez en cuando se asoman las ratas peludas por la banqueta pues no se me hace muy turístico el asunto. Tambiés es común que a las lozas les pongan rejillas de separaciones anchas, así hay algunas calles por las que es mejor caminar sobre el asfalto que sobre la banqueta.
Lo más desagradable del centro de la ciudad son los indigentes: son muchos. Demasiados. Son una plaga. Predominan individuos de la tercera edad, pero también hay más jóvenes (aunque corridos sin aceite), a los cuales no parece perturbarles mucho los abundantes letreros de "NO LOITERING". Las condiciones de vida que en el campo pudieran calificarse poéticamente de "sencillez" o tal vez "humildad", aqui sí deben denominarse "pobreza" porque va aparejada a "suciedad" (en Punta Gorda y otros pueblos no había basura, ni indigentes). En la ciudad sí la hay y es notoria. La parte bonita o decente de la ciudad está hacia el norte, siguiendo el malecón (aquí me encontré la Sección Cultural de la Embajada de
México), donde están algunos bares y el hotel casino de la foto. Así que si vienen a Belice, vayan a las zonas hoteleras de las islas, sus parques nacionales o a las ruinas mayas, pero manténganse fuera del centro de Belize City, salvo que su interés sea muy antropológico o sociológico (como fue el caso de su servidor).
Pues bien, después de haberme pasado 2 noches en Belice y un mes + un día por los rumbos centroamericanos, ayer tomé el camino de regreso hacia México y, tras haber pagado 19 dólares a Migración Beliceña (la entrada fue gratis, no así la salida), crucé a México por Subteniente López, Q.R., cerquita de Chetumal. Al dar por terminada mi gira centroamericana, queda igualmente finalizada esta etapa de mi vida que inicio hace exactamente un año. Hasta ahorita me percaté que, sin querer queriendo y sin andar haciendo cuentas, hace exactamente un año, el 2 de octubre del 2008, tomé el vuelo hacia Amsterdam; 365 días y 23 países después (si contamos al Vaticano), aquí estoy de vuelta.
No hay palabras para describir lo visto y lo vivido. Me siento como si en estos meses hubiera vivido lo de años.
No me lamento por lo que me faltó por recorrer, agradezco por lo que hubo oportunidad de conocer. No me lamento porque el recorrido finalizó, agradezco porque sucedió, aún con todas sus incomodidades o incidencias, porque a final de cuentas la experiencia de vida se construye tanto venciendo o soportando dificultades como disfrutando lo bueno de la vida.
Porque viendo hacia atrás, las empapadas en Lituania y Eslovaquia, la insolada en Camboya, las heladas en Viena y Amsterdam, los calores de Nicaragua, mis extravíos nocturnos en Vilnus y Tallin, los viajes en chicken buses centroamericanos, en moto por la calles de Hanoi, de tren vietnamita y lancha guatemalteca, así como las largas caminatas con el equipaje a cuestas, me dejan muchas experiencias y anécdotas para contar a los futuros nietos... y de la mano con las incomodidades hubo muchísimos placeres: ver funciones en vivo de muay thai, probar comida tailandesa, nicaragüense y del Este Europeo, comer cocodrilo en Camboya, baleadas hondureñas en San Pedro Sula, tomar agua de maracuyá en Panamá, chicha de maíz y fresco de cacao en Nicaragua, brindar con vodka sabor a cereza en Polonia y con ajenjo en Riga. Hubo la oportunidad de conocer antros
en Berlín, Riga, Tallin, Vilnus, Praga, Bangkok, Managua y más. Andar de "viejero", conociendo edificios viejos, y dejándome sorprender por catedrales góticas, ruinas romanas, ciudades medievales y coloniales, arte renancentista, el palacio real de Bangkok y los magníficos templos de Angkor. Y lo que supera a todo lo anterior y lo más importante: la gente. ¿Cuándo hubiera imaginado yo estar conociendo, conviviendo y compartiendo con personas ajenas a mi cultura? bailando con letonas o australianas; conviviendo con gente de Alemania, Brasil, Croacia, España, Polonia, Hungría, Italia, Turquia, Inglaterra, Irlanda; platicando con vietnamitas o camboyanos sobre la vida en México, o suspirando adolorido por Tailandia. ¿De qué otra manera me hubiera dado cuenta de cuánto compartimos y tenemos en común los mexicanos con los hermanos centroamericanos?, y ¿de qué otra manera me hubiera dado cuenta que nuestros nacionalismos simplones son un verdadero estorbo para el desarrollo de nuestros países? Definitivamente en México debemos de dejar de ver con soberbia e indeferencia hacia el sur de nuestra frontera. No cabe duda que el tratar con personas de otras culturas afecta de manera positiva a los individuos: los hace más abiertos al diálogo, más tolerantes y más open mind en los asuntos de
la vida (no hay culturas mejores o peores que otras, sino diferentes). Se aprende tanto conociendo a otros.
Eso sí, he concluido que el mundo occidental (sobre todo el desarrollado) debiera ser un poco más mexicano para ser más feliz: tenemos mucho que aportarles y ellos mucho que aprendernos (el mundo oriental es cuestión muy aparte). En México sí somos mucho más divertidos y relajados.
Este año me sirvió para adquirir una experiencia de vida súper necesaria para proseguir con mi desarrollo profesional y personal, que de ninguna otra manera hubiera podido adquirir. Recordando lo que alguna vez dijo el ex Comandate del Aeropuerto de Tijuana, Mario Landeros, me permito afirmar que termino este año más viejo y más sabio (y no es presunción), a lo que yo agrego: más satisfecho, muy satisfecho.
Bien, sirva este medio para despedirme de todos, ya que este es el último mail "internacional" que les mando. Disfruté mucho el haber redactado los anteriores. Un abrazo y un saludo a todos (en especial a la SRBC). Pásenla bonito.
Sinceramente.
Omar Velásquez Manzo.
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